Donald, Jacko y yo
En 1990, un aprendiz de reportero se encontró en un avión privado con Donald Trump y Michael Jackson. No le dijeron dónde iban. Aquel joven periodista era Alex Connock.
(...) Un caluroso día de abril de 1990 me bajé de un jet privado con Trump en Indianapolis y nos unimos a una flota de vehículos que comenzaron a acelerar por la autopista, flanqueados por coches de policía. Todo era increíble. Los coches escoltados, las sirenas encendidas, las luces destelleando... Se siente uno bien siendo importante.
Había una pequeña pregunta: ¿Dónde íbamos? Esto fue antes de Google Maps y móviles. La cabalgata tuvo que parar en una esquina, uno del grupo salió con buscando un número de telefono dentro de una bolsa y se acercó a una cabina. Dos mujeres que caminaban por allí preguntaron ¿Quién va en la limusina? Yo trabajaba para un semanario americano, me acababa de graduar en la Columbia Journalism School, y había caído en medio de una noticia más importante que las que merece un recien graduado. Estaba determinado a no perder la oportunidad de rozar la gloria. "Donald Trump" le dije con una mezcla de orgullo e indiferencia. "Si, claro" dijo una. Entonces jugué mi segunda carta: "Y no se van a creer esto, pero también está Michael Jackson". Sonrieron sarcásticamente y se fueron.
Mi inmersión en la hiperrealidad de la burbuja de Trump bubble había comenzado la semana anterior en el Taj Mahal. No, no el Taj de Agra que visitó la Princesa Diana. No, hablo de la "nueva octava maravilla del mundo", un hotel de 1250 habitaciones y casino en Atlantic City, New Jersey que acababa de inaugurar Donald Trump.
El Taj suponía la mayor expansión del imperio de Trump, que ya incluía la Torre de la 5ª Avenida donde tenía un triplex en el ático, otros edificios de Manhattan, y otros dos casinos en Atlantic City. (...)
Michael Jackson en 1990 estaba en lo más alto de su fama. Antes de que su historia se tornara agria. Si cobró por ir o lo hizo gratis es algo que no desubrí, pero su asistencia no anunciada causó una tormenta de arena en el Taj Mahal. Si la propia Reina Cleopatra hubiese resucitado y se hubiese alojado en el hotel pagando con na American Express de oro macizo no habría levantado más expectación la recepción que la que causó la llegada de Jacko.
Sólo un hombre podía controlar la situación: Donald.
Tomando del brazo a Michael, Trump se guió entre el pandemonium del primer piso. Una visita a la recepción, unas escaleras mecánicas abarrotadas (no se a dónde fueron), y un casino del tamaño de un campo de fútbol. Los cámaras de TV estaban filmando como locos para documentar el caos, no se podían creer su suerte. En un momento, si no recuerdo mal, nos refugiamos en un restaurante chino.
Trump organizó una extravagante comida de presentación. Sabía donde poner el punto de atención. No necesitaba un equipo de relaciones públicas, si había uno allí, no lo recuerdo. Él era un equipo en sí mismo. Michael Jackson se retiró a su suite. Luego escuché un rumor de que le habían visto disfrazado de anciana, jugando a las tragaperras con un vaso de plástico lleno de monedas. (...)
Dos días después, recibí una llamada "Buenos días, Alex" dijo Trump. "¿Te vienes de viaje conmigo y con Michael hoy?". Viajamos en un jet privado que no era de Trump, y yo iba sentado ante ellos en una mesa de cuatro. Al ponerme nervioso al volar, me pregunté si ir en un jet con Donald Trump y Michael Jackson haría un accidente aéreo menos problable estadísticamente. ¿Estarían emocionados los pilotos por la fama de los pasajeros? Veía los titulares en mi cabeza : "Jacko y Trump en un terrible vieja en avión privado".
Michael era una presencia nerviosa, más alto de lo que pensabas, con una nariz bien formada y maquillaje visible. Si tenía cicatrices, no se veían. Hablaba muy poco y con ese extraño y agudo susurro que no estaría fuera de lugar en una película de Star Trek. No pude enterarme de lo que decía y pensaba que sería impertinente pedirle que lo repitiese. Así que sólo movía la cabeza y sonreía con entusiasmo. Me sorprendería saber que Trump le estaba escuchando, pero fue educado y mostró su buen humor. Todos los dueños de casino tienen una buena cara de póker.
Michael cogió una copia de National Enquirer, el mayor tabloide de escándalos de famosos por entonces. La portada de Enquirer solía llevar titulares sobre Jackson. Pero esta vez era alguna tontería sobre Donald Trump.
En este punto recordé mi curso de fotoperiodismo. Una foto de Michael Jackson leyendo National Enquirer, con Donald Trump en portada, que estaba sentado junto a él en un avión privado, podía ser un clásico a ser estudiado. Tenía una cámara en la mesa, pero por alguna razón no lo hice. Como Madame Bovary, quería sentirme uno de los aristócratas de la fiesta en lugar de un cualquiera con la nariz pegada contra el cristal. Quizá sólo fue cobardía. Estos famosos semidioses son caprichodos. Un acceso ofrecido por casualidad podría ser igualmente denegado.
Tras aterrizar en Indianapolis, volviendo a la cabalgata de coches, finalmente me enteré de dónde íbamos. Resultó que la razón era que Michael Jackson quería visitar a un niño enfermo y su guardaspaldas sabía donde vivía. Yo me quedé en el coche. Tras la visita, volvimos al aeropuerto, y volamos a New Jersey. Mientras se ponía el sol, Trump escribió una nota de agradecimiento al tipo que nos había prestado el avión, Akio Morita, co-fundador de Sony. Trump y yo volvimos en limusina a New York.
[The Spectator]
*Traducido por Xtarlight y Mpenziwe para www.MJHideOut.com
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