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Articulo de la Rolling Stone del 83

Hoy he ido a la biblioteca (que culto que soy) y me he encontrado un libro titulado “Lo mejor de Rolling Stone” publicado en 1995. Me puse a hojearlo y vi que venía un articulo de MJ del año 83. Acto y seguido, me traje el libro para casa :) .
La cosa es que en el libro viene el articulo originalmente publicado en 1983 con una introducción de la persona que lo escribió. Se trata de una especie de entrevista concedida a un tal Gerri Hirsley, que es editor colaborador de Rollin Stone y que tambien escribe para GQ y Vanity Fair. Tambien es el autor de Nowhere to Run: The Store of Soul.

Para que no os quejeis paso a transcribirla íntegramente aquí. Como el tema es bastante larguillo lo haré en partes, una hoy y otra o otras mañana o cuando pueda. Os recomiendo leerlo porque trae algunas cosillas interesantes, que si son ciertas o no, eso ya es otra cuestión, pero la revista Rolling Stone, por lo menos en aquella época, era una revista bastante seria.
Alla va (pobrecillos dedos mios, iros preparando)



Michael Jackson

Gerri Hirshey

AQUEL FUE UNO DE ESOS MOMENTOS TAN ESPECIALES DE LA MUSICA POP: MICHAEL JACKSON, SOLO EN CASA Y DISPUESTO A HABLAR DURANTE HORAS CON UN REPORTERO. PERO PUSO UNA CONDICION: TENIA QUE SOSTENER A MUSCLES.


Durante la ultima década mi grabadora ha captado momentos extravagantes: Bruce Springsteen haciendo imitaciones de Ed Norton a las tres de la madrugada; el zumbido de las alas de los murciélagos sobre la plantación de Eddy Grant en Bajan; Sting aullándole a la luna…. Pero mi hipersensible Sony no estaba programada para captar el siseo de la lengua de una serpiente a escasos centímetros de mi oído durante aquella larga charla con Michael Jackson. Aquel viaje fue sosegadamente extraño; no angustioso, sino simplemente “remoto”.

El reptil en cuestión era Muscles, la boa constrictor de dos metros y medio de Michael Jackson. Durante más de una hora, Muscles reposó en perfecto equilibrio sobre una barandilla justo a mi lado, con la cabeza erecta y los ojos vidriosos fijos en las venillas que, sin lugar a dudas, palpitaban en mi cuello. Michael la había colocado allí porque yo me negué a tener a Muscles enrollada a mi torso. Parecía un compromiso razonable.

No es que el joven Mike fuese un sádico. Lo explicó como una prueba de confianza, y fue de los más convincente. Si a mi me asustaban las serpientes, a él le aterraban los reporteros… y tal vez ambos deberíamos superarlo. Michael no había hecho una entrevista en años sin que una de sus hermanas repasase antes las preguntas. Y en los casi diez años transcurridos desde aquellas memorables charlas de finales del 82 (cuando él estaba terminando Thriller), no ha vuelto a dejarse hacer una entrevista de tal profundidad. No es que las cosas fuesen mal. Simplemente fue… duro.

Michael sorprendió a todos –su familia, sus mánagers y su compañía discográfica- al decidir hacerla él solo. Él mismo abrió la puerta principal de su casa pareada alquilada en Encino. Llevaba los pantalones de pana sucios y arrugados; los zapatos, gastados y con los cordones desatados. Sin calcetines. Sin maquillaje. Su hospitalidad era de una torpeza conmovedora; cuando se le acabó la limonada que me había ofrecido, llenó lo que quedaba de mi vaso con ponche hawaiano tibio. En la nevera no había comida, solo zumos. Explicó que estaba allí instalado mientras le reformaban su mansión de Hayvenhurst. Pero su hermana Janet, mientras subía a su dormitorio, anunció que vivía siempre como un mendigo; nunca comía nada excepto unas marchitas hojas de lechuga; llevaba la ropa andrajosa y llena de porquería. Una desgracia…

-Cierto- le espetó su hermano mayor mientras ella ascendía por la escalera-. Pero por lo menos no tengo un culo como el TUYO.

Estaba claro que la presencia de Janet le relajaba, pero ella solo se quedó un momento… tenía que dar de comer a una serpiente allí arriba. Cuando Michael y yo nos sentamos a hablar la tensión se palpaba en el aire. De tanto en tanto se estremecía por el esfuerzo. No había nada de teatro en ello; en privado, el monstruo era Bambi. Dijo que podía explicar aquel miedo, lo que no podía era superarlo. Tenía miedo de decir demasiado, no sabía como protegerse. Cuando hablaba con franqueza la gente decía de él…bueno… que era raro.

A los diez minutos ya vi de qué iba. Cuando me explicó aquella concentración de estatuas de jardín alrededor de la mesita de café, como si se hubiesen reunido para tomar el té –incluido una narcisista figura llamada Michael- supe como debía interpretarlo. Casi me hizo llorar. Lo estaba intentando con condenado esfuerzo.

Acordamos dejar fuera del artículo una parte de nuestra charla, para su propia protección. La cosa surgió mientras estábamos sentados en el comedor de la casa pareada y yo me fijé en la fotografía escolar de una joven negra que estaba colocada en el marco de una acuarela. La foto era uno de los pocos toques personales del lugar. El rostro era como el de cualquier adolescente.
-Ésa es la autentica Billie Jean- dijo Michael.
Quincy Jones acababa de tocar para mi esa pieza en el estudio; yo sabía que la canción trataba de una mujer que acusaba al cantante de ser el padre de su hijo… cosa en la que insistían sus cartas. Michael me explicó que había colocado la foto que ella le había enviado en un sitio céntrico para memorizar su cara; al parecer ella quería verle muerto a toda cosa. Me dijo que le acababa de enviar por correo una pistola y las instrucciones detalladas para que se matara con ella. Con voz apenas audible, Michael me explicó que la policía le había dicho que la pistola estaba amañada para dispararse hacia atrás, hacia la persona que apretase el gatillo. Mas adelante su madre me diría que la mujer estaba en un hospital, en tratamiento psiquiátrico. Cuando, meses después, vi el video de Billie Jean –con los tigres que desaparecían y aquella exacta coreografía- seguía viendo a una muchacha con una bata verde de hospital.

-Lo soportas- me había dicho Michael-. Simplemente lo soportas.

Durante los dos días que siguieron, Michael siguió hablando conmigo de buena gana, educado y cada vez de mejor humor. Janet sacudió la cabeza a modo de advertencia cuando él se ofreció a llevarnos en coche para enseñarme su casa.
-Ray Charles conduce mejor- manifestó.

Metido en su Camaro dorado, empecé a añorar la relativa seguridad del cariñoso abrazo de Muscles. Michael conducía muy relajado, pero admitió que le costaba concentrarse. Las bocinas seguían pitándonos mientras subíamos por el camino del reino mágico que se estaba construyendo.
-¿Quieres salir esta noche?
Otra sorpresa. Michael iba a ir a un macroconcierto de Queen en el Forum de los Angeles. No le importaba que le acompañase. Él tenía que ir. Freddie (el difunto Freddie Mercury, que murió de sida en noviembre de 1991) le había estado llamando toda la semana. De verdad tenía que ir…

Caía el atardecer cuando salimos para el concierto y Michael y su guardaespaldas Bill Bray atravesaron los setos del jardín hacia una limusina que les estaba esperando. Pensé que exageraban un poco… aquello fue meses antes de que ganase una popularidad monstruosa con su Thriller. Pero descubrieron a las chicas antes de que yo las oyese o las viese y se precipitaron al interior del coche mientras una maraña erizada de uñas rojas se estrellaba contra las ventanillas.
-¡Ciérrala- me chilló Michael, señalando un panel que tenía a mis pies. Entendido como soy en limusinas, lo que hice fue apretar el botón del tragaluz. Antes de que se hubiera abierto hasta la mitad, entraron los brazos, que se movieron amenazantes a ciegas.
“Hiiiiiiiiiiii” el agudo chillido atrajo a las habitantes de pelo azul de las casitas vecinas, que atisbaban desde detrás de sus cortinas. Bill Bray se retorcía hacia atrás desde su asiento delantero, empujando hacia fuera los dedos con sorprendente suavidad. Michael se tronchaba de risa. Yo estaba paralizado de miedo, buscando a Billie Jean en aquellos rostros congestionados que se adherían a las ventanillas.

Cuando por fin arrancamos, me volví para mirar a Michael. Se había “vestido” para aquella velada en público con unos vaqueros y una americana de rizo de color turquesa, mocasines negros y sólo una pizca de colorete. Aquel Michael previo al éxito tenía un aspecto magnífico…un saludable, apuesto y robusto afroamericano.

Nos detuvimos para recoger al único amigo fiel de Michael –un joven esquiador rubio que era entonces su compañero de predicación de los Testigos de Jehová- y que no es más que un pobre infeliz. Cuando Bray nos condujo al camerino de Mercury, los dos muchachos se quedaron atrás hasta que el fabuloso Freddie se acercó saltando como un ganso mareado y estuvo a punto de aplastar al pequeño Mike en un abrazo. Cayeron sobre su enorme baúl, que, al abrirse, soltó una monstruosa avalancha de suspensorios de Freddie, que eran de tamaño familiar. Michael se quedó boquiabierto.
-Oooooh, Freddie. ¿Qué son?
Un casco dorado de fútbol americano cayó rodando y fue a detenerse sobre la pila de protectores genitales.
-El rock and roll es cosa de hombres, hermanito- vociferó Freddie.
Michael sonrió y quiso saber si de verdad su anfitrión había pasado su último cumpleaños colgado desnudo de una lámpara. El esquiador se ruborizó. Nos lo estuvimos pasando genial hasta que el entrenador de Freddie le llamó para una sesioncita de ejercicio dorsal antes de la actuación.

No vimos demasiado del concierto. Las cosas volvieron a ponerse feas cuando Michael fue reconocido en aquella oscuridad. Manos, comentarios y miradas nos rodearon. Cuando empezó a llovernos sobre las cabezas un líquido no identificado, Bray se levantó.
-Ya está bien. Nos vamos.

Pasamos más tiempo juntos: en el estudio con Quincy Jones, paseando por la inacabada mansión del placer de Michael y visitando su colección de animales salvajes. Hacia el final, mientras estábamos dándole el biberón a sus dos cervatillos gemelos, se volvió de súbito y me miró a los ojos. Por fin.
-¿Sabes una cosa? Tú no eres mejor de lo que soy yo. Quiero decir… eres igual de furtivo.
-¿De donde has sacado eso?
-Tu bailas en público. Claro que lo haces, por toda tu página de Rolling Stone. También tú necesitas actuar. Pero cuando lo has hecho puedes correr a esconderte. Nadie te persigue.
Michael me dejó de piedra. Se echó a reír y me puso una mano en el hombro.
-Créeme lo que te digo… no sabes lo afortunado que eres.


-----CONTINUARÁ------
 
Articulo Rolling Stone Parte2

El fragmento anterior era la introducción, escrita con mucha posterioridad a lo que es el artículo en si. Ahora sigo con lo que es el artículo. Es bastante largo y lo pondré en varios fragmentos. Espero que lo lea alguien, que si no me da algo :p.

Rolling Stone nº389
17 de Febrero de 1983

Es mediodía y en algún lugar del valle de San Fernando un resplandor atenúa las sombras frontales de una hilera de casas pareadas. Al otro lado de la reja metálica el jardín esta en silencio y sólo se oye el chapoteo distante que hace el agua de una fuente al caer contra su pileta de plástico. Entonces suena la aguda queja de una niña que te devuelve a la vida real: “Abuela, no voy a caminar una manzana entera. Hay humedad. Se me va a poner el pelo pegajoso.”

Y el contrapunto del ánimo maternal: “Se buena niña, Jodie. Hazlo por mamá”

A lo largo de los senderos de los jardines, los caniches se contonean alrededor de mujeres con el pelo cortado a lo caniche, que los sujetan con correas de color rosa.
-A que no te esperabas un sitio así, ¿eh?- dice Michael Jackson entre risitas, tras una máscara de dedos huesudos. Después de instalar a su visitante en el segundo piso de su casita pareada de tres pisos, Michael explica que es una residencia provisional mientras su casa de Encino, en California, es demolida y reconstruida. Reconoce que aquel no es el lugar idóneo para un joven príncipe del pop.

También sorprende que Michael haya decidido afrontar esta entrevista él solo. Dice que hace pro lo menos dos años que no ha hecho nada así. Y cuando lo hizo, siempre fue con un cordón de managers, con otros hermanos Jackson y, en una ocasión, con su hermana pequeña, Janet, que repetía como un loro las preguntas de un reportero para que Michael pudiera contestarlas. El exiguo dossier de prensa le pinta como alguien insoportablemente tímido. Se agacha, se esconde, habla mirándose las puntas de los zapatos. O simplemente no aparece. Se sabe que lleva su vida privada con una cautela casi obsesiva, “igual que un hemofílico que no puede permitirse ni un rasguño”. La analogía es suya.

Si se pone esto a la par con las estadísticas, con los éxitos, se verá que no encaja. Ha sido el cantante estelar de los Jackson Five desde el colegio. En 1980 se separó de los Jacksons para grabar un elepé, Off the Wall, que se convirtió en el disco más vendido del año. Thriller, su nuevo disco, está en el quinto puesto de las listas. Y la serie de artistas que trabajan ahora con él –o que quieren hacerlo- incluye a gente como Paul Mcartney, Quincy Jones, Steven Spielberg, Diana Ross, Queen o Jane Fonda. Ni en discos, conciertos, televisión o cine, Michael Jackson tiene problema alguno para aparecer en público. Nada le asusta, dice. Pero esto…

-¿Te gusta hacer esto?- me pregunta Michael. Su voz denota cierta incredulidad, como si la pregunta la hiciera un juez de instrucción. Está repantigado en una silla del comedor, mirando hacia el salón, que se halla en la planta baja. Está lleno de estatuas. Hay algunos graciosos bronces de estilo grecorromano, así como algunas de esas piletas de baño para los pájaros, típicas de las afueras. Las figuras están plantadas alrededor del sofá como una fantasmal reunión para tomar el té.

En cambio Michael no logra permanecer quieto. Está tan nervioso que se está comiendo –con cierta dificultad- una bolsa de patatas fritas. Eso si que es raro en él. Ninguno de sus hermanos recuerda que ni una partícula de esa clase de comida haya pasado por sus labios desde que, seis años antes, se convirtió en un estricto vegetariano y un apóstol de la comida sana. De hecho a su madre, Katherine Jackson, le preocupa que su hijo Michael viva prácticamente del aire. Ella cree que a su hijo la comida sencillamente no le interesa. Él dice que si no tuviese que comer para seguir vivo, no lo haría.

-La verdad es que odio esto- dice. Después de haberse despachado las patatas, comienza a plegar y replegar un recorte de periódico- Estoy mucho más relajado en un escenario que ahora mismo. Pero bueno, vamos allá –sonríe. Más tarde me explicará que “vamos allá” es lo que siempre dice su guardaespaldas cuando están a punto de meterse en algún follón público. Es también una frase que Michael lleva escuchando desde que era lo bastante adulto para hacerse el nudo de los zapatos.

“Vamos allá, chicos”. Con esta frase reunía Joe Jackson a sus hijos Jackie, Tito, Jermaine, Marlon y Michael. El “vamos allá” ha venido repitiéndose, durante más de las tres cuartas partes de la vida de Michael, en todas las reuniones previas a los conciertos de los hermanos, primero como los Jackson Five en la Motown y ahora como los Jackson en la Epic. Michael y los Jacksons han vendido cerca de cien millones de discos. De sus dos docenas de singles con la Motown, seis fueron de platino y otros diez de oro. Sólo tenía once años cuando, en 1970, su primer éxito, I want you back, desplazó del número uno al Raindrops Keep Fallin´on my Head de B.J.Thomas.

Si en la agitada industria discográfica se cruzaran apuestas, los listillos pondrían hasta el último céntimo en Michael Jackson. Durante los últimos meses se le ha visto trabajando en tres proyectos: su recientemente editado Thriller,, el trabajo que desarrolla con Paul McCArtney que incluirá dos colaboraciones Jackson-McCartney, Say Say Say y The Man, y la narración y una canción de la banda sonora de E.T., para el director Steven Spielberg y el productor Quincy Jones. En los ratos libres ha escrito y producido el single de Diana Ross Muscles. Es sin duda un joven dinámico. Ya está mirando más allá del álbum que tiene previsto editar con los Jacksons este invierno. Hay la posibilidad de realizar una gira en primavera. Y después están las películas. Desde que hizo el papel de espantapájaros en The Wiz tiene el dormitorio abarrotado de guiones.

A sus veinticuatro años, Michael Jackson tiene un pie firmemente plantado en cada extremo de los años 80. Los éxitos de su infancia son ya viejos clásicos y ahora habla de tu a tu con los ídolos de su juventud. Michael solo contaba diez años cuando se trasladó a la casa de Diana Ross en Hollywood. Ahora le produce discos. Tenía cinco cuando aparecieron los Beatles; ahora el y McCartney se disputan a la misma chica en el single The Girl is Mine. Sus amigos del mundo del espectáculo también pertenecen a diferentes generaciones. Se relaciona con personas, que como él, fueron estrellas infantiles, como Tatum O´neal y Kristy McNichol, y con la ex estrella infantil Stevie Wonder. Charla a larga distancia con Adam Ant y Liza Minnelli; y es íntimo del octogenario Fred Astaire. Cuando visitó el rodaje de “En el estanque dorado”, Henry Fonda le cebó los anzuelos de pesca. Jane Fonda le está ayudando para que aprenda a actuar. Su admirada Katherine Hepburn rompió su hábito de toda una vida de evitar el rock para asistir a un concierto de los Jacksons en 1981, en el Madison Square Garden.

Hasta E.T. se habría sentido atraído por un espíritu tan dulce, según Steven Spielberg, que cuenta que le dijo a Michael:
-Si E.T. no hubiese ido a dar con Elliott, habría aparecido en tu casa.

También dice Spielberg que no pensó en nadie más para narrar la saga de su vulnerable extraterrestre:
-Michael es uno de los últimos seres vivos inocentes que poseen un completo control de su vida. Nunca he visto a nadie como Michael. Es una conmovedora estrella infantil.


Los dibujos animados van pasando en silencio por la pantalla gigante que resplandece en la penumbra del estudio. Michael adora los dibujos animados. Adora todo lo “mágico”. Esta definición es lo bastante amplia para abarcar desde Bambi hasta James Brown.
-Es tan mágico…- dice Michael, refiriéndose a Brown, y reconoce que para su peculiar coreografía se ha inspirado en los movimientos del Padrino sobre el escenario. Yo estaba entre bastidores cuando tenía seis o siete años. Me sentaba allí y le observaba.

El parvulario de Michael fue el sótano del teatro Apollo de Harlem. Era demasiado tímido para dirigirse a los artistas que seguían a la actuación de los Jackson Five… que iban desde Jackie Wilson a Gladys Knight, pasando por las Temptations y Etta James. Pero sentía la necesidad de ver todo lo que hacían: James Brown se deslizaba, daba media vuelta y saltaba y aún le daba tiempo a repetirlo antes de que el micrófono tocase el suelo. Cómo el mismo micro desaparecía a través del entarimado del escenario del Apollo. Michael bajaba sigilosamente por la escalera, avanzaba por los pasillos y se escondía tras los polvorientos decorados de vodevil para ver a los músicos que afinaban sus instrumentos, fumaban, jugaban a cartas y compartían el almuerzo. Tras subir de nuevo a los bastidores, se quedaba al amparo de las enmohecidas cortinas marrones, observando sus actuaciones favoritas, imitando y añadiendo a su inventario de movimientos cada doble inclinación y cada sacudida, chasquido, lanzamiento y recogida del micro. Recientemente, a modo de reciclaje, Michael fue a ver actuar a James Brown en un local de Los Ángeles.
-Él es el más electrizante. Puede hacer lo que quiera con el público. Los espectadores se quedaron flipados. Todo él era un desenfreno… y a su edad. Está tan… fuera de sí mismo.

Salir de uno mismo es un tema que se repite en la vida de Michael, ya se refiera a bailar, cantar o actuar. Como Testigo de Jehová, Michael cree en un holocausto inminente, tras el que vendrá Cristo por segunda vez. La religión ocupa buena parte de su vida y requiere un intenso estudio de la Biblia y reuniones tres veces por semana en un cercano Salon del Reino. Nunca ha tocado las drogas y rara vez se acerca al alcohol. No obstante, a pesar del profetizado Apocalipsis, su espíritu no es tan severo como para excluir sus frecuentes inmersiones en el terreno de la fantasía.
-Soy coleccionista de dibujos animados-dice-. Todo lo de Disney, Bugs Bunny, los antiguos de la MGM. Solo he conocido a una persona que tenga una colección mayor que la mía, y eso me sorprendió: Paul McCartney. Es un fanático de los dibujos. Cada vez que voy a su casa nos ponemos a ver dibujos animados. Cuando vinimos aquí a trabajar en mi disco, alquilamos todos estos en el estudio, Dumbo y cosas por el estilo. Es una auténtica evasión. Es como si todo fuera bien. Es como si lo que ocurre en el mundo estuviera sucediendo en una ciudad muy remota. Todo es excelente.
-La primera vez que vi ET me derretí –dice-. La segunda vez lloré como un loco. Y luego , al hacer el recitado, me sentí como si estuviese allí con ellos, detrás de un árbol o algo parecido, observando todo lo que ocurría.
Fue tal la implicación emocional de Michael que cuando llegaron al momento en que ET agoniza, Steven Spielberg encontró a su narrador llorando en el oscuro estudio. Finalmente, Spielberg y el productor Quincy Jones decidieron seguir adelante y dejar que a Michael se le quebrara la voz. Oponerse a esos sentimientos habria sido contraproducente… algo que Jones ya había aprendido mientras producía Off The Wall.
-Tenía una canción reservada para Michael que se titula She´s out of my life –recuerda este-. Michael la escuchó y se quedó encantado. Pero cuando la cantábamos se ponía a llorar. Cada vez que la cantábamos yo alzaba la vista al final y Michael seguía llorando. Le dije: “vendremos dentro de dos semanas y volveremos a intentarlo, quizas entonces no te emocione tanto”. Volvimos y él empezó a ponerse lloroso. Así que la grabamos tal cual.

Michael se ha armado, para su propia protección, de una serie de compuertas emocionales, ha creado situaciones en las que dejar que todo aflore está bien.
-Algunas circunstancias requieren que esté tranquilo y quieto –dice-. Pero bailo todos los domingos –ese día tambien ayuna.

Ése, confirma su madre, es un ritual semanal que deja a su hijo medio muerto, sudando, riendo y llorando. Es también un ritual muy parecido a las actuaciones de Michael. Lo cierto es que el peso del espectáculo de los Jacksons en el escenario recae sobre sus débiles espaldas cubiertas de lentejuelas. En sus solos de baile no hay nada improvisado. Puede mutar su figura larga y delgada en la forma de un patinador que da vueltas, sin la ayuda del hielo y los patines. Ayudado por el ígneo resplandor de sus ceñidos trajes plateados, su estructura molecular cambia a su antojo; ahora se mueve como un robot, acto seguido traza curvas serpenteantes. Tanta seguridad tiene su cuerpo que sus ojos suelen estar cerrados y el rostro vuelto hacia arriba, como dirigiéndose a alguna musa invisible. Levanta el pecho huesudo. Jadea, se sacude y chilla. Es harto conocida su costumbre de saltar del escenario y subirse por el andamiaje.

En casa, en su habitación, baila hasta caer rendido. Michael dice que las sesiones de baile de los domingos son también un remedio eficaz contra su adicción a los escenarios cuando no está de gira. Algunas veces, en esos tiempos muertos, algún otro artista lo saca de entre el público. Y en el largísimo trayecto entre su asiento y el escenario los dos Michaels entran en liza.
-Estoy ahí sentado diciéndome: “por favor, no me llames, soy demasiado tímido” –explica Jackson-. Pero una vez estoy allí arriba me controlo. Estar en el escenario es algo mágico. No hay nada como eso. Uno siente la energía de todos los que están ahí. La sientes por todo tu cuerpo. Cuando las luces caen sobre ti, todo termina. Te juro que es así.

Ahora sonríe, erguido en su asiento, tratando de explicarle la ingravidez a uno que tiene los pies en la tierra.
-Cuando llega el momento de marcharme, no quiero. Me quedaría allí para siempre. Lo mismo pasa cuando haces una película. Lo maravilloso de una película es que puedes convertirte en otra persona. Me encanta olvidar. Y muchas veces te olvidas del todo. Es como un piloto automatico. Es…¡Uuuau!

Durante el rodaje de The Wiz, se metió tan profundamente en su personaje del espantapájaros que el equipo tenia que arrancarle literalmente del escenario y de su vestimenta. Él estaba en Oz y no le apetecía nada cambiarlo por otra habitación de hotel.
-Eso es lo que me gustó de ET. Yo estaba realmente allí. Al día siguiente lo eché mucho de menos. Quería volver a aquel lugar del bosque donde había estado la víspera. Quería estar allí.

Pero ahora está sentado a la mesa del comedor de su casa. Y a pesar de la visible tensión, se mantiene sereno. Y se le ilumina el rostro al preguntarle por sus animales. Dice que cada día habla con su pequeño zoo.
-Tengo dos cervatillos. Mr. Tibbs se parece a un carnero, tiene los mismos cuernos. Tengo una llama preciosa. Se llama Louis –también tiene aves exóticas como guacamayos, cacatúas y un ñandú enorme.
-Espera aquí –dice-, te enseñaré una cosa –sube de dos en dos las escaleras hacia su dormitorio. Aunque sé que estamos solos en el apartamento, oigo que habla con alguien.
-¡Oh! ¿estabas durmiendo? Lo siento…
A los pocos segundos, deposita una boa constrictor de dos metros y medio sobre la mesa del comedor. Se mueve hacia mi a una velocidad alarmante.
-Éste es Muscles. Y lo he adiestrado para comer entrevistadores.

Muscles ha sobrepasado ya la grabadora y, chasqueando la lengua con desdén, prosigue hacia la fuente de sangre caliente más cercana. Michael recoge con cariño al reptil cuando su chata nariz topa con mi muñeca. De verdad, insiste, Muscles es bastante dulce. Todo eso de que las serpientes se comen a la gente son tonterías. Además, muscles ni siquiera tiene hambre: solo hace un par de días que se zampó su rata viva de cada semana. Pero la presencia de un extraño ha puesto a Muscles una pizca nervioso. Enroscado en el torso de su dueño, su fuerza prensil ha hecho del antebrazo de Michael un intenso bajorrelieve de hinchados vasos sanguineos. Para demostrar el sentido del equilibrio de la serpiente, Michael la coloca sobre una barandilla de siete centímetros de ancho donde permanecerá, inmóvil, durante la hora siguiente.
-Las serpientes son muy incomprendidas- dice.

Las serpientes, añado, deben de ser las víctimas más antiguas de la mala prensa. Michael palmea la mesa y se echa a reir.
-Mala prensa. ¿no es así, Muscles?
La serpiente levanta un instante la cabeza y la posa de nuevo sobre la barandilla. Los tres nos quedamos un poco más relajados.
-¿Sabes qué es lo que también me encanta? –interviene Michael-. Los maniquíes.
Si, se refiere a esos maniquíes que uno ve llevando biquinis de visón en los escaparates de las tiendas de Beverly Hills. Dice que cuando su casa esté terminada tendrá una habitación sin amueblar, solo con un escritorio y un puñado de maniquíes.
-Supongo que lo que quiero es darles vida. Me gusta imaginarme hablando con ellos. ¿Sabes qué creo que pasa? Si, me parece que te lo voy a decir. Creo que me hago acompañar por los amigos que nunca tuve. Probablemente sólo tenga dos amigos. Y acabo de conocerlos. Un artista sencillamente no puede estar seguro de quién es su amigo. Y le ven a uno de forma tan distinta… Como una estrella en lugar de cómo al vecino de al lado.
Hace una pausa mientras contempla las estatuas del salón.
-Eso es. Me rodeo de las personas que quiero tener como amigos. Y puedo hacer eso con los maniquíes. Les hablaré.

Mueve el pie con un ritmo incansable, y el recorte de periódico hace mucho que ha quedado destruido. Michael explica, a modo de disculpa, que no puede estarse quieto tanto tiempo. Como por impulso, decide llevarnos a la casa en obras. Michael rara vez conduce, a pesar de que hace dos años sus padres le obligaron a aprender. Cuando lo hace, se niega a ir por la autopista, da rodeos de una hora para evitarlas. Se ha aprendido el camino a unas pocas zonas “seguras”: las casas de sus hermanos, el restaurante naturista y el Salón del Reino.
Pero hay que llevarse a Muscles.
-Es verdaderamente dulce –dice Michael mientras desenrosca la serpiente de la barandilla-. Me gustaría que te la enroscaras al cuerpo antes de irnos.
Aquello no sonaba como una orden y Michael no iba a forzar el asunto. Pero el miedo a los entrevistadores puede estar tan profundamente arraigado como el miedo a las serpientes y Michael, al acceder a hablar conmigo, me oyó decir lo mismo que ahora me está diciendo:
-Confía en mí. No te hará daño.
Llegamos a un acuerdo. Muscles se desliza por mi tobillo. Tiene la lengua seca. Me hace cosquillas. Superado el temor primario, es como el bigote de un gatito.
-Tu sabes –dice Michael-, con tuda la fuerza de la razón, que este animal no va a hacerte daño, ¿no es cierto? Pero todas las barbaridades que se han dicho sobre estos animales te provocan un miedo irracional.
Tras exponer educadamente sus argumentos, Michael y Muscles desaparecen escaleras arriba.


-------CONTINUARÁ--------


PD: Bueno, si lo leeis vosotros dos, habra valido la pena :)

PPD: Dancing, 9:11!!!! por dios, tia, cuando te llegue la factura vas a flipar.
 
Al regresar, Michael descubre en el recibidor que ha llegado una prueba de The Girl is Mine. Eso son negocios. Debe revisarla antes de que la editen, explica, y se dirige a escucharla en el estéreo de un estudio. Antes de que termine el disco ya está pulsando teclas en el teléfono. Entre llamadas a contables y representantes, dice que es él quien toma todas las decisiones, hasta la última de las lentejuelas de sus trajes en los conciertos… que son las únicas ropas que le preocupan. Dice que cuando se trata de la gestión, los músicos y los promotores del concierto puede ser implacable. Se asesora sobre su calidad con el rigor de un juez del Supremo, pide la opinión de sus hermanos, de colegas artistas e incluso de periodistas. Aunque de verdad cree que su talento le viene de Dios, es plenamente consciente de su valor en el mercado. Nunca es tiránico o avasallador, pero le gusta que le respeten. No le preguntes, por ejemplo, cuánto tiempo ha estado con una empresa determinada del mundo del espectáculo.
Pregúntame –corrige- cuánto tiempo han estado ellos conmigo.
Quienes han trabajado con él no dudan de su capacidad. Ni siquiera los que le consideran una estrella infantil.
-Lo controla todo –dice Spielberg-. A veces a los demás les parece que oscila al borde de la penumbra, que es frágil, pero detrás de todo lo que hace existe una enorme y consciente tenacidad. Es muy calculador acerca de su carrera y de las decisiones que toma. Creo que es un hombre con dos personalidades.

En el estudio, Quincy Jones observó que su profesionalidad había madurado. De hecho, el olfato de Michael para lo que le conviene es tal que Jones empezó a llamarle “Sabueso Afortunado” y cuando un conflicto entre sus empresas puso en cuarentena su colaboración, Sabueso no se inmutó y dirigió el oído hacia sus propios ritmos. Y en verdad, las piezas más memorables de Off the Wall son las melodías bailables compuestas por Jackson. Working day and Night, con sus compases de reposo y su puntuación marcada sólo podía haber sido compuesta por un bailarín. Don´t stop´til you get enough, el single más vendido del album, está también a caballo entre la moderación y el desenfreno. La canción comienza con Michael susurrando suavemente sobre un ritmo de bajo de una sola cuerda:
“sabes, me pregunto…ya sabes que fuerza tiene, tiene mucha potencia, me hace sentir como…Me hace sentir…”
Oooooh. El gato asustado se transforma de repente en un monstruo-disco, con la embestida de las guitarras y un chillido sexy y catártico. La introducción son 10 segundos de perfecta tensión pop. Un boggie es la melodía de bienvenida. Los arreglos –instrumentos de cuerda agudos y coros sobre un ritmo sordo y machacón- llevan la firma de Michael. Un sabueso, el duende del funky.
Funciona. Una criatura como Michael es el perfecto híbrido pop para los años ochenta. El público marginal no se asusta de las letras groseras. Y los privilegiados que bailan en los barrios altos pueden saltar y deslizarse por las enceradas pistas de baile. Thriller es tan ecléctico que incluye cantos africanos y algo de excelente guitarreo macho-rock de Eddie Van Halen. Ahora le han puesto la etiqueta del pop-soul. Michael dice que le da igual cómo lo llamen. Para él sigue siendo un misterio de donde sale todo esto… así como el propio proceso creativo.
-Me despierto de un sueño y me digo: “¡Uau! Pon esto sobre el papel” –dice-. Es algo muy extraño. Escuchas la letra, todo está ahí delante de tus narices. Y te dices: “lo siento, yo no he escrito esto. Ya estaba ahí”. Por eso odio atribuirme el mérito de las canciones que he escrito. Siento como si, en alguna parte, ya estuvieran hechas y yo fuera simplemente un correo que las trae al mundo. De verdad lo creo. Me encanta lo que hago. Soy feliz haciéndolo. Es una evasión.

De nuevo esa palabra. Pero Michael está en lo cierto. No hay una definición mejor del buen, ingenuo, pop norteamericano. Pocos comprenden esto mejor que Diana Ross, aquella adolescente Tamla transformada tardíamente en diva del pop. Su intimidad con Michael comenzó cuando conoció a los Jackson.
-No, yo no los descubrí –dice, desmintiendo la leyenda. El jefe de la Motown, Berry Gordy, ya les había encontrado; ella solo los presentó en su especial de televisión de 1971. Michael y yo nos comprendimos inmediatamente el uno al otro –explica-. Yo era mayor que él y el chico me idolatraba, y quería cantar como yo.

Ha tenido el placer de ver a Michael convertirse en una persona independiente. No obstante, desearía que diera otro paso adelante. Dice que tuvo que mostrarse firme y obligarle a permanecer en su puesto como productor de Muscles. Él quería que lo hiciesen conjuntamente. Ella insistió en que él lo hiciese solo.
-Pasa mucho tiempo solo, demasiado. Yo trato de sacarlo. Alquilé un barco y llevé a mis hijos y a Michael de crucero. Michael tiene un montón de gente alrededor, pero tiene mucho miedo. No sé por qué. Creo que le viene de los primeros tiempos.

Los amigos artistas de Michael, muchos de ellos mujeres que no dan la impresión de ser especialmente maternales, hacen lo imposible por empujarle y estimularle a salir al mundo y por hacer que se sienta a gusto. Cuando está en Maniatan, Ross le anima a ir al teatro y a los clubs nocturnos y, en compensación, le ofrece tranquilos fines de semana en su casa de Connecticut. Catherine Hepburn, por medio de notas y llamadas de teléfono, también le ha estado animando a que actúe.



------CONTINUARÁ---------


PD: Un fasciculo más y ya acabo
;)
 
Pues si, ya es mala suerte, encuentro un libro de hace ochocientos años y resulta que reeditan el articulin, cachiissss, me jodieron la exclusiva, jjejejejej.
Bueno, ahi va la ultima parte.



Michael ha ido anotando gran parte de estos consejos en cuadernos y cintas. Visitar a Jane Fonda –a quien conoce desde que fueron presentados en una fiesta de Hollywood hace unos años- durante el rodaje de “En el estanque dorado”, en New Hampshire, resultó ser un cursillo intensivo. Como en un reflejo de sus escenas con su nieto en la película, Henry Fonda se llevó al lago a aquel ídolo del rock amigo de su hija y le ensenó a pescar. Estuvieron sentados en un embarcadero durante horas, hablando de truchas y de teatro. La noche en que Fonda murió, Michael pasó la tarde con su viuda, Shirlee, y sus hijo, Jane y Meter. Dice que se sentaron en círculo, riendo y llorando y viendo los informativos de la tele. La naturalidad con que su familia acogió a Michael no sorprendió a Jane Fonda. Michael y su padre congeniaron, dice ella, porque eran muy semejantes.
-Papá, en vida, era también dolorosamente autoconsciente y timido –dice-, y la verdad es que solo se sentía cómodo cuando se hallaba tras la máscara de algún personaje. Cuando era otra persona podía liberarse. Michael también es así.
“Es una persona sumamente frágil. Creo que para él el simple hecho de ir por la vida, de entrar en contacto con gente, es muy duro, por no hablar de preocuparse de adónde va el mundo.
Recuerdo que iba un día con él en coche y le dije: “Dios, Michael, me encantaría encontrar una película que pudiese producir para ti”. Y de repente lo supe. Dije: “Ya sé lo que tienes que hacer: Peter Pan.” Sus ojos se llenaron de lágrimas y me preguntó: “¿por qué me dices eso?” con verdadera fiereza. Le dije: “Me he dado cuenta de que tú eres Peter Pan.” Y él se echó a llorar y me contestó: “¿sabes una cosa? Las paredes de mi cuarto están llenas de dibujos de Peter Pan. He leído todo lo que escribió Barrie (el autor). Me siento completamente identificado con Peter Pan, el chico perdido del país de Nunca Jamás”.

Al enterarse de que Francis Coppola quizás iba a rodar una versión, Fonda le envió recado de que debía hablar con Michael Jackson.
-Oh, me lo imagino muy bien –dice ella-, conduciendo a los chicos perdidos a un mundo de fantasía y magia.

En la novela, esa fantasía se encuentra “después de la segunda estrella a la derecha y luego derecho hasta el amanecer”… una ruta no menos extraña, señala Fonda, que el propio viaje de Michael desde Indiana.
-Desde Gary –dice- y derecho hasta Barrie.


-Solo he venido a ver a un amigo.
Michael trata amablemente de esquivar a una inquisitiva mujer armada con lo último en equipos de video. Le bloquea el corredor que conduce a los abarrotados camerinos debajo del Forum de Los Ángeles.
-¿Puedo decirles a mis espectadores que Michael Jackson es fan de Queen?
-Soy fan de Freddie Mercury –le contesta él, pasando a su lado y entrando en una larga habitación abarrotada de miembros de la banda, esposas, técnicos y amigos. Un hombre robusto, con pinta de jugador de rugby, hace que Freddie realice una serie de ejercicios de estiramiento que fortalecerán sus músculos agotados por el viaje y le permitirán llevar a cabo ese último concierto de la gira del grupo por Estados Unidos. La banda está contenta. Michael se queda, tímido, junto a la puerta hasta que Freddie lo descubre y se le acerca de un salto para abrazarle.
Freddie ha invitado a Michael. Lleva toda la semana llamándole, principalmente para hablar de la posibilidad de que trabajen juntos. Han decidido intentarlo en el próximo álbum de los Jacksons. Aunque no se parecen en nada –Freddie celebró su último cumpleaños colgado desnudo de una lámpara de techo-, han trabado amistad desde que Michael escuchó el material que los Queen habían grabado para The Game e insistiese en que el single tenía que ser Another One Bites the Dust.
-Ahora me hace caso. ¿No es cierto Freddie?.
-Correcto, hermanito.
El jugador de rugby le llama por señas. Freddie señala con su cigarrillo las bandejas de fruta, pollo y dulces.
-Sentíos como en cas tú y tus amigos.

Nuestro escolta, un guardaespaldas de semblante dulce y pesados puños, consulta con los de seguridad acerca de nuestros asientos. Cuando Michael corrió hacia la limusina, el coche estaba rodeado de chicas, chicas que atisbaban a través de los cristales tintados cuando se cerraron las puertas. Todo eso fue muy desconcertante para el invitado de Michael, que nos esperaba en el coche.
Él es un amigo de verdad, uno de los civiles, tan corriente que pasa inadvertido para los que se dedican a mirar a los famosos. Nunca ha asistido a un concierto de rock, ni tampoco ha visto nunca actuar a Michael. Dice que le gustaría verlo, pero lo normal es que salgan juntos. A veces hasta les acompaña su hermano pequeño. La mayor parte del tiempo se dedican simplemente a “hablar de las cosas normales de siempre”, dice el amigo. Para Michael se trata de otra clase de magia.

Pero en este momento estamos en el mundo del espectáculo. De los chismorreos, para ser exactos. Michael le pregunta a un bailarín conocido suyo sobre la reciente crisis de una superestrella caída. Michael quiere saber que problema tuvo. El bailarín le responde con un gesto, tocándose la nariz con un dedo. Michael asiente con la cabeza y le traduce a su amigo:
-Drogas. Cocaína.
Michael admite que va en busca de esos cotilleos, y los escucha una y otra vez mientras los famosos explican impulsivamente su necesidad de evasión.
-Evasión –dice él-. Lo comprendo perfectamente.

Pero las adicciones son otra cosa:
-Me gustaría saber qué es lo que hace que los buenos intérpretes se caigan a pedazos –dice-. Siempre trato de descubrirlo. Porque me cuesta creer que lo que les hace caer una y otra vez sea siempre lo mismo.
De momento, sus propias adicciones –el escenario, el baile y los dibujos animados- no se consideran tóxicas.

Algo le está ocurriendo ahora a Michael, pero no es nada químico. Está zumbado como un moscardón atrapado en una jarra. Es la sala en la que estamos, explica. Han sido tantas las veces que ha bailado y ha forzado sus cuerdas vocales aquí mismo, enloqueciendo, excitándose, estremeciéndose como un caballo de carreras desbocado mientras se contoneaba en su traje de lentejuelas…
-No puedo soportarlo –exclama-. No puedo quedarme aquí sentado.
Justo antes de que tenga que ser sujetado por su propio bien, Randy Jackson entra en la sala como un cohete, conteniendo a su hermano en un abrazo de oso, ayudándole a disipar parte de sus energías con una pequeña pelea de broma. Ésta no es la misma criatura que trataba de esconderse tras una patata frita.
Ahora Michael boxea con el guardaespaldas, preguntando cada dos minutos la hora, hasta que el hombre posa una gran manzana sobre el hombro de su jefe y dice:
-Vamos allá.

Mercury y compañía avanzan ya por el estrecho corredor y, antes de que nadie pueda alcanzarle, Michael es arrastrado por su estela, cabalgando sobre el grave rugir de la multitud que se agolpa en el exterior, saltando para echar una mirada a Freddie, que levanta un puño antes de emprender la subida por las escaleras del escenario.
-¡Ooooh! Freddie está excitado –dice Michael-. Ahora le envidio. No sabes cuanto.
El resto de la banda sube por la escalera y se cierra el negro telón del escenario. Michael se vuelve y se deja conducir hasta la oscuridad de la sala.

-----------FIN-----------



Espero que a alguien le haya interesado y que no se haya quedado dormido nadie leyendolo ;)
 
MIL GRACIAS

MENUDA CURRADA TE HAS PEGADO
POR ESO QUE MENOS QUE AGRADECERTE EL BUEN RATO QUE ME HAS HECHO PASAR AL LEERLO

GRACIAS;) :p :eek: :D
 
BRAVOOOO!!!!

Al final te vamos a poner un monumento MJBad :D

Q sepas, q soy de las q me lo he leido todo todito y q me ha encantado.

Muchas gracias

Noelia
 
ALGUIEN SERÍA TAN AMABLE DE ESCANEAR LA PORTADA DE LA ROLLING

Por favor quiero ver la portada aún no la he visto y me gustaría q alguien la escaneara porque no la puedo comprar todavía.:buaaah: :buaaah:
 
Rara historia sobre Michael.

http://www.soitu.es/soitu/2009/05/29/musica/1243613938_001302.html

A finales de 1982 Michael Jackson todavía era alguien normal. Siempre que entendamos como normal lo que puede serlo alguien que ha sido estrella del pop desde su infancia. Casi sin cirugía, todavía negro y viviendo con su familia en una casa alquilada mientras le terminaban las obras de la suya, Michael recibía al periodista de Rolling Stone Gerri Hirshey con unos pantalones de pana sucios y arrugados y zapatos viejos, con los cordones desabrochados y sin calcetines. Con una nevera vacía de comida y con algunos zumos naturales, su hermana Janet le confesaba al periodista que Michael era una desgracia, nunca comía nada excepto alguna hoja de lechuga y siempre vestía por casa ropa andrajosa, algo que Michael ratificaba pero echándole en cara a Janet que al menos él no tenía un culo como el suyo. ¡Qué mono!.
Ante tanta amabilidad y buen rollo, la entrevista para hablar de 'Thriller', disco que se publicaba semanas después, se desarrollaba de una manera cordial a excepción de la presencia en el sofá de Muscles, la enorme boa constrictor de más de 2 metros que Jackson tenía como mascota. Algo llamó la atención del periodista. Era una pequeña foto de una chica negra que estaba metida en el borde del marco de un cuadro. Era la foto del colegio de una adolescente. Esa foto la tenía puesta ahí Michael Jackson para memorizar la cara de la chica. Se la había enviado ella misma en una caja junto a una pistola y unas instrucciones para quedar con ella, que Michael la matara y luego matarse él.
La policía descubrió que la pistola estaba amañada y que, al dispararse, en realidad lo haría hacia atrás y le explotaría en la cara a Jackson. La chica llevaba tiempo acosando con declaraciones de amor a Michael Jackson, parecido a lo que sucedía en la canción 'Billie Jean' que estaba incluida en el disco que estaba a punto de editarse. Esta, le dijo Michael Jackson al periodista, es mi verdadera Billie Jean y tengo que aprenderme su cara de memoria por si algún día sale del hospital psiquiátrico donde se encuentra ingresada y me topo con ella.
 
Re: Rara historia sobre Michael.

Si hay algo es seguro, que en su vida Michael ha visto cosas que nosotros ni nos imaginamos...
 
Re: Rara historia sobre Michael.

ke raro ..
o kuando dice lo del culo de janet xD
haha pero lo de la chava habia leiido algo asi
saludos!
 
Re: Rara historia sobre Michael.

yo puedo escribir historias mas raras que esa...

Pero es verdadera por si acaso insinuas lo contrario.;)

Mas tarde con motivo de la salida de Invincible la edición española de RR.SS recuperó dicha "interviú".
 
Última edición:
Re: Rara historia sobre Michael.

wap que buena obio le creo si la loca estaba loca
y lo de la hermana u.u
demas que lo decia de broma pa mi que le gustaba andar con lo que encontraba
y comer lo que sea se parese a mi primo :)
si el es asi too botado
 
Un día con Michael Jackson


Gerri Hirshey


Es mediodía y en algún lugar del valle de San Fernando un resplandor neblinoso atenúa las sombras frontales de una hilera de casas pareadas. Al otro lado de la reja metálica, el jardín está en silencio y sólo se oye el chapoteo distante que hace el agua de una fuente al caer contra su pileta de plástico.



-A que no te esperabas un sitio así, ¿eh? -dice Michael Jackson entre risitas, tras una máscara de dedos huesudos. Después de instalar a su visitante en el segundo piso de su casita pareada de tres pisos, Michael explica que es una residencia provisional mientras su casa de Encino, en California, es demolida y reconstruida. Reconoce que aquél no es el lugar idóneo para un joven príncipe del pop.

También sorprende que Michael haya decidido afrontar esta entrevista él solo. Dice que hace por lo menos dos años que no ha hecho nada así. Y cuando lo hizo, siempre fue con un cordón de mánagers, con otros hermanos Jackson y, en una ocasión, con su hermana pequeña Janet, que repetía como un loro las preguntas de un reportero para que Michael pudiera contestarlas. El exiguo dossier de prensa lo pinta como alguien insoportablemente tímido. Se agacha, se esconde, habla mirándose las puntas de los zapatos. O simplemente no aparece. Se sabe que lleva su vida privada con una cautela casi obsesiva, "igual que un hemofílico que no puede permitirse ni un rasguño". La analogía es suya.

Si se pone esto a la par con las estadísticas, con los éxitos, se verá que no encaja. Ha sido el cantante estelar de los Jackson Five desde el colegio. En 1980 se separó de los Jacksons para grabar un elepé, Off de Wall, que se convirtió en el álbum más vendido del año. Thriller, su nuevo disco, está en el quinto puesto de las listas. Y la serie de artistas que trabajan ahora con él -o que quieren hacerlo- incluye a gente como Paul McCartney, Quincy Jones, Steven Spielberg, Diana Ross, Queen o Jane Fonda. Ni en discos, conciertos, televisión o cine, Michael Jackson tiene problema alguno para aparecer en público. Nada le asusta, dice. Pero esto?

-¿Te gusta hacer esto? -me pregunta, Michael. Su voz denota cierta incredulidad, como si la pregunta la hiciera un juez de instrucción. Está repantigado en una silla del comedor, mirando hacia el salón, que se halla en la planta baja. Está lleno de estatuas. Hay algunos graciosos bronces de estilo grecorromano, así como algunas de esas piletas de baño para los pájaros típicas de las afueras. Las figuras están plantadas alrededor del sofá como una fantasmal reunión para tomar té.

En cambio Michael no logra permanecer quieto. Está tan nervioso que se está comiendo -con cierta dificultad- una bolsa de papas fritas. Esto sí que es raro en él. Ninguno de sus hermanos recuerda que ni una partícula de esa clase de comida haya pasado por sus labios desde que, seis años antes, se convirtió en un estricto vegetariano y un apóstol de la comida sana. De hecho a su madre, Katherine Jackson, le preocupa que su hijo Michael viva prácticamente del aire. Él dice que si no tuviese que comer para seguir vivo, no lo haría.

-La verdad es que odio esto -dice. Después de haberse despachado las papas, comienza a plegar y replegar un recorte de periódico-. Estoy mucho más relajado en un escenario que ahora mismo. Pero bueno, vamos allá -sonríe.

* * *
A sus 24 años, Michael Jackson tiene un pie firmemente plantado en cada extremo de los años ochenta. Los éxitos de su infancia son ya viejos clásicos y ahora habla de tú a tú con los ídolos de su juventud. Michael sólo contaba diez años cuando se trasladó a la casa de Diana Ross en Hollywood. Ahora le produce discos. Tenía cinco cuando aparecieron Los Beatles, ahora él y McCartney se disputan a la misma chica en el single de Michael "The girl is mine". Sus amigos del mundo del espectáculo también pertenecen a diferentes generaciones.

Se relaciona con personas que, como él, fueron estrellas infantiles, como Tatum O'Neal y Kristy NcNichol, y con la ex estrella infantil Stevie Wonder. Charla a larga distancia con Adam Ant y Liza Minelli; y es íntimo del octogenario Fred Astaire. Cuando visitó el rodaje de En el estanque dorado, Henry Fonda le cebó los anzuelos de pesca. Jane Fonda le está ayudando para que aprenda a actuar. Sus admirada Katharine Hepburn rompió su hábito de toda una vida de evitar el rock para asistir a un concierto de los Jacksons, en 1981, en el Madison Square Garden.

Hasta E.T. se habría sentido atraído por un espíritu tan dulce, según Steven Spielberg, que cuenta qué le dijo a Michael:

-Si E.T. no hubiese ido a dar con Elliot, habría aparecido en tu casa.

También dice Spielberg que no pensó en nadie más para narrar la saga de su vulnerable extraterrestre:

-Michael es uno de los últimos seres vivos inocentes que poseen un completo control de su vida. Nunca he visto a nadie como Michael. Es una conmovedora estrella infantil.

* * *

Los dibujos animados van pasando en silencio por la pantalla gigante que resplandece en la penumbra del estudio. Michael adora los dibujos animados. Adora todo lo "mágico". Esta definición es lo bastante amplia para abarcar desde Bambi a James Brown.

-Es tan mágico?-dice Michael, refiriéndose a Brown, y reconoce que para su peculiar coreografía se ha inspirado en los movimientos del "Padrino" sobre el escenario-. Yo estaba entre bastidores cuando tenía seis o siete años. Me sentaba allí y lo observaba.

Recientemente, a modo de curso de reciclaje, Michael fue a ver actuar a James Brown en un local de Los Angeles.

-Él es el más electrizante. Puede hacer lo que quiera con el público. Los espectadores se quedaron flipados. Todo él era un desenfreno... y a su edad. Está tan? fuera de sí mismo.

Salir de uno mismo es un tema que se repite en la vida de Michael, ya se refiere a bailar, cantar o actuar. Como Testigo de Jehová, Michael cree en un holocausto inminente, tras el que vendrá Cristo por segunda vez. La religión ocupa buena parte de su vida y requiere un intenso estudio de la Biblia y reuniones tres veces por semana en un cercano Salón del Reino. Nunca ha tocado las drogas y rara vez se acerca al alcohol. No obstante, a pesar del profetizado Apocalipsis, su espíritu no es tan severo como para excluir sus frecuentes inmersiones en el terreno de la fantasía.

-Soy coleccionista de dibujos animados -dice-. Todo lo de Disney, Bugs Bunny, los antiguos de la MGM. Sólo he conocido a una persona que tenga una colección mayor que la mía, y eso me sorprendió: Paul McCartney. Es un fanático de los dibujos. Cada vez que voy a su casa nos ponemos a ver dibujos animados. Cuando vinimos aquí a trabajar en mi disco, alquilamos todos estos en el estudio, Dumbo y cosas por el estilo. Es una auténtica evasión. Es como si todo fuera bien. Es como si lo que ocurre en el mundo estuviera sucediendo en una ciudad muy remota. Todo es excelente.

-La primera vez que vi E.T. me derretí -dice-. La segunda vez lloré como un loco. Y luego, al hacer el recitado, me sentí como si estuviese allí con ellos, detrás de un árbol o algo parecido, observando todo lo que ocurría.

Fue tal la implicación emocional de Michael que cuando llegaron al momento en que E.T. agoniza, Steven Spielberg encontró a su narrador llorando en el oscuro estudio. Finalmente, Spielberg y el productor Quincy Jones decidieron seguir adelante y dejar que a Michael se le quebrara la voz.

-Tenía una canción reservada para Michael que se titula "She's out of my life" -recuerda Jones-. Michael la escuchó y se quedó encantado. Pero cuando la cantábamos se ponía a llorar. Cada vez que la cantábamos yo alzaba la vista al final y Michael estaba llorando. Le dije: "Vendremos dentro de dos semanas y volveremos a intentarlo, quizás entonces no te emocione tanto". Volvimos y él empezó a ponerse lloroso. Así que la grabamos tal cual.

Michael se ha armado, para su propia protección, de una serie de compuertas emocionales, ha creado situaciones en las que dejar que todo aflore está bien.

-Algunas circunstancias requieren que esté tranquilo y quieto -dice-. Pero bailo todos los domingos -ese día también ayuna.

Ése, confirma su madre, es un ritual semanal que deja a su hijo medio muerto, sudando, riendo y llorando. Es también un ritual muy parecido a las actuaciones de Michael. Lo cierto es que el peso del espectáculo de los Jacksons en el escenario recae sobre sus débiles espaldas cubiertas de lentejuelas. En sus solos de baile no hay nada improvisado. Puede mutar su figura larga y delgada en la forma de un patinador que da vueltas, sin la ayuda del hielo ni patines. Ayudado por el ígneo resplandor de sus ceñidos trajes plateados, su estructura molecular cambia a su antojo; ahora se mueve como un robot, acto seguido traza curvas serpenteantes. Tanta seguridad tiene su cuerpo que su ojos suelen estar cerrados y el rostro vuelto hacia arriba, como dirigiéndose a alguna musa invisible. Levanta el pecho huesudo. Jadea, se sacude y chilla. Es harto conocida su costumbre de saltar del escenario y subirse por el andamiaje.

En casa, en su habitación, baila hasta caer rendido. Michael dice que las sesiones de baile de los domingos son también un remedio eficaz contra la adicción a los escenarios cuando no está de gira.

-Estar en el escenario es algo mágico. No hay nada como eso. Uno siente la energía de todos los que están ahí. La sientes por todo tu cuerpo. Cuando las luces caen sobre ti, todo termina. Te juro que es así.

Ahora sonríe, erguido en su asiento, tratando de explicarle la ingravidez a uno que tiene los pies en la tierra.

-Cuando llega el momento de marcharme, no quiero. Me quedaría allí para siempre. Lo mismo pasa cuando haces una película. Lo maravilloso de una película es que puedes convertirte en otra persona. Me encanta olvidar. Y muchas veces te olvidas del todo. Es como un piloto automático. Es?.¡Guauuu!

Durante el rodaje de El mago (The wiz), se metió tan profundamente en su personaje del espantapájaros que el equipo tenía que arrancarle literalmente del escenario y de su vestimenta. Él estaba en Oz y no le apetecía nada cambiarlo por otra habitación de hotel.

-Eso es lo que me gustó de E.T. Yo estaba realmente allí. Al día siguiente lo eché mucho de menos. Quería volver a aquel lugar del bosque donde había estado la víspera. Quería estar allí.

Pero ahora está sentado a la mesa del comedor de su casa. Y a pesar de la visible tensión, se mantiene sereno. Y se le ilumina el rostro al preguntarle por sus animales. Dice que cada día habla con su pequeño zoo.

-Tengo dos cervatillos. Mr. Tibbs se parece a un carnero, tiene los mismos cuernos. Tengo una llama preciosa. Se llama Louie -también tiene aves exóticas como guacamayos, cacatúas y un ñandú enorme
-Espera aquí -dice-, te enseñaré una cosa -sube de dos en dos las escaleras hacia su dormitorio. Aunque sé que estamos solos en el apartamento, oigo que habla con alguien.

-¡Oh! ¿Estás durmiendo? Lo siento?

A los pocos segundos, deposita una boa constrictor de dos metros y medio sobre la mesa del comedor. Se mueve hacia mí a una velocidad alarmante.

-Éste es Muscles. Y lo he adiestrado para comer entrevistadores.:jajaja::jajaja:

Muscles ha sobrepasado ya la grabadora y, chasqueando la lengua con desdén, prosigue hacia la fuente de sangre caliente más cercana. Michael recoge con cariño al reptil cuando su chata nariz topa con mi muñeca. De verdad, insiste, Muscles es bastante dulce. Todo eso de que las serpientes se comen a la gente son tonterías. Además, Muscles ni siquiera tiene hambre: sólo hace un par de días que se zampó su rata viva de cada semana. Pero la presencia de un extraño ha puesto a Muscles una pizca nervioso. Enroscado en el torso de su dueño, su fuerza prensil ha hecho del antebrazo de Michael un intenso bajorrelieve de hinchados vasos sanguíneos. Para demostrar el sentido del equilibrio de la serpiente, Michael la coloca sobre una barandilla de siete centímetros de ancho donde permanecerá, inmóvil, durante la hora siguiente.

-Las serpientes son muy incomprendidas -dice.

Las serpientes, añado, deben de ser las víctimas más antiguas de la mala prensa. Michael palmea la mesa y se echa a reír.

-Mala prensa. ¿No es así, Muscles?

La serpiente levanta un instante la cabeza y la posa de nuevo sobre la barandilla. Los tres nos quedamos un poco más relajados.

-¿Sabes qué es lo que también me encanta? -interviene Michael-. Los maniquíes.

Sí, se refiere esos maniquíes que uno ve llevando biquinis de visón en los escaparates de las tiendas de Beverly Hills. Dice que cuando su casa esté terminada tendrá una habitación sin amueblar, sólo con un escritorio y un puñado de maniquíes.

-Supongo que lo que quiero es darles vida. Me gusta imaginarme hablando con ellos. ¿Sabes qué creo que pasa? Sí, me parece que te lo voy a decir. Creo que me hago acompañar por los amigos que nunca tuve. Probablemente sólo tengo dos amigos. Y acabo de conocerlos. Un artista sencillamente no puede estar seguro de quién es su amigo. Y lo ven a uno de forma tan distinta? Como una estrella en lugar de cómo al vecino de al lado.

Hace una pausa mientras contempla las estatuas del salón.

-Eso es. Me rodeo de las personas que quiero tener como amigos. Y puedo hacer eso con los maniquíes. Les hablaré.

Mueve el pie con un ritmo incansable, y el recorte de periódico hace mucho que ha quedado destruido. Michael explica, a modo de disculpa, que no puede estarse sentado tanto tiempo. Como por impulso, decide llevarnos en coche a la casa en obras. Michael rara vez conduce, a pesar de que hace dos años sus padres lo obligaron a aprender. Cuando lo hace, se niega a ir por autopista, da rodeos de una hora para evitarlas. Se ha aprendido el camino a unas pocas zonas "seguras": las casas de sus hermanos, el restaurante naturista y el Salón del Reino.
Pero antes hay que llevarse a Muscles.

-Es verdaderamente dulce -dice Michael mientras desenrosca la serpiente de la barandilla-. Me gustaría que te la enroscaras al cuerpo antes de irnos.

Aquello no sonaba como una orden y Michael no iba a forzar el asunto. Pero el miedo a los entrevistadores puede estar tan profundamente arraigado como el miedo a las serpientes y Michael, al acceder hablar conmigo, me oyó decir lo mismo que ahora me está diciendo:

-Confía en mí. No te hará daño.

Llegamos a un acuerdo. Muscles se desliza por mi tobillo. Tiene la lengua seca. Me hace cosquillas. Superado el terror primario, es como el bigote de un gatito.

-Tú sabes -dice Michael-, con toda la fuerza de la razón, que este animal no va a hacerte daño, ¿no es cierto? Pero todas las barbaridades que se han dicho sobre estos animales te provocan un miedo irracional.
Tras exponer educadamente sus argumentos, Michael y Muscles desaparecen escaleras arriba.
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