Debía correr el año de 1982 cuando visité Nueva York por primera vez; ya era casi otoño, y acababa de cubrir para la prensa colombiana la intervención del presidente Belisario Betancourt en Naciones Unidas. Puedo recordar ahora mi primera incursión en Broadway; dos miradas dominaban toda la avenida: la de los ojos amarillos del musical “Cats”, y la de Michael Jackson, aún adolescente, enfundado en una chaqueta de cuero anaranjada, de solapas cruzadas, con el mohín de los muchachos de barrio que han alcanzado la fama. Entonces, Jackson era aún representante genuino de lo afroamericano. Es decir, no había caído aún en las veleidades de la piel blanca, la nariz respingada y el mentón dividido. Tampoco llevaba el pelo lacio y largo de hoy. Venía de una infancia tremenda, al lado de los Jackson´s Five, el grupo familiar con el que alcanzó fama, después de bailar y cantar como un niño prodigio, y lucía el pelo ensortijado de la herencia africana.
El Nueva York de entonces, desde luego, no era el de hoy. El Soho y Greenwich Village eran todavía ese lugar de bohemia, ajeno a los turistas, donde los gays habían montado el primer bar rosado de la ciudad, y las bodegas abandonadas, hoy convertidas en elegantes “lofts”, permanecían entonces como estudios de pintores, templos de artistas, en los que se quemaba diariamente incienso de Madras y Cannabis. En esta ciudad y en el resto de la unión americana, Michael Jackson era ya un príncipe del “Pop”, ajeno a las estridencias y excentricidades de hoy.
El éxito de “Thriller” y todo el glamour de su poderosa imagen, nos dejaron en la retina la elación y seducción de un baile irrepetible. Ver a Jackson en escena, acariciando un guante de perlas, con sus pantalones tobilleros y aquellos zapatos de polainas, a la manera de los gentlemans del siglo XIX, se convirtió en un privilegio de quienes lo vieron como el fundador de una danza única, poesía pura, donde él ponía las condiciones de un espectáculo de luces y pasos magistrales.
El ocaso del Rey
A Elvis Presley, el muchacho del Sur que conquistó al mundo con un remeneo de cintura y una guitarra blanca, siguió Jackson. Al “Now or never” que tronaba en los “pubs” con un emblema de nuevos tiempos, siguió el “golpéalo”, de Jackson, con vídeos que sacralizaron la imagen de los malandros del Bronx, la figura de los pandilleros cruzados de guayas y cadenas, armados para el combate imaginario de las calles.
Jackson fue proclamado monarca absoluto del “Pop” americano, y como Rey, no se privó de nada. Incluyó en sus videos a Eddie Murphy y a Michael Jordan; retozó con ellos en una pirámides de Egipto donde las momias despertaban ante su magia. Hizo para sí mismo un exclusivo mundo afroamericano donde cualquier deseo podía ser cumplido. Jugar y driblear con Jordan, en una cancha de barriada, apostando a superarlo en un salto, en una canasta imposible; o contratar a una mujer blanca para tener, exclusivamente, hijos con ella. También, lo sabríamos después aseguró que no existía mayor placer que el de dormir con niños en su rancho de Neverland, o sea en la tierra del Nunca Jamás, donde duerme junto a una ventana que le permite ver hasta bien alta la noche, las luces de su parque de atracciones.
Lo de Jackson, rico y famoso, con respecto a los niños, puede ser un intento de aproximación a la semilla de la inocencia o, en el peor de los casos, una demostración flagrante de pedofilia. Una mujer que fue entrevistada en Estocolmo, aseguró que Jackson la “ligó” una vez, como lo haría cualquier artista heterosexual. Es decir, le declaró su amor y admiración, al tiempo que la invitó a su cama de hotel.
De Michael Jackson se afirma que es bisexual, también, y que adora cortejar a las estrellas de todos los tiempos, al punto de invertir buena parte de su fortuna en la compra de los derechos de toda la producción musical de los Beatles.
Cuando se trata de una estrella –recordemos a OJ Simpson- la opinión pública se divide. Para muchos, el Simpson que corría por una avenida, seguido por helicópteros, era el asesino de su esposa. Hoy como ayer, muchos estadounidenses también están tentados a pensar que Jackson es un pederasta que acaba de ser salvado de la cárcel por su inmensa fortuna. Sin embargo, no hay que desconocer que delante de estos diez fallos favorables que acaban de borrar para su vida personal y artística igual número de cargos, estuvo el seguimiento exhaustivo de unos jueces y una justicia que quiso obrar de la mejor manera. Es decir, ajustada a la ley.
Es posible que Jackson sea realmente un ángel escapado de la corte celestial, un incomprendido en medio de la vulgaridad de los tiempos posmodernos. Un artista de una sensibilidad especial, como lo muestran sus producciones musicales. Un fuera de serie que juega a ser mortal, cuando acude a una corte protegido por una sombrilla.
Un icono indiscutible de estos tiempos.
[Identidad Latina]
