Siberian Husky
Con el alma y mente puestos en mi madre
Buenos días,
He considerado pertinente y oportuno habilitar, dentro de la sección Ocio y Cultura de este foro, un espacio dentro de la misma, a fin de convidaros a reflexionar sesudamente acerca de producciones de índole literaria, cinematográfica, musical, televisiva o de cualquier otra especie y, como resultado de vuestro proceso de mentalización, inspiraros en la reproducción de una crítica acerca de cada una de ellas, en función de vuestras singulares afinidades culturales en lo personal. Os reto (a quienes deseéis hacerlo) a ello, a fin de sugerir encarecidamente -o conminar a que no lo hagan- su seguimiento, en provecho y beneficio de todos.
A tal efecto, y en aras de predicar con el ejemplo, voy a comenzar efectuando la mía, en esta ocasión, dedicada a una serie de televisión sumamente conocida y célebre por todos vosotros, a escala mundial. Aguardo a que disfrutéis de su lectura.
CRÍTICA DE 'THE SIMPSONS' (TV, 1989-...):
A esta producción televisiva perteneciente al género de la animación le corresponde el honor, y, por consiguiente, el privilegio, de haberse convertido en un mito, una leyenda, y ya, por tanto, incontestablemente, resulta indudable el hecho según el cual asistimos a una de las mejores series del último tercio del siglo XX. Esas primeras diez temporadas enmarcan para muchos la hipérbole de una infancia, para otros una época, y para casi todos, unos momentos increíbles con estos grandes personajes que tan bien supo construir Groening durante una década, y que después dedicó otra década, a destruirlos.
Durante diez años nos hizo ver cómo la familia americana retratada ante la pantalla del televisor iba creciendo con nosotros, los personajes se iban puliendo y complejizando y, por extensión, se iban posicionando, esculpiendo su carácter de una forma sobria y definida. Los roles de cada uno eran exactamente lo que debían ser, definiendo la aspiración y el ideal de la precisión y el rigor, la mesura y el comedimiento, y esos detalles le venían de perlas a la serie, encajando sincrónicamente como un puzzle, sin fisuras. Los gags eran inteligentes, ingeniosos en suma, y se cimentaban en torno a una sátira bastante sutil y funcional.
Los secundarios tampoco se quedaban atrás y, eventualmente, gozaban de un estatus episódico en cada capítulo, en cada uno de los cuales la aparición de cada uno de ellos se tornaba estratégicamente decisivo y, a la par, inclusivemente hasta emotivo y entrañable. Otros pasajes de veinte minutos de duración se hallaban marcados por personajes que coexistirían una vez con nosotros, para, más tarde, desaparecer de la faz del universo simpsoniano para siempre, como la madre de Homer. En otros momentos, en cambio, aparecían sujetos que aparecían brevemente, pero que siempre suponían un detalle de agradecer y estimar, como la loca de los gatos o Gil, el fracasado empleado. Y, por encima de todo, eran (son) capítulos que nunca dejarías de contemplar con un cierto aura de fascinación. Es la única serie que quizá todo el mundo ame y sea capaz de hacernos ver el mismo capítulo año tras año sin extenuarnos, volviéndonos a hacer reír como a raíz de su primer visionado.
Capítulos increíblemente bien contados, con una habilidad que sorprendía. Tramas con una capacidad imborrable de ser retenidos en nuestra psique por tiempo inmemorial e imperecedero.
¿Cómo olvidar a ese entrañable Homer? ¿Cómo olvidar esa escalofriante, terrible y al mismo tiempo hilarante historia del mejor humor negro posible donde aparece Frank Grimes? ¿Cómo olvidar ese emotivo momento donde la madre de Homer decreta su marcha, y él se queda mirando las estrellas? ¿Cómo olvidar esa triste pero singularmente descacharrante secuencia del monorraíl llegando a la ciudad? ¿O cómo olvidar ese increíble desenlace en el que Homer asiste a la contemplación de las fotografías de su hija pequeña, Maggie, en las que se aprecia la inscripción 'Do It for Her', aplastando esa placa que muestra lo tiránico del trabajo del día a día, mostrando que hay una razón para hacerlo, pese a su dureza?
Relatos sólidos. Emocionantes. Sorprendentes.
No sé qué hizo Matt Groening. No sé qué se le pasó por la cabeza. Quizá estaba cansado de cómo Los Simpsons se habían convertido en algo tan grande que lo tendría enganchado a él para siempre. Quizá por eso dedicó diez largos y tortuosos años a liquidar a la serie. Porque pese a que, repito, en las undécima y duodécima temporadas perviven loables capítulos, ya conllevamos acumulando en nuestro haber década y media sin un capítulo aceptable. Sin ningún personaje amarillo que nos haga esbozar una leve sonrisa. Homer Simpson ha sido torturado y, a resultas de tal proceso de lobotomía, le han succionado cualquier atisbo de inteligencia. Ahora es un personaje idiota sin más, nada amable ni nada gentil. Un Peter Griffin barato. Bart es un macarra sin más, sin ningún fondo y con motivaciones inexistentes. Lisa es cada vez menos ingenua y cada vez más cínica. Se ha convertido en un artefacto humano más, cuando hacía años los criticaba. Marge es cada vez más reservada y menos irreverente. Se ha convertido en un personaje aplastado, sin esa chispa que antaño tenía. ¿Y Maggie? Maggie se pronuncia, emitiendo un discurso penoso. Momento de vergüenza ajena.
Katy Perry con las tetas prominentes y exhibiéndolas, raudas, al espectador. Chicos bailando Lady Gaga. La anorexia y las bodas gays como temas principales. Personajes como Gil, al que se le otorgan monográficamente episodios completos. Un personaje que no puede sostener todo el peso que le dan, puesto que su comicidad residía en sus cortas apariciones. Al unísono que la loca de los gatos y su constantes apariciones cada vez más dilatadas en el tiempo. O regresos inconsistentemente inenarrables como los de la progenitora de Homer, que nos había deparado uno de los más grandes y más sublimes momentos de la serie, el hijo de Grimes o el enésimo retorno del actor secundario Bob con un hijo que habla italiano.
El humor se caracteriza por una menor sutilidad. Situaciones surrealistas, anodinas y nulamente originales. Ahora es más directo, más político y menos satírico. Un discurso masticado y teledirigido para la mayoría silenciosa. En relación con Padre de Familia (a la que siempre he proyectado mi desdén más absoluto), en términos comparativos, no alcanza a la irreverencia de ésta (menos mal, pues bordearía lo caricaturesco), ni a la inteligencia de los antiguos Simpsons. Un híbrido inútil. Una serie perdida. La prostitución final de la mejor serie de la historia. Asusta.
Sin duda, 'The Simpsons' explicaría y sintetizaría a la perfección la devaluación moral de la sociedad global de nuestro tiempo, desde 2000 hasta el momento presente. Una era en la que la tecnología ha engullido y fagocitado por completo cualquier apelación a una mínima dosis de talento: y en Los Simpsons esa premisa se cumple a la perfección: en el apartado gráfico han experimentado una mejora notable, en inversa proporción a su calidad argumental. Y la aldea interconectada de nuestro planeta me recuerda en demasía a Springfield. ¿No será que esta serie no ha decaído, sino que, en realidad, retrata fielmente cuanto siempre se ha dedicado a reproducir, esto es, las contradicciones de un entramado de intereses político-económico-financiero-cultural y social franca y crecientemente disfuncional y abocado a la perdición, en cuyo seno la corrupción sistémica, el enriquecimiento fácil y rápido como dogma de vida, el hiperindividualismo, la frivolidad, el conflicto de interés, la pérdida de empatía y sensibilidad acerca de cuanto nos rodea y de los problemas de mayor impacto directo en nuestras vidas, la prevalencia de la imagen en detrimento del contenido, de la sobreinformación acerca de lo superficial y la desinformación y el abuso de poder en lo tocante a lo decisivo para nuestro bienestar colectivo, y que su caída en picado no sea producto y reflejo, por el contrario, de la decadente etapa civilizatoria en la que nos ha correspondido residir?
Un saludo.
He considerado pertinente y oportuno habilitar, dentro de la sección Ocio y Cultura de este foro, un espacio dentro de la misma, a fin de convidaros a reflexionar sesudamente acerca de producciones de índole literaria, cinematográfica, musical, televisiva o de cualquier otra especie y, como resultado de vuestro proceso de mentalización, inspiraros en la reproducción de una crítica acerca de cada una de ellas, en función de vuestras singulares afinidades culturales en lo personal. Os reto (a quienes deseéis hacerlo) a ello, a fin de sugerir encarecidamente -o conminar a que no lo hagan- su seguimiento, en provecho y beneficio de todos.
A tal efecto, y en aras de predicar con el ejemplo, voy a comenzar efectuando la mía, en esta ocasión, dedicada a una serie de televisión sumamente conocida y célebre por todos vosotros, a escala mundial. Aguardo a que disfrutéis de su lectura.
CRÍTICA DE 'THE SIMPSONS' (TV, 1989-...):
A esta producción televisiva perteneciente al género de la animación le corresponde el honor, y, por consiguiente, el privilegio, de haberse convertido en un mito, una leyenda, y ya, por tanto, incontestablemente, resulta indudable el hecho según el cual asistimos a una de las mejores series del último tercio del siglo XX. Esas primeras diez temporadas enmarcan para muchos la hipérbole de una infancia, para otros una época, y para casi todos, unos momentos increíbles con estos grandes personajes que tan bien supo construir Groening durante una década, y que después dedicó otra década, a destruirlos.
Durante diez años nos hizo ver cómo la familia americana retratada ante la pantalla del televisor iba creciendo con nosotros, los personajes se iban puliendo y complejizando y, por extensión, se iban posicionando, esculpiendo su carácter de una forma sobria y definida. Los roles de cada uno eran exactamente lo que debían ser, definiendo la aspiración y el ideal de la precisión y el rigor, la mesura y el comedimiento, y esos detalles le venían de perlas a la serie, encajando sincrónicamente como un puzzle, sin fisuras. Los gags eran inteligentes, ingeniosos en suma, y se cimentaban en torno a una sátira bastante sutil y funcional.
Los secundarios tampoco se quedaban atrás y, eventualmente, gozaban de un estatus episódico en cada capítulo, en cada uno de los cuales la aparición de cada uno de ellos se tornaba estratégicamente decisivo y, a la par, inclusivemente hasta emotivo y entrañable. Otros pasajes de veinte minutos de duración se hallaban marcados por personajes que coexistirían una vez con nosotros, para, más tarde, desaparecer de la faz del universo simpsoniano para siempre, como la madre de Homer. En otros momentos, en cambio, aparecían sujetos que aparecían brevemente, pero que siempre suponían un detalle de agradecer y estimar, como la loca de los gatos o Gil, el fracasado empleado. Y, por encima de todo, eran (son) capítulos que nunca dejarías de contemplar con un cierto aura de fascinación. Es la única serie que quizá todo el mundo ame y sea capaz de hacernos ver el mismo capítulo año tras año sin extenuarnos, volviéndonos a hacer reír como a raíz de su primer visionado.
Capítulos increíblemente bien contados, con una habilidad que sorprendía. Tramas con una capacidad imborrable de ser retenidos en nuestra psique por tiempo inmemorial e imperecedero.
¿Cómo olvidar a ese entrañable Homer? ¿Cómo olvidar esa escalofriante, terrible y al mismo tiempo hilarante historia del mejor humor negro posible donde aparece Frank Grimes? ¿Cómo olvidar ese emotivo momento donde la madre de Homer decreta su marcha, y él se queda mirando las estrellas? ¿Cómo olvidar esa triste pero singularmente descacharrante secuencia del monorraíl llegando a la ciudad? ¿O cómo olvidar ese increíble desenlace en el que Homer asiste a la contemplación de las fotografías de su hija pequeña, Maggie, en las que se aprecia la inscripción 'Do It for Her', aplastando esa placa que muestra lo tiránico del trabajo del día a día, mostrando que hay una razón para hacerlo, pese a su dureza?
Relatos sólidos. Emocionantes. Sorprendentes.
No sé qué hizo Matt Groening. No sé qué se le pasó por la cabeza. Quizá estaba cansado de cómo Los Simpsons se habían convertido en algo tan grande que lo tendría enganchado a él para siempre. Quizá por eso dedicó diez largos y tortuosos años a liquidar a la serie. Porque pese a que, repito, en las undécima y duodécima temporadas perviven loables capítulos, ya conllevamos acumulando en nuestro haber década y media sin un capítulo aceptable. Sin ningún personaje amarillo que nos haga esbozar una leve sonrisa. Homer Simpson ha sido torturado y, a resultas de tal proceso de lobotomía, le han succionado cualquier atisbo de inteligencia. Ahora es un personaje idiota sin más, nada amable ni nada gentil. Un Peter Griffin barato. Bart es un macarra sin más, sin ningún fondo y con motivaciones inexistentes. Lisa es cada vez menos ingenua y cada vez más cínica. Se ha convertido en un artefacto humano más, cuando hacía años los criticaba. Marge es cada vez más reservada y menos irreverente. Se ha convertido en un personaje aplastado, sin esa chispa que antaño tenía. ¿Y Maggie? Maggie se pronuncia, emitiendo un discurso penoso. Momento de vergüenza ajena.
Katy Perry con las tetas prominentes y exhibiéndolas, raudas, al espectador. Chicos bailando Lady Gaga. La anorexia y las bodas gays como temas principales. Personajes como Gil, al que se le otorgan monográficamente episodios completos. Un personaje que no puede sostener todo el peso que le dan, puesto que su comicidad residía en sus cortas apariciones. Al unísono que la loca de los gatos y su constantes apariciones cada vez más dilatadas en el tiempo. O regresos inconsistentemente inenarrables como los de la progenitora de Homer, que nos había deparado uno de los más grandes y más sublimes momentos de la serie, el hijo de Grimes o el enésimo retorno del actor secundario Bob con un hijo que habla italiano.
El humor se caracteriza por una menor sutilidad. Situaciones surrealistas, anodinas y nulamente originales. Ahora es más directo, más político y menos satírico. Un discurso masticado y teledirigido para la mayoría silenciosa. En relación con Padre de Familia (a la que siempre he proyectado mi desdén más absoluto), en términos comparativos, no alcanza a la irreverencia de ésta (menos mal, pues bordearía lo caricaturesco), ni a la inteligencia de los antiguos Simpsons. Un híbrido inútil. Una serie perdida. La prostitución final de la mejor serie de la historia. Asusta.
Sin duda, 'The Simpsons' explicaría y sintetizaría a la perfección la devaluación moral de la sociedad global de nuestro tiempo, desde 2000 hasta el momento presente. Una era en la que la tecnología ha engullido y fagocitado por completo cualquier apelación a una mínima dosis de talento: y en Los Simpsons esa premisa se cumple a la perfección: en el apartado gráfico han experimentado una mejora notable, en inversa proporción a su calidad argumental. Y la aldea interconectada de nuestro planeta me recuerda en demasía a Springfield. ¿No será que esta serie no ha decaído, sino que, en realidad, retrata fielmente cuanto siempre se ha dedicado a reproducir, esto es, las contradicciones de un entramado de intereses político-económico-financiero-cultural y social franca y crecientemente disfuncional y abocado a la perdición, en cuyo seno la corrupción sistémica, el enriquecimiento fácil y rápido como dogma de vida, el hiperindividualismo, la frivolidad, el conflicto de interés, la pérdida de empatía y sensibilidad acerca de cuanto nos rodea y de los problemas de mayor impacto directo en nuestras vidas, la prevalencia de la imagen en detrimento del contenido, de la sobreinformación acerca de lo superficial y la desinformación y el abuso de poder en lo tocante a lo decisivo para nuestro bienestar colectivo, y que su caída en picado no sea producto y reflejo, por el contrario, de la decadente etapa civilizatoria en la que nos ha correspondido residir?
Un saludo.
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