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Bush y la resurrección de Hitler

La señora Herta Daeubler-Gmelin, Ministra de Justicia de Alemania, acaba de renunciar. Virtualmente cayó de su alto cargo a causa de la tempestad internacional que desató al comparar al Presidente George W. Bush con Adolfo Hitler. La Casa Blanca reclamó su cabeza y, no contenta con obtenerla, sigue lanzando rayos y centellas contra el gobierno de Berlín al acusarlo, por boca de Donald Rumsfield, Secretario de Defensa, de "haber envenenado las relaciones germano-estadunidenses".

Para los tres halcones imperiales -Bush, Cheney y Rumsfeld- que dominan en el cielo del mundo, cualquier gesto de soberanía nacional constituye un crimen de lesa majestad. En estos días lo es, por ejemplo, resistir la arremetida norteamericana contra Irak, como lo hace el gobierno alemán, ahora reforzado con el resonante triunfo electoral del 22 de septiembre, en que el Canciller Schroeder se alzó con la victoria respaldado por un crecido partido de los Verdes, severos críticos, uno y otro, del febril belicismo de Washington.

La decapitada ministra apenas hizo algo más que expresar en voz alta lo que piensa la mayoría de la humanidad, incluidos los 4.000 académicos, escritores, artistas y líderes religiosos de los Estados Unidos, que publicaron recientemente en The New York Times una vibrante carta en que condenan al régimen belicoso y represivo de Bush. Entre los firmantes figuran famosos como Jane Fonda, Oliver Stone, Noam Chosky, Martín Luther King III, Susan Sarandon.

Es que el fantasma de Hitler pasea a sus anchas en los oscuros sótanos de la Casa Blanca y el Pentágono. Basta, si no, rememorar las delirantes sentencias lanzadas por Bush luego del fatídico 11 de Septiembre, como aquella "si no están con nosotros están contra nosotros", complementada con su doctrina de la "justicia infinita", que reduce a Dios al subalterno papel de copiloto de las naves de guerra norteamericanas.

No todo es cuestión de frases y lemas. Como muestra de esa "justicia infinita" Afganistán fue convertido en polvo de cementerio y sus sobrevivientes arrojados hacia atrás en los siglos, a la era de las cavernas. Todo bajo la justificación de acabar con Usama Ben Laden que, al parecer, todavía anda por allí muy vivo entre un montón de muertos, que incluye un número prudentemente escondido de soldados norteamericanos.

Para más, si Goebbels, el célebre Ministro de Propaganda de Hitler, llegó a decir "Cuando oigo la palabra cultura saco mi pistola", Bush lo emula con ventaja al proclamar, aunque con otras palabras, "Oigo la palabra soberanía y saco mis misiles". Por eso declara olímpicamente que en adelante, nunca, nadie, bajo ninguna circunstancia le "arrebatará la hegemonía mundial a los Estados Unidos".

Apartheid racial y religioso también habemus. Si Hitler persiguió y exterminó masivamente al pueblo judío, Bush ha universalizado el discrimen contra árabes y musulmanes, aun si se trata de ciudadanos perfectamente norteamericanos. Del clásico y ostentoso linchamiento de negros, en Estados Unidos se ha pasado al silenciado linchamiento de cualquier barbudo que recuerde las barbas de Mahoma. Y más todavía: Washington sostiene y protege a Ariel Sharon, el genocida israelí que ha convertido el sionismo en nazionismo, por su obsesión en erradicar del planeta al pueblo palestino.

Igualmente, siguiendo las huellas de Hitler, campos de concentración también habemus. Nada menos que en suelo de América Latina, en la Base Naval de Guantánamo, arrancada a la soberanía de Cuba a raíz de la Guerra Hispanoamericana, declarada por Washington contra España en 1898. Campos de concentración con prisioneros de guerra fusilados en masa, como ocurrió en Afganistán, o encadenados y vendados permanentemente, como en Guantánamo, sin que nadie pueda penetrar las alambradas para hacer valer ningún derecho humano. Ni la Onu ni la Cruz Roja, ni esa Oea siempre lista a los edictos de Su Majestad.

Decimos Guantánamo y tocamos candela, porque la mención de aquel desdichado territorio nos conduce al episodio histórico de la voladura del Maine, acorazado norteamericano surto en la Bahía de La Habana, víctima de una gigantesca explosión de la que se acusó a España, pero que medios políticos y periodísticos de los propios Estados Unidos ubicaron entre las siniestras y ocultas maniobras intervencionistas de Washington. La voladura ocurrió a las 10 de la mañana del 15 de Febrero de 1898. Pereció la tripulación, compuesta por 260 marines, pero se salvaron el capitán Sygsbee y demás oficiales, que habían desembarcado horas antes.

La histeria antiespañola se apoderó de la población norteamericana, movida en sus resortes patrióticos por una estridente campaña que tuvo por lema "Recordemos el Maine". La guerra terminó con la esperada derrota de la declinante España colonialista, que se vio forzada a entregar a los vencedores nada menos que Puerto Rico y Filipinas, a la vez que dio paso a la ocupación militar de Cuba por las tropas yanquis, frustrando la Revolución de Independencia, prácticamente ya ganada por la heroica Isla contra el yugo hispánico.

En este punto ninguna inspiración es atribuible a Hitler, pues Hitler vino medio siglo después. Más bien podría ser el caso que Hitler se inspiró en el Maine para organizar su propia provocación de grandes proporciones, cuando mandó incendiar en 1933 el edificio del Reichstage, el parlamento alemán, acusando del hecho al "terrorismo comunista" y a supuestos agentes de la Unión Soviética.

Si damos un salto en el tiempo desde la Bahía de La Habana hasta el Golfo de Tonkín, en la Península indochina, nos encontramos con otra provocación gigantesca urdida por la Casa Blanca y el Pentágono contra su propia flota naval, para dar paso inmediatamente al ingreso masivo de los Estados Unidos en la Guerra de Viet Nam, bajo el señuelo de defender la vida y las propiedades norteamericanas, supuestamente amenazadas por el Gobierno de Ho Chi Min, ubicado en el norte del país.

Los crímenes cometidos por los norteamericanos en Viet Nam en nada le piden favor a los de Hitler. Basta recordar la masacre de My Lai, la aldea vietnamita donde fue ejecutada toda la población civil -ancianos, mujeres y niños- por las tropas invasoras. El acto genocida se guardó con celoso secreto pero poco después fue revelado al mundo por un periodista norteamericano, Seymour Hersh.

El carácter provocador y genocida de los poderes norteamericanos ha motivado siempre intensos debates dentro del país, como el que se diera hace poco a propósito de una película filmada al costo de 150 millones de dólares para relatar la agresión del 7 de Diciembre de 1941, cuando la aviación japonesa atacó y destruyó la enorme base naval que los Estados Unidos habían establecido en Pearl Harbour, una de las islas de Hawai.

Según medios críticos de los Estados Unidos, el film atenúa la monstruosidad de la acción japonesa y, a la vez, deja de lado la discutida responsabilidad del Presidente Roosevelt y del Almirantazgo yanqui en ese hecho de sangre. Responsabilidad que radicaría en el ocultamiento de la información que previamente tuvo Washington sobre la proximidad del asalto japonés, gracias al descifrado de mensajes en clave cursados entre Tokio y la Embajada nipona en Washington. Así lo afirman los periodistas norteamericanos Jonathan Vankin y John Whalen en su libro "Las grandes conspiraciones de nuestro tiempo", publicado por primera vez en 1995 y reeditado varias veces. En respaldo de sus aseveraciones, los autores citan varias fuentes, entre ellas las declaraciones del Almirante Robert Theobald, 1954, en que asegura que el silenciamiento del gobierno sobre la esperada operación bélica tuvo por objeto incentivar el apoyo del pueblo, reacio siempre a intervenciones guerreristas. Una frase contundente de Theobald expresa: "Este fue un problema del Presidente que los habría convencido (a los jefes militares) de que era necesario actuar deshonrosamente por el bien de la nación". Un acto deshonroso que costó la vida de 4.500 marinos norteamericanos y que da pie al irónico comentario de la revista Newseek acerca del mencionado film, cuando afirma que éste "ignora sabiamente las opiniones de que el Presidente Franklin Delano Roosevelt permitió el ataque japonés para justificar su ingreso a la guerra".

Los delirios hitlerianos de Bush y sus comparsas hoy apuntan contra Irak, bajo la cubierta de la "guerra preventiva", propugnada abiertamente. Es decir, matar a otros porque seguramente piensan matarnos a nosotros; destruirlos para que no intenten destruirnos. Claro que el objetivo principal de controlar la segunda reserva petrolera del mundo que posee Irak (120 mil millones de barriles), después de Arabia Saudita no lo proclaman los altavoces del imperio, como tampoco señalaron nunca que la destrucción de Afganistán, so pretexto de acabar con Usama Ben Laden, tuvo por finalidad número uno acceder a las inacabables reservas petroleras, aún inexplotadas, del Mar Caspio.

En cuanto a los designios norteamericanos sobre América Latina y el Caribe, el vasto repertorio es anterior a Hitler y actualmente neoliberal y neohitleriano. Basta ver que los cañones del Plan Colombia apuntan a la Alianza del Mal en el continente, como ya se califica a la supuesta entente de Castro-Chávez-FARC-Lula, forjada en la delirante mente del Imperio aun antes del triunfo electoral del líder brasileño.

Cierto que, pese a tan poco recomendables antecedentes, es insensato suponer que el atentado del 11 de Septiembre fue urdido por Washington, por más que a la hora cero de la voladura de las Torres Gemelas ninguno de los tres grandes halcones se hallaba en sus nidos de la Casa Blanca y el Pentágono. Cierto que es insensato, pero cuando el río suena...torres trae. En todo caso, diplomáticos israelíes han aseverado públicamente que el Mossad, la CIA de Israel, proporcionó oportunamente informes a la Casa Blanca sobre la posible voladura de grandes torres norteamericanas por parte de los terroristas, aunque las ubicaba en otras latitudes del país. Y cierto también que hoy se conoce por la prensa estadounidense que tanto el FBI como la CIA informaron que los terroristas proyectaban estrellar aviones contra las Torres Gemelas, con la única circunstancia diferente de que las naves procederían de otros países.

Ahora esperemos que Washington encuentre bombas atómicas ocultas bajo la cama de Saddam Hussein, y tendremos en vivo y directo La Guerra de las Galaxias pulverizando el planeta.
 
Bush-Hitler: ¿una comparación exagerada?

“Naturalmente la gente corriente no quiere la guerra. Ni en Rusia, ni en Inglaterra, ni tampoco en Alemania. Esto es comprensible. Sin embargo, después de todo, son los líderes del país los que determinan la política y se trata simplemente de hacer que la población la acepte, ya se trate de una democracia parlamentaria, una dictadura fascista o una comunista. Se puede hacer siempre que el pueblo siga a sus líderes. Es fácil. Todo lo que hay que hacer es hacerles creer que están siendo atacados y denunciar a los partidarios de la paz por su falta de patriotismo y su irresponsabilidad al exponer al país a un peligro. Esto funciona lo mismo en cada país”.
Herman Goering, número dos del régimen nazi.


El pasado mes de septiembre, las declaraciones de la ministra alemana de Justicia, Herta Daubler-Gmelin, más tarde negadas por ésta, en las que se comparaba al presidente norteamericano, George W. Bush, con Adolfo Hitler recibieron una amplia difusión mundial. El canciller alemán, Gerhard Schroeder, envió a Bush una carta de disculpa y los medios y medios políticos norteamericanos reaccionaron de forma histérica vertiendo todo tipo de acusaciones contra el gobierno alemán. Hay que decir, sin embargo, que las palabras de la ministra contienen una innegable verdad. Uno de los factores, aunque no el más importante, que alienta una agresión norteamericana contra Iraq, es la mala situación social y económica que vive en la actualidad EEUU. La creciente polarización social, exacerbada por el colapso de los mercados bursátiles, la quiebra de grandes empresas y los escándalos de fraudes financieros, que están salpicando a miembros relevantes del gobierno de EEUU, hacen que un conflicto armado sea una vía fácil para distraer a la población norteamericana con respecto a estos problemas. Tal analogía no significa que el sistema de gobierno de EEUU sea igual que el del Tercer Reich. Sin embargo, sería absurdo rechazar cualquier comparación entre los métodos de Bush y los de Hitler.

La política de Hitler en los años treinta fue una continuación, en una forma particularmente agresiva y belicosa, de la estrategia que habían seguido las élites políticas y económicas alemanas desde finales del siglo XIX. Durante todo el período nazi, el Ministerio de Exteriores alemán estuvo en manos de figuras que pertenecían a esas élites tradicionales —como Ernst von Weizsaecker, cuyo hijo, Richard von Weizsaecher, se convertiría más tarde en presidente de la República Federal de Alemania. Hoy está también demostrado que varias grandes empresas alemanas financiaron a Hitler y al Partido nazi y facilitaron su subida al poder. Estas élites eran conscientes de los planes agresivos de Hitler, que éste nunca había tratado de ocultar, y esperaban que una guerra diera a Alemania, y a ellos mismos, un control sobre Europa, no sólo en el plano político y militar sino también en el económico.

La Administración Bush, por su parte, ha seguido en los dos últimos años una política, tanto interior como en el exterior, que sólo puede situarse dentro de los parámetros de la extrema derecha: unilateralismo y extrema agresividad, en el plano exterior, y un recorte de libertades y medidas de estado policía, en el interior. Y todo ello en interés también de una pequeña élite financiera y política. Desde hace más de medio siglo, todas las sucesivas administraciones estadounidenses han utilizado el espectro de lo sucedido en Munich en septiembre de 1938 —cuando el primer ministro británico, Neville Chamberlain, se plegó a los deseos de Hitler y aceptó la anexión de los Sudetes, una región checa poblada mayoritariamente por alemanes étnicos, a Alemania— para justificar sus propias políticas agresivas hacia otros países.

Los responsables norteamericanos intentan siempre camuflar tales políticas como “ejemplos de resistencia a la agresión”. Sin embargo, los intentos actuales de presentar a Bush como una especie de Winston Churchill que se mantiene firme frente a un tirano tipo Hitler, en este caso Saddam Hussein, revisten un grado de cinismo que no había sido visto nunca anteriormente. De hecho, un estudio detallado de los métodos empleados por la Administración Bush en lo que respecta a la crisis iraquí guardan un paralelismo casi absoluto con las tácticas empleadas por el régimen nazi en su fabricación deliberada de la crisis de Checoslovaquia, que llevaría a la firma de los Acuerdos de Munich de 1938. En el verano de aquel año, dos factores —un rearme sin precedentes y una crisis socioeconómica para la cual el régimen nazi no tenía ninguna solución racional que ofrecer— estimularon la creencia de los líderes nazis de que había llegado la hora de recurrir a la guerra. Para alcanzar este objetivo, Hitler desencadenó la crisis de los Sudetes con Checoslovaquia. Sin embargo, lo cierto es que, como han demostrado los historiadores, Hitler —al igual que sucede con Bush en la actualidad en el tema de Iraq— no estaba interesado en obtener concesiones de Checoslovaquia, sino que buscaba meramente un pretexto para desencadenar su guerra de agresión en Europa.

En su biografía de Hitler, el historiador Ian Kershaw señala que el dictador alemán se mostró extremadamente molesto por las concesiones que los británicos y los franceses habían realizado en Munich y que habían permitido a Alemania apoderarse de la región de los Sudetes sin disparar un solo tiro. Hitler firmó el documento de Munich, que permitió el desmembramiento de Checoslovaquia, sin ocultar sus reticencias y su desgana. “Para él, tal documento carecía de sentido. Y para él, Munich no fue una gran causa de celebración. Sentía que le habían robado la gran victoria que, con toda seguridad, le habría proporcionado una guerra limitada con los checos, que él había estado buscando todo aquel verano” (Ian Kershaw, Hitler 1936-1945).

Previamente, Hitler había llevado a cabo su propia versión de un “cambio de régimen” en Austria. Sicarios nazis asesinaron al canciller austríaco, Engelbert Dollfuss, el 25 de julio de 1934, una política ésta que recuerda los actuales y públicos llamamientos de responsables norteamericanos en favor del asesinato del presidente iraquí, Saddam Hussein. El sucesor de Dollfuss, Kurt von Schuschnigg, fue presionado por Hitler para que dimitiera con el fin de ser reemplazado por el nazi Artur Seyss-Inquart, cuando el primero cometió el error imperdonable, a los ojos de Hitler, de convocar un referéndum para que el pueblo austríaco decidiera si quería o no ser absorbido por el Tercer Reich alemán. Hitler intentó también este “cambio de régimen” en Polonia, cuando exigió al presidente polaco, Josef Beck, que dimitiera. El resto es conocido. Beck rechazó con coraje las amenazas nazis y estalló la Segunda Guerra Mundial dando lugar a seis años de destrucción, que causaron la muerte a cincuenta millones de personas.

Ahora Bush está planeando hacer con Bagdad lo mismo que los nazis hicieron en ciudades como Rotterdam o Coventry, o anteriormente en Guernica. George W. Bush no es Adolfo Hitler, pero la política exterior de su gobierno está siendo diseñada por los sectores más agresivos y ultras de la élite política norteamericana, que, al igual que sucedió con Hitler y su entorno, defienden abiertamente el recurso a la guerra como un medio de lograr una hegemonía mundial absoluta que satisfaga sus ambiciones estratégicas y económicas. El gobierno de EEUU se ha embarcado así en un programa de militarismo y provocaciones políticas que no había tenido lugar desde los tiempos del nazismo. Esta comparación no es ni retórica ni exagerada. Los dirigentes estadounidenses han establecido “la doctrina oficial del ataque preventivo”, en otras palabras, ataques realizados con propósitos agresivos, a los que se intenta disfrazar, aunque sin intentar siquiera ser convincente, de “autodefensa”.

La Administración Bush ha iniciado diversos preparativos para lanzar una guerra contra Iraq, que podría ser calificada, si efectivamente llega a estallar, de un gran crimen contra la humanidad, similar a los que llevaron a los dirigentes de la Alemania nazi y el Japón imperial a ser juzgados, condenados y ejecutados tras el fin de la Segunda Guerra Mundial en los famosos procesos de Nüremberg y Tokio. Existen razones para creer que los responsables de la Administración Bush temen un posible enjuiciamiento, siguiendo el precedente del Juicio de Nüremberg, que declaró a los dirigentes nazis culpables de “crímenes contra la humanidad”, de “llevar a cabo una guerra de agresión” y de “conspiración para desencadenarla” por sus invasiones de países como Checoslovaquia, Polonia, Dinamarca, Holanda y otros.

Los dirigentes norteamericanos han iniciado una estridente campaña dirigida a lograr que los militares y responsables de la política exterior de EEUU queden exentos de la jurisdicción del Tribunal Penal Internacional, recientemente establecido por la ONU para juzgar los crímenes de guerra. El pasado 7 de septiembre, el periódico The New York Times señalaba: “La Administración Bush está cambiando de justificación en lo que se refiere a sus intentos para que los ciudadanos norteamericanos queden fuera de la jurisdicción del Tribunal Penal Internacional. Actualmente está diciendo a los aliados europeos que la razón principal para ello es la de proteger a los altos dirigentes de EEUU de la posibilidad de ser arrestados o procesados por el Tribunal por los cargos de crímenes de guerra, según han señalado fuentes de la Administración (Bush)”. Responsables norteamericanos citaron a este respecto el caso del secretario de Estado de EEUU, Henry Kissinger, que ha sido demandado ante tribunales chilenos y norteamericanos por su presunta responsabilidad en las matanzas en masa que siguieron al golpe de Estado de Pinochet de 1973, respaldado por la CIA. Un alto responsable de EEUU declaró a The New York Times, que el gobierno norteamericano estaba preocupado no “por el procesamiento de soldados norteamericanos que pudieran cometer atrocidades” sino por “el procesamiento por crímenes de guerra de los altos responsables del gobierno: el presidente Bush, el secretario Rumsfeld y el secretario Powell”.

La Administración Bush ha copiado también la táctica, empleada por Hitler y Goebbels, de difundir mentiras que sirvan como pretextos que justifiquen su política de agresión contra Iraq. Una de estas mentiras es el intentar presentar a Iraq como si fuera una amenaza mortal para EEUU. Esta campaña se aprovecha de la ignorancia de una parte de la opinión pública, especialmente la norteamericana, acerca de los hechos más elementales. Iraq es, en la actualidad, un país empobrecido que ha quedado desvastado por el ataque norteamericano de hace sólo una década y no representa ninguna amenaza para EEUU. Iraq ocupa, en lo que respecta a la población, el lugar número 44 del mundo. Por lo que se refiere a su superficie, este país se encuentra en el puesto 56. La disparidad entre la economía de ambos países es enorme. En el año 2000, Iraq tuvo un PIB de 57.000 millones de dólares, menos de la riqueza de un solo norteamericano, Bill Gates. EEUU, con un PIB de 11 billones de dólares, es 200 veces más fuerte económicamente que Iraq. El nivel de producción de este último país lo coloca justo por debajo de países como Myanmar (Birmania) o Sri Lanka, y justo por encima de otros como Guatemala o Kenia. Sin embargo, y con unas pocas excepciones, la prensa norteamericana se ha echo eco de las mentiras e insensateces que su propio gobierno intenta hacer creer a la opinión pública, presentando a Iraq como un país del cual EEUU puede esperar un ataque en cualquier momento.

Por otro lado, han comenzado a aparecer analogías en la prensa norteamericana entre la Sociedad de Naciones, el organismo internacional que existió en el período comprendido entre las dos guerras mundiales y la actual ONU. Esto estuvo motivado, sin duda, por la propia comparación realizada por Bush en su discurso ante la Asamblea General de la ONU del pasado mes de septiembre, en la que señaló que la ONU fracasaría, al igual que sucedió con la Sociedad de Naciones, si no se alineaba con la postura de EEUU favorable a una guerra contra Iraq. Bush no ofreció, sin embargo, argumentos que apoyaran la validez de esta analogía. Esta tarea de explicación quedó a cargo de comentaristas como George Will, que en su columna del Washington Post ofreció su particular interpretación de las palabras de Bush. “En Iraq, la ONU hace frente a una situación similar a la de Abisinia. Éste era el nombre por el que se conocía a Etiopía en octubre de 1935, cuando la Italia de Mussolini la invadió y la predecesora de la ONU, es decir la Sociedad de Naciones, demostró ser un organismo impotente a la hora de establecer un orden internacional”. Sin embargo, cuando se examina a fondo el ejemplo propuesto por Will es fácil de ver que habla en contra, y no a favor, de EEUU. Cabe mencionar en primer lugar que EEUU nunca se unió a la Sociedad de Naciones. Aunque el presidente Woodrow Wilson fue uno de los principales impulsores de este organismo, el Senado de EEUU rechazó el Tratado que llevó a su creación. La Sociedad de Naciones sufrió, además, la que resultó ser una debilidad fatal: su falta de medios para obligar a las grandes potencias de la época a someterse a un consenso internacional, incluso cuando ello supusiera una merma de sus ambiciones y de lo que consideraban como “sus intereses nacionales”. Cuando la crisis económica mundial, iniciada con el desplome de Wall Street en 1929, se intensificó durante los años treinta, la Sociedad de Naciones se vio abrumada por conflictos protagonizados por las principales potencias imperialistas.

En 1931 un supuesto incidente terrorista (la destrucción de una parte del tramo del ferrocarril del Sur de Manchuria, la región más al norte de China) fue utilizado por Japón como un pretexto para la invasión de Manchuria. Pekín pidió a la Sociedad de Naciones que interviniera, pero los japoneses —alegando falsamente que China había violado las obligaciones contenidas en el Tratado fundacional de la Sociedad de Naciones— rechazaron todo intento de mediación del organismo internacional. En lo que se refiere al papel de EEUU, el historiador norteamericano Bill Keylor señala que el Departamento de Estado “continuó desaconsejando a los norteamericanos que invirtieran o mantuvieran relaciones comerciales con China.... Por contra, las exportaciones norteamericanas de materiales estratégicos a Japón continuaron sin interrupción durante el resto de la década de los treinta”. (The Twentieth Century World: An International History, Oxford, 1996). Las otras grandes potencias —Francia, Gran Bretaña y EEUU, aunque este país no formaba parte de la Sociedad de Naciones— no consideraron oportuno oponerse, dentro ni fuera del organismo, a Japón. A menos que los intereses directos de una de las grandes potencias se vieran afectados, la Sociedad de Naciones no tenía capacidad para hacer frente a las agresiones de uno de sus miembros contra los países débiles y semicoloniales. La abierta invasión de Etiopía por parte de la Italia de Mussolini en octubre de 1935 fue otro ejemplo de hipocresía y salvajismo por parte de una gran potencia. Dicha invasión fue lanzada por Mussolini con el propósito de reforzar su régimen y liderazgo con el espejismo de una gloria militar. Francia y el Reino Unido protestaron contra la agresión italiana al que era entonces uno de los pocos países independientes de África, pero no trasladaron esta condena a la acción esperando contar con el apoyo de Roma en los esfuerzos destinados a frenar las aspiraciones imperialistas del régimen nazi en Alemania. El negus (rey) etíope, Haile Selassie, pidió inútilmente a la Sociedad de Naciones que le ayudara a afrontar “una lucha desigual entre un gobierno que lidera un país de 42 millones de habitantes y que tiene a su disposición medios técnicos, financieros e industriales que le permiten crear cantidades ilimitadas de las armas más mortíferas y, por otro lado, un pequeño pueblo de 12 millones de habitantes sin armas y sin recursos”. La Sociedad de Naciones no hizo nada para ayudar a Etiopía. Las sanciones limitadas que aprobó no contemplaban un embargo de las exportaciones de petróleo a Italia, de las que la maquinaria de guerra de Mussolini dependía. Curiosamente, el principal suministrador de petróleo italiano era EEUU, que dobló sus exportaciones de crudo durante la Guerra de Etiopía, permitiendo así que el Ejército italiano pudiera completar su invasión del territorio del país africano.

La Sociedad de Naciones no fracasó porque los países débiles o menos desarrollados rehusaran obedecer el Derecho Internacional, sino que lo hizo porque no había medios para someter que las principales potencias de la época a la legislación o el consenso internacional, o impedirles alcanzar sus objetivos a través de la guerra. Si hubiera que establecer hoy en día una analogía entre los hechos de 1935 y la situación actual, habría que decir que el papel de Etiopía está siendo representado en la actualidad por Iraq y el de la Italia de Mussolini por EEUU. El posible fracaso de la ONU no vendría dado, pues, porque este organismo no se alinee con la estrategia de guerra de EEUU, sino por su falta de medios para impedir que Washington proceda a la invasión de Iraq, en abierta violación de la Carta de la organización, al igual que sucedió en los años treinta con la Sociedad de Naciones en los casos del Japón militarista o la Italia de Mussolini
 
Una vez más...los créditos. El primer texto de nelly pertenece a Jaime Galarza (Altercom). Podéis verlo también (si os interesa) aquí.

El segundo texto está sacado de la página "Web Islam". Un artículo de opinión que podéis leer
aquí.

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Pero a ver, entiendo que a la gente le parezca pesao el tema, pero en la netiqueta hay algo concreto que diga que no pueda mostrar su opinión? :ein:
 
ADEMAS NADIE LOS OBLIGA A ENTRAR AL POST....ESTA MUY CLARO EL TEMA SI TE MOLESTA , PARA K ENTRAN!
 
Lo que si molesta, al menos a mi, es que en los ultimos dias abra temas y temas sobre el mismo "topic". Me parece bien su preocupacion, pero llenar el foro de charla con mensajes que bien podrian estar consolidados en uno o dos, no me parece apropiado.

Por cierto, lo que si dice la netiqueta es:

Pon siempre la fuente del material que posteas
Una noticia no tiene sentido si no pones la fuente de la que procede. Además, la persona o entidad que se ha tomado la molestia de publicarlo merece un reconocimiento. Lo mismo vale para fotos, vídeos, mp3, etc...

Procura no llenar el foro de mensajes sin sentido con el único objetivo de acumular posts
No vas a ser mejor que nadie por tener más posts. Lo que conseguirás con esta forma de actuar es que mucha gente te coja manía y te añada a su lista de ignorar.

Cuida tu ortografía y puntuación
Recuerda que los mensajes que escribas los van a leer decenas, cientos o en ocasiones miles de personas. Procura escribir de una forma inteligible y ordenada, separando debidamente los párrafos. Siempre puedes usar la función de "Previsualizar" para corregir errores antes de enviar el mensaje. Los lectores lo agradecerán
 
Simplemente lo que no se puede hacer es abrir tres temas nuevos con textos copiado y pegados de otras webs, y luego abrir un cuarto tema sólo para poner los tres enlaces a los temas que ha abierto :borrachín Y encima no cita fuentes ni nada :borrachín
 
Pues pa eso estan los moderadores: Se cogen los posts por separado y se junta todo en un solo topic y listo. Joer, montones de veces se ponen cosas sin citar la fuente en absoluto y nadie dice nada. En las cosas de michael me parece mu bien, pero en cosas del foro de charla muchas veces no se pone la fuente de un texto y nunca pasa na, y ahora de pronto Nelly todo el mundo se le echa encima? Que pasa, que ha puesto posts por separado ke tendrian ke ir juntos? Pues se le explica y listo, pero parece ke hubiera peña ke le kisiera crucificar o algo, jolin un poco de trankilida...
 
Si despues de 1500 posts (yo ni los llevo) a uno hay que explicarle que no se deben abrir innumerables temas sobre el mismo topic en cuestion de dias, apanaos vamos. El tema no es tanto el saber... como el querer. Amos creo yo.
 
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