Pues lo que cambian las cosas... o más bien cómo cambiamos nosotros; al principio, más o menos por el 86, cuando le empezábamos a ver con mascarillas, pues yo entonces opinaba como vosotros, me encantaba, era como una pequeña manía de genio, algo que le hacía diferente, no sé, me chiflaba.
Pero ahora lo encuentro lo más repateante del mundo, porque lo que yo creo -creí- que empezó siendo una coña pasajera se ha convertido en una obsesión enfermiza y que le hace más daño a su imagen que casi cualquier otra cosa. Seamos francos, todos siempre le defenderemos en lo que haga falta, pero lo de la mascarilla es absolutamente injustificable, y no hace otra cosa que alimentar todas las burradas que se dicen de él. Quien siembra, a veces, recoge.
Un besín.