Pues eso, en este tema podéis dejar vuestra biografía… sé que en el perfil del foro tenemos un espacio para eso ¡pero te dejan tan poco espacio! Aquí puedes ampliarla. Al escribirla no tienes que ser del todo veraz, incluso puede omitir algunos datos o inventártelos todos. La cuestión es que nos conozcamos un poco más todos y sobre todo, pasar un rato divertido
Aquí va la mía, no es muy fiable pero...
Nací en la tierra de Gengis Khan una desapacible noche de invierno en una yurta, tienda cónica de fieltro tradicional, en la región situada entre el Altai Mongol y la frontera rusa, próximo a Olgij. A esta ciudad, famosa por su reconocida feria internacional, “Nomadalia”, tenía que trasladarme a pie todos los días para acudir a la escuela de primaria.
Una mañana nos encontremos que el colegio había sido suplantado por un restaurante de comida rápida. Es cierto, hubo algunas protestas, pero la gente no se daba cuenta que nuestro país tenía que ser “moderno” y, además, al antiguo portero le recolocaron con un muy logrado el disfraz de payaso. Ahí acabaron mis estudios, el resto me lo ha dado la vida
La vida y la administración única de un seguro de vida acojonante de un tío mío que se fue a hacer las “américas” y fue apuñalado a su llegada a Dakota del Sur por un grupo ultraderechista que decía haberlo confundido con un “amarillo marxista”. El juicio se alargó durante seis meses hasta que los miembros del jurado fueron capaces de situar Asia en un mapa.
Me fui con mis padres a Europa. Se nos abrieron todas las puertas: los mejores colegios, las fiestas de sociedad, los clubes de golf, los casinos selectos y sobre todo… la de los bancos, éstos llegaron a ofrecernos un dos por cien de interés por cada millón de euros y una cubertería de porcelana de Talavera. Mi padre prefirió jugarse todo a un caballo en las carreras.
El caballo, propiedad de Ramón Mendoza, era un jamelgo llamado “Rick Astley” que ni tan siquiera fue capaz de enfilar la primera curva y acabó en el aparcamiento del hipódromo para desesperación de mi padre. La relación entre mis padres se enfrió, “nos tomaremos un tiempo”, dijeron, pero en el medio se olvidaron de mí, y uno por el otro, no volví a saber de ellos.
Arruinado no tuve más remedio incorporarme al mundo laboral. No me fueron mal las cosas el primer año, nada menos que trece contratos, pena que el más duradero fuese por una semana. Al final encontré un buen trabajo despachando en un locutorio en el nunca llego a entrar nadie pero mi jefe aseguraba facturar treinta kilos al año… comprendí las oportunidades del capitalismo.
Con el dinero ahorrado me decidí a abrir una tienda de moda. Sabía de la necesidad de buscar un nombre que sonara bien, algo así como “Victorio y Lucchino”, pero fue un auténtico desastre, no fui capaz de vender un sucio calcetín, la gente me pedía cosas rarísimas, así que solo seis meses después de inaugurar la tienda tuve que cerrar “Marcos y Molduras”.
Sin trabajo, sin esperanza y sin un puto duro no tenía más que dos soluciones: militar o sacerdote. En el ejército fui declarado inútil ¡no sirves ni como prisionero! y un cabo primero afirmaba que de mis labios había salido la palabra “hegelismo” durante unas prácticas con mortero. Por su contra, en la Iglesia fue más fácil entrar, les explique como se trabaja en los locutorios.
Ahora soy el responsable de finanzas del Arzobispado de Madrid-Alcalá. No es un mal trabajo, la gente es muy discreta y nadie chismorrea como en otros curros, “este sale con está” o “aquella se acuesta con aquel”, aquí todos somos muy respetuosos con el prójimo, sobre todo cuando va de negro. Estoy a gusto, y creo que eso es lo más importante en la vida ¿no?
Escucha mi consejo personal. Si los sigues puedes alcanzar la felicidad. Ríete a todas horas, haz buenas obras, no te agobies, piensa las cosas, modera tu ánimo, recela del éxito y sobre todo… intenta hacer amistad con el fiscal del distrito, cómprate muchas sillas de ruedas para desgravar y memoriza el horario de regreso del trabajo del marido de la maciza de tu vecina.
Aquí va la mía, no es muy fiable pero...
Nací en la tierra de Gengis Khan una desapacible noche de invierno en una yurta, tienda cónica de fieltro tradicional, en la región situada entre el Altai Mongol y la frontera rusa, próximo a Olgij. A esta ciudad, famosa por su reconocida feria internacional, “Nomadalia”, tenía que trasladarme a pie todos los días para acudir a la escuela de primaria.
Una mañana nos encontremos que el colegio había sido suplantado por un restaurante de comida rápida. Es cierto, hubo algunas protestas, pero la gente no se daba cuenta que nuestro país tenía que ser “moderno” y, además, al antiguo portero le recolocaron con un muy logrado el disfraz de payaso. Ahí acabaron mis estudios, el resto me lo ha dado la vida
La vida y la administración única de un seguro de vida acojonante de un tío mío que se fue a hacer las “américas” y fue apuñalado a su llegada a Dakota del Sur por un grupo ultraderechista que decía haberlo confundido con un “amarillo marxista”. El juicio se alargó durante seis meses hasta que los miembros del jurado fueron capaces de situar Asia en un mapa.
Me fui con mis padres a Europa. Se nos abrieron todas las puertas: los mejores colegios, las fiestas de sociedad, los clubes de golf, los casinos selectos y sobre todo… la de los bancos, éstos llegaron a ofrecernos un dos por cien de interés por cada millón de euros y una cubertería de porcelana de Talavera. Mi padre prefirió jugarse todo a un caballo en las carreras.
El caballo, propiedad de Ramón Mendoza, era un jamelgo llamado “Rick Astley” que ni tan siquiera fue capaz de enfilar la primera curva y acabó en el aparcamiento del hipódromo para desesperación de mi padre. La relación entre mis padres se enfrió, “nos tomaremos un tiempo”, dijeron, pero en el medio se olvidaron de mí, y uno por el otro, no volví a saber de ellos.
Arruinado no tuve más remedio incorporarme al mundo laboral. No me fueron mal las cosas el primer año, nada menos que trece contratos, pena que el más duradero fuese por una semana. Al final encontré un buen trabajo despachando en un locutorio en el nunca llego a entrar nadie pero mi jefe aseguraba facturar treinta kilos al año… comprendí las oportunidades del capitalismo.
Con el dinero ahorrado me decidí a abrir una tienda de moda. Sabía de la necesidad de buscar un nombre que sonara bien, algo así como “Victorio y Lucchino”, pero fue un auténtico desastre, no fui capaz de vender un sucio calcetín, la gente me pedía cosas rarísimas, así que solo seis meses después de inaugurar la tienda tuve que cerrar “Marcos y Molduras”.
Sin trabajo, sin esperanza y sin un puto duro no tenía más que dos soluciones: militar o sacerdote. En el ejército fui declarado inútil ¡no sirves ni como prisionero! y un cabo primero afirmaba que de mis labios había salido la palabra “hegelismo” durante unas prácticas con mortero. Por su contra, en la Iglesia fue más fácil entrar, les explique como se trabaja en los locutorios.
Ahora soy el responsable de finanzas del Arzobispado de Madrid-Alcalá. No es un mal trabajo, la gente es muy discreta y nadie chismorrea como en otros curros, “este sale con está” o “aquella se acuesta con aquel”, aquí todos somos muy respetuosos con el prójimo, sobre todo cuando va de negro. Estoy a gusto, y creo que eso es lo más importante en la vida ¿no?
Escucha mi consejo personal. Si los sigues puedes alcanzar la felicidad. Ríete a todas horas, haz buenas obras, no te agobies, piensa las cosas, modera tu ánimo, recela del éxito y sobre todo… intenta hacer amistad con el fiscal del distrito, cómprate muchas sillas de ruedas para desgravar y memoriza el horario de regreso del trabajo del marido de la maciza de tu vecina.