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Ahora se cumplen 20 años desde que la televisión enseñó al mundo el drama de Omayra Sánchez, que murió tras una agonía de 72 horas, atrapada en las ruinas de Armero, el pueblo colombiano que fue borrado del mapa por la erupción del volcán Nevado del Ruiz. La suya fue una más, pero no la menos dramática de las miles de historias trágicas que se vivieron por la avalancha volcánica de agua y lodo que desbordó el cauce del río Lagunilla, a 250 kilómetros al oeste de Bogotá, y produjo 26.000 muertos, 5.000 heridos, 229.154 damnificados.
Omayra Sánchez, de 12 años, vivía en el barrio Santander de Armero con sus padres, su tía y su hermano, aunque al ocurrir la tragedia su madre llevaba nueve días de viaje burocrático en Bogotá, esperando un miserable sello oficial que le retrasaba una burocracia lenta y corrupta como pocas. Por aquellos días el tiempo se había mostrado "raro, extraño", según algunos testigos, y nadie supo o nadie quiso advertir, unos científicos lo habían hecho, pero nadie les hizo caso, que la causa era que un volcán , el Nevado del Ruiz, iba a entrar en erupción y amenazaba llevárselo todo por delante: en Armero eran po-bres.
No pudo huir, quedó sepultada en una plancha de cemento del tejado de su propia casa, entre escombros y barro, y, cuando la intentaron sacar, descubrieron que en el fondo de aquel lodazal tenía atrapadas las piernas, y que deberían rompérselas si querían sacarla rápido. Cuentan, además, que bajo los escombros había cuerpos humanos y que la propia Omayra Sánchez llegó a asegurar que estaba pisando carne, la de su tía muerta.
La niña, con un poco de asombro y miedo según quienes estuvieron con ella, observaba a los socorristas, periodistas y curiosos con una inocente luz en sus ojos, y lo único que la preocupaba era su responsabilidad escolar: "Necesito que me saquen y me liberen rápido de aquí pues llevo dos días sin ir a la escuela y tal vez pierda el curso porque estoy atrasada en las tareas". El problema era que se necesitaba una simple motobomba para succionar el agua a su alrededor cuando lograron apartar la loza de cemento que la tenía aprisionada.
¡Una simple motobomba! Desde horas antes los socorristas se la estaban pidiendo a los pilotos pero allí en aquel caos infernal de los escombros de Armero, nadie fue capaz de llevar una simple motobomba. En aquellos días, los guerrilleros del M-19 habían incendiado el Palacio de Justicia con los magistrados dentro, y el gobierno colombiano parecía más preocupado en reprimir la acción que en atender un desastre que borró del mapa a una ciudad con sus 30.000 habitantes.
sola y abandonada
Una muerte anunciada
Sola en la noche, con el miedo de la oscuridad, el susurro de llantos, lágrimas, gritos, desfiles de cadáveres, la noche que venía, sola entre tantos muertos, sola sobre los es-combros de su ciudad, sola y abandonada por todos, la de Omayra fue una muerte anunciada y televisada. Cuentan que, cuando llegaron los reporteros, estaba agachada sobre un flotador (la cámara de un neumático) que colocaron bajo sus brazos como único recurso, sintió las voces, levantó la carita y les mi-ró. Intentó una sonrisa. "¡Ay...!", dijo pero no lloró, y los periodista afirmaron que "no nos miró con súplica, no estaba derrotada, había mu-cho de valentía en su mirada". No dijo que le dolían las piernas sino que simplemente no las podía mo-ver. "Siento frío", parece que dijo con una mirada profunda, entre resignada y triste, pero se le veía tranquila, valiente: "Era una niña toda coraje", escribió entonces Cristina Echandía.
"Tengo miedo que el agua suba y me ahogue porque yo no sé nadar, aunque soy aquí de tierra caliente", balbuceó. En un momento apoyó su rostro sobre el neumático, como para descansar y estuvo así unos cinco minutos, después, otra vez le-vantó el rostro y pronunció unas frases un poco incoherentes y ya sus ojos estaban más rojos y se notaba algo de delirio. "Tengo sed", dijo e intentó tomar un poco de aquella agua putrefacta: "Se lo impedimos y le pasamos otro vaso de agua", recuerdan los periodistas que asistieron impotentes a su agonía.
Los socorristas regresaron y se volvieron a ir, tras señalar que era imposible tratar de sacarla por la fuerza, porque eso sería destrozarla de la cintura para abajo o por lo menos perdería los pies. Dijeron que era indispensable traer la motobomba para sacar el agua y poder proceder a retirar la materia que la aprisionaba.
Cuando los helicópteros pasaban sobre ella, Omayra levantaba sus ojos enrojecidos y los miraba alejarse. "Te juramos, Omayra, que vamos ya a traerte la motobomba para sacarte de aquí" le decían los socorristas para darle un poco más de tranquilidad pero la niña les respondió: 'Váyanse a descansar y vuelvan a sacarme" Entonces, las crónicas cuentan que le dieron la espalda y se fueron todos llorando, con rabia, como odiando a Dios, a los hombres y a la naturaleza. Por fin, llegó la motobomba en un helicóptero, pero funcionó de manera lenta, y a veces se obstruía por el barro; a esa hora, ya Omayra escasamente podía mantener los ojos abiertos, le habían quitado su blusita de color azul y yacía con su espalda descubierta. Hasta las cinco de la mañana había estado su-friendo delirios y cantado y contado chistes a los médicos y socorristas que la acompañaron durante la noche.
Al principio de la noche, habían pasado ya tres días, estuvo todavía consciente, sosteniendo conversaciones coherentes, pero después de la una de la madrugada comenzó a delirar, cantaba canciones extrañas y un testigo relata que hacia las tres de la mañana le dijo que "ya el Se-ñor la estaba esperando". "Después cantó la canción de los pollitos", recuerda el socorrista, que fue su acompañante durante tres noches de agonía y muerte.
Omayra Sánchez era fuerte, simpática, valiente y hacía sonreir entre lágrimas cuando la televisión transmitía las dramáticas imágenes, y siempre mostró una presencia de ánimo sorprendente. Estaba triste por no poder asistir al examen de matemáticas que tenía aquel 13 de noviembre, triste pero sonriente a las decenas de cámaras, todas impotentes, sin poder hacer nada. Entre ellas la de Frank Fournier, quien tomó la fotografía que todavía hoy nos anuda la garganta y nos encoge el alma. "Cuando se tomó esa foto, Omayra ya estaba agonizando, murió pocas horas después", recuerda Fournier que la va-lora porque "sirvió para destacar la irresponsabilidad y falta de coraje de los políticos del país".
El volcán "sigue tan activo como aquel 13 de noviembre", dice Hans Meyer, director del observatorio de vigilancia. Pese al riesgo, muchos damnificados, desesperados por la falta de la ayuda gubernamental, regresaron a lo que fue Armero, hoy un espacio desolado de tumbas y cruces. Los organismos estatales de Colombia apenas han cumplido lo que prometieron, como tantas veces, y desde el primer momento se multiplicaron las denuncias por el mal uso de la ayuda internacional y las colectas nacionales. Una diputada, Pilar Villegas, planteó ante la Cámara de Representantes que 700 millones de pesetas entregados a la Cruz Roja Internacional "aún están en una cuenta en Suiza", y denunció que unos 80 millones de pesetas de colectas populares, se encontraban "en fondos de ahorro" sin emplearse en labores en favor de los damnificados. En el debate parlamentario sobre el destino de la ayuda internacional, se preguntó también por el paradero de cuatro plantas eléctricas donadas (y desaparecidas) y se pidieron aclaraciones por el uso dado a varias ambulancias, entre ellas, la entregada por la reina Sofía de España, que nadie sabe dónde se encuentran.
La historia de la foto
La fundación World Press Photo celebra el 50 aniversario de su competencia anual de fotografía y por este motivo la BBC le presenta algunas de las imágenes premiadas.
Pese a los pedidos de ayuda de la Cruz Roja y a que la imagen dio vuelta al mundo, nadie pudo rescatarla. Los miembros de los equipos de rescate se limitaron a rezar junto a ella y tratar de aliviarle la penuria.
Omayra murió 60 horas más tarde, tras permanecer a la intemperie.
Una niña atrapada en una zona remota
"Llegué a Bogotá desde Nueva York dos días después de la erupción. La zona a la que necesitaba llegar era remota. Fue necesario manejar durante cinco horas y luego caminar dos y media.
El país estaba en medio de una grave conmoción política, poco antes de la erupción se produjo la toma del Palacio de Justicia por parte de rebeldes del M-19, la cual terminó en un baño de sangre.
El ejército de la zona había siso trasladado a la capital.
Llegué al pueblo de Armero al amanecer del tercer día posterior a la erupción. Había mucha confusión, la gente estaba conmocionada y desesperada por ayuda. Muchos permanecían atrapados por los escombros.
Me encontré con un campesino, quien me dijo de una niña que necesitaba ayuda. Cuando me condujo hacia ella estaba casi a solas, unas pocas personas la rodeaban en tanto algunos trabajadores de rescate ayudaban a otra persona un poco más lejos.
Silencio conmovedor
Estaba dentro de un gran charco, atrapada de la cintura hacia abajo por concreto y otros escombros de casas que fueron derruidas.
''Sentí que lo único que podía hacer era informar sobre el coraje y el sufrimiento de la niña, y esperar a que la gente se movilizara''.
Ya llevaba unos tres días en esa situación, estaba dolorida y muy confundida.
Cientos de personas estaban atrapadas a su alrededor, escuchaba sus gritos y luego un silencio conmovedor.
Había algunos helicópteros, prestados por empresas petroleras que trabajaban en las cercanías.
Pero nadie podía hacer nada por la niña. La gente y los expertos en rescate se acercaban, trataban de confortarla.
Al tomar su fotografía me sentí totalmente incapaz, sin poder alguno de ayudarla. Ella enfrentaba la muerte con coraje y dignidad, sentía que su vida se le iba.
Sentí que lo único que podía hacer era informar sobre el coraje y el sufrimiento de la niña, y esperar a que la gente se movilizara.
Fournier
Poderosa
Cuando llegué a ella Omayra ya perdía la conciencia de a ratos. Me pidió que la llevara a la escuela, no quería llegar tarde a clase.
Pasé mi película a unos fotógrafos que regresaban al aeropuerto y logré enviarlas a París donde estaba mi agente.
En el momento no me percaté de lo poderosa que era la imagen, en cómo los ojos de la niña conectan con la cámara.
La imagen fue publicada en París Match y causó impacto.
La gente me preguntaba "¿Por qué no la ayudaste?", "¿Por qué no la sacaron de allí?". Pero era imposible.
Hubo escándalo y debates en televisión sobre el papel del fotoperiodista. Al menos hubo una reacción, hubiera sido peor si a nadie le hubiera importado.
Tengo muy claro lo que hago, cómo y por qué lo hago. La foto ayudó a recaudar dinero para ayuda y sirvió para destacar la irresponsabilidad y falta de coraje de los líderes del país.
No había planes de evacuación pese a que los científicos habían advertido sobre el peligro de una erupción.
Hay cientos de miles de Omayras en el mundo, historias de gente pobre y débil. Los fotógrafos debemos crear un puente entre ellos y los otros.
La cuestión es si el poder de la prensa es más importante en la actualidad que antes, debido a la presión que impone hoy por hoy el mercado sobre su trabajo.
Esta historia me impactó muchísimo cuando era una cría y aún tengo escalofríos al pensar en ella...
No creo que debamos olvidar nunca la agonía de esta pobre nena y la incompetencía de los países...