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¡Historias de Terror!

La mecedora

Yo vivo en una residencia de estudiantes y las habitaciones no es que tengan muchos muebles: dos camas, dos armarios y una mesa con dos sillas. Como podreis comprobar no vivo solo; comparto mi habitacion con mi amigo Sergio. Pues debido a esa escasez de muebles y de la amplitud de la habitacion, un di_a que volvi_amos de la biblioteca, vimos en un contenedor una mecedora vieja que estaba chulisima y la pillamos. Estuvimos meciendonos en la calle y decidimos subirla a la habitacion. No fue nada facil hacerlo y sortear al bedel, que un tio tope brasas. Pero con mucho arte lo conseguimos y dejamos la mecedora en una esquina de la habitacion y fue acumulando ropa encima de ella.
Pero una semana despues, una noche que estaba estudiando, me parecio ver que la mecedora se movia, era imposible, al principio pense que seria una corriente de aire o algo, y me levante a cerrar las ventanas, pero las ventanas ya estaban cerradas. Pense: 'seran imaginaciones mias', y me volvi a sentar en la mesa, pero por el rabillo del ojo no podia dejar de mirar la mecedora. Cuando me olvide del incidente, oi_ un ruido y me gire. Las cazadoras que estaban en el respaldo de la mecedora habian caido al suelo. Me levante a recogerlas y vi, esta vez muy claramente, que la mecedora se movi_a, y no era por la inercia de haberse cai_do las chupas. Se movi_a muy despacio, como si alguien se estuviese meciendo. Baje corriendo a la sala de TV a avisar a Sergio. Subio conmigo mientras repeti_a que seri_an cosas mias, y cuando abrimos la puerta vimos la mecedora tirada en el suelo, de lado, y todas las ropas desperdigadas por la habitacion. Sergio dijo que vale, que muy buena la broma pero que no se creia nada. Levante la mecedora y volvio a poner la ropa encima. Y nos fuimos a la cama. Yo no podi_a quitar ojo a la mecedora pero finalmente me dormi_. De pronto me desperto un ruido, como un roce de algo con algo, y encendi_ la luz, Sergio se desperto. 'Ti_o apaga la luz', dijo.'¿No oyes un ruido?', le dije nervioso. 'No, solo te oigo a ti dando la brasa', grito. Finalmente escucho el ruido. Era como un roce. Buscamos de donde venia y vimos el llavero metalico que colgaba de la llave de la cerradura balanceandose y pegando con la puerta de madera. Estabamos cagados de miedo mirandolo y de pronto empezo a dar vueltas como loco, en ci_rculo, como cuando das vueltas a una cadena alrededor de un dedo, pero lo haci_a solo y alrededor de la llave que estaba encajada en la cerradura. Sergio se cabreo. Que ya valia, que muy buena la bromita; y yo: 'tio, que no soy yo'. Y de repente empezo a cerrarse con dos vueltas la cerradura. Clack, clack. Clack, clack... Sergio dijo 'Vale, ya se, estan cerrando con otra llave por fuera', y se giro como diciendo 'aqui_ ya esta todo arreglado', pero me empujo para que me girase. La mecedora estaba moviendose suavemente.
Estabamos que se nos sali_a el corazon por la boca. El ruido de la llave paro y el llavero se dejo de mover, pero la mecedora se empezo a agitar de forma violenta..., mas y mas, mas y mas..., hasta que se volco. Sergio abrio la puerta y salimos al pasillo. Decidimos no contarlo. Despues de un rato deambulando por ahi volvimos a la habitacion, cogimos la mecedora y la bajamos al patio.
Al dia siguiente el bedel pregunto en el comedor que quien habi_a metido una mecedora en el patio, que ya estaba harto de chorradas y que el proximo que armase alguna se la iba a ganar. Cuando despues de desayunar nos ibamos para clase vimos al dire de la resi ojeando la mecedora. No se si la habra cogido.

El hombre de negro

Y como siempre, alli_ estabamos los de siempre, haciendo lo de siempre. Sentados en la oscuridad, alejados de todo aquel que solo queria imponernos algo. Todos hablabamos, rei_amos, bebiamos y todas esas cosas que haces con los amigos. Cuando mejor lo pasabamos, Carol, mi mejor amiga empezo a llorar mientras gritaba que en el fondo en la oscuridad habaia alguien que vestia de negro y estaba tan palido (o al menos eso vio) que parecia un muerto. Todos comenzamos a reirnos y le dijimos que dejara de beber. Ella insistio. Dos de los chicos que estaban con nosotras se ofrecieron a acompanarla hasta el sitio para que se convenciera de que alli no habi_a nada ni nadie. Al final fuimos todos. Llegamos, miramos por todas partes y, como habi_amos pensado, no habia nada; mejor dicho, nadie. A Carolina se le paso el susto, volvimos a crear el ambiente que teniamos cuando vi algo: era ese hombre, el de negro. Me entro tal miedo que comence a gritar. Los chicos pusieron cara de mosqueo y nos empezaron a decir que la broma habi_a estado muy bien pero que pararamos, que se estaba haciendo pesada. Nosotras no dejabamos de decir que aquello no era una broma, que habiamos visto a aquel hombre o lo que fuese. Despues de un rato decidimos quedarnos alli_ un poco mas, pero esta vez cambiamos los sitios. Cuando mas a gusto estabamos, uno de los chicos, Juan, le dijo a otro que mirase al fondo. Este se levanto y dijo gritando ¡¡¡¡CORRED!!!! No tuve tiempo a girarme y mirar, pero se lo que vieron. ¡¡¡SI!!! Se que habiamos bebido, y tambien se que cuando se bebe se puede llegar a ver cosas que en realidad no estan pasando pero en este caso lo vimos cuatro personas. No volvimos a aquel sitio nunca mas.

Nueve veces Veronica

Esto es justo lo que nunca debes hacer: ponerte frente al espejo y repetir nueve veces seguidas el nombre de Veronica.
No serias el primero que se rÃie al conocer esta historia, que lleva circulando por el mundo desde hace varias decadas. Muchos antes que tu han pensado que se trataba de un cuento chino y se han burlado, pero otras personas aseguran que quienes no han hecho caso de la advertencia y han aceptado el desafi_o, han cargado con una maldicion terrible.
¿Quien es Veronica? O mejor dicho: ¿quien era? Se trataba de una chica de 14 tacos que, estando en el pueblo con sus amigos, hizo espiritismo en una casa abandonada. Todo el mundo sabe que es algo tremendamente peligroso y que jamas debe tomarse como un juego. Ella no siguio las reglas de los fanatasmas, se burlo durante toda la invocacion y una silla que habia en la habitacion cobro vida y la golpeo mortalmente en la cabeza.
Sin embargo, Veronica aun no descansa en paz. Su espi_ritu esta condenado y vaga buscando venganza entre aquellos que no saben respetar el Mas Alla¡, como le sucedia a ella en la vida real.
Ana era una chica de la edad de Veronica que conocio la leyenda en su instituto. Sus amigos la picaron, diciedole que no se atrevi a decir 'Veronica' nueve veces ante el espejo. A ella le daba miedo, pero venciosu terror porque le avergonzaba quedar mal ante todo el mundo. Una companera fue a los servicios de esa planta del instituto para comprobar, entre risas, si cumplia la prueba.
Lo hizo, no paso nada y el grupo lo olvido enseguida. Menos Ana. Para ella la autentica pesadilla comenzo esa misma noche. Estaba en la cama, cuando un sonido la desperto. No se trataba de un estrepito, sino de una especie de susurro indescifrable que oia cerca de la nuca, mientras sentia como si alguien respirara en su cuello. Aterrada, se levanto y encendio la luz. Alli_ solo estaba ella. A pesar de eso, no pudo dormir en toda la noche. Al di_a siguiente, no se atrevio a contarselo a nadie. Estaba muerta de miedo, y en medio de la clase tuvo que salir al servicio para mojarse la cara y despejarse. Pero cuando entro al bano, haci_a mucho fri_o (como estaban en invierno no le dio importancia) y una capa de vaho cubrÃia el espejo. Ana lo limpio con la mano para comprobar horrorizada que tras ella habi_a una chica que no habia visto jamas, con una expresion de espanto y sangre en la cabeza. Fue solo un instante. Cuando se volvio a mirar, ya no habi_a nadie. Ana rio nerviosamente, pensando que todo era fruto de su imaginacion, los nervios y el cansancio. Sin embargo, cuando se volvio hacia el espejo vio algo que la dejo helada. Al borrarse el vaho una frase habi_a permanecido escrita: 'Soy Veronica. No debiste invitarme a volver'.
Ana no pudo soportarlo. Hoy pasa sus dias encerrada en un manicomio, y solo habla para jurar y perjurar que el fantasma de Veronica la sigue atormentando.

El cementerio

Nunca habi_a creido en los espiritus hasta que, hace un par de meses, fui por la noche con mis amigos al cementerio. Al llegar, nos pusimos a jugar al escondite y me toco pagarla a mi. Cuando acabe de contar escuche un ruido en la zona de los nichos mas viejos y fui hacia alli_ esperando pillar a alguien. Pero no fue asi. Al principio no veia nada, aunque poco a poco me fui acostumbrando a la oscuridad, y entonces le vi. Era un crio pequeno que parecia estar muy triste. Yo me quede muy sorprendido. ¿Que haci_a ese crio alli? Antes de que pudiera decir algo, el crio se desvanecio en el aire. No me habia asustado mas en toda mi vida. Casi nadie me creyo, pero yo estoy convencido de que aquello fue real. Lo peor fue, que pocos dias despues, buscando informacion, lei que veinticinco anos antes, y esa misma noche, un nino habia muerto en el cementerio en extranas circunstancias.​

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Escrito originalmente por Mj_2070
El cementerio

Nunca habia creido en los espiritus hasta que, hace un par de meses, fui por la noche con mis amigos al cementerio. Al llegar, nos pusimos a jugar al escondite y me toco pagarla a mi. Cuando acabe de contar escuche un ruido en la zona de los nichos mas viejos y fui hacia alli_ esperando pillar a alguien. Pero no fue asi. Al principio no veia nada, aunque poco a poco me fui acostumbrando a la oscuridad, y entonces le vi. Era un crio pequeno que parecia estar muy triste. Yo me quede muy sorprendido. ¿Que haci_a ese crio alli? Antes de que pudiera decir algo, el crio se desvanecio en el aire. No me habia asustado mas en toda mi vida. Casi nadie me creyo, pero yo estoy convencido de que aquello fue real. Lo peor fue, que pocos dias despues, buscando informacion, lei que veinticinco anos antes, y esa misma noche, un nino habia muerto en el cementerio en extranas circunstancias. [/B]


* Esto me hace recordar aquellos documentales en los que se escuchan psicofonías procedentes de una alma de algún fallecido... No suelo creer en estas cosas, pero desde abril, que falleció mi padre, parece que le escuchara por las noches. No sé si es algo psicológico, pero mientras no me expliquen lo contrario, seguiré pensando igual.
 
Lo de Verónica me recuerda una historia por el estilo que se contaba cuando era pequeño. Se trataba de decir cinco veces en voz alta "no creo en María la paralítica", y se suponía que la tal María aparecía de la nada y te mataba. Pues bien, el caso es que un dia un par de amigas mias iban en ascensor, recordaron la tontería y empezaron a decir la frase en voz alta.... y el ascensor de repente se paró. Obviamente fue un apagón....pero el susto fue de ordago... :lol:

Yo no creo en esas cosas....pero casi que prefiero no jugar con ellas...jejeje

;)
 
Escrito originalmente por jfcnew
Lo de Verónica me recuerda una historia por el estilo que se contaba cuando era pequeño. Se trataba de decir cinco veces en voz alta "no creo en María la paralítica", y se suponía que la tal María aparecía de la nada y te mataba. Pues bien, el caso es que un dia un par de amigas mias iban en ascensor, recordaron la tontería y empezaron a decir la frase en voz alta.... y el ascensor de repente se paró. Obviamente fue un apagón....pero el susto fue de ordago... :lol:

Yo no creo en esas cosas....pero casi que prefiero no jugar con ellas...jejeje

;)
jajajaja debieron haber sentido que el corazon se les paraba
Yo una vez estaba en el parque de diversiones cuando de pronto a una amiga mia se le ocurre decirme que si nos subiamos a la casa de los sustos, y era de esas que te tenias que subir en unos carritos, pero ya estando adentro a mi amiga(Violeta) se le ocurre decirme que le tenia pavor a la oscuridad !
pero que se queria subir aun asi, nos subimos y a la hora de estar frente a un maniqui de lo mas mal hecho que similuba a un hombre lobo, ponen una grabación de un aullido , y justo en ese momento se dio un apagon! y nos quedamos justo en frente de el maniqui ese, y Violeta empezo a respirar muy rapido queriendose salir de del carrito, y yo queriendola tranquilizar que la siento y solo que se aferra a mi brazo y que me entierra todas sus uñas!
Y para esto no se veia ni la punta de nuestras narices! solo lo un letrero fluorecente de esos que brillan en la oscuridad que decia "no se levante"
A los pocos instantes solo se empezaron a escuchar pisadas por todos lados corriendo(eran los empleados de la casa del terror claro, pero hasta a mi me sorprendieron) y de pronto se empezaron a oir muchas voces gritando "no se levanten"y pisadas aqui y halla, Violeta estaba super impresionada! casi me arrancaba la píel de l brazo! y yo tenia miedo que se desmayara o algo, en eso de pronto llega la energia y se enciende la maldita grabación del aullido y se enciende la luz y en frente nuestro el maniqui ese !
Pues Violeta solto un grito que hizo que casi quedara sordo y pues yo si me sorprendi mucho con el maniqui ese con todo eso creanme que pase un susto muy grande!
:lengua: :p
Al salir Violeta estaba mejor pero muy nerviosa! y yo tambien

:meparto: :lol: :jejeje: :uhmjuas:
 
Ke zuztoooooo!!!

EL GATO NEGRO (Edgar Alan Poe)

No espero ni remotamente que se conceda el menor crédito a la extraña, aunque familiar historia que voy a relatar.

Sería verdaderamente insensato esperarlo cuando mis mismos sentidos rechazan su propio testimonio. No obstante, yo no estoy loco, y ciertamente no sueño. Pero, por si muero mañana, quiero aliviar hoy mi alma. Me propongo presentar ante el mundo, clara, suscintamente y sin comentarios, una serie de sencillos sucesos domésticos. Por sus consecuencias, estos sucesos me han torturado, me han anonadado. Con todo, sólo trataré de aclararlos. A mí sólo horror me han causado, a muchas personas parecerán tal vez menos terribles que estrambóticos. Quizá más tarde surja una inteligencia que de a mi visión una forma regular y tangible; una inteligencia más serena, más lógica, y, sobre todo, menos excitable que la mía, que no encuentre en las circunstancias que relato con horror más que una sucesión de causas y de efectos naturales.


La docilidad y la humanidad fueron mis características durante mi niñez. Mi ternura de corazón era tan extremada, que atrajo sobre mí las burlas de mis camaradas.



Sentía extraordinaria afición por los animales, y mis parientes me habían permitido poseer una gran variedad de ellos. Pasaba en su compañía casi todo el tiempo y jamás me sentía más feliz que cuando les daba de comer o acariciaba. Esta singularidad de mi carácter aumentó con los años, y cuando llegué a ser un hombre, vino a constituir uno de mis principales placeres. Para los que han profesado afecto a un perro fiel e inteligente, no es preciso qlue explique la naturaleza o la intensidad de goces que esto puede proporcionar. Hay en el desinteresado amor de un animal, en su abnegación, algo que va derecho al corazón del que ha tenido frecuentes ocasiones de experimentar su humilde amistad, su fidelidad sin límites. Me casé joven, y tuve la suerte de encontrar en mi esposa una disposición semejante a la mía. Observando mi inclinación hacia los animales domésticos, no perdonó ocasión alguna de proporcionarme los de las especies más agradables. Teniamos pájaros, un pez dorado, un perro hermosísimo, conejitos, un pequeño mono y un gato.



Este último animal era tan robusto como hermoso, completamente negro y de una sagacidad maravillosa. Respecto a su inteligencia, mi mujer, que en el fondo era bastante supersticiosa, hacía frecuentes alusiones a la antigua creencia popular, que veía brujas disfrazadas en todos los gatos negros.



Esto no quiere decir que ella tomase esta preocupación muy en serio, y si lo menciono, es sencillamente porque me viene a la memoria en este momento.



Plutón, este era el nombre del gato, era mi favorito, mi camarada. Yo le daba de comer y él me seguía por la casa adondequiera que iba.



Esto me tenía tan sin cuidado, que llegué a permititirle que me acompañase por las calles.



Nuestra amistad subsistió así muchos años, durante los cuales mi carácter, por obra del demonio de la intemperancia, aunque me avergüence de confesarlo, sufrió una alteración radical. Me hice de día en día más taciturno, más irritable, más indiferente a los sentimientos ajenos.


Llegué a emplear un lenguaje brutal con mi mujer.



Más tarde, hasta la injurié con violencias personales. Mis pobres favoritos, naturalmente, sufrieron también el cambio de mi carácter. No solamente los abandonaba, sino que llegué a maltratarlos.



El afecto que a Plutón todavía conservaba me impedía pegarle, así como no me daba escrúpulo de maltratar a los conejos, al mono y aun al perro, cuando por acaso o por cariño se atravesaban en mi camino. Mi enfermedad me invadía cada vez más, pues ¿qué enfermedad es comparable al alcohol?-, y, con el tiempo, hasta el mismo Plutón, que mientras tanto envejecía y naturalmente se iba haciendo un poco desapacible, empezó a sufrir las consecuencias de mi mal humor.



Una noche que entré en casa completamente borracho, me pareció que el gato evitaba mi vista. Lo agarré, pero, espantado de mi violencia, me hizo en una mano con sus dientes una herida muy leve. Mi alma pareció que abandonaba mi cuerpo, y una rabia más que diabólica, saturada de ginebra, penetró en cada fibra de mi ser. Saqué del bolsillo del chaleco un cortaplumas, lo abrí, agarré al pobre animal por la garganta y deliberadamente le hice saltar un ojo de su órbita.



Me avergüenzo, me consumo, me estremezco al escribir esta abominable atrocidad.



Por la mañana, al recuperar la razón, cuando se hubieron disipado los vapores de mi crápula nocturna, experimenté una sensacion mitad horror mitad remordimiento, por el crimen que había cometido; pero fue sólo un débil e inestable pensamiento, y el alma no sufrió las heridas.



Persistí en mis excesos, y bien pronto ahogué en vino todo recuerdo de mi criminal acción.




El gato sanó lentamente. La órbita del ojo perdido presentaba, en verdad, un aspecto horroroso, pero en adelante no pareció sufrir. Iba y venía por la casa, según su costumbre; pero huía de mí con indecible horror.



Aún me quedaba lo bastante de mi benevolencia anterior para sentirme afligido por esta antipatía evidente de parte de un ser que tanto me había amado. Pero a este sentimiento bien pronto sucedió la irritación. Y entonces desarrollóse en mí, para mi postrera e irrevocable caída, el espíritu de la perversidad, del que la filosofía no hace mención. Con todo, tan seguro como existe mi alma, yo creo que la perversidad es uno delos primitivos impulsos del corazón humano; una de las facultades o sentimientos elementales que dirigen al carácter del hombre. ¿Quién no se ha sorprendido cien veces cometiendo una acción sucia o vil, por, la sola razón de saber que no la debía cometer? ¿No tenemos una perpetua inclinación, no obstante la excelencia de nuestro juicio, a violar lo que es ley, sencillamente porque comprendemos que es ley? Este espíritu de perversidad, repito, causó mi ruina completa. El deseo ardiente, insondable del alma de atormentarse a sí misma, de violentar su propia naturaleza, de hacer el mal por amor al mal, me impulsaba a continuar el Suplicio a que había condenado al inofensivo animal. Una mañana, a completa sangre fría, le puse un nudo corredizo alrededor del cuello y lo colgué de una rama de un árbol; lo ahorqué con los ojos arrasados en lágrimas, experimentando el más amargo remordimiento en el corazón; lo ahorqué porque me constaba que me había amado y porque sentía que no me hubiese dado ningún motivo de cólera; lo ahorqué porque sabía que haciendolo así cometía un pecado, un pecado mortal que comprometía mi alma inmortal, al punto de colocarla, si tal cosa es posible, fuera de la misericordia infinita del Dios misericordioso y terrible.



En la noche que siguió al día en que fue ejecutada esta cruel acción, fuí despertado a los gritos de « ¡fuego!» Las cortinas de mi lecho estaban convertidas en llamas. Toda la casa estaba ardiendo. Con gran dificultad escapamos del incendio mi mujer, un criado y yo. La destrucción fue completa. Se aniquiló toda mi fortuna, y entonces me entregué a la desesperación.



No trato de establecer una relación de la causa con el efecto, entre la atrocidad y el desastre: estoy muy por encima de esta debilidad. Sólo doy cuenta de una cadena de hechos, y no quiero que falte ningún eslabón. El día siguiente al incendio visité las ruinas. Los muros se habían desplomado, exceptuando uno solo, y esta única excepción fue un tabique interior poco sólido, situado casi en la mitad de la casa, y contra el cual se apoyaba la cabecera de mi lecho. Dicha pared había escapado en gran parte a la acción del fuego, cosa que yo atribuí a que había sido recientemente renovada. En torno de este muro agrupábase una multitud de gente y muchas personas parecían examinar algo muy particular con minuciosa y viva atención. Las palabras «¡extraño!» «¡singular!» y otras expresiones semejantes excitaron mi curiosidad. Me aproximé y vi, a manera de un bajo relieve esculpido sobre la blanca superficie, la figura de un gato gigantesco. La imagen estaba estampada con una exactitud verdaderamente maravillosa.


Había una cuerda alrededor del cuello del animal.


Al momento de ver esta aparición, pues como a tal, en semejante circunstancia, no podía por menos de considerarla, mi asombro y mi temor fueron extraordinarios. Pero, al fin, la reflexión vino en mi ayuda.


Recordé entonces que el gato había sido ahorcado en un jardín,contiguo a la casa. A los gritos de alarma, el jardín habría sido inmediatamente invadido por la multitud y el animal debió haber sido descolgado del árbol por alguno y arrojado en mi cuarto a través de una ventana abierta.



Esto seguramente, había sido hecho con el fin de despertarme. La caída de los otros muros había aplastado a la víctima de mi crueldad en el yeso recientemente extendido; la cal de este muro, combinada con las llamas y el amoníaco desprendido del cadáver, habrían formado la imagen, tal como yo la veía. Merced a este artificio logré satisfacer muy pronto a mi razón, mas no pude hacerlo tan rápidamente con mi conciencia, por que el suceso sorprendente que acabo de relatar, grabóse en mi imaginación de una manera profunda.


Hasta pasados muchos meses no pude desembarazarme del espectro del gato, y durante este período envolvió mi alma un semisentimiento. muy semejante al remordimiento. Llegué hasta llorar la pérdida del animal y a buscar en torno mío, en los tugurios miserables, que tanto frecuentaba habitualmente, otro favorito de la misma especie y de una figura parecida que lo reemplazara.


Ocurrió que una noche que me hallaba sentado, medio aturdido, en una taberna más que infame, fue repentinamente solicitada mi atención hacia un objeto negro que reposaba en lo alto de uno de esos inmensos toneles de ginebra o ron que componían el principal ajuar de la sala.


Hacía algunos momentos que miraba a lo alto de este tonel, y lo que mé sorprendía era no haber notado más pronto el objeto colocado encima.


Me aproximé, tocándolo con la mano.


Era un enorme gato, tan grande por lo menos como Plutón, e igual a él en todo, menos en una cosa.



Plutón no tenía ni un pelo blanco en todo el cuerpo, mientras que éste tenía una salpicadura larga y blanca, de forma indecisa que le cubría casi toda la región del pecho.


No bien lo hube acariciado cuando se levantó súbitamente, prorrumpió en continuado ronquido, se frotó contra mi mano y pareció muy contento de mi atención.


Era, pues, el verdadero animal que yo buscaba.


Al momento propuse, al dueño de la taberna comprarlo, pero éste no se dio por entendido: yo no lo conocía ni lo había visto nunca antes de aquel momento.


Continué acariciándolo y, cuando me preparaba a regresar a mi casa, el animal se mostró dispuesto a acompañarme. Le permití que lo hiciera, agachándome de vez en cuando para acariciarlo durante el camino.


Cuando estuvo en mi casa. se encontró como en la suya, e hizose en seguida gran amigo de mi mujer.


Por mi parte, bien pronto sentí nacer antipatía contra él. Era casualmente lo contrario de lo que yo había esperado; no sé cómo ni por qué sucedió esto: su empalagosa ternura me disgustaba, fatigándóme casi. Poco a poco, estos sentimientos de disgusto y fastidio convirtiéronse en odio.


Esquivaba su presencia; pero una especie de sensación de bochorno y el recuerdo de mi primer acto de crueldad me impidieron maltratarlo. Durante algunas semanas me abstuve de golpearlo con violencia; llegué a tomarle un indecible horror, y a huir silenciosamente de su odiosa presencia, como de la peste.


Seguramente lo que aumentó mi odio contra el animal fue el descubrimiento que hice en la mañana siguiente de haberlo traído a casa: lo mismo que Plutón, él también había sido privado de uno de sus ojos.


Esta circunstancia hizo que mi mujer le tomase más cariño, Pues, como ya he dicho, ella poseía en alto grado esta ternura de sentimientos que había sido mi rasgo característico y el manantial frecuente de mis más sencillos y puros placeres.



No obstante, el cariño del gato hacia mí parecía acrecentarse en razón directa de mi aversión contra él.

Con implacable tenacidad, que no podrá explicarse el lector, seguía mis pasos. Cada vez que me sentaba, acurrucábase bajo mi silla o saltaba sobre mis rodillas, cubriendome con sus repugnantes caricias.


Si me levantaba para andar, se metía entre mis piernas y casi me hacía caer al suelo, o bien introduciendo sus largas y afiladas garras en mis vestidos, trepaba hasta mi pecho.


En tales momentos, aunque hubiera deseado matarlo de un solo golpe, me contenía en parte por el recuerdo de mi primer crimen, pero principalmente debo confesarlo, por el terror que me causaba el animal.


Este terror no era de ningún modo el espanto que produce la perspectiva de un mal físico, pero me sería muy difícil denominarlo de otro modo. Lo confieso abochornado. Sí; aun en este lugar de criminales, casi me avergüenzo al afirmar que el miedo y el horror que me inspiraba el animal se habían aumentado por una de las mayores fantasías que es posible concebir.


Mi mujer habíame hecho notar más de una vez el carácter de la mancha blanca de que he hablado y en la que estribaba la única diferencia aparente entre el nuevo animal y el matado por mí. Seguramente recordará el lector que esta marca, aunque grande, estaba primitivarnente indefinida en su forma, pero lentamente, por grados imperceptibles, que mi razón se esforzó largo tiempo en considerar como imaginarios, había llegado a adquirir una rigurosa precisión en sus contornos.


Presentaba la forma de un objeto que me estremezco sólo al nombrarlo: y esto era lo que sobre todo me hacía mirar al monstruo con horror y repugnancia, y me habría impulsado a librarme de él, ni me hubiera atrevido: la imagen de una cosa horrible y siniestra, la imagen de la horca. ¡Oh lúgubre y terrible aparato, instrumento del horror y del crimen, de la agonía y de la muerte!


Y heme aquí convertido en un miserable, más allá de la miseria de la humanidad. Un animal inmundo, cuyo hermano yo había con desprecio destruido, una bestia bruta creando para mí -para mí, hombre formado a imagen del Altísimo-, un tan grande e intolerable infortunio. ¡Desde entonces no volví a disfrutar de reposo, ni de día ni de noche! Durante el día el animal no me dejaba ni un momento, y por la noche, a cada instante, cuando despertaba de mi sueño, lleno de angustia inexplicable, sentía el tibio aliento de la alimaña sobre mi rostro, y su enorme peso, encarnación de una pesadilla que no podía sacudir, posado eternamente sobre mi corazón.


Tales tormentos influyeron lo bastante para que lo poco de bueno que quedaba en mí desapareciera. Vinieron a ser mis íntimas preocupaciones los más sombrios y malvados pensamientos. La tristeza de mi carácter habitual se acrecentó hasta odiar todas las cosas y a toda la humanidad; y, no obstante, mi mujer no se quejaba nunca, ¡ay! ella era de ordinario el blanco de mis iras, la más paciente víctima de mis repentinas, frecuentes e indomables explosiones de una cólera a la cual me abandonaba ciegamente.


Ocurrió, que un día que me acompañaba, para un quehacer doméstico, al sótano del viejo edificio donde nuestra pobreza nos obligaba a habitar, el gato me seguía por la pendiente escalera, y, en ese momento, me exasperó hasta la demencia. Enarbolé el hacha, y, olvidando en mi furor el temor pueril que hasta entonces contuviera mi mano, asesté al animal un golpe que habría sido mortal si le hubiese alcanzado como deseaba; pero el golpe fue evitado por la mano de mi mujer. Su intervención me produjo una rabia más que diabólica; desembaracé mi brazo del obstáculo y le hundí el hacha en el cráneo.


Y sucumbió instantáneamente, sin exhalar un solo gemido mi desdicháda mujer.


Consumado este horrible asesinato, traté de esconder el cuerpo.


Juzgué que no podía hacerlo desaparecer de la casa, ni de día ni de noche, sin correr el riesgo de ser observado por los vecinos. Numerosos proyectos cruzaron por mi mente.


Pensé primero en dividir el cadáver en pequeños trozos y destruirlos por medio del fuego.


Discurrí luego cavar una fosa en el suelo del sótano. Pensé más tarde arojarlo al pozo del patio: después meterlo en un cajón, como mercancía, en la forma acostumbrada, y encargar a un mandadero que lo llevase fuera de la casa. Finalmente, me detuve ante una idea que consideré la mejor de todas.


Resolví emparedarlo en el sótano, como se dice que los monjes de la Edad Media emparedaban a sus víctimas.


En efecto, el sótano parecía muy adecuado para semejante operación. Los muros estaban construidos muy a la ligera, y recientemente habían sido cubiertos, en toda su extensión de una capa de mezcla, que la humedad había impedido que se endureciese.


Por otra parte, en una de las paredes había un hueco, que era una falsa chimenea, o especie de hogar, que había sido enjabelgado como el resto del sótano. Supuse que me sería fácd quitar los ladrfflos de este sitio, introducir el cuerpo y colocarlos de nuevo de manera que ningún ojo humano pudiera sospechar lo que allí se ocultaba.


No salió fallido mi cálculo. Con ayuda de una palanqueta , quité con bastante facilidad los ladrillos, y habiendo colocado cuidadosamente el cuerpo contra el muro interior, lo sostuve en esta posición hasta que hube reconstituído, sin gran trabajo toda la obra de fábrica.


Habiendo adquirido cal y arena con todas las precauciones imaginables, preparé un revoque que no se diferenciaba del antiguo y cubrí con él escrupulosamente el nuevo tabique. El muro no presentaba la más ligera señal de renovación.


Hice desaparecer los escombros con el más prolijo esmero y expurgué el suelo, por decirlo así. Miré triunfalmente en torno mío, y me dije: «Aquí, a lo menos, mi trabajo no ha sido perdido.»


Lo primero que acudió a mi pensamiento fue buscar al gato, causa de tan gran desgracia, pues, al fin, había resuelto darle muerte.


De haberle encontrado en aquel momento, su destino estaba decidido; pero, alarmado el sagaz animal por la violencia de mi reciente acción. no osaba presentarse ante mí en mi actual estado de ánimo.


Sería tarea imposible describir o imaginar la profunda, la feliz sensación de consuelo que la ausencia del detestable animal produjo en mi corazón. No apareció en toda la noche, y por primera vez desde su entrada en mi casa, logré dormir con un sueño profundo y sosegado: sí, dormí, como un patriarca, no obstante tener el peso del crimen sobre el alma.


Transcurrieron el segundo y el tercer día, sin que volviera mi verdugo. De nuevo respiré como hombre libre. El monstruo en su terror, había abandonado para siempre aquellos lugares. Me parecía que no lo volvería a ver. Mi dicha era inmensa. El remordimiento de mi tenebrosa acción no me inquietaba mucho. Instruyóse una especie de sumaria que fue sobreseída al instante. La indagación practicada no dio el menor resultado. Habían pasado cuatro días después del asesinato, cuando una porción de agentes de policía se presentaron inopinadamente en casa, y se procedió de nuevo a una prolija investigación. Como tenía plena confianza en la impemeabilidad del escondrijo, no experimenté zozobra. Los funcionarios me obligaron a acompañarlos en el registro, que fue minucioso en extremo. Por último, y por tercera o cuarta vez, descendieron al sótano. Mi corazón latía regularmente, como el de un hombre que confía en, su inocencia. Recorrí de uno a otro extremo el sótano, crucé mis brazos sobre mi pecho y me paseé afectando tranquilidad de un lado para otro.


La justicia estaba plenamente satisfecha, y se preparaba a marchar. Era tanta la alegría de mi corazón, que no podía Contenerla. Me abrasaba el deseo de decir algo, aunque no fuese más que una palabra en señal de triunfo, y hacer indubitable la convicción acerca de mi inocencia.


-Señores -dije, al fin, cuando la gente subía la escalera-, estoy satisfecho de haber desvanecido vuestras sospechas. Deseo a todos buena salud y un poco más de cortesía. Y de paso caballeros, vean aquí una casa singularmente bien construida (en mi ardiente deseo de decir alguna cosa, apenas sabía lo que hablaba). Yo puedo asegurar que ésta es una casa admirablemente hecha. Esos muros... ¿Van ustedes a marcharse, señores? Estas paredes están fabricadas sólidamente.


Y entonces, con una audacia frenética, golpeé fuertemente con el bastón que tenía en la mano precisamente sobre la pared de tabique detrás del cual estaba el cadáver de la esposa de mi corazón.


¡Ah! que al menos Dios me proteja y me libre de las garras del demonio. No se había extinguido aún el eco de mis golpes, cuando una voz surgió del fondo de la tumba: un quejido primero, débil y entrecortado como el sollozo de un niño, y que aumentó después de intensidad hasta convertirse en un grito prolongado, sonoro y continuo, anormal y antihumano, un aullido, un alarido a la vez de espanto y de triunfo, como solamente puede salir del infierno, como horrible armonía que brotase a la vez de las gargantas de los condenados en sus torturas y de los demonios regocijándose en sus padecimientos.


Relatar mi estupor sería Insensato. Sentí agotarse mis fuerzas, y caí tanbaleándome contra la pared opuesta.


Durante un instante, los agentes, que estaban ya en la escalera, quedaron paralizados por el terror.



Un momento después, una docena de brazos vigorosos caían demoledores sobre el muro, que vino a tierra en seguida.


El cadáver, ya bastante descompuesto y cubierto de sangre cuajada, aparecío rígido ante la vista dé los espectadores.


Encima de su cabeza, con las rojas fauces dilatadas y el ojo único despidiendo fuego, estaba subida la abominable bestia, cuya malicia me hábla inducido al asesinato, y cuya voz acusadora me había entregado al verdugo...



Al tiempo mismo de esconder a mi desgraciada víctima, había emparedado al monstruo.





-FIN-


· Edgar Alan Poe · Relatos ·

Un Saludete :ayos:
 
"Narración extraordinaria" Txema....:p . Por cierto, recomendadas todas las demas de Edgar.

Sobre las demas historias...como suelo decir, soy bastante empirico...hasta que no lo veo y lo demuestre, no me creo nada.;)
He practicado digamos "espiritismo", he estado en cementerios por la noche, etc etc etc, y por supuesto no me voy a poner como un gilipollas a repetir Veronica delante de un espejo, seria degradante:p . De todas formas, gracias por las hystorys.;)
 
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buf yo m cago d miedo kn todo, pero yo le tngo mucho miedo a una pelicula, "el muñeco diabolico" buf tenia un muñeco k se parecia y lo tire por la ventana k horror d pelicula aiiiiss
 
Txema, menuda historia!!!

Vaya crack que era el señor Edgar Alan Poe!!!

Angel, pronto pasaras miedo de verdad...:rolleyes:

Las demas historias, buenas. Yo hace algunos años me puse a hacer chorradas con un amigo frente a un espejo con velas encendidas porque me dijeron que asi veria mi propio entierro:lengua:

Cualquier dia de estos llamo a Veronica...:rolleyes:

Ah! y en cuanto a las psicofonias... no todas son las tipicas grabaciones de voces metalicas diciendo "directo de los muertos" o "adimensional"... algunas son maravillosas capturas de coros angelicales; hace unos meses escuche una grabacion que se hizo en una iglesia italiana por un sacerdote. Era una melodia increible, cantada por niños, impresionante!!!
 
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El demonio de la perversidad (Edgar Alan Poe)

En la consideración de las facultades e impulsos de los prima mobilia del alma humana los frenólogos han olvidado una tendencia que, aunque evidentemente existe como un sentimiento radical, primitivo, irreductible, los moralistas que los precedieron también habían pasado por alto. Con la perfecta arrogancia de la razón, todos la hemos pasado por alto. Hemos permitido que su existencia escapara a nuestro conocimiento tan sólo por falta de creencia, de fe, sea fe en la Revelación o fe en la Cábala. Nunca se nos ha ocurrido pensar en ella, simplemente por su gratuidad. No creímos que esa tendencia tuviera necesidad de un impulso. No podíamos percibir su necesidad. No podíamos entender, es decir, aunque la noción de este primum mobile se hubiese introducido por sí misma, no podíamos entender de qué modo era capaz de actuar para mover las cosas humanas, ya temporales, ya eternas.

No es posible negar que la frenología, y en gran medida toda la metafísica, han sido elaboradas a priori. El metafísico y el lógico, más que el hombre que piensa o el que observa, se ponen a imaginar designios de Dios, a dictarle propósitos. Habiendo sondeado de esta manera, a gusto, las intenciones de Jehová, construyen sobre estas intenciones sus innumerables sistemas mentales. En materia de frenología, por ejemplo, hemos determinado, primero (por lo demás era bastante natural hacerlo), que, entre los designios de la Divinidad se contaba el de que el hombre comiera. Asignamos, pues, a éste un órgano de la alimentividad para alimentarse, y este órgano es el acicate con el cual la Deidad fuerza al hombre, quieras que no, a comer. En segundo lugar, habiendo decidido que la voluntad de Dios quiere que el hombre propague la especie, descubrimos inmediatamente un órgano de la amatividad.

Lo mismo hicimos con la combatividad, la ídealidad, la casualidad, la constructividad, en una palabra, con todos los órganos que representaran una tendencia, un sentimiento moral o una facultad del puro intelecto. Y en este ordenamiento de los principios de la acción humana, los spurzheimistas, con razón o sin ella, en parte o en su totalidad, no han hecho sino seguir en principio los pasos de sus predecesores, deduciendo y estableciendo cada cosa a partir del destino preconcebido del hombre y tomando como fundamento los propósitos de su Creador.

Hubiera sido más prudente, hubiera sido más seguro fundar nuestra clasificación (puesto que debemos hacerla) en lo que el hombre habitual u ocasionalmente hace, y en lo que siempre hace ocasionalmente, en cambio de fundarla en la hipótesis de lo que Dios pretende obligarle a hacer: Si no podemos comprender a Dios en sus obras visibles, ¿cómo lo comprenderíamos en los inconcebibles pensamientos que dan vida a sus obras? Si no podemos entenderlo en sus criaturas objetivas, ¿cómo hemos de comprenderlo en sus tendencias esenciales y en las fases de la creación?

La inducción a posteriori hubiera llevado a la frenología a admitir, como principio innato y primitivo de la acción humana, algo paradójico que podemos llamar perversidad a falta de un término más característico. En el sentido que le doy es, en realidad, un móvil sin motivo, un motivo no motivado. Bajo sus incitaciones actuamos sin objeto comprensible, o, si esto se considera una contradicción en los términos, podemos llegar a modificar la proposición y decir que bajo sus incitaciones actuamos por la razón de que no deberíamos actuar. En teoría ninguna razón puede ser más irrazonable; pero, de hecho, no hay ninguna más fuerte. Para ciertos espíritus, en ciertas condiciones llega a ser absolutamente irresistible. Tan seguro como que respiro sé que en la seguridad de la equivocación o el error de una acción cualquiera reside con frecuencia la fuerza irresistible, la única que nos impele a su prosecución.

Esta invencible tendencia a hacer el mal por el mal mismo no admitirá análisis o resolución en ulteriores elementos. Es un impulso radical, primitivo, elemental. Se dirá, lo sé, que cuando persistimos en nuestros actos porque sabemos que no deberíamos hacerlo, nuestra conducta no es sino una modificación de la que comúnmente provoca la combatividad de la frenología. Pero una mirada mostrará la falacia de esta idea. La combatividad, a la cual se refiere la frenología, tiene por esencia la necesidad de autodefensa. Es nuestra salvaguardia contra todo daño. Su principio concierne a nuestro bienestar, y así el deseo de estar bien es excitado al mismo tiempo que su desarrollo. Se sigue que el deseo de estar bien debe ser excitado al mismo tiempo por algún principio que será una simple modificación de la combatividad, pero en el caso de esto que llamamos perversidad el deseo de estar bien no sólo no se manifiesta, sino que existe un sentimiento fuertemente antagónico.

Si se apela al propio corazón, se hallará, después de todo, la mejor réplica a la sofistería que acaba de señalarse. Nadie que consulte con sinceridad su alma y la someta a todas las preguntas estará dispuesto a negar que esa tendencia es absolutamente radical. No es más incomprensible que característica. No hay hombre viviente a quien en algún período no lo haya atormentado, por ejemplo, un vehemente deseo de torturar a su interlocutor con circunloquios. El que habla advierte el desagrado que causa; tiene toda la intención de agradar; por lo demás, es breve, preciso y claro; el lenguaje más lacónico y más luminoso lucha por brotar de su boca; sólo con dificultad refrena su curso; teme y lamenta la cólera de aquel a quien se dirige; sin embargo, se le ocurre la idea de que puede engendrar esa cólera con ciertos incisos y ciertos paréntesis. Este solo pensamiento es suficiente. El impulso crece hasta el deseo, el deseo hasta el anhelo, el anhelo hasta un ansia incontrolable y el ansia (con gran pesar y mortificación del que habla y desafiando todas las consecuencias) es consentida.

Tenemos ante nosotros una tarea que debe ser cumplida velozmente. Sabemos que la demora será ruinosa. La crisis más importante de nuestra vida exige, a grandes voces, energía y acción inmediatas. Ardemos, nos consumimos de ansiedad por comenzar la tarea, y en la anticipación de su magnifico resultado nuestra alma se enardece. Debe tiene que ser emprendida hoy y, sin embargo, la dejamos para mañana; ¿y por qué? No hay respuesta, salvo que sentimos esa actitud perversa, usando la palabra sin comprensión del principio. El día siguiente llega, y con él una ansiedad más impaciente por cumplir con nuestro deber, pero con este verdadero aumento de ansiedad llega también un indecible anhelo de postergación realmente espantosa por lo insondable. Este anhelo cobra fuerzas a medida que pasa el tiempo.

La última hora para la acción está al alcance de nuestra mano. Nos estremece la violencia del conflicto interior, de lo definido con lo indefinido, de la sustancia con la sombra. Pero si la contienda ha llegado tan lejos, la sombra es la que vence, luchamos en vano. Suena la hora y doblan a muerto por nuestra felicidad. Al mismo tiempo es el canto del gallo para el fantasma que nos había atemorizado. Vuela, desaparece, somos libres. La antigua energía retorna. Trabajaremos ahora. ¡Ay, es demasiado tarde!
Estamos al borde de un precipicio. Miramos el abismo, sentimos malestar y vértigo. Nuestro primer impulso es retroceder ante el peligro. Inexplicablemente, nos quedamos. En lenta graduación, nuestro malestar y nuestro vértigo se confunden en una nube de sentimientos inefables. Por grados aún más imperceptibles esta nube cobra forma, como el vapor de la botella de donde surgió el genio en Las mil y una noches. Pero en esa nube nuestra al borde del precipicio, adquiere consistencia una forma mucho más terrible que cualquier genio o demonio de leyenda, y, sin embargo, es sólo un pensamiento, aunque temible, de esos que hielan hasta la médula de los huesos con la feroz delicia de su horror.

Es simplemente la idea de lo que serían nuestras sensaciones durante la veloz caída desde semejante altura. Y esta caída, esta fulminante aniquilación, por la simple razón de que implica la más espantosa y la más abominable entre las más espantosas y abominables imágenes de la muerte y el sufrimiento que jamás se hayan presentado a nuestra imaginación, por esta simple razón la deseamos con más fuerza. Y porque nuestra razón nos aparta violentamente del abismo, por eso nos acercamos a él con más ímpetu. No hay en la naturaleza pasión de una impaciencia tan demoníaca como la del que, estremecido al borde de un precipicio, piensa arrojarse en él. Aceptar por un instante cualquier atisbo de pensamiento significa la perdición inevitable, pues la reflexión no hace sino apremiarnos para que no lo hagamos, y justamente por eso, digo, no podemos hacerlo. Si no hay allí un brazo amigo que nos detenga, o si fallamos en el súbito esfuerzo de echarnos atrás, nos arrojamos, nos destruimos.

Examinemos estas acciones y otras similares: encontraremos que resultan sólo del espíritu de perversidad. Las perpetramos simplemente porque sentimos que no deberíamos hacerlo. Más acá o más allá de esto no hay principio inteligible; y podríamos en verdad considerar su perversidad como una instigación directa del demonio sí no supiéramos que a veces actúa en fomento del bien.

He hablado tanto que en cierta medida puedo responder a vuestra pregunta, puedo explicaros por qué estoy aquí, puedo mostraros algo que tendrá, por lo menos, una débil apariencia de justificación de estos grillos y esta celda de condenado que ocupo. Si no hubiera sido tan prolijo, o no me hubiérais comprendido, o, como la chusma, me hubiérais considerado loco. Ahora advertiréis fácilmente que soy una de las innumerables víctimas del demonio de la perversidad.

Es imposible que acción alguna haya sido preparada con más perfecta deliberación. Semanas, meses enteros medité en los medios del asesinato. Rechacé mil planes porque su realización implicaba una chance de ser descubierto. Por fin, leyendo algunas memorias francesas, encontré el relato de una enfermedad casi fatal sobrevenida a madame Pilau por obra de una vela accidentalmente envenenada. La idea impresionó de inmediato mi imaginación. Sabía que mi víctima tenía la costumbre de leer en la cama. Sabía también que su habitación era pequeña y mal ventilada. Pero no necesito fatigaros con detalles impertinentes. No necesito describir los fáciles artificios mediante los cuales sustituí, en el candelero de su dormitorio, la vela que allí encontré por otra de mi fabricación. A la mañana siguiente lo hallaron muerto en su lecho, y el veredicto del coroner fue: «Muerto por la voluntad de Dios.»

Heredé su fortuna y todo anduvo bien durante varios años. Ni una sola vez cruzó por mi cerebro la idea de ser descubierto. Yo mismo hice desaparecer los restos de la bujía fatal. No dejé huella de una pista por la cual fuera posible acusarme o siquiera hacerme sospechoso del crimen. Es inconcebible el magnífico sentimiento de satisfacción que nacía en mi pecho cuando reflexionaba en mi absoluta seguridad. Durante un período muy largo me acostumbré a deleitarme en este sentimiento. Me proporcionaba un placer más real que las ventajas simplemente materiales derivadas de mi crimen. Pero le sucedió, por fin, una época en que el sentimiento agradable llegó, en gradación casi imperceptible, a convertirse en una idea obsesiva, torturante.

Torturante por lo obsesiva. Apenas podía librarme de ella por momentos. Es harto común que nos fastidie el oído, o más bien la memoria, el machacón estribillo de una canción vulgar o algunos compases triviales de una ópera. El martirio no sería menor si la canción en sí misma fuera buena o el cría de ópera meritoria. Así es como, al fin, me descubría permanentemente pensando en mi seguridad y repitiendo en voz baja la frase: «Estoy a salvo».
Un día, mientras vagabundeaba por las calles, me sorprendí en el momento de murmurar, casi en voz alta, las palabras acostumbradas. En un acceso de petulancia les di esta nueva forma: «Estoy a salvo, estoy a salvo si no soy lo bastante tonto para confesar abiertamente.»

No bien pronuncié estas palabras, sentí que un frío de hielo penetraba hasta mi corazón. Tenía ya alguna experiencia de estos accesos de perversidad (cuya naturaleza he explicado no sin cierto esfuerzo) y recordaba que en ningún caso había resistido con éxito sus embates. Y ahora, la casual insinuación de que podía ser lo bastante tonto para confesar el asesinato del cual era culpable se enfrentaba conmigo como la verdadera sombra de mi asesinado y me llamaba a la muerte.
Al principio hice un esfuerzo para sacudir esta pesadilla de mi alma. Caminé vigorosamente, más rápido, cada vez más rápido, para terminar corriendo. Sentía un deseo enloquecedor de gritar con todas mis fuerzas.

Cada ola sucesiva de mi pensamiento me abrumaba de terror, pues, ay, yo sabía bien, demasiado bien que pensar, en mi situación, era estar perdido. Aceleré aún más el paso. Salté como un loco por las calles atestadas. Al fin, el populacho se alarmó y me persiguió. Sentí entonces la consumación de mi destino. Si hubiera podido arrancarme la lengua lo habría hecho, pero una voz ruda resonó en mis oídos, una mano más ruda me aferró por el hombro. Me volví, abrí la boca para respirar. Por un momento experimenté todas las angustias del ahogo: estaba ciego, sordo, aturdido; y entonces algún demonio invisible —pensé— me golpeó con su ancha palma en la espalda. El secreto, largo tiempo prisionero, irrumpió de mi alma.

Dicen que hablé con una articulación clara, pero con marcado énfasis y apasionada prisa, como si temiera una interrupción antes de concluir las breves pero densas frases que me entregaban al verdugo y al infierno.
Después de relatar todo lo necesario para la plena acusación judicial, caí por tierra desmayado.
Pero, ¿para qué diré más? ¡Hoy tengo estas cadenas y estoy aquí! ¡Mañana estaré libre! Pero, ¿dónde?...

- F I N -
 
Por cierto, os recomiendo "El monte de las ánimas", incluida en las "Rimas y leyendas" de Becquer.

;)
 
Mottola el mutante atemporal

Era un día frío de invierno, de esos de lluvia a mansalva y nieve a ratos; Michael descansaba en su salón oyendo unas grabaciones inéditas que tenía guardadas en las que hacía dueto con John Lennon cantando una versión libre de 'Imagine' y delicias como el 'give peace a chance'. Sus dos niños mayores jugaban en la parte de arriba de la casa en el cuarto de juegos (si es que se puede llamar así a una habitación de más de 200 metros cuadrados en la que hasbro, mattel y las bolsas del toys 'r us son la nota dominante).

La noche se echó encima del rancho de Neverland y el viento comenzó a azotar las ventanas como si quisiera llevárselas de las bisagras.

- ¡Papá, tengo miedo! - exclamó el pequeño Prince.
- No te preocupes hijo, papá está aquí para protegerte - dijo Michael con tono de padre protector y seguro de sí mismo.

Paris, que estaba sentada jugando el suelo con sus juguetes que había bajado desde su habitación, se encontraba de espaldas a Michael y Prince que estaban viendo la última entrega de 'Twilight Zone', no sin algún que otro temblor por parte del vástago menor de Jackson.

- ¿Quién es Mottola papá? - preguntó Paris de forma inocente.

De repente Michael se quedó con la mirada perdida, horrorizado, sorprendido y con la boca abierta, mientras Prince lo miraba atentamente.

- ¿Dónde has oído ese nombre? No vuelvas a repetirlo, por favor - sentenció Michael

Pero, ya se sabe, no hay nada peor para un niño pequeño que impedirle preguntar por algo...nos hará la misma pregunta insistentemente durante horas hasta saciar su sed de curiosidad.
Por ello, al cabo de cientos de 'papá cuéntame quién es Mottola', nuestro amigo no tuvo más remedio que decirles: 'I have something I wanna tell you...'

Con la chimenea de fondo, los chasquidos esos que nos gustan a todos, las luces apagadas y una manta sobre la que sentarse en postura india, Michael comenzó a contarles la verdadera historia que cambiaría el curso de sus convicciones más primarias...

"Veréis hijos, Mottola es un mutante, un ser polimórfico y maligno que en los tiempos medievales pertenecía a la Inquisición y que hizo un pacto con el diablo para permanecer vivo por los siglos de los siglos y traer la maldad al mundo".

Prince, Paris miraban atentamente a su padre...

"Ha cambiado de ser en varias ocasiones, habiéndose transformado en casi cualquier mamífero que pueda estar cerca de las personas para poder ejecutar sus más oscuras ideas..."

- ¡Tengo miedo papá! -exclamó Paris
- Shhhh, escucha y verás -dijo Michael

"No quería hablaros de él para no asustaros, pero he de deciros que está cerca de nosotros, puedo sentirlo, pero no tengáis miedo. Estoy yo aquí para acabar por él de una vez por todas y mandarlo al mundo del que nunca debió salir. Sabe que puedo terminar con él, por eso quiere acabar él antes conmigo."

En ese momento, se oyó el chasquido de una puerta. Era la entrada principal de la casa que, sorprendentemente, estaba abierta. Nadie había llamado por lo que, sí, podéis pensar lo peor, Mottola el mutante había entrado en la casa.

Michael ordenó silencio a sus niños; quería oír sus pasos, saber por dónde andaba. El estudio. Sí. Allí sonaban pasos. Mottola había entrado allí para robar material inédito con el que dar de 'comer' a sus incipientes estrellas. Nuestro héroe lo sorprendió allí, con sus ojos ensangrentados revisando las estanterías buscando maquetas que nadie más tuviese.

- ¡Quieto ahí, pequeño mutante! - espetó Jackson - No des ni un paso más.

Mottola comenzó a rugir y, de repente, se derritió su ropa y cayó su piel a pedazos, quedando al descubierto esa criatura endemoniada. Sí, pensáis bien, tenía cola (pequeña, por supuesto, como todo lo que tiene...) y el cuerpo más rojo que una gamba a la plancha. Emitía sonidos guturales y rugidos y, por desgracia, parecía querer atacar a Michael.

- ¡No te enfrentes a miiiii! -gritó Mottola el mutante - sabes que te destruiré de un chasquido sin el menor esfuerzo.

Michael lo miraba fijamente a los ojos, parecía que el duelo iba a comenzar, pero nadie en su sano juicio podría enfrentarse a esa bestia.

Prince, que miraba por la ventana que conecta el estudio con la casa, fue corriendo a recoger algo...Al minuto estaba en la puerta del estudio.

- ¡Toma papá! -dijo Prince mientras arrojó a su padre la cazadora con la que grabó el mítico Thriller.

Michael sonrió, y en un acto de fe, se la colocó...Mottola se acercaba cada vez más peligrosamente hacie él pero, de repente, los ojos de el mejor artista de todos los tiempos...sí...podéis imaginarlo...se volvieron amarillos y tras un 'I'm not like other kids"...¡se transformó en hombre lobo!

Paris enchufó el equipo de música a toda voz. Sí, era Thriller. Michael comenzó a moverse hacia Mottola que presenciaba atónito el espectáculo; pero su sorpresa aumentó cuando Jackson comenzó a cantar:

It's close to miiiidnight,
Y Jackson a Mottola estrujaráaaa (tinú tinúu)
Under the mooooonlight
Yo veo a un bicho raro asexuáaa

You try to screeeaam
Pero el Mottola sa quedao sin lengua
You start to freezeeeeee
Este monstruito es un subnormal,
Me voy a la Universal!

'Cause this is Thrillerrrr, thriller night
Mottola no te escondas que te voy a capar
'Cause this is Thriller, thriller night
Deja que te patee tus bolas, bolas, bolas bolaaaaaaas

(Mientras, Prince y Paris bailaban como los zombies con la mirada atónita mirando a su padre, y aunque a su corta edad no entendían el significado de 'bolas' y 'capar' disfrutaban como enanos, nunca mejor dicho...)

De repente, Michael, sin más miramientos, se acercó a Mottola que estaba como petrificado, y tras un "Achajúuuu", hizo ese movimiento que tanto nos gusta a sus fans, levantó su pierna hasta la altura de las partes innobles de esa bestia mutante y le dio con toda la fuerza que se merecía.

Hubo una fuerte explosión y Mottola, por fin, cayó al suelo, desvanecido...El mutante había vuelto al mundo de las almas oscuras de donde nunca debió salir. Eso sí, dejó un olor a azufre muy propio de criaturas de su calaña.

Michael, una vez recuperó su estado normal, se acercó a sus hijos, y con voz serena les dijo: "¿Veis como vuestro padre no es muy normal?"

A lo que Prince respondió: Papá, si quieres ver a un chico normal, vete a ver al hijo de tu vecino porque tú, por suerte, de normal no tienes nada. (¿Donde habré escuchado yo eso?)

Agarró a sus dos hijos y se los llevó a la cama con la satisfacción de haber mandado a donde se merecía a esa bestia inmunda que amenazaba con acabar con la música de este bonito mundo.

Buenas noches (creedme, es una historia real...y no, no he bebido...)

Un abrazo a todos...
 
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Escrito originalmente por pady

It's close to miiiidnight,
Y Jackson a Mottola estrujaráaaa (tinú tinúu)
Under the mooooonlight
Yo veo a un bicho raro asexuáaa

You try to screeeaam
Pero el Mottola sa quedao sin lengua
You start to freezeeeeee
Este monstruito es un subnormal,
Me voy a la Universal!

'Cause this is Thrillerrrr, thriller night
Mottola no te escondas que te voy a capar
'Cause this is Thriller, thriller night
Deja que te patee tus bolas, bolas, bolas bolaaaaaaas

Y dices que no has bebido?:ein:

Entonces es que estas como una puta cabra!!!
:tamuymal: :tamuymal: :tamuymal:
 
En serio que no he bebido amigo D.S...¿puede que sea el proceso de mentalización 'pre-lunes'? :D

Un abrazo...
 
pady:
:urule: :urule: :urule: :urule: :urule: :urule: :urule: :urule:

:rolleyes: Edgar Alan Pady...Genial!!!!!!!!
 
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Edagar Allan Poe es lo máximo en fantasia y terror. Maestro! La del Gato Negro es una de mis favoritas.
 
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