Crissty
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Hola, he descubierto algunos escritos tipo 'crónicas' de diversos medios, que me han parecido aparte de interesantes, muy conmovedores... y tomé la desición de abrir un post para ello a modo de humilde homenaje a Juan Pablo II.
Antes quiero decir que POR FAVOR se abstengan de hacer comentarios SIN RESPETO, que sean CRUELES e HIRIENTES hacia nuestras creencias o hacia la persona protagónica del post. Me parece increíble estar diciendo esto, pero es necesario, lo ideal es que cualquiera que lo desee opine, no importando sus creencias o visiones, pero hay personas que sencillamente no saben tener un mínimo de respeto, espero que, si dichas personas postean, lo hagan de un modo tal, que aun siendo visiones antagónicas, al leerlos no me sienta yo [u otr@s] no solo mal, sino que tristes y eventualmente frustrados e impotentes, porque si se produce esa sensación, se ve que 'respetar' o no ser crueles es algo que sencillamente... no les nace. Mantengo la esperanza que sepan el significado cabal de las palabras: suceptibilidad, humanidad y respeto.
Luego de dicho esto... paso a poner uno de los escritos que he encontrado:
Un adiós humano y eterno
El Papa polaco que tan italiano supo ser se adentraba en el misterio del coma en la hora más crepuscular de la Roma eterna. El maletín con la clave nuclear de la vieja fe católica reposaba junto a su lecho. Wojtyla cerraba otra gran página en sus lecciones de dolor para un mundo narcisista. En la parroquia romana de San Roberto Bellarmino, unas muchachas tipo «bollicao» rezaban por el Papa, antes de irse al gimnasio. Toda Roma andaba con el «telefonino» pegado a la oreja, entre chismes de siempre y la condolencia previa por la agonía del Santo Padre. En las mezquitas y sinagogas de Roma también se rezó por el Papa que visitó la Mezquita de Damasco y se sumó al Muro de los Lamentos. Estaba a punto de concluir uno de los pontificados más potentes de la historia del cristianismo, y Juan Pablo II había guiado su rebaño hacia los horizontes incógnitos del siglo XXI. Roma la vieja decía: «Mi dispiace». Tantas ruinas que fueron gloria perdían el perfil en el crepúsculo, con Karol Wojtyla apagando las últimas luces de su vida biológica, antes de verse en la eternidad.
Un pontificado latente y afirmativo concluye. La antiquísima dialéctica italiana inicia las cábalas. Nada resulta más ajeno a los peregrinos que han coincidido en Roma con la agonía del Papa. El abstruso lenguaje de los partes médicos conjuraba un extraño contraste con la fuerza del espíritu, en un cuerpo que agonizaba en el lecho, mientras los ejércitos invisibles del Vaticano -aquellas divisiones que Stalin no reconocía- velaban armas en la larga noche. Rumores en los pasillos palaciegos, congoja en las casas que sostuvieron su existencia en la fe del carbonero. La vida continuaba, pero la vida del espíritu perdía a uno de sus más grandes líderes. Los codos de siempre sobre los manteles de la «trattoria», el viejo señor que pasea su perro por el barrio, el frenazo melodramático y sin consecuencias de un caótico conductor romano.
La energía intelectual de Juan Pablo II contribuyó inmensamente a la ruina del comunismo, aquella ideología totalitaria que pretendía acabar con la libertad, con la propiedad, con la familia y con la religión como opio del pueblo. Una tras otra, sus encíclicas han iluminado los pasos del milenio, a veces extraviado entre Atenas y Roma. Wojtyla ha sido un hombre fuerte en un mundo rebosante de incertidumbres. Ha sido a la vez el primer pontífice para un universo cada vez más global, inverosímilmente complejo. Queda el cálido perfume de una noche romana que despide al primero de los romanos con un gesto de pasión polaca extraído de su ejemplo único.
«Habemus Papam!» dio paso al grito espontáneo: «E polaco». Comenzaba aquel día un pontificado que ahora acaba fructífero y sin sosiegos. En el gran anfiteatro de la fe, la desaparición de aquel sacerdote polaco, montañista, actor de teatro, lector profundo de Max Scheler, deja el rastro imborrable de mil y un viajes. Eso no era exactamente diplomacia vaticana. Lo sabían cientos de miles de jóvenes.
Ya fue el Papa de la CNN, del «chip», de la oveja Dolly y de los gravísimos problemas de la bioética. Nada en su pontificado ha sido melancólico o derrotista. Hasta su trance agónico, fue el Papa de la energía. Ajeno a la tipología conservador-progresista, su firmeza va a determinar no pocos de los pasos del nuevo siglo. La roca de San Pedro ha quedado aún más confirmada ante cualquier embate. Tristes horas para quienes todavía piensan que un mundo sin esperanza ni misericordia puede morir de astenia.
Roma también pierde a uno de los mejores ciudadanos. Turbó la irónica rutina, traspasó las lindes del papado siempre italiano, rió con el humor de sus conciudadanos. Con Wojtyla, un punto del Vaticano era el corazón del mundo. Pronto será hora de hipótesis y de conjeturas estratégicas, pero éstas son horas para intentar comprender ese humano y eterno adiós de Juan Pablo II. Hablemos también de belleza moral, eterna en la noche romana que se rinde ante las sombras. Viejas piedras de Roma, piedras que fueron el Muro de Berlín, ecos de una gran composición coral cantada en las horas más trágicas de los misterios de la fe.
[abc.es]
Antes quiero decir que POR FAVOR se abstengan de hacer comentarios SIN RESPETO, que sean CRUELES e HIRIENTES hacia nuestras creencias o hacia la persona protagónica del post. Me parece increíble estar diciendo esto, pero es necesario, lo ideal es que cualquiera que lo desee opine, no importando sus creencias o visiones, pero hay personas que sencillamente no saben tener un mínimo de respeto, espero que, si dichas personas postean, lo hagan de un modo tal, que aun siendo visiones antagónicas, al leerlos no me sienta yo [u otr@s] no solo mal, sino que tristes y eventualmente frustrados e impotentes, porque si se produce esa sensación, se ve que 'respetar' o no ser crueles es algo que sencillamente... no les nace. Mantengo la esperanza que sepan el significado cabal de las palabras: suceptibilidad, humanidad y respeto.
Luego de dicho esto... paso a poner uno de los escritos que he encontrado:
Un adiós humano y eterno
El Papa polaco que tan italiano supo ser se adentraba en el misterio del coma en la hora más crepuscular de la Roma eterna. El maletín con la clave nuclear de la vieja fe católica reposaba junto a su lecho. Wojtyla cerraba otra gran página en sus lecciones de dolor para un mundo narcisista. En la parroquia romana de San Roberto Bellarmino, unas muchachas tipo «bollicao» rezaban por el Papa, antes de irse al gimnasio. Toda Roma andaba con el «telefonino» pegado a la oreja, entre chismes de siempre y la condolencia previa por la agonía del Santo Padre. En las mezquitas y sinagogas de Roma también se rezó por el Papa que visitó la Mezquita de Damasco y se sumó al Muro de los Lamentos. Estaba a punto de concluir uno de los pontificados más potentes de la historia del cristianismo, y Juan Pablo II había guiado su rebaño hacia los horizontes incógnitos del siglo XXI. Roma la vieja decía: «Mi dispiace». Tantas ruinas que fueron gloria perdían el perfil en el crepúsculo, con Karol Wojtyla apagando las últimas luces de su vida biológica, antes de verse en la eternidad.
Un pontificado latente y afirmativo concluye. La antiquísima dialéctica italiana inicia las cábalas. Nada resulta más ajeno a los peregrinos que han coincidido en Roma con la agonía del Papa. El abstruso lenguaje de los partes médicos conjuraba un extraño contraste con la fuerza del espíritu, en un cuerpo que agonizaba en el lecho, mientras los ejércitos invisibles del Vaticano -aquellas divisiones que Stalin no reconocía- velaban armas en la larga noche. Rumores en los pasillos palaciegos, congoja en las casas que sostuvieron su existencia en la fe del carbonero. La vida continuaba, pero la vida del espíritu perdía a uno de sus más grandes líderes. Los codos de siempre sobre los manteles de la «trattoria», el viejo señor que pasea su perro por el barrio, el frenazo melodramático y sin consecuencias de un caótico conductor romano.
La energía intelectual de Juan Pablo II contribuyó inmensamente a la ruina del comunismo, aquella ideología totalitaria que pretendía acabar con la libertad, con la propiedad, con la familia y con la religión como opio del pueblo. Una tras otra, sus encíclicas han iluminado los pasos del milenio, a veces extraviado entre Atenas y Roma. Wojtyla ha sido un hombre fuerte en un mundo rebosante de incertidumbres. Ha sido a la vez el primer pontífice para un universo cada vez más global, inverosímilmente complejo. Queda el cálido perfume de una noche romana que despide al primero de los romanos con un gesto de pasión polaca extraído de su ejemplo único.
«Habemus Papam!» dio paso al grito espontáneo: «E polaco». Comenzaba aquel día un pontificado que ahora acaba fructífero y sin sosiegos. En el gran anfiteatro de la fe, la desaparición de aquel sacerdote polaco, montañista, actor de teatro, lector profundo de Max Scheler, deja el rastro imborrable de mil y un viajes. Eso no era exactamente diplomacia vaticana. Lo sabían cientos de miles de jóvenes.
Ya fue el Papa de la CNN, del «chip», de la oveja Dolly y de los gravísimos problemas de la bioética. Nada en su pontificado ha sido melancólico o derrotista. Hasta su trance agónico, fue el Papa de la energía. Ajeno a la tipología conservador-progresista, su firmeza va a determinar no pocos de los pasos del nuevo siglo. La roca de San Pedro ha quedado aún más confirmada ante cualquier embate. Tristes horas para quienes todavía piensan que un mundo sin esperanza ni misericordia puede morir de astenia.
Roma también pierde a uno de los mejores ciudadanos. Turbó la irónica rutina, traspasó las lindes del papado siempre italiano, rió con el humor de sus conciudadanos. Con Wojtyla, un punto del Vaticano era el corazón del mundo. Pronto será hora de hipótesis y de conjeturas estratégicas, pero éstas son horas para intentar comprender ese humano y eterno adiós de Juan Pablo II. Hablemos también de belleza moral, eterna en la noche romana que se rinde ante las sombras. Viejas piedras de Roma, piedras que fueron el Muro de Berlín, ecos de una gran composición coral cantada en las horas más trágicas de los misterios de la fe.
[abc.es]