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En Afganistán, las familias pobres están vendiendo a sus hijos para poder sobrevivir
A Sabira (izq.), su padre quiso venderla para pagar una deuda que tenía por casi 1.200 dólares. En la foto, con sus hermanitos y su mamá en Kabul.
Con casos como el de la pequeña de siete años Sabira, a quien su padre intentó vender para pagar deudas, los defensores de los derechos humanos denuncian la terrible realidad de muchos niños afganos.
"No quiero que me vendan, quiero estar con mi familia", cuenta envuelta en un pañuelo rojo Sabira, en Kabul, que se libró de su destino porque su padre no encontró comprador.
En algunas zonas de Afganistán, la pobreza y las deudas llevan a que familias en situación desesperada se planteen la venta de alguno de sus pequeños para que los demás salgan adelante.
Los padres, incapaces de hacer frente a una pertinaz sequía, deciden casar a sus hijas pequeñas o venderlas por irrisorias sumas de dinero, como ocurrió recientemente en el área de Sari-i-Pul (norte) con una niña de ocho años.
"Poner niños a la venta o casarlos por la fuerza son fenómenos al alza en Afganistán", denunció el jefe de la Comisión de Derechos Humanos en Kabul, Lal Gul.
"Tenemos un caso en el que unos padres, llevados por la pobreza, aceptaron el matrimonio de su hija de ocho años con un hombre de 70 ya casado con otras cuatro mujeres", agregó.
Hasta ahora, el fenómeno era más frecuente en las zonas rurales que en las urbanas, pero la falta de electricidad, agua corriente o un sistema adecuado de calefacción pesa en la vida de la mayoría de los habitantes de Kabul.
"No sabemos cómo pasar el día y la noche. Si compramos algo para comer por la mañana ya no tendremos nada el resto del día", cuenta la madre de Sabira en la capital.
La sequía, la escasez de comida y la mala situación de seguridad llevaron a esta familia a dejar su casa en el conflictivo distrito de Sangin (sur) y asentarse en una choza de barro construida en una calle del barrio de chabolas en el oeste de Kabul.
Mohammad Gul, el padre de Sabira, asegura que ama a sus ocho hijos, pero que se vio forzado a vender a uno de ellos para pagar sus deudas y alimentar al resto.
Agricultor de profesión, Gul había obtenido un préstamo de 60.000 afganis (unos 1.200 dólares) de un terrateniente en la provincia de Helmand, pero como era incapaz de pagarlo decidió huir a Kabul, hasta donde le persiguió su acreedor.
"El prestamista llegó por la noche y pidió su dinero. Nos empujó y nos amenazó. A la mañana siguiente, mi marido llevó a los niños a la calle y dijo a todos que vendería a Sabira si alguien podía darle los 60.000 afganis", cuenta la madre de la niña, Gul Bibi.
Bibi está sentada delante de su choza improvisada, donde juega bajo el sol con tres de sus pequeños.
"Cuando su padre anunció que la vendería, me puse a gritar. Me dio fiebre y también a Sabira. Estuvo enferma tres días. Gritaba que no quería irse", añade.
Su familia lucha todavía por hacer frente al préstamo del terrateniente, después de que no hubiera compradores para Sabira, que ha quedado traumatizada por lo sucedido y huye corriendo cuando se acerca un desconocido.
A pesar de que cuarenta países están inyectando fondos para el desarrollo de Afganistán, más de la mitad de sus 28 millones de habitantes continúan viviendo bajo el umbral de pobreza.
Miles de millones de dólares han ido destinados a ayuda para el desarrollo, pero la corrupción imperante ha limitado su alcance.
A Sabira (izq.), su padre quiso venderla para pagar una deuda que tenía por casi 1.200 dólares. En la foto, con sus hermanitos y su mamá en Kabul.
Con casos como el de la pequeña de siete años Sabira, a quien su padre intentó vender para pagar deudas, los defensores de los derechos humanos denuncian la terrible realidad de muchos niños afganos.
"No quiero que me vendan, quiero estar con mi familia", cuenta envuelta en un pañuelo rojo Sabira, en Kabul, que se libró de su destino porque su padre no encontró comprador.
En algunas zonas de Afganistán, la pobreza y las deudas llevan a que familias en situación desesperada se planteen la venta de alguno de sus pequeños para que los demás salgan adelante.
Los padres, incapaces de hacer frente a una pertinaz sequía, deciden casar a sus hijas pequeñas o venderlas por irrisorias sumas de dinero, como ocurrió recientemente en el área de Sari-i-Pul (norte) con una niña de ocho años.
"Poner niños a la venta o casarlos por la fuerza son fenómenos al alza en Afganistán", denunció el jefe de la Comisión de Derechos Humanos en Kabul, Lal Gul.
"Tenemos un caso en el que unos padres, llevados por la pobreza, aceptaron el matrimonio de su hija de ocho años con un hombre de 70 ya casado con otras cuatro mujeres", agregó.
Hasta ahora, el fenómeno era más frecuente en las zonas rurales que en las urbanas, pero la falta de electricidad, agua corriente o un sistema adecuado de calefacción pesa en la vida de la mayoría de los habitantes de Kabul.
"No sabemos cómo pasar el día y la noche. Si compramos algo para comer por la mañana ya no tendremos nada el resto del día", cuenta la madre de Sabira en la capital.
La sequía, la escasez de comida y la mala situación de seguridad llevaron a esta familia a dejar su casa en el conflictivo distrito de Sangin (sur) y asentarse en una choza de barro construida en una calle del barrio de chabolas en el oeste de Kabul.
Mohammad Gul, el padre de Sabira, asegura que ama a sus ocho hijos, pero que se vio forzado a vender a uno de ellos para pagar sus deudas y alimentar al resto.
Agricultor de profesión, Gul había obtenido un préstamo de 60.000 afganis (unos 1.200 dólares) de un terrateniente en la provincia de Helmand, pero como era incapaz de pagarlo decidió huir a Kabul, hasta donde le persiguió su acreedor.
"El prestamista llegó por la noche y pidió su dinero. Nos empujó y nos amenazó. A la mañana siguiente, mi marido llevó a los niños a la calle y dijo a todos que vendería a Sabira si alguien podía darle los 60.000 afganis", cuenta la madre de la niña, Gul Bibi.
Bibi está sentada delante de su choza improvisada, donde juega bajo el sol con tres de sus pequeños.
"Cuando su padre anunció que la vendería, me puse a gritar. Me dio fiebre y también a Sabira. Estuvo enferma tres días. Gritaba que no quería irse", añade.
Su familia lucha todavía por hacer frente al préstamo del terrateniente, después de que no hubiera compradores para Sabira, que ha quedado traumatizada por lo sucedido y huye corriendo cuando se acerca un desconocido.
A pesar de que cuarenta países están inyectando fondos para el desarrollo de Afganistán, más de la mitad de sus 28 millones de habitantes continúan viviendo bajo el umbral de pobreza.
Miles de millones de dólares han ido destinados a ayuda para el desarrollo, pero la corrupción imperante ha limitado su alcance.