Empezamos a escribir un artículo sobre cuestiones médicas del juicio por homicidio involuntario entablado por la familia de Michael Jackson contra AEG Live (Que concluyó cuando este número entraba en imprenta), cuando encontramos el juicio demasiado insignificante, mientras que la vida entera de la superestrella es un tema de salud más impactante, física y psíquicamente. Tan intensa como su baile, la vida de Michael Jackson fue quemada por ambos extremos al ritmo de su éxito contra la violencia entre bandas, Beat It, por sí mismo y por la histeria de los medios.
Por AIDA POULSEN
Cuatro años después de sacudir al mundo con su último movimiento; una muerte espectacular (tan cínico como puede sonar), tanto la prensa como nosotros, sus hordas sumisas, parece que hemos empezado a admitir un rastro de duda. La catarata de ridículo y suciedad bajo la cual el genio musical compartió su breve presencia con nosotros, finalmente escasa, revela la verdad universalmente reconocida:
Para hacernos creer en él, necesitó morir.
No conseguirá triunfar, a nuestro pesar, por el hecho de que su obra sobrevivirá a todos nosotros, lo que ya no es una conjetura, porque su legado artístico demostró sin duda no tener igual en el arte moderno en cuanto a la misma importancia, volumen y peso en esencia humanitaria. Vulnerabilidad, exaltada sensibilidad de naturaleza humana, inocencia, inquietud, debilidad, dolor, esperanza, desesperación y búsqueda de fortaleza para soportarlo todo, se convirtieron en su morada artística después de su nunca antes vista escala de popularidad, la naturaleza depredadora de los medios, implacable con su espontaneidad e inconsciencia infantil, , había aprisionado a un Michael Jackson de 24 años en un atroz acoso de los medios y a un público desprecio sin precedentes, mortalmente fijado por los primeros, para el resto de su vida.
Esta es la pregunta: ¿Qué clase de música, actuaciones, canciones, películas, filantropía, hospitales, parques y quién sabe qué más habríamos obtenido si el mundo hubiera prestado más atención a la bien merecida cobertura de los medios de la obra de Michael Jackson, en lugar de a su presentación como un bicho raro y un espectáculo?
Y otra más: ¿Qué otra carrera habría sobrevivido la fanática persecución durante 26 años con la que él tuvo que lidiar tan inocentemente, confiando que su visión del mundo -no importa lo singular que fuera, si no bondadosa- comunicada a través de sus desnudas letras o confesiones en la tv, sería escuchada?
Como un paparazzi, Ben Evenstad, expone: “Él fue el único famoso que, si eras lo suficientemente devoto, te dejaba entrar en su casa. Piensa que alguien pueda ir a casa de Bruce Willis y decir: “Te quiero, te quiero”, ¿Conseguiría entrar? Él llamaría a la policía. Eso es lo que todos los demás harían. Todos excepto Michael. Si tu dices: “Te quiero, te quiero” a Michael Jackson, él asumiría que lo dices en serio y te dejaría entrar”.
¿Por qué es ahora la primera vez, viendo de nuevo la entrevista de Barbara Walters, que no es Michael Jackson sino la presentadora la que parece irrazonable y enfáticamente formal, vestida de traje gris, pelo corto, aparentemente intentando subrayar la perversidad de su entrevistado? Cuando ella pregunta, o mejor, afirma, ¿No es su “extremada” apariencia la que provoca el ridículo de la prensa? ¿Quiere que él vista como ella, que piense como ella? ¿Traje gris y pelo corto? ¿A quien estaría ella entrevistando entonces, y para qué índice de audiencia, a ella misma?
Lady Gaga, una artista prometedora y talentosa, parece haber adoptado la “técnica” de atraer a los medios, solo que con un cinturón de seguridad: ella aparece ante la prensa y en el escenario, sí, todo el mundo sabe de qué va, hace lo suyo y vuelve a la normalidad, siendo muy práctica, calculadora y cauta sobre dónde, cómo y qué decir, hacer y llevar puesto, admirable, fría y expertamente manejando su carrera. La misma cosa que Michael Jackson habría encontrado impensable: fingir en el escenario o viceversa.
Michael Jackson era la personificación de su obra; la misma cosa que le dio su inmenso poder y el rechazo a ser deshonesto fuera del escenario es probablemente la que le mató. Es improbable ahora si él pudiera mirar atrás al dolor que tuvo que soportar y tuviera la oportunidad de vivir su vida de nuevo, que pudiera rendirse a las demandas del público y a su odio. Él era excéntrico en el escenario y en la vida y, si se hubiera puesto un Traje Gris en la vida, se lo habría puesto también en escena. Por encima de todo, pensaba que no había nada que ocultar, debido a su naturaleza inofensiva y a un poco frecuente carácter que tiende a creer habitualmente en simétricas respuestas, no importa cuánto daño produzca el mas común de los resultados. Porque creer de otra manera le habría destrozado.
Curiosamente, esta muerte ha destrozado la vida de algunos paparazzi que solían darse lucrativos botines a costa de la vida del más grande, no importa lo frágil o inactivo que estuviera el Rey. Ben Evenstad dice: “Esto es lo que me golpea en mitad de la noche (la muerte de Michael Jackson): ¿Qué hago ahora, perseguir al j…. Zac Efrom?” En la última etapa de dolor y desesperación física y psíquica, con insuperables deudas, demacrado, y debiendo haber sido olvidado hacía diez años, tan solo un caparazón humano, el Rey era la joya de los medios de otra clase de estrellas modernas a la última.
Entre tantas traiciones de aquellos que vivían a su costa, otra, la última, al menos no hará sangrar el corazón de Michael de nuevo. Los paparazzi estaban asombrados de que los guardaespaldas, habitualmente pendientes de cada uno de sus movimientos, cuando rodeaban la ambulancia que llevaba su cuerpo sin vida desde su casa, tan solo murmuraban al grupo inclinado y disparando flashes: “Por favor, chicos, no hagáis eso”, permitiéndoles tomar a través de la ventanilla de la ambulancia la infame fotografía del Rey muerto, que alcanzó 1 millón de dólares.
Tan inconcebible como pueda sonar, hemos reunido una matriz de la vida de Michael Jackson en acción: Sus hechos contra los hechos que el mundo hizo contra él.
MJMatrix en los próximos números.
Por AIDA POULSEN
Cuatro años después de sacudir al mundo con su último movimiento; una muerte espectacular (tan cínico como puede sonar), tanto la prensa como nosotros, sus hordas sumisas, parece que hemos empezado a admitir un rastro de duda. La catarata de ridículo y suciedad bajo la cual el genio musical compartió su breve presencia con nosotros, finalmente escasa, revela la verdad universalmente reconocida:
Para hacernos creer en él, necesitó morir.
No conseguirá triunfar, a nuestro pesar, por el hecho de que su obra sobrevivirá a todos nosotros, lo que ya no es una conjetura, porque su legado artístico demostró sin duda no tener igual en el arte moderno en cuanto a la misma importancia, volumen y peso en esencia humanitaria. Vulnerabilidad, exaltada sensibilidad de naturaleza humana, inocencia, inquietud, debilidad, dolor, esperanza, desesperación y búsqueda de fortaleza para soportarlo todo, se convirtieron en su morada artística después de su nunca antes vista escala de popularidad, la naturaleza depredadora de los medios, implacable con su espontaneidad e inconsciencia infantil, , había aprisionado a un Michael Jackson de 24 años en un atroz acoso de los medios y a un público desprecio sin precedentes, mortalmente fijado por los primeros, para el resto de su vida.
Esta es la pregunta: ¿Qué clase de música, actuaciones, canciones, películas, filantropía, hospitales, parques y quién sabe qué más habríamos obtenido si el mundo hubiera prestado más atención a la bien merecida cobertura de los medios de la obra de Michael Jackson, en lugar de a su presentación como un bicho raro y un espectáculo?
Y otra más: ¿Qué otra carrera habría sobrevivido la fanática persecución durante 26 años con la que él tuvo que lidiar tan inocentemente, confiando que su visión del mundo -no importa lo singular que fuera, si no bondadosa- comunicada a través de sus desnudas letras o confesiones en la tv, sería escuchada?
Como un paparazzi, Ben Evenstad, expone: “Él fue el único famoso que, si eras lo suficientemente devoto, te dejaba entrar en su casa. Piensa que alguien pueda ir a casa de Bruce Willis y decir: “Te quiero, te quiero”, ¿Conseguiría entrar? Él llamaría a la policía. Eso es lo que todos los demás harían. Todos excepto Michael. Si tu dices: “Te quiero, te quiero” a Michael Jackson, él asumiría que lo dices en serio y te dejaría entrar”.
¿Por qué es ahora la primera vez, viendo de nuevo la entrevista de Barbara Walters, que no es Michael Jackson sino la presentadora la que parece irrazonable y enfáticamente formal, vestida de traje gris, pelo corto, aparentemente intentando subrayar la perversidad de su entrevistado? Cuando ella pregunta, o mejor, afirma, ¿No es su “extremada” apariencia la que provoca el ridículo de la prensa? ¿Quiere que él vista como ella, que piense como ella? ¿Traje gris y pelo corto? ¿A quien estaría ella entrevistando entonces, y para qué índice de audiencia, a ella misma?
Lady Gaga, una artista prometedora y talentosa, parece haber adoptado la “técnica” de atraer a los medios, solo que con un cinturón de seguridad: ella aparece ante la prensa y en el escenario, sí, todo el mundo sabe de qué va, hace lo suyo y vuelve a la normalidad, siendo muy práctica, calculadora y cauta sobre dónde, cómo y qué decir, hacer y llevar puesto, admirable, fría y expertamente manejando su carrera. La misma cosa que Michael Jackson habría encontrado impensable: fingir en el escenario o viceversa.
Michael Jackson era la personificación de su obra; la misma cosa que le dio su inmenso poder y el rechazo a ser deshonesto fuera del escenario es probablemente la que le mató. Es improbable ahora si él pudiera mirar atrás al dolor que tuvo que soportar y tuviera la oportunidad de vivir su vida de nuevo, que pudiera rendirse a las demandas del público y a su odio. Él era excéntrico en el escenario y en la vida y, si se hubiera puesto un Traje Gris en la vida, se lo habría puesto también en escena. Por encima de todo, pensaba que no había nada que ocultar, debido a su naturaleza inofensiva y a un poco frecuente carácter que tiende a creer habitualmente en simétricas respuestas, no importa cuánto daño produzca el mas común de los resultados. Porque creer de otra manera le habría destrozado.
Curiosamente, esta muerte ha destrozado la vida de algunos paparazzi que solían darse lucrativos botines a costa de la vida del más grande, no importa lo frágil o inactivo que estuviera el Rey. Ben Evenstad dice: “Esto es lo que me golpea en mitad de la noche (la muerte de Michael Jackson): ¿Qué hago ahora, perseguir al j…. Zac Efrom?” En la última etapa de dolor y desesperación física y psíquica, con insuperables deudas, demacrado, y debiendo haber sido olvidado hacía diez años, tan solo un caparazón humano, el Rey era la joya de los medios de otra clase de estrellas modernas a la última.
Entre tantas traiciones de aquellos que vivían a su costa, otra, la última, al menos no hará sangrar el corazón de Michael de nuevo. Los paparazzi estaban asombrados de que los guardaespaldas, habitualmente pendientes de cada uno de sus movimientos, cuando rodeaban la ambulancia que llevaba su cuerpo sin vida desde su casa, tan solo murmuraban al grupo inclinado y disparando flashes: “Por favor, chicos, no hagáis eso”, permitiéndoles tomar a través de la ventanilla de la ambulancia la infame fotografía del Rey muerto, que alcanzó 1 millón de dólares.
Tan inconcebible como pueda sonar, hemos reunido una matriz de la vida de Michael Jackson en acción: Sus hechos contra los hechos que el mundo hizo contra él.
MJMatrix en los próximos números.
Quizás la más triste entre todas las cosas que le sucedieron a Michael Jackson es que el mundo todavía se obsesiona por la pregunta: ¿Era una persona educada, sensible, sensata, muy humanitaria, con una calmada y casi infantil voz, un inmenso corazón, a diferencia de la mayoría de nosotros, con los ojos bien abiertos al mundo de los desfavorecidos, o un poderoso villano cuya verdadera pasión es tan sucia como esos secretos infames de un sacerdote?