Publicado a finales de noviembre en el blog End Topic del estudio Diseco.
Michael Jackson, el Rey del Éter
Cuando alguien logra hacer un sueño realidad paradójicamente resulta la máxima expresión de humanidad, aunque cueste creerlo casi tanto como el propio sueño. Porque no hay nada más humano que inventarse, de hecho no hay nada más inhumano que responder a un hábitat salvaje como si de zebras o hienas se tratase: salimos despedidos de la placenta y nos encaramamos a un árbol para comer lo que sea que da la tierra y aprendemos a huir de los animales que nos comen. No, afortunada y desgraciadamente, según, la vida humana no está destinada exactamente a esos comportamientos animales, salvo en un designio común, la muerte.
MJ (las mismas siglas de Michael Jordan) es un gran ejemplo de persona humana, redundancia lingüística que sin embargo no lo es tanto en una sociedad saturada de Grandes Hermanos, clones que invaden el planeta de irracional mimesis y oligofrenia. Michael Jackson se convirtió durante sus 50 años de vida en alguien irrepetible, “El Rey del Pop”, un símbolo de magia, emperador de un estado intangible, monarca del éter, esa sustancia brillante que respiraban los dioses en contraste con el pesado aire que respiraban los mortales. Y sin que sirva de precedente, esta etiqueta industrial atribuida a la prensa intrépida y a sus fanáticos responde perfectamente a la realidad de La Tierra de Nunca Jamás construida sin querer queriendo por un músico genial. Un cuento de hadas sin final feliz, es decir, sin polución, respirando éter.
Porque su vida es una historia increíble o un cuento chino, con trajes de bordados infinitos y flores quebradizas de colores imposibles. La perfecta historia que Hollywood recreará con diferentes actores en sus respectivas épocas, de niño prodigio extorsionado por sus propios padres, artista en solitario de voz mitológica, baile de Broadway y registros de Shirley Maclaine: su sonrisa parece triste si tiene que intimidar, cuando llora parece que llora de alegría…
Un mundo sin Michael Jackson es mucho más animal.
Michael Jackson, el Rey del Éter
Cuando alguien logra hacer un sueño realidad paradójicamente resulta la máxima expresión de humanidad, aunque cueste creerlo casi tanto como el propio sueño. Porque no hay nada más humano que inventarse, de hecho no hay nada más inhumano que responder a un hábitat salvaje como si de zebras o hienas se tratase: salimos despedidos de la placenta y nos encaramamos a un árbol para comer lo que sea que da la tierra y aprendemos a huir de los animales que nos comen. No, afortunada y desgraciadamente, según, la vida humana no está destinada exactamente a esos comportamientos animales, salvo en un designio común, la muerte.
MJ (las mismas siglas de Michael Jordan) es un gran ejemplo de persona humana, redundancia lingüística que sin embargo no lo es tanto en una sociedad saturada de Grandes Hermanos, clones que invaden el planeta de irracional mimesis y oligofrenia. Michael Jackson se convirtió durante sus 50 años de vida en alguien irrepetible, “El Rey del Pop”, un símbolo de magia, emperador de un estado intangible, monarca del éter, esa sustancia brillante que respiraban los dioses en contraste con el pesado aire que respiraban los mortales. Y sin que sirva de precedente, esta etiqueta industrial atribuida a la prensa intrépida y a sus fanáticos responde perfectamente a la realidad de La Tierra de Nunca Jamás construida sin querer queriendo por un músico genial. Un cuento de hadas sin final feliz, es decir, sin polución, respirando éter.
Porque su vida es una historia increíble o un cuento chino, con trajes de bordados infinitos y flores quebradizas de colores imposibles. La perfecta historia que Hollywood recreará con diferentes actores en sus respectivas épocas, de niño prodigio extorsionado por sus propios padres, artista en solitario de voz mitológica, baile de Broadway y registros de Shirley Maclaine: su sonrisa parece triste si tiene que intimidar, cuando llora parece que llora de alegría…
Un mundo sin Michael Jackson es mucho más animal.
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