Es difícil pensar con claridad ante el aturdimiento que sentimos todos, ante todo el revuelo mediático que nos rodea -que ahonda más en la tragedia convirtiéndola en auténtica catástrofe. Te hace darte cuenta de todo cuanto se ha perdido realmente ayer, porque en el plano personal, bueno, se fue una persona hacia quien sentías un aprecio infinito, eso es todo (y desde luego no es poco).
Supongo que es un mazazo como pocos hacen tambalear (mínimo diez segundos) al gran público. A algunos les caía mejor y a otros peor, pero nadie dudaba de que le quedaba una larga vida por delante, mucho menos él. Todos nos veíamos envejeciendo con este personaje, que parecía que estaba destinado a vivir para siempre, y sin embargo un momento tan irrelevante como otro, sin más, te dicen que se ha "muerto" (perdonen la expresión, pero así es como lo han dicho: "Michael Jackson se ha muerto"). Lo que sienten los corazones de los fans es lo siguiente: que ha pasado algo, sencillamente, inesperado, inconcebible (como si la existencia, esa frágil existencia sobre la que aún así seguías teniendo fe se hubiese roto de alguna manera). Tantas batallas luchadas y vencidas a su lado, batallas contra la mentira y la miseria humana -todas esas falsas acusaciones por dinero, nada más que por dinero- y seguir peleando aún cuando sabes que le van a seguir cayendo más chaparrones, para darte cuenta, de repente, de que esa parte de la vida, que tenía mucho sentido, se acabó: ganaron los malos. Ellos le mataron. Ellos le empujaron a ser esa persona tan extrema y cálida que fue, sí, ese pequeño milagro de la humanidad en que se convirtió; pero al final lo consiguieron, como un desenlace que de algún modo siempre sospechaste que era inevitable, porque no se puede sobrevivir en esta vida siendo tan bueno. La salud de Michael, incontestablemente, se resintió a causa de todas las tristezas que anidaban en su corazón, que potenciaban sus alegrías y sus motivaciones, sí, pero fue demasiado para alguien con tamaña sensibilidad. Y todos se preguntan, en sus almas o en sus corazones, sabiendo o sin saberlo, qué diablos van a hacer ahora con sus vidas. Pues seguir viviéndola, está claro, pero ¿por qué te inunda la tristeza sin fondo propia del que ha visto algo precioso e inmediatamente después de le ha privado de ello? Sientes, que no piensas, que hubieras preferido no haber visto nada. Esa es la gran pena que sentimos todos los que apreciamos a Michael: un paraíso perdido.
Vuelvo doce horas atrás, no más. Michael prepara sus conciertos, dándole duro. Sabes que está inseguro, de que tiene miedo de no volver a triunfar, pero que se esfuerza todo lo que puede para ofrecer el mejor espectáculo de su vida. Compartes sus miedos y sus inseguridades, pero sabes que sea como sea seguirás caminando a súa carón (junto a él) en esta existencia: le vaya mejor o le vaya peor el tema profesional, tiene mucho camino por recorrer. Estás seguro de que, en algún momento de sus años venideros (un futuro que sientes tan cálido y cierto como el propio horizonte que tú avistas sobre tu propia aventura), acabará encontrando la paz. Los medios estarán ya a otras cosas, y él estará disfrutando de sus hijos, su mayor tesoro. Verás en la prensa un día de repente la noticia de su fallecimiento y lo único que sentirás, sin más, es la pena por la marcha de un grande. Y sólo dices: "hasta la vista".
Pero esto es muy distinto. Es, sencillamente, la muerte de un inmortal, así es como decribiría lo que se siente en estos instantes. La marcha de un hombre que aún debía conquistar más, que debía conquistar su propia paz, de un hombre que estaba convencido de que la vida aún le tenía reservadas muchas, muchísimas cosas. No era en absoluto alguien que pensase ya en su propia muerte, ni mucho menos. Para Michael empezaba una segunda juventud, tras la cual podría sacar conclusiones bien diferentes que las que sacó de su primera: que el hombre es malo y ruin por naturaleza, que la verdad, apoyada firmemente en tus creencias, al igual que el amor incondicional, sólo te arrastra hacia el desprecio ajeno. Lo que más te parte el corazón es que él sólo buscaba amor y cariño. Y estabas seguro, como la esperanza más fuertemente arrigada a tu propia existencia, de que lo acabaría consiguiendo. Él no quería esto. No quería tanto revuelo por su muerte, convertirse en trágica leyenda, nada de eso: sólo quería vivir una vida placentera, con la dignidad de un ser humano, porque eso era lo único que era: un ser humano, un hermano. Nunca pidió un trato diferente. Nadie como Michael deseaba una vida tranquila.
Pero ahora es una leyenda, una absoluta tragedia para el resto de la humanidad, y se va de la última forma que habría querido: bajo la mirada escudriñante del mundo entero. Habría deseado un funeral pequeño, con su familia más cercana, y que el mundo siguiese a lo suyo, como mucho dando las gracias. Había en la vida de Michael suficientes cosas buenas, increíbles, maravillosas, como para detestar la idea de convertirse en una trágica figura para los anales de la historia. Sí, vivió cosas horribles, pero siempre encontró más motivos maravillosos por las que seguir sonriendo.
Michael, hermano, amigo, te has ido. La humanidad te recordará como un mito, pero los que te quisimos te recordaremos como a un hermano, ni más ni menos. Espero que allá donde estés puedas caminar entre la gente tranquilamente, pudiendo ser tú mismo, Michael Joseph, el niño que eras en tu corazón. Y espero que dances, dances, no pares de danzar.
Con todo el amor del mundo, XXX.
Supongo que es un mazazo como pocos hacen tambalear (mínimo diez segundos) al gran público. A algunos les caía mejor y a otros peor, pero nadie dudaba de que le quedaba una larga vida por delante, mucho menos él. Todos nos veíamos envejeciendo con este personaje, que parecía que estaba destinado a vivir para siempre, y sin embargo un momento tan irrelevante como otro, sin más, te dicen que se ha "muerto" (perdonen la expresión, pero así es como lo han dicho: "Michael Jackson se ha muerto"). Lo que sienten los corazones de los fans es lo siguiente: que ha pasado algo, sencillamente, inesperado, inconcebible (como si la existencia, esa frágil existencia sobre la que aún así seguías teniendo fe se hubiese roto de alguna manera). Tantas batallas luchadas y vencidas a su lado, batallas contra la mentira y la miseria humana -todas esas falsas acusaciones por dinero, nada más que por dinero- y seguir peleando aún cuando sabes que le van a seguir cayendo más chaparrones, para darte cuenta, de repente, de que esa parte de la vida, que tenía mucho sentido, se acabó: ganaron los malos. Ellos le mataron. Ellos le empujaron a ser esa persona tan extrema y cálida que fue, sí, ese pequeño milagro de la humanidad en que se convirtió; pero al final lo consiguieron, como un desenlace que de algún modo siempre sospechaste que era inevitable, porque no se puede sobrevivir en esta vida siendo tan bueno. La salud de Michael, incontestablemente, se resintió a causa de todas las tristezas que anidaban en su corazón, que potenciaban sus alegrías y sus motivaciones, sí, pero fue demasiado para alguien con tamaña sensibilidad. Y todos se preguntan, en sus almas o en sus corazones, sabiendo o sin saberlo, qué diablos van a hacer ahora con sus vidas. Pues seguir viviéndola, está claro, pero ¿por qué te inunda la tristeza sin fondo propia del que ha visto algo precioso e inmediatamente después de le ha privado de ello? Sientes, que no piensas, que hubieras preferido no haber visto nada. Esa es la gran pena que sentimos todos los que apreciamos a Michael: un paraíso perdido.
Vuelvo doce horas atrás, no más. Michael prepara sus conciertos, dándole duro. Sabes que está inseguro, de que tiene miedo de no volver a triunfar, pero que se esfuerza todo lo que puede para ofrecer el mejor espectáculo de su vida. Compartes sus miedos y sus inseguridades, pero sabes que sea como sea seguirás caminando a súa carón (junto a él) en esta existencia: le vaya mejor o le vaya peor el tema profesional, tiene mucho camino por recorrer. Estás seguro de que, en algún momento de sus años venideros (un futuro que sientes tan cálido y cierto como el propio horizonte que tú avistas sobre tu propia aventura), acabará encontrando la paz. Los medios estarán ya a otras cosas, y él estará disfrutando de sus hijos, su mayor tesoro. Verás en la prensa un día de repente la noticia de su fallecimiento y lo único que sentirás, sin más, es la pena por la marcha de un grande. Y sólo dices: "hasta la vista".
Pero esto es muy distinto. Es, sencillamente, la muerte de un inmortal, así es como decribiría lo que se siente en estos instantes. La marcha de un hombre que aún debía conquistar más, que debía conquistar su propia paz, de un hombre que estaba convencido de que la vida aún le tenía reservadas muchas, muchísimas cosas. No era en absoluto alguien que pensase ya en su propia muerte, ni mucho menos. Para Michael empezaba una segunda juventud, tras la cual podría sacar conclusiones bien diferentes que las que sacó de su primera: que el hombre es malo y ruin por naturaleza, que la verdad, apoyada firmemente en tus creencias, al igual que el amor incondicional, sólo te arrastra hacia el desprecio ajeno. Lo que más te parte el corazón es que él sólo buscaba amor y cariño. Y estabas seguro, como la esperanza más fuertemente arrigada a tu propia existencia, de que lo acabaría consiguiendo. Él no quería esto. No quería tanto revuelo por su muerte, convertirse en trágica leyenda, nada de eso: sólo quería vivir una vida placentera, con la dignidad de un ser humano, porque eso era lo único que era: un ser humano, un hermano. Nunca pidió un trato diferente. Nadie como Michael deseaba una vida tranquila.
Pero ahora es una leyenda, una absoluta tragedia para el resto de la humanidad, y se va de la última forma que habría querido: bajo la mirada escudriñante del mundo entero. Habría deseado un funeral pequeño, con su familia más cercana, y que el mundo siguiese a lo suyo, como mucho dando las gracias. Había en la vida de Michael suficientes cosas buenas, increíbles, maravillosas, como para detestar la idea de convertirse en una trágica figura para los anales de la historia. Sí, vivió cosas horribles, pero siempre encontró más motivos maravillosos por las que seguir sonriendo.
Michael, hermano, amigo, te has ido. La humanidad te recordará como un mito, pero los que te quisimos te recordaremos como a un hermano, ni más ni menos. Espero que allá donde estés puedas caminar entre la gente tranquilamente, pudiendo ser tú mismo, Michael Joseph, el niño que eras en tu corazón. Y espero que dances, dances, no pares de danzar.
Con todo el amor del mundo, XXX.