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Ética salarial

Ética salarial

Miguel Ormaetxea


Ha empezado a llover con fuerza sobre los sueldos y remuneraciones de los altos directivos empresariales. El movimiento parte de EE UU, pero se extiende también por Europa con rapidez. Ya era hora. Mientras que la participación de los sueldos en la renta total está cayendo en numerosos países (España entre ellos), como veíamos en el número 962 de enero de DINERO, las remuneraciones de los directivos se disparan. Es una deriva peligrosa.

En el siglo pasado, Rockefeller, representante paradigmático del capitalismo liberal, afirmaba que la distancia salarial razonable entre un obrero y el máximo directivo de su empresa era de 1 a 40. Entonces esta relación fue juzgada por algunos como escandalosa. En 2005, el salario medio de los consejeros delegados de las 250 primeras empresas americanas clasificadas por la revista “Fortune” fue de 8,4 millones de dólares, lo que representa 369 veces el salario medio de los obreros de EE UU. ¿Escandaloso?

Históricamente, los salarios y otras compensaciones de los altos directivos de EE UU se han mantenido relativamente embridados hasta la revolución financiera de los años 80. Entonces empezó a fraguarse lo que algunos han calificado como “ruptura cualitativa” entre los intereses de los dirigentes de empresa y sus asalariados. Las stocks options y otras fórmulas de remuneración de los directivos ligadas a la cotización han disparado las percepciones, pero, sobre todo, han hecho que los gestores tiendan a comportarse esencialmente como accionistas. Se está produciendo un divorcio paulatino que amenaza el frágil consenso social existente en el seno de las empresas.

En los últimos 20 años, la remuneración de un alto cuadro en EE UU ha pasado de representar 40 veces el salario medio de un americano a 110 veces.

Incluso si consideramos que el salario de los altos ejecutivos es una cuestión muy opinable, “The Economist” (24 de marzo) no duda en calificar de “extravagantes” las percepciones de algunos jefes de empresa americanos. Juzga muy sano el nuevo horizonte de escrutinio y control que se está perfilando en EE UU. Por un lado, el Congreso podría aprobar un proyecto de ley que exigiría la votación de la junta general de accionistas para los contratos de sus directivos. Por otro lado, se habla de establecer nuevas tasas e impuestos a las percepciones a partir de un determinado límite. El Congreso está tramitando una ley que subiría el salario mínimo de 5,15 a 7,25 dólares la hora. Restallante contraste.

El presidente Bush se ha unido recientemente al coro de críticas sindicales, del partido demócrata, de los accionistas y de la opinión pública. Los salarios de los directivos deben estar proporcionalmente ligados al rendimiento de las empresas, ha dicho. Lo que ha colmado el vaso han sido los ejemplos de directivos que se han enriquecido en pleno marasmo de las empresas que pilotaban. Los llamados “paracaídas de oro” tienen mucha responsabilidad en esto. Por ejemplo, Bob Nardelli, presidente de Home Depot, se embolsó nada menos que 210 millones de dólares cuando dejó su empresa en un barrizal de problemas. El patrón de Pfizer, Henry McKinnell, fue relevado de su cargo con una prima de 200 millones de dólares tras una caída del 49% de la cotización de la farmacéutica. El presidente de Exxon se embolsó la desorbitada cantidad de 357 millones tras su marcha. Se ha puesto de relieve que en Toyota, ejemplo de empresa brillantemente gestionada, que está a punto de destronar a GM como primera empresa mundial del automóvil, el conjunto del consejo y la cúpula directiva gana menos que el presidente de GM, sumida en abismales pérdidas. En Japón, los presidentes de las grandes empresas ganan de promedio tan sólo 11 veces el salario de sus obreros, según la consultora Towers Perrin.

Europa está “retrasada”, pero en la misma onda. Tras los americanos, los británicos le siguen a la zaga, con los suizos y los alemanes no muy lejos. Nuestra vecina Francia es un buen referente. La remuneración global de los máximos directivos de las empresas del CAC 40 arrojó una media de 4,86 millones de euros el año pasado. Se han triplicado en ocho años, según Proxinvest. El patrón de L’Oreal, Lindsay Owen-Jones, se anotó 24,9 millones de euros. Con eso se puede comprar 80 yates de buen porte o 2.100 Peugeot 207.
 
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