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Nuevo Libro Lisa Marie Libro - Extractos MJ “Desde aquí a lo desconocido”

Lisa Marie Libro - Extractos MJ “Desde aquí a lo desconocido” 1​


Conocí a Michael Jackson cuando era pequeña, en Las Vegas. Creo que tenía unos seis años. Mi padre actuaba en el Hilton y los Jackson 5 al final de la calle. Michael recordaba que fui a los camerinos a conocerlos. No me acuerdo para nada de ese episodio.

Cuando yo era adolescente (tendría quince o dieci-séis, seguramente), Michael llamó a mi madre para invitarla a cenar con él. Cuando vi el mensaje de que había llamado le dije a mi madre: «Mamá, ¿pero qué demonios estás haciendo? ¿Por qué te llama Michael Jackson?».

Después descubrí que él esperaba que yo fuera con ella, pero no lo dijo claramente porque no quería que sonara raro.

Un par de años después, cuando trabajaba para Jerry Schilling y lo ayudaba con su trabajo de mána-ger de Jerry Lee Lewis, Michael intentó contactar conmigo a través de un hombre de negocios, John Branca, que trabajaba para una empresa relacionada con el patrimonio de Elvis y que también había ayudado a Michael a adquirir el catálogo de los Beatles.

Pero en aquel momento yo estaba a punto de casarme con Danny, así que aquello no llegó a nada. Michael me contaría más adelante que, cuando salí en la portada de la revista People después de la boda con Danny, se quedó destrozado. Estaba convencido de que nosotros debíamos estar juntos.

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Yo no tenía ni idea de que todo esto estaba pasan-do.

La primera vez que hablé con Michael que sí recuerdo fue en 1993, justo después de su famosísima actuación en el descanso de la Super Bowl y su entrevista con Oprah. Nos conocimos a través de un amigo común. Yo acababa de hacer mi maqueta y él dijo que la había oído y que quería verme. Al principio yo no quería ir a la reunión; no me gustaba la idea de convertirme en el proyecto de otra persona.

Prince también lo había intentado y, aunque respetaba lo que ellos hacían, mi intención era crear algo diferente, algo propio.

Pero al final fui.

Cuando Michael llegó, me quedé sorprendida de encontrarlo allí solo, y más aún de que él fuera muy tranquilo y extremadamente amable. Danny había ido conmigo y le pidió a todo el mundo que saliera de la habitación para que Michael y yo pudiéramos hablar.

Conectamos enseguida. Intercambiamos números de teléfono y él dijo que me llamaría. Yo vivía en Clearwater en aquella época y me estaba tomando muy en serio lo de la cienciología y progresando. En aquella época me negaba a tomar ningún medica-mento, ni siquiera un ibuprofeno, por extraño que pueda parecer. Al final Michael me llamó. Habíamos acordado una señal: si el teléfono sonaba tres veces y después paraba es que era Michael y tenía que salir todo el mundo de la habitación para que pudiera hablar con él. Nos pasábamos mucho tiempo al teléfono. Me pareció que se sentía solo y necesitaba una amiga. Pero lo que pretendía era conquistarme.
 
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Al final me invitó a ir a verlo a Atlanta. Fui con mi asistente, que era la mujer del hermano de Danny.

Allí estuvimos los dos solos y fuimos a parques de atracciones. No sé por qué Danny me dejó hacerlo, por qué confió en mí.

Fue un error.

Las cosas siguieron así durante unos meses y entonces se hicieron públicas las acusaciones de abuso de menores. Michael desapareció, se escondió.

Nadie lo encontraba. Le hice saber que estaba ahí para apoyarlo si quería hablar y él empezó a llamarme prácticamente cada dos días. Yo era una de las poquísimas personas con quien hablaba o que sabía dónde estaba.

Se fue a Suiza a rehabilitarse de su adicción a los analgésicos con receta y al volver acabó en Los Ángeles, justo cuando se produjo el terremoto de Northridge. Me contaron que Michael ese día salió de su casa corriendo en pijama, se subió al Jeep, fue al aeropuerto y cogió el jet Gulfstream para ir directo a Las Vegas, porque le aterraban los terremotos.

Me pareció muy gracioso.

Me llamó desde allí y me invitó a reunirme con él otra vez. Fui al Mirage, donde se alojaba, y me llevé conmigo a los niños y a mi cuñada. Michael y yo teníamos habitaciones separadas, pero yo iba a la suya todas las noches y nos pasábamos muchas horas despiertos hablando, como se hace cuando acabas de conocer a alguien, viendo películas como Tiburón, bebiendo y contándonos nuestras infancias, nuestras vidas y cómo nos sentíamos.

Michael tenía mucha energía y una gran presencia, y aquella semana me abrió las puertas de su mundo y de su mente. Sabía que eso no lo hacía a menudo. No creo que lo hubiera hecho nunca antes, en realidad, hasta que empezó a hablar conmigo. Sabía que yo lo entendía y conectamos de verdad, porque no lo juz-gaba. Comprendi perfectamente quién era y de dónde venían esas mierdas que tenía en la cabeza. Ambos procedíamos de un entorno parecido y nos encontrábamos en circunstancias similares. Todo en nuestras vidas había sido increíblemente anormal. No había ninguna razón por la que no deberíamos haber conec-tado.

¿Y aquel encuentro cuando los dos éramos niños?

Él recordaba todos los detalles: dónde me senté, lo que dije...

«¿Te acuerdas del vestido blanco?», me preguntó.

«¿Cómo puedes recordar el color del vestido que llevaba? Dios mío, ¿lo recuerdas de verdad? Yo no tengo ningún recuerdo de nada de eso. Lo único que me viene a la mente es el miedo que tenía de decirle a mi padre que quería ir a ver una actuación de alguien que no fuera él», reconocí.

Se suponía que solo iba a estar en Las Vegas dos días, pero acabé quedándome ocho. No pasó nada a nivel físico, pero la conexión era muy fuerte, una locura. Nadie había visto nunca ese lado de Michael.

Él no era tan estridente ni tan calculador. Eso era una fachada.

En algún momento de la semana que pasé allí, Danny vino en avión a Las Vegas, fue a buscarnos al Mirage y se puso a aporrear puertas. Le dije que solo…

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estaba ayudando a Michael, siendo una buena amiga, y que lo mejor era que nos dejara y volviera a casa. Y él lo hizo.

La última noche, Michael volvió a invitarme a ir a su habitación. Cuando llegué, me dijo: «No me mires, es que estoy muy nervioso. Quiero decirte algo».

Y entonces apagó las luces.

«No sé si lo has notado, pero estoy completamente enamorado de ti. Quiero que nos casemos y que seas la madre de mis hijos», añadió mientras estábamos en una oscuridad total.

Entonces me tocó una canción sobre sus senti-mientos. Cuando terminó, continuó: «No tienes que decir nada. Sé que te he desconcertado, pero de verdad que te quiero. Deseo estar contigo».

No dije nada en el momento, pero poco después respondí: «Me siento muy halagada. No puedo ni hablar».

A esas alturas yo también sentía que estaba enamorada de él. Ya le había dicho que mi matrimonio corría un serio peligro.

Me lo estaba guardando todo dentro, así que, cuando volví a mi habitación del Mirage, reventé.

Recuerdo que fui al vestidor, me apoyé en la pared, resbalé hasta el suelo y me quedé mirando al vacío.

Estaba tan profundamente prendada, tan nerviosa...

Oh, Dios mío, joder, ¿qué acaba de pasar?, pensé.

No quería decirle que yo sentía lo mismo porque estaban mis dos hijos conmigo, y además primero tenía que volver a casa y contárselo a mi marido.

Pero no había duda de que estaba completamente enamorada.


A la mañana siguiente, Michael y yo volvimos juntos a Los Ángeles en su jet privado. Cuando aterriza-mos, me dijo: «Te voy a echar de menos».


Y después me aseguró que lo dejaba todo en mis manos, que aceptaría lo que yo decidiera, y que me llamaría.

Cuando llegué a casa, Danny estaba en la cama, dormido. Yo estaba muy arreglada. Cada vez que iba a ver a Michael me peinaba en la peluquería, escogía cuidadosamente la ropa, me hacía las uñas..., porque todo tenía que estar perfecto.

Llevaba las uñas del mismo rojo con el que pintaban los camiones de bomberos y tamborileaba con ellas sobre la mesita de café de cristal. Yo intentaba imitar-la, pero era demasiado pequeña y no tenía las uñas lo bastante largas para que hicieran ruido.

Mi madre se mordía las uñas; lo hacía casi hasta la cutícula y se provocaba heridas, pero no quería que Michael se las viera así. Quería ser la mujer perfecta para él (Michael nunca supo que mi madre fumaba, por ejemplo), algo que no era muy distinto de lo que hacía su madre con su padre. Pero cuando Michael y ella ya llevaban un tiempo juntos, él por fin se atrevió a decirle que le gustaban más sus uñas al natural; él no necesitaba que fuera la mujer perfecta, ni mucho menos. Y ella no se podía creer que se hubiera gastado miles de dólares en manicura durante todo un año cuando él prefería vérselas mordidas.

Así que ahí estaba yo, perfecta de pies a cabeza, aunque no había dormido en toda la noche.

«Ven a la cama conmigo», pidió Danny.

«No puedo», respondí y me fui de la habitación.

Danny salió de la cama y vino a buscarme.

«Vamos a hablar. ¿Qué ha pasado?», preguntó.

«Michael me ha pedido que te deje, me case con él y tenga sus hijos».

«¿ Y qué le has dicho tú?».

«No le he dicho nada».

«Pues ya está concluyó Danny—. Se acabó.

Olvidémoslo».

Entonces se fue a hacer las maletas, se llevó al perro y salió con el coche por la puñetera verja.

No volvió.

Un día después, Michael llamó. ¿Iba a dejar a Danny o no? Cuando Michael se enteró de lo que había pasado, se puso muy contento y me mandó una cesta de flores gigante. Empecé a ir a visitarlo a Los Ángeles y siempre me ponía fatal, muy nerviosa. Recuerdo que sudaba mucho.

Me confesó que todavía era virgen. Creo que había besado a Tatum O'Neal y que tuvo algo con Brooke Shields, pero las cosas no pasaron a mayores, solo hubo un beso. También me contó que Madonna había intentado enrollarse con él una vez, pero no llegó a suceder nada.

Estaba aterrorizada, porque no quería hacer nada que pudiera asustarlo. Cuando decidió darme un beso por primera vez, lo hizo sin más. El era quien lo iniciaba todo. Cuando empezaron a pasar cosas a nivel físico me quedé desconcertada. Creía que querría esperar a hacerlo cuando estuviéramos casados, pero me dijo: «¡No tengo intención de esperar!».

Creo que Michael consiguió calarle muy hondo a mi madre. Ella quería recomponer sus heridas y consideraba que era un incomprendido, algo con lo que ella se identificaba.

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Estaba feliz de verdad.
Nunca he vuelto a estar así de feliz.

Nos casamos en secreto en la República Dominicana. Hubo dos testigos.

Y, después, nos quedamos los dos solos.

Pasábamos de una casa de alquiler a otra.

Nos metíamos en muchos líos. A veces, él llamaba a su jefe de seguridad para que saliera con nosotros, pero terminábamos deshaciéndonos de él porque lo único que queríamos era estar a solas, hasta el punto de terminar adentrándonos en zonas peligrosas en las que no debíamos meternos. Pero es que lo único que queríamos era estar solos, ser nor-males, anónimos. Yo le hacía la colada e iba-mos juntos a hacer recados y de compras.

Para nuestra luna de miel, alquilamos una pintoresca casita en el barrio gay de Orlando y salíamos casi todos los días a pasear por ahí, a ver casas e ir a Disney World.

En aquella época, él no tomaba ninguna medicación. Nos quedábamos despiertos toda la noche, charlando y sobrios.

Michael era un conversador estupendo.

Era una persona que nunca quería hablar de sí misma. De hecho, no le gustaba nada, así que siempre desviaba la conversación. Sentía un enorme interés por la gente y sabía cómo levantar el ánimo a los demás. Hacía todo lo que podía por dirigir de nuevo la conversación hacia ti y a lo que te dedicabas; sentía una profunda fascinación por cualquier cosa que los demás pudieran decir sobre lo que hacían. Tenía una energía en su interior, algo que resultaba extraordinario de verdad y que
no he vuelto a ver ni a sentir en toda mi vida, salvo en mi padre.

Me siento muy afortunada por que me dejara entrar en su vida.

Me enamoré de él porque era normal. Una persona normal sin más, joder. Su normalidad era una faceta que nadie veía. Su madre me preguntaba: «¿Él te ha dicho eso?», y Janet me decía: «Jamás le he oído hablar así sobre nada». Yo deseaba que él mostrara más ese lado suyo. En aquella época, no se hablaba mucho con sus hermanos y creo que les sorprendió que nuestra relación fuera auténtica. Pero les parecía muy bien.

Nadie le había visto nunca con la guardia baja. Yo sabía que era poco habitual. Con todos los demás, chasqueaba los dedos si alguien decía algo que a él no le gustaba. Un chasquido y quedabas fuera. Porque sabía crear su propio mundo. En ese mundo, todos tenían que estar de acuerdo con lo que él dijera.

Pero, en nuestro mundo, yo expresaba mi opinión y a él le encantaba eso de mí porque no iba dirigida a él. Podía ser auténtica sin ocultar nada. Michael sabía que yo era una leona con mis hijos, con cualquiera a quien yo quisiera. Dejaba que fuera yo quien tratara con la gente, que hiciera del poli malo. Respetaba mi opinión y cómo la expresaba, y normalmente estaba de acuerdo conmigo con
respecto a la gente que le rodeaba y lo que estuviese pasando.


Bueno, le gustaba esa parte de mí hasta que empezamos a discutir y yo dirigí mi sinceridad hacia él, como ocurrió al final.

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Cuando Michael me llamó después de las denuncias, lo que me dijo en aquel momento fue que Evan Chandler, el padre de uno de los denunciantes, le estaba extorsionando, y creo que yo le recomendé a Michael que llegara a un acuerdo. Todos le aconsejamos que llegara a un acuerdo porque aquello iba a convertirse en una puta pesadilla.

En cuanto a los abusos de niños, nunca presencié nada parecido a esa maldita cosa.

Yo misma le habría matado de haberlo visto.

No quería estar en primera línea, no quería provocar ningún tipo de titular. Me crie evitándolo y odiando a la prensa. Hice la entrevista con Diane Sawyer en 1995 para
protegerle. Pensé que me necesitaba y eso me gustaba mucho. Me encantó poder interpretar por una vez el rol femenino y poder cuidar de mi marido.

Tras aquella entrevista, Chandler me demandó porque Michael había firmado con él un acuerdo de confidencialidad y le habían aconsejado que no hablara del tema, pero yo no había firmado nada. Así que intervine y dije que esas acusaciones no eran ciertas, y por eso es por lo que me puso la demanda.

Hasta tuve que prestar declaración, pero gané.

En 1995, Michael lanzó HIStory. Estuve con él en el estudio todo el tiempo durante la gra-bación. Cuando llegó el momento de hacer la preimpresión, estaba claro que Michael se estaba sintiendo muy presionado. Empecé a notar algunos cambios en él.

Michael empezó a ir con mucha frecuencia a la consulta del médico. Yo iba a recogerlo y él parecía ido. Creo que eran las inyecciones de Demerol. Michael decía que las necesitaba por la herida de su cabeza, pero yo sabía que había algo más, que se trataba de algo serio.


Un miembro de su familia me contó que era adicto a las pastillas.


Estaba a punto de hacer una cosa muy importante para HBO y, según creo, él no quería, así que fingió una caída y fue al hospi-tal. Yo no dejaba de preguntarle qué le pasaba y cada día me daba una respuesta diferente. Karen, su maquilladora, me dijo que lo tenía totalmente planeado porque no quería hacer lo de HBO.

Tomé un vuelo a Nueva York donde estaba ingresado en el hospital y me quedé junto a él todos los días. Su madre también estaba allí, además de su equipo, incluido su propio anestesiólogo. Nadie tiene un anestesiólogo propio, cada hospital tiene los suyos. Aquello supuso una señal de alarma. Al principio, no entendía qué mierda estaba pasando, pero empecé a caer en la cuenta: Michael necesitaba a alguien cerca que pudiera administrarle legalmente la droga. Le dije a un miembro del equipo de seguridad que quería entrar en su baño para ver qué estaba toman-do. Un familiar suyo me pidió que intentara
conseguir orina suya para analizarla, pero no lo hice.


Michael estaba muy desagradable. Se enfadó conmigo por hacerle preguntas.


«¿Qué es lo que está pasando aquí? —le dije


-. Si tienes un problema, iré contigo a reha-bilitación». El médico empezó a venir detrás de mí, para amenazarme y advertirme que dejara de hacer tantas preguntas. Yo le con-testaba: «Solo quiero saber qué está pasando con mi marido».


El médico y Michael tuvieron una reunión y, cuando el médico salió de su habitación, me comunicó: «Quiere hablar contigo».

En la habitación, Michael me dijo: «Estás causándome demasiados problemas aquí.

Van a llevarte al aeropuerto, tendrás que quedarte en casa hasta que yo haya terminado.

Te veré a mi vuelta».

Así que me fui. Quería que él se viniera conmigo, pero no lo hizo.

Poco después de aquello, le pedí el divorcio.

Pasamos varios años de idas y venidas.


Él estaba deseando tener hijos conmigo y yo no quería. Sabía que, al final, Michael iba a quedarse con la custodia total de los niños.

Quería controlarlo todo. No quería la influencia de una madre ni, en realidad, de ningún otro.

Supuse que Michael seguiría conmigo para que tuviera a sus hijos y, después, me aban-donaría, me dejaría fuera. Le tenía calado. Yo lo entendía todo y lo sabía todo de él porque nos habíamos dedicado a desnudar nuestras almas ante el otro. Sabía cómo era su carác-ter. Era muy controlador y calculador.


En una ocasión en que estaba trabajando, me llamó. Durante la conversación, le dije:


«Eres como una serpiente. Nunca sé por dónde vas a salir...».


Y Michael contestó: «Ah, qué bonito. Llamo a casa para hablar con mi mujer y ella me dice que soy una serpiente».


«Bueno, es lo que eres», repuse.

Continúa / Parte Final
 
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Lisa Marie Libro - Extractos MJ “Desde aquí a lo desconocido” - Final

“Michael deseó tener hijos con mi madre desde el primer momento en que estuvieron juntos, pero ella no se sintió nunca muy segura al respecto. No tenía la misma sensación que tuvo con mi padre.

Lo de tener hijos o no supuso, desde el principio, un conflicto esencial en su matrimonio. Sé que, de vez en cuando, Michael le decía: «Si no vas a tener hijos conmigo, buscaré a otra que sí quiera». También le decía: «Debbie Rowe me ha dicho que quiere tener hijos conmigo».

A lo cual mi madre respondió celosa: «Pues ve a follarte a Debbie Rowe». Lo único que yo sabía de Debbie era que se trataba de una señora amable que me ayudaba con mis infecciones de oído.”

“Durante un año, más o menos, estuvieron disfrutando de la emoción del amor reciente y, después, las cosas comenzaron a ir cuesta abajo.

Mi madre empezó a notar que Michael tomaba medicamentos y a ver comportamientos que reconocía de su padre.

Michael comenzó a mostrarse más reservado con ella. Mi madre me dijo que creía que estaba ocultando una adicción. En aquella época, ella era
muy contraria a las drogas. Asistía a manifestaciones por las calles de Washington para protestar por el uso de medicamentos en la psiquiatría infantil. El hecho de que ella empezara a plantearle más preguntas sobre su adicción provocó muchos roces. Fue el comienzo de muchas discusiones y él dejaba de hablarle durante varios días.

Sé que hubo una pelea especialmente grave: uno de ellos le lanzó un plato de fruta al otro. Los dos tenían mucho impetu y un carácter fuerte.

Los dos se fueron volviendo más paranoicos y se creían los rumores que les contaban.

Durante la gala de los MTV Video Music Awards de 1994, ella no tenía ni idea de que iba a besarla hasta que ocurrió. Al final, terminó pensando:

¿Acaba de hacer eso para la prensa? ¿Se había convertido Michael en otra versión de aquel primer amor que había vendido unas fotos en el parque? Aquello prendió el temor de que quizá solo estaba con ella porque era la hija de Elvis, un adorno. Dejó de fiarse de él. Creía que Michael tampoco confiaba ya en ella y él sabía que mi madre era consciente de su adicción.

La desconfianza de mi madre hacia la gente que la rodeaba no hizo más que ir en aumento. En un momento dado, Michael estuvo desaparecido durante varios días y mi madre no podía localizar-lo. Se puso en contacto con su círculo cercano, pero nadie le decía nada.”

“Alguien le había dicho a mi madre que Michael estaba pensando en pedir el divorcio, pero que sería mejor que ella lo hiciera antes. En 2010, mi madre le contó a Oprah que había tomado la decisión de irse porque veía movimiento de drogas y médicos, y eso la asustaba y le hacía recordar lo que había sufrido con su padre.

Así que pidió el divorcio. Pero lo cierto era que Michael no había tenido nunca la intención de divorciarse. Fue como en Romeo y Julieta, el veneno bebido por error. Michael estaba tremendamente dolido y mi madre hizo todo lo posible por ponerse en contacto con él por teléfono y escri-biéndole. Pero se negaba a hablar con ella.

Mi madre siempre decía que fue así como aprendió a hacerle el vacío a la gente, gracias a Michael.

Al final, empezaron a hablarse y a verse de nuevo.

Tuvieron una especie de relación tóxica de idas y venidas. El le dijo que se iba a casar con Debbie porque quería tener hijos. El divorcio se formalizó en agosto de 1996 y Michael se casó con Debbie a los tres meses. Pero continuamos yendo a Never-land.

No estoy del todo segura de qué es lo que había entre mi madre y Michael. No sé si seguían acostándose o no, pero, desde luego, sí que íbamos mucho allí.

En 1997, mi madre nos llevó a Sudafrica, donde vimos actuar por última vez a Michael. (Estuvimos sentados en el lateral del escenario durante la actuación y él nos sacó a mí y a otros niños a escena durante la canción «Heal the World»).

Durante el trayecto hacia el concierto, nuestro avión privado estuvo a punto de estrellarse. Hicimos un aterrizaje de emergencia en un pueblo en mitad de la nada. Estar al borde del desastre fue para mi madre como un mal augurio.

Después de Sudáfrica, fue consciente de que tenía que poner fin a aquello, fuera lo que fuese, en que se había convertido esa relación. No era buena para ella y sacó a Michael de su vida.”

“Nosotros llamábamos «Mimi» a Michael, porque mi hermano no podía pronunciar su nombre. Era una leyenda y a ella le recordaba a su padre. Me dijo que el único que había logrado acercarse a ser lo que fue Elvis era Michael.

Al principio no sabíamos si estaban viviendo un romance o si era solo un amigo que traía algunas veces. (Yo bromeaba diciendo que siempre encontró la forma perfecta de presentarnos a sus diferentes maridos). Con Mimi, igual que pasó con otros, ya salíamos por ahí y hacíamos actividades
juntos mucho antes de que ella nos confesara que mantenían una relación.

No recuerdo el momento en que me dijo que se iban a casar, pero sí cuando empezó a quedarse a dormir.

Cuando venía, el mundo de ella se paraba.

Sonaba el timbre de la verja de entrada y una voz decía: «MJ está aquí». El trayecto en coche desde la verja de entrada a nuestra casa era de unos seis minutos; en ese tiempo mi madre no paraba de ir de acá para allá como una loca para retocarse los labios y el maquillaje.

El entraba por la puerta de atrás, a través de la cocina. Normalmente la encimera estaba cubierta de pilas de acuerdos de confidencialidad y tabloides (OK!, Star, National Enquirer, Globe) que sus asistentes le dejaban allí para que mi madre leyera todo lo que escribían sobre ella. Pero cuando Michael venía de visita, ella hacía que guardaran las revistas y a él nunca le pidió que firmara un acuerdo de confidencialidad. Probablemente fue la única excepción.

Michael y mi madre se convirtieron en un bombazo enseguida. Cuando pasaba algo importante en nuestras vidas, cosas que hacían que la prensa se volviera loca, ella nos sacaba del colegio y teníamos que quedarnos en casa hasta que las aguas se calmaban un poco. Cuando volvíamos a clase, había seguridad afuera durante todo el día.

Y, si yo iba a dormir a casa de algún amigo, el personal de seguridad esperaba afuera toda la noche también. A mi madre le afectaba mucho lo que la gente escribía sobre ella. No tenía hermanos con
los que compartir esa carga, nadie que entendiera cómo era de verdad. Era la princesa de América y a la vez no quería serlo.

Su reticencia solo conseguía que la caza fuera más interesante para la prensa. Había fotógrafos en los árboles. Mi padre siempre estaba empujando o peleándose con alguno.

Durante toda su vida, mi madre intentó alejarse de todo eso. Pero, por paradójico que pueda pare-cer, se enamoró de Michael Jackson.

Cuando Michael empezó a formar parte de nuestras vidas, la fama creció exponencialmente.

Creo que nadie previó el nivel al que iba a llegar.

Mi madre no, sin duda. Muy pocas veces pensaba de antemano en las consecuencias.

Michael y mi madre se casaron en la República Dominicana veinte días después de que ella obtuviera el divorcio de mi padre. Posteriormente declaró a la revista Playboy que no se lo contó a nadie, ni siquiera a su madre, hasta que Priscilla la llamó informándole: «Hay helicópteros sobrevolando mi casa y volviéndome loca. Dicen que te has casado con Michael Jackson».

A lo que mi madre se limitó a contestar: «Sí, eso acabo de hacer».”
 
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Gracias por compartirlo, qué texto tan tierno y crudo. Lisa Marie siempre me ha parecido muy auténtica y sorprendentemente grunge. Me gusta su empeño en estar separada de los focos y su forma de hablar tan directa, parece el tipo de chica franca y de gustos extraños con la que me haría amigo de inmediato. En la entrevista con Oprah, de hecho, es la que me parece que está más natural, hasta en su forma de mostrar molestia o sorpresa.

Respecto a Michael, es bonito ver con qué capacidad podía entregarse y mostrar su vulnerabilidad. Aunque con la misma facilidad podía volver a encerrarse en su concha y aislarse. Tan puro y a la vez tan frágil. Desde el 2000 aproximadamente tengo la teoría de que, cada vez más cansado, comenzó a rodearse de aduladores que le hicieran sentir cómodo y no le criticasen. En este texto veo que por ahí van los tiros. Debía ser extremadamente duro vivir su vida con ese nivel de presión, adicciones, ataques y exposición pública.
 
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