CARTA ABIERTA DE UN TEÓLOGO A AZNAR, BLUSH Y BLAIR, NUEVOS "CRUZADOS" DEL SIGLO XXI
Yo me se, de un HideOuter que se le ha olvidado darnos a conocer esta carta, no es de ahora.. pero es que me es raro en serio que no la pusiera, anda!! ya se que va a ser.... que solo pone lo malo de ZP, cuando solo lleva 11 meses en el poder... bueno... que pena.. dale tiempo dale 8 años para hundir el pais.
Esta... es de un CRISTIANO, como tu y muchos otros ciudadanos respetables, es curioso que no la pongas.. no??
Ahi va:
Señores José María Aznar, George Bush y Tony Blair:
No quiero dejar pasar sin pena ni gloria el aniversario de una de las mayores manifestaciones de la historia, que reunió a millones de ciudadanos y ciudadanas en plazas y calles de pueblos y ciudades de todo el mundo al grito pacifista y pacificador de "No a la guerra". Muchos de los manifestantes que se unieron a las marchas por la paz eran creyentes de distintas religiones y gritaron "No a la guerra en nombre de Dios". Mi forma de celebrar aquella efemérides un año después es escribiéndoles esta carta que, en mi condición de teólogo cristiano, les dirijo a ustedes, señores Bush, Blair y Aznar, que también se declaran cristianos. Es posible que a usted, señor Aznar, le adelantara el papa en el Vaticano, cuando fue a despedirse de él con toda su familia, algunas de las cosas que yo le voy a decir aquí. Porque creo que Juan Pablo II y yo, cuyas diferencias son públicas y notorias en cuestiones doctrinales y morales, compartimos las mismas ideas en cuestión tan importante como la paz en el mundo.
Y me dirijo a ustedes para recordarles algunas escenas de la historia sagrada y algunas páginas de la historia de la Iglesia que ustedes estudiaron por los mismos años que yo en las escuelas parroquiales allá por los lejanos años cincuenta y sesenta del siglo XX y que están grabados en el imaginario colectivo de los hombres y mujeres de nuestra generación. Espero que les resulten familiares, aunque no sean de su agrado. Hay recuerdos que no son tranquilizadores sino desestabilizadores. Y, a decir verdad, lo que pretendo con esas historias no es acallar su conciencia, sino intranquilizarla hasta la desazón por ver si ustedes se arrepienten, piden perdón públicamente, al menos ante el Dios en quien dicen creer, tienen propósito de la enmienda y frenan la espiral de la violencia que está a punto de convertir el mundo en un coloso en llamas. Aunque me llamen iluso, yo no pierdo la esperanza.
El primer libro de la Biblia, el Génesis, cuenta la historia del asesinato de Abel por su hermano Caín. ¿La recuerdan? Ya sé que me van a decir que Sadam Husein no es Abel, y llevan razón, porque tiene todos los rasgos de Caín. Ahora bien, sí es Abel el pueblo de Irak. Pero de lo que cabe duda a mucha gente es que ustedes son la encarnación de Caín, con un agravante: en la guerra contra Irak y en la posguerra han matado o han provocado la muerte de miles de seres humanos inocentes, que se suman a los muertos de la Guerra del Golfo y a los causados por el embargo económico de 12 años, entre ellos decenas de miles de niños. El Dios en quien ustedes dicen creer les hace hoy la misma pregunta que hiciera a Caín: "¿Dónde está tu hermano? ¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo. Pues bien: maldito seas, lejos de este suelo que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano" (Génesis 4,9-11). Y su respuesta no es el arrepentimiento y la detención de la guerra, sino el mantenimiento del espíritu belicista perfectamente calculado, que saben les reportará pingües beneficios.
Seguro que ustedes, señores Bush, Blair y Aznar, participan en los actos religiosos de sus respectivas iglesias los domingos y "fiestas de guardar", donde escucharán el Sermón de la Montaña: "Dichosos los que trabajan por la paz, porque a ésos Dios los llama hijos suyos" (Evangelio de Mateo 5,9). Mucho me temo que no lo consideren vinculante para un cristiano. De lo contrario renunciarían a seguir haciendo la guerra, y practicarían el amor, como manda el evangelio de Jesús de Nazaret. Es posible que compartan cada domingo el pan y el vino de la hermandad, mientras se disponen a expoliar al pueblo iraquí de sus fuentes de riqueza, y que escuchen la despedida de los sacerdotes y pastores al final del culto divino: "podéis ir en paz", pero cuando salen del templo hacen oídos sordos y vuelven a mandar soldados al frente de batalla, muchos de los cuales mueren en ataques de la resistencia como consecuencia de la espiral de la violencia que ustedes han provocado. Y justifican la presencia de soldados alegando que van en misión humanitaria, cuando con su presencia están atizando el odio y la venganza.
El señor Bush presume de vivir en un país donde se defiende como en ningún otro la libertad, la vida, la dignidad y la integridad de la persona, mientras se olvida de las penas de muerte firmadas por él, que constituyen el mayor atentado contra lo que dice defender. ¡Quizás sea un olvido freudiano! A eso hay que sumar las condiciones infrahumanas en que se encuentran los presos afganos en Guantánamo, detenidos y encarcelados arbitrariamente, sin tener pruebas de culpabilidad contra ellos y sin las más mínimas garantías jurídicas. Contra el derecho a la vida se pronunció de nuevo George Bush al pedir para el ex presidente iraquí, tras su detención, la pena de muerte. El presidente de los Estados Unidos de América es una persona ávida de sangre. Y eso que se considera fiel seguidor de Jesucristo, a quien tiene por el filósofo que más ha influido en su vida.
La página de la historia de la Iglesia que quiero recordarles es la de las cruzadas de la Edad Media. Entonces fue el propio papa quien se puso al frente de aquel movimiento militar para recuperar los santos lugares en manos de los "infieles". Los historiadores coinciden en reconocer que los conquistadores del Santo Sepulcro, al tomar Jerusalén, derramaron sangre inocente a raudales: mujeres, niños, ancianos. Nicolás Chomiates, testigo ocular de la primera cruzada, confiesa que los caballeros cruzados cristianos sentían el mismo placer por los asesinatos y los saqueos que los paganos. Hay quienes dicen eso mismo de ustedes, señores Bush, Blair y Aznar, definidos con el título de "nuevos caballeros cristianos de las Azores" que han declarado la primera cruzada del siglo XXI para liberar a Irak de la civilización musulmana e introducirlo en la civilización occidental, y lo han hecho con actos de barbarie que desmienten el alto grado de desarrollo cultural y económico del que presumen. Su cruzada se dirige a recuperar los santos lugares de Irak, pero no para preservar lo sagrado de ninguna invasión atea, sino para apoderarse de sus riquezas. Son idólatras que adoran al oro del becerro más que al becerro de oro. En la Edad Media el Papa les hubiera bendecido y condecorado. Hoy les reprende, les condena, les anamatiza, al tiempo que declara la guerra una amenaza contra la humanidad. La paz es el único camino para construir una sociedad más justa y solidaria. Pero ustedes desoyeron las voces de la paz y prefirieron seguir con sus planes bélicos hasta lo que llaman victoria, pero que es una derrota y una muestra de la debilidad de la civilización occidental.
Por eso a muchos cristianos que luchamos por la paz nos resulta muy difícil considerarlos miembros de nuestra comunidad y hermanos en la fe. Son ustedes mismos quienes se han autoexcluido al transgredir el mandato divino "no matarás", que se convierte en imperativo categórico para los creyentes de todas las religiones. Me gustaría recodarles el mensaje dirigido por los viejos profetas de Israel a quienes entonces mezclaban la sangre de los inocentes con la sangre de las víctimas de los sacrificios: "Vuestras manos están llenas de sangre, lavaos, limpiaos, quitad vuestras fechorías de mi vista, desistid de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, proteged por la viuda" (Is 1, 15-17).
Y las armas de destrucción masiva que no encontraron los investigadores de la ONU siguen sin aparecer. ¿Qué les queda, al final? La fuerza destructiva del Imperio. Releyendo La paz perpetua, de Kant, ahora que se cumple el segundo centenario de su muerte, he encontrado un texto que se les puede aplicar a ustedes casi en su literalidad: "Esta facilidad para hacer la guerra, unida a la inclinación que sienten hacia ella los que tienen la fuerza y que parece congénita a la naturaleza humana, es el más poderoso obstáculo para la paz perpetua". ¡Kant, siempre tan oportuno, tan certero, tan actual! Ustedes tienen la fuerza, pero no la razón. ¿Quién les iba a decir que hasta el filósofo de Königsberg levanta el dedo acusador contra ustedes?
Y el cristiano metodista Bush, no contento con desoír a los líderes religiosos y las protestas de los ciudadanos, apela a Dios para justificar la guerra y le hace cómplice de la violencia contra el pueblo irakí. De esta manera cree verse libre de las críticas y estar legitimado para no ceder en sus propósitos destructivos. De nuevo la apelación al viejo Yahvé Sebaot, al Dios de los Ejércitos, en clara contraposición al Dios de la paz, al que se dirigen los creyentes de todas las religiones hoy. ¡El Yahvé judío y el Dios de Jesús de Nazaret contra el Allah musulmán! ¡La Biblia contra el Corán! La guerra de religiones está servida. Volvemos a la Edad Media, a las cruzadas. Actuando así hace realidad el estremecedor testimonio del filósofo judío Martin Buber: "Dios es la palabra más vilipendiada de todas las palabras humanas. Ninguna ha sido tan mancillada, tan mutilada. Las generaciones humanas han echado sobre esta palabra el peso de su vida angustiada y la han oprimido contra el suelo. Yace en el polvo y sostiene el peso de todas ellas. Las generaciones humanas, con sus patriotismos religiosos, han desgarrado esta palabra. Han matado con sus partidismos religiosos, han desgarrado esta palabra. Han matado y se han dejado matar por ella. Esta palabra lleva sus huellas dactilares y su sangre. Los seres humanos dibujan un monigote y escriben debajo la palabra ‘Dios’. Se asesinan unos a otros y dicen ‘lo hacemos en nombre de Dios’. Debemos respetar a los que prohíben esta palabra, porque se revelan contra la injusticia y los excesos que con tanta facilidad se cometen con una supuesta autorización de ‘Dios’".
Juan José Tamayo es teólogo, director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Ignacio Ellacuría, de la Universidad Carlos III de Madrid y autor de "Adiós a la Cristiandad" (Ediciones B, Barcelona, 2003).
Que no se te pasen las demas cartas!!! informanos de TODO, sea cual sea el bando.
Yo me se, de un HideOuter que se le ha olvidado darnos a conocer esta carta, no es de ahora.. pero es que me es raro en serio que no la pusiera, anda!! ya se que va a ser.... que solo pone lo malo de ZP, cuando solo lleva 11 meses en el poder... bueno... que pena.. dale tiempo dale 8 años para hundir el pais.
Esta... es de un CRISTIANO, como tu y muchos otros ciudadanos respetables, es curioso que no la pongas.. no??
Ahi va:
Señores José María Aznar, George Bush y Tony Blair:
No quiero dejar pasar sin pena ni gloria el aniversario de una de las mayores manifestaciones de la historia, que reunió a millones de ciudadanos y ciudadanas en plazas y calles de pueblos y ciudades de todo el mundo al grito pacifista y pacificador de "No a la guerra". Muchos de los manifestantes que se unieron a las marchas por la paz eran creyentes de distintas religiones y gritaron "No a la guerra en nombre de Dios". Mi forma de celebrar aquella efemérides un año después es escribiéndoles esta carta que, en mi condición de teólogo cristiano, les dirijo a ustedes, señores Bush, Blair y Aznar, que también se declaran cristianos. Es posible que a usted, señor Aznar, le adelantara el papa en el Vaticano, cuando fue a despedirse de él con toda su familia, algunas de las cosas que yo le voy a decir aquí. Porque creo que Juan Pablo II y yo, cuyas diferencias son públicas y notorias en cuestiones doctrinales y morales, compartimos las mismas ideas en cuestión tan importante como la paz en el mundo.
Y me dirijo a ustedes para recordarles algunas escenas de la historia sagrada y algunas páginas de la historia de la Iglesia que ustedes estudiaron por los mismos años que yo en las escuelas parroquiales allá por los lejanos años cincuenta y sesenta del siglo XX y que están grabados en el imaginario colectivo de los hombres y mujeres de nuestra generación. Espero que les resulten familiares, aunque no sean de su agrado. Hay recuerdos que no son tranquilizadores sino desestabilizadores. Y, a decir verdad, lo que pretendo con esas historias no es acallar su conciencia, sino intranquilizarla hasta la desazón por ver si ustedes se arrepienten, piden perdón públicamente, al menos ante el Dios en quien dicen creer, tienen propósito de la enmienda y frenan la espiral de la violencia que está a punto de convertir el mundo en un coloso en llamas. Aunque me llamen iluso, yo no pierdo la esperanza.
El primer libro de la Biblia, el Génesis, cuenta la historia del asesinato de Abel por su hermano Caín. ¿La recuerdan? Ya sé que me van a decir que Sadam Husein no es Abel, y llevan razón, porque tiene todos los rasgos de Caín. Ahora bien, sí es Abel el pueblo de Irak. Pero de lo que cabe duda a mucha gente es que ustedes son la encarnación de Caín, con un agravante: en la guerra contra Irak y en la posguerra han matado o han provocado la muerte de miles de seres humanos inocentes, que se suman a los muertos de la Guerra del Golfo y a los causados por el embargo económico de 12 años, entre ellos decenas de miles de niños. El Dios en quien ustedes dicen creer les hace hoy la misma pregunta que hiciera a Caín: "¿Dónde está tu hermano? ¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo. Pues bien: maldito seas, lejos de este suelo que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano" (Génesis 4,9-11). Y su respuesta no es el arrepentimiento y la detención de la guerra, sino el mantenimiento del espíritu belicista perfectamente calculado, que saben les reportará pingües beneficios.
Seguro que ustedes, señores Bush, Blair y Aznar, participan en los actos religiosos de sus respectivas iglesias los domingos y "fiestas de guardar", donde escucharán el Sermón de la Montaña: "Dichosos los que trabajan por la paz, porque a ésos Dios los llama hijos suyos" (Evangelio de Mateo 5,9). Mucho me temo que no lo consideren vinculante para un cristiano. De lo contrario renunciarían a seguir haciendo la guerra, y practicarían el amor, como manda el evangelio de Jesús de Nazaret. Es posible que compartan cada domingo el pan y el vino de la hermandad, mientras se disponen a expoliar al pueblo iraquí de sus fuentes de riqueza, y que escuchen la despedida de los sacerdotes y pastores al final del culto divino: "podéis ir en paz", pero cuando salen del templo hacen oídos sordos y vuelven a mandar soldados al frente de batalla, muchos de los cuales mueren en ataques de la resistencia como consecuencia de la espiral de la violencia que ustedes han provocado. Y justifican la presencia de soldados alegando que van en misión humanitaria, cuando con su presencia están atizando el odio y la venganza.
El señor Bush presume de vivir en un país donde se defiende como en ningún otro la libertad, la vida, la dignidad y la integridad de la persona, mientras se olvida de las penas de muerte firmadas por él, que constituyen el mayor atentado contra lo que dice defender. ¡Quizás sea un olvido freudiano! A eso hay que sumar las condiciones infrahumanas en que se encuentran los presos afganos en Guantánamo, detenidos y encarcelados arbitrariamente, sin tener pruebas de culpabilidad contra ellos y sin las más mínimas garantías jurídicas. Contra el derecho a la vida se pronunció de nuevo George Bush al pedir para el ex presidente iraquí, tras su detención, la pena de muerte. El presidente de los Estados Unidos de América es una persona ávida de sangre. Y eso que se considera fiel seguidor de Jesucristo, a quien tiene por el filósofo que más ha influido en su vida.
La página de la historia de la Iglesia que quiero recordarles es la de las cruzadas de la Edad Media. Entonces fue el propio papa quien se puso al frente de aquel movimiento militar para recuperar los santos lugares en manos de los "infieles". Los historiadores coinciden en reconocer que los conquistadores del Santo Sepulcro, al tomar Jerusalén, derramaron sangre inocente a raudales: mujeres, niños, ancianos. Nicolás Chomiates, testigo ocular de la primera cruzada, confiesa que los caballeros cruzados cristianos sentían el mismo placer por los asesinatos y los saqueos que los paganos. Hay quienes dicen eso mismo de ustedes, señores Bush, Blair y Aznar, definidos con el título de "nuevos caballeros cristianos de las Azores" que han declarado la primera cruzada del siglo XXI para liberar a Irak de la civilización musulmana e introducirlo en la civilización occidental, y lo han hecho con actos de barbarie que desmienten el alto grado de desarrollo cultural y económico del que presumen. Su cruzada se dirige a recuperar los santos lugares de Irak, pero no para preservar lo sagrado de ninguna invasión atea, sino para apoderarse de sus riquezas. Son idólatras que adoran al oro del becerro más que al becerro de oro. En la Edad Media el Papa les hubiera bendecido y condecorado. Hoy les reprende, les condena, les anamatiza, al tiempo que declara la guerra una amenaza contra la humanidad. La paz es el único camino para construir una sociedad más justa y solidaria. Pero ustedes desoyeron las voces de la paz y prefirieron seguir con sus planes bélicos hasta lo que llaman victoria, pero que es una derrota y una muestra de la debilidad de la civilización occidental.
Por eso a muchos cristianos que luchamos por la paz nos resulta muy difícil considerarlos miembros de nuestra comunidad y hermanos en la fe. Son ustedes mismos quienes se han autoexcluido al transgredir el mandato divino "no matarás", que se convierte en imperativo categórico para los creyentes de todas las religiones. Me gustaría recodarles el mensaje dirigido por los viejos profetas de Israel a quienes entonces mezclaban la sangre de los inocentes con la sangre de las víctimas de los sacrificios: "Vuestras manos están llenas de sangre, lavaos, limpiaos, quitad vuestras fechorías de mi vista, desistid de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, proteged por la viuda" (Is 1, 15-17).
Y las armas de destrucción masiva que no encontraron los investigadores de la ONU siguen sin aparecer. ¿Qué les queda, al final? La fuerza destructiva del Imperio. Releyendo La paz perpetua, de Kant, ahora que se cumple el segundo centenario de su muerte, he encontrado un texto que se les puede aplicar a ustedes casi en su literalidad: "Esta facilidad para hacer la guerra, unida a la inclinación que sienten hacia ella los que tienen la fuerza y que parece congénita a la naturaleza humana, es el más poderoso obstáculo para la paz perpetua". ¡Kant, siempre tan oportuno, tan certero, tan actual! Ustedes tienen la fuerza, pero no la razón. ¿Quién les iba a decir que hasta el filósofo de Königsberg levanta el dedo acusador contra ustedes?
Y el cristiano metodista Bush, no contento con desoír a los líderes religiosos y las protestas de los ciudadanos, apela a Dios para justificar la guerra y le hace cómplice de la violencia contra el pueblo irakí. De esta manera cree verse libre de las críticas y estar legitimado para no ceder en sus propósitos destructivos. De nuevo la apelación al viejo Yahvé Sebaot, al Dios de los Ejércitos, en clara contraposición al Dios de la paz, al que se dirigen los creyentes de todas las religiones hoy. ¡El Yahvé judío y el Dios de Jesús de Nazaret contra el Allah musulmán! ¡La Biblia contra el Corán! La guerra de religiones está servida. Volvemos a la Edad Media, a las cruzadas. Actuando así hace realidad el estremecedor testimonio del filósofo judío Martin Buber: "Dios es la palabra más vilipendiada de todas las palabras humanas. Ninguna ha sido tan mancillada, tan mutilada. Las generaciones humanas han echado sobre esta palabra el peso de su vida angustiada y la han oprimido contra el suelo. Yace en el polvo y sostiene el peso de todas ellas. Las generaciones humanas, con sus patriotismos religiosos, han desgarrado esta palabra. Han matado con sus partidismos religiosos, han desgarrado esta palabra. Han matado y se han dejado matar por ella. Esta palabra lleva sus huellas dactilares y su sangre. Los seres humanos dibujan un monigote y escriben debajo la palabra ‘Dios’. Se asesinan unos a otros y dicen ‘lo hacemos en nombre de Dios’. Debemos respetar a los que prohíben esta palabra, porque se revelan contra la injusticia y los excesos que con tanta facilidad se cometen con una supuesta autorización de ‘Dios’".
Juan José Tamayo es teólogo, director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Ignacio Ellacuría, de la Universidad Carlos III de Madrid y autor de "Adiós a la Cristiandad" (Ediciones B, Barcelona, 2003).
Que no se te pasen las demas cartas!!! informanos de TODO, sea cual sea el bando.