El día 29 de diciembre de cada año desde 1890 es una fecha muy triste. Mucha gente en este día, como yo, no comerá, visitará a sus difuntos, dará ofrendas, rezará, llorará...
El 29 de diciembre de 1890 el tristemente famoso Séptimo de Caballería del ejército de Estados Unidos asesinó sin miramientos a trescientos indios en Wounded Knee, en la actual reserva lakota de Pine Ridge. La mayoría eran mujeres, niños pequeños y ancianos inválidos que habían viajado durante días entre tormentas de nieve en esos inviernos de las praderas americanas en que fácilmente se alcanzan 20 o 30 grados bajo cero. Huían del acoso del ejército, que desde la Casa Blanca tenía ordenes de eliminar a toda la población india al completo. Querían hacer eso porque después de cuatro siglos de tratados rotos, promesas incumplidas, despues de cuatro siglos de desmoronar una sabia cultura de cincuenta milenios de edad a golpe de espada primero, a golpe de fusil y de cañón después, a fuerza de whisky y amenzas, los indios ya estaban cansados, muy cansados. Habían engañado y asesinado al gran Caballo Loco, a Toro Sentado, a su hijo sordomudo de un disparo a bocajarro en la frente... y a tanta otra gente inocente. Cientos de millones de inocentes desde el mediodía del 12 de octubre de 1492...
Entonces alguien recibió una visión que se extendió pronto por todas las naciones de las llanuras: La Danza de los Espíritus devolvería a los bisontes para que pudieran comer y vestirse, haría desaparecer los tendidos eléctricos y las vías de los trenes, los blancos se irían y volverían a ser libres para siempre. Era la danza de la esperanza... pero para los blancos no era más que una danza del demonio en la que los salvajes se revolvían como bestias en ataques de rabia y locura... Un peligro para la patria americana que debía ser eliminado por completo, aunque para ello hubiera que borrar a cañonazos a las más de quinientas naciones de aquel continente...
Así que el 28 de diciembre de 1898, después de muchas semanas de vagar sin sentirse seguros en ningun sitio, despues de morirse muchos viejos de frío, muchos niños de hambre y muchos hombres luchando, trescientas personas llegaron a Wounded Knee, al sur de lo que ahora es la reserva lakota de Pine Ridge, Dakota del Sur, para entregarse: Le dijeron al gobierno que ya había sido suficiente. Los encerrarían en reservas y allí se pudrirían para siempre, como ya sabían que pasaría por las profecías. Prometieron que allí estarían ese día, y allí estaban. Prometieron que entregarían sus armas, y las entregaron. Cada familia, o lo que quedaba de cada familia, recibió una manta vieja que los protegiera de los 30 o 40 grados bajo cero de aquella noche. Les dijeron que no se movieran de allí, algo que de todas formas no tenían intención de hacer, porque les habían quitado todos los caballos y al amanecer serían trasladados, igual que ahora llevan a los cerdos y las ovejas en camiones, pero no habría camiones ni carros para ellos así que deberían ir a pie. No merecía la pena malgastar carros para cargar indios.
Ni tampoco hubieran hecho falta los carros, ni hicieron falta los caballos, ni las mantas, porque apenas amanecía aquellos trescientos indios, calados hasta los huesos de frío y tristeza, fueron asesinados allí mismo. A los que no podían huir, como el anciano Pie Grande, les pegaban un tiro a bocajarro en la cara o en la cabeza mientras cantaban sus cantos de muerte. Los que pudieron sacar fuerzas para correr al grito de "inyanka po! inyanka po" (Corred, corred!) fueron perseguidos hasta mediodía, a tiros de revólver, de fusil, de los nuevos cañones Hotchkissbarrían, con unos proyectiles que barrían a su paso cualquier cosa que encontraran por medio... Alguien que pudo sobrevivir cuenta cómo vió un bebé intentando mamar del pecho de su madre muerta, que teñía la nieve con la sangre de los balazos que había recibido. Muchas madres tiñeron de rojo la nieve aquella mañana... Algunos de sus cuerpos masacrados se encontraron dias despues hasta 20 o 25 kilómetros a la redonda.
Poco después, los Estados Unidos de América concedieron 23 Medallas de Honor al séptimo regimiento de la caballería de su ejército. Hoy, 111 años después, esos 23 reconocimientos todavía no se han revocado y siguen brillando para la gloriosa historia de la patria americana. Más de un siglo después de aquella mañana, los blancos siguen esperando que los indios olviden de una vez todo aquello... Como si una matanza fuera menos cruel con el paso del tiempo... Como si no hubieran comprendido a estas alturas que para un corazón indio el paso del tiempo no sirve para curar las heridas, sino para dejar que empeoren...
En 1973 estuvo a punto de repetirse lo mismo, y las heridas siguen abiertas: Leonard Peltier sigue en prisión después de 27 años de ser acusado en falso por la muerte de dos agentes del FBI, pero nadie ha sido jamás procesado por los casi cien indios asesinados sólo en la reserva de Pine Ridge aquel año... En 1986, algunos pensaron que sería buena idea repetir cada año el camino que recorrió aquella pobre gente en 1890, y en el mismo momento en que yo estoy aquí escribiendo esto para vosotros, Caballo Que Mira, jefe de la nación lakota, dakota y nakota, y Guardián de 19ª generación de la Pipa Sagrada de la Mujer Bisonte Blanco, junto a sus acompañantes, rezan en Wounded Knee al igual que rezamos todos este día, para que los Pueblos Originales de toda la Madre Tierra sean tenidos en cuenta como seres humanos por una vez en la historia.
Y por eso, el día 29 de diciembre de cada año desde 1890 es una fecha muy triste. Mucha gente en este día, como yo, no comerá, visitará a sus difuntos, dará ofrendas, rezará, llorará... mientras esas 23 medallas siguen brillando para unos cuantos...
Aquellos indios solo querían bailar...
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Os invito a mirar mi web: www.humanrights.as/indian , y gracias por vuestro tiempo. Mucha gente prefiere pensar hoy en lo bien que se lo pasarán en nochevieja, en lo buena que está la vecina de enfrente, o cómo quedará su equipo en el partido de mañana...
El 29 de diciembre de 1890 el tristemente famoso Séptimo de Caballería del ejército de Estados Unidos asesinó sin miramientos a trescientos indios en Wounded Knee, en la actual reserva lakota de Pine Ridge. La mayoría eran mujeres, niños pequeños y ancianos inválidos que habían viajado durante días entre tormentas de nieve en esos inviernos de las praderas americanas en que fácilmente se alcanzan 20 o 30 grados bajo cero. Huían del acoso del ejército, que desde la Casa Blanca tenía ordenes de eliminar a toda la población india al completo. Querían hacer eso porque después de cuatro siglos de tratados rotos, promesas incumplidas, despues de cuatro siglos de desmoronar una sabia cultura de cincuenta milenios de edad a golpe de espada primero, a golpe de fusil y de cañón después, a fuerza de whisky y amenzas, los indios ya estaban cansados, muy cansados. Habían engañado y asesinado al gran Caballo Loco, a Toro Sentado, a su hijo sordomudo de un disparo a bocajarro en la frente... y a tanta otra gente inocente. Cientos de millones de inocentes desde el mediodía del 12 de octubre de 1492...
Entonces alguien recibió una visión que se extendió pronto por todas las naciones de las llanuras: La Danza de los Espíritus devolvería a los bisontes para que pudieran comer y vestirse, haría desaparecer los tendidos eléctricos y las vías de los trenes, los blancos se irían y volverían a ser libres para siempre. Era la danza de la esperanza... pero para los blancos no era más que una danza del demonio en la que los salvajes se revolvían como bestias en ataques de rabia y locura... Un peligro para la patria americana que debía ser eliminado por completo, aunque para ello hubiera que borrar a cañonazos a las más de quinientas naciones de aquel continente...
Así que el 28 de diciembre de 1898, después de muchas semanas de vagar sin sentirse seguros en ningun sitio, despues de morirse muchos viejos de frío, muchos niños de hambre y muchos hombres luchando, trescientas personas llegaron a Wounded Knee, al sur de lo que ahora es la reserva lakota de Pine Ridge, Dakota del Sur, para entregarse: Le dijeron al gobierno que ya había sido suficiente. Los encerrarían en reservas y allí se pudrirían para siempre, como ya sabían que pasaría por las profecías. Prometieron que allí estarían ese día, y allí estaban. Prometieron que entregarían sus armas, y las entregaron. Cada familia, o lo que quedaba de cada familia, recibió una manta vieja que los protegiera de los 30 o 40 grados bajo cero de aquella noche. Les dijeron que no se movieran de allí, algo que de todas formas no tenían intención de hacer, porque les habían quitado todos los caballos y al amanecer serían trasladados, igual que ahora llevan a los cerdos y las ovejas en camiones, pero no habría camiones ni carros para ellos así que deberían ir a pie. No merecía la pena malgastar carros para cargar indios.
Ni tampoco hubieran hecho falta los carros, ni hicieron falta los caballos, ni las mantas, porque apenas amanecía aquellos trescientos indios, calados hasta los huesos de frío y tristeza, fueron asesinados allí mismo. A los que no podían huir, como el anciano Pie Grande, les pegaban un tiro a bocajarro en la cara o en la cabeza mientras cantaban sus cantos de muerte. Los que pudieron sacar fuerzas para correr al grito de "inyanka po! inyanka po" (Corred, corred!) fueron perseguidos hasta mediodía, a tiros de revólver, de fusil, de los nuevos cañones Hotchkissbarrían, con unos proyectiles que barrían a su paso cualquier cosa que encontraran por medio... Alguien que pudo sobrevivir cuenta cómo vió un bebé intentando mamar del pecho de su madre muerta, que teñía la nieve con la sangre de los balazos que había recibido. Muchas madres tiñeron de rojo la nieve aquella mañana... Algunos de sus cuerpos masacrados se encontraron dias despues hasta 20 o 25 kilómetros a la redonda.
Poco después, los Estados Unidos de América concedieron 23 Medallas de Honor al séptimo regimiento de la caballería de su ejército. Hoy, 111 años después, esos 23 reconocimientos todavía no se han revocado y siguen brillando para la gloriosa historia de la patria americana. Más de un siglo después de aquella mañana, los blancos siguen esperando que los indios olviden de una vez todo aquello... Como si una matanza fuera menos cruel con el paso del tiempo... Como si no hubieran comprendido a estas alturas que para un corazón indio el paso del tiempo no sirve para curar las heridas, sino para dejar que empeoren...
En 1973 estuvo a punto de repetirse lo mismo, y las heridas siguen abiertas: Leonard Peltier sigue en prisión después de 27 años de ser acusado en falso por la muerte de dos agentes del FBI, pero nadie ha sido jamás procesado por los casi cien indios asesinados sólo en la reserva de Pine Ridge aquel año... En 1986, algunos pensaron que sería buena idea repetir cada año el camino que recorrió aquella pobre gente en 1890, y en el mismo momento en que yo estoy aquí escribiendo esto para vosotros, Caballo Que Mira, jefe de la nación lakota, dakota y nakota, y Guardián de 19ª generación de la Pipa Sagrada de la Mujer Bisonte Blanco, junto a sus acompañantes, rezan en Wounded Knee al igual que rezamos todos este día, para que los Pueblos Originales de toda la Madre Tierra sean tenidos en cuenta como seres humanos por una vez en la historia.
Y por eso, el día 29 de diciembre de cada año desde 1890 es una fecha muy triste. Mucha gente en este día, como yo, no comerá, visitará a sus difuntos, dará ofrendas, rezará, llorará... mientras esas 23 medallas siguen brillando para unos cuantos...
Aquellos indios solo querían bailar...
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Os invito a mirar mi web: www.humanrights.as/indian , y gracias por vuestro tiempo. Mucha gente prefiere pensar hoy en lo bien que se lo pasarán en nochevieja, en lo buena que está la vecina de enfrente, o cómo quedará su equipo en el partido de mañana...
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