Esta es la crítica que aparece en la revista de difusión gratuíta "Todas las Novedades del mes". Es mejor de lo que me esperaba teniendo en cuenta que esta publicación suele siempre decantarse por la música "dura", de culto y son totalmente anti-comerciales.
Entre las virtudes de Michael Jackson no está, precisamente la de hacer una música que puede calificarse como "caliente". Desde que pusiera la música negra en otra dimensión con Thriller, su mayor obsesión ha sido, siempre, sonar como como si fuera un individuo del siglo que viene. En sus entregas posteriores lo consiguió, pero a cuenta de eliminar de su música cualquier contacto emocional con el oyente: siempre que le escuchas termina dándote la sensación de que estás metido en un cohete espacial.
En Invincible no se presumía que cambiara esa dinámica. Y así es: hay que asumir desde el principio que cualquier muestra de color o de calor no está en el decálogo de este hombre. Sí lo está, sin embargo, el hecho de que cualquier instrumento, cualquier efecto o hasta su própia voz, suene como nadie más puede sonar. Y eso, que resultab fascinante en Bad o Dangerous ya no cuenta en Invincible con el elemento sorpresa.
Porque, para qué negarlo, con lo poco que graba este hombre y con todo lo que se genera alrededor de cada una de sus obras, lo que esperas cuando le estás quitando el plástico a su último compacto es que, nada más ponerlo en el reproductor, algo sumamente especial se haga cargo de la habitación. Con Invincible no ocurre eso: si quieres quedarte impresionado con algo tendrá que ser con las canciones, ya que el sonido que surgirá de tus altavoces es el mismo "sonido Jackson" que ya escuchaste hace una década y te dejó boquiabierto.
Y las canciones... pues bien: también dentro de lo que se podía esperar. Mucho ritmo bailable que tira de la electrónica, interpretaciones de actor en las que, al escuchar, te da la impresión de estar viendo, funk electrónico que te hace mover más los hombros que los pies y alguna balada enternecedora expuesta con el tratamiento de himno propio del universo de MJ.
Entre las virtudes de Michael Jackson no está, precisamente la de hacer una música que puede calificarse como "caliente". Desde que pusiera la música negra en otra dimensión con Thriller, su mayor obsesión ha sido, siempre, sonar como como si fuera un individuo del siglo que viene. En sus entregas posteriores lo consiguió, pero a cuenta de eliminar de su música cualquier contacto emocional con el oyente: siempre que le escuchas termina dándote la sensación de que estás metido en un cohete espacial.
En Invincible no se presumía que cambiara esa dinámica. Y así es: hay que asumir desde el principio que cualquier muestra de color o de calor no está en el decálogo de este hombre. Sí lo está, sin embargo, el hecho de que cualquier instrumento, cualquier efecto o hasta su própia voz, suene como nadie más puede sonar. Y eso, que resultab fascinante en Bad o Dangerous ya no cuenta en Invincible con el elemento sorpresa.
Porque, para qué negarlo, con lo poco que graba este hombre y con todo lo que se genera alrededor de cada una de sus obras, lo que esperas cuando le estás quitando el plástico a su último compacto es que, nada más ponerlo en el reproductor, algo sumamente especial se haga cargo de la habitación. Con Invincible no ocurre eso: si quieres quedarte impresionado con algo tendrá que ser con las canciones, ya que el sonido que surgirá de tus altavoces es el mismo "sonido Jackson" que ya escuchaste hace una década y te dejó boquiabierto.
Y las canciones... pues bien: también dentro de lo que se podía esperar. Mucho ritmo bailable que tira de la electrónica, interpretaciones de actor en las que, al escuchar, te da la impresión de estar viendo, funk electrónico que te hace mover más los hombros que los pies y alguna balada enternecedora expuesta con el tratamiento de himno propio del universo de MJ.