Extracto de un artículo escrito por la crítica de baile del Washington Post, Sarah Kaufman. Publicado el 27 junio de 2009.
Michael Jackson y el moonwalk siempre estarán unidos, es inseparable de su más resbaladizo y sutil movimiento.
Él no lo inventó, pero lo perfeccionó. No inventó ese giro rápido ni el arte de enfatizar la letra o el ritmo de una canción con un golpe de pelvis, pero como con cualquier otro elemento de su incomparable talento para el espectáculo, perfeccionó esos movimientos y los hizo propios. Ninguna estrella del pop llevó el baile al escenario como lo hizo Jackson. No era de la clase de los que se quedan a un lado y dejan a sus bailarines ser el centro de atención mientras él canta. Siempre fue el solista. Un Gene Kelly saliéndose de una canción para contarnos una historia con sus pasos.
Conforme creció su fama, el estilo de baile que pulió hasta hacerlo una firma corpórea no es liberación física o emocional, no es escandaloso ni pretencioso. Es una declaración de control feroz y obsesivo, y en el modo en que sólo el mejor de los mejores puede hacerlo, lo hizo parecer sumamente fácil.
No es que no pudiera hacerlo llamativo. En una canción típica, por ejemplo “Billie Jean”, se quiebra y vibra con una fuerza que puede alcanzar hasta las últimas filas del estadio. También tenía la gracia de una pantera, los hombros cuadrados de un atleta y un caminar fluido. Su conocimiento del glamour en la ropa, sus chaquetas a la cadera -destacando sus delgadas caderas y piernas- y su gusto por lo extravagante le distinguen como uno de los grandes artistas de todos los tiempos, pero sus movimientos le sitúan además en otro nivel aparte.
Miren el vídeo “Dangerous”, donde dirige un ejército de hombres con aspecto de ejecutivos, con sus serios trajes y estrechas corbatas. Él es una maravilla de precisión, articulándose y quebrándose como una máquina. Me recuerda a los bailes irlandeses, con la parte superior del cuerpo rígidamente reprimida mientras las piernas se disparan. Jackson añade su propio giro: esos movimientos fíjate-en-mi-entrepierna.
Con su baile, Jackson dejó atrás todo lo mundano, el revuelo y lo previsible.
Inescrutable, silencioso, siempre escapó de nosotros, del mismo modo en que seguramente el moonwalk le empujaba, cabizbajo, deslizándose hacia atrás hasta la oscuridad.
Sarah Kaufman
http://www.washingtonpost.com/wp-dyn/content/article/2009/06/26/AR2009062604257.html
SARAH KAUFMAN ANALIZA LA MAGIA EN EL BAILE DE MICHAEL JACKSON
Michael Jackson y el moonwalk siempre estarán unidos, es inseparable de su más resbaladizo y sutil movimiento.
Él no lo inventó, pero lo perfeccionó. No inventó ese giro rápido ni el arte de enfatizar la letra o el ritmo de una canción con un golpe de pelvis, pero como con cualquier otro elemento de su incomparable talento para el espectáculo, perfeccionó esos movimientos y los hizo propios. Ninguna estrella del pop llevó el baile al escenario como lo hizo Jackson. No era de la clase de los que se quedan a un lado y dejan a sus bailarines ser el centro de atención mientras él canta. Siempre fue el solista. Un Gene Kelly saliéndose de una canción para contarnos una historia con sus pasos.
Conforme creció su fama, el estilo de baile que pulió hasta hacerlo una firma corpórea no es liberación física o emocional, no es escandaloso ni pretencioso. Es una declaración de control feroz y obsesivo, y en el modo en que sólo el mejor de los mejores puede hacerlo, lo hizo parecer sumamente fácil.
No es que no pudiera hacerlo llamativo. En una canción típica, por ejemplo “Billie Jean”, se quiebra y vibra con una fuerza que puede alcanzar hasta las últimas filas del estadio. También tenía la gracia de una pantera, los hombros cuadrados de un atleta y un caminar fluido. Su conocimiento del glamour en la ropa, sus chaquetas a la cadera -destacando sus delgadas caderas y piernas- y su gusto por lo extravagante le distinguen como uno de los grandes artistas de todos los tiempos, pero sus movimientos le sitúan además en otro nivel aparte.
Miren el vídeo “Dangerous”, donde dirige un ejército de hombres con aspecto de ejecutivos, con sus serios trajes y estrechas corbatas. Él es una maravilla de precisión, articulándose y quebrándose como una máquina. Me recuerda a los bailes irlandeses, con la parte superior del cuerpo rígidamente reprimida mientras las piernas se disparan. Jackson añade su propio giro: esos movimientos fíjate-en-mi-entrepierna.
Con su baile, Jackson dejó atrás todo lo mundano, el revuelo y lo previsible.
Inescrutable, silencioso, siempre escapó de nosotros, del mismo modo en que seguramente el moonwalk le empujaba, cabizbajo, deslizándose hacia atrás hasta la oscuridad.
Sarah Kaufman
http://www.washingtonpost.com/wp-dyn/content/article/2009/06/26/AR2009062604257.html