Atacayte
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Puse este artículo como respuesta a otro post. No obstante, me gustaría que muchos lo leyeran.
POR SILVIA NIETO
No se equivoque. Si se comunica a través del correo electrónico o el chat, debe conocer y practicar algunas reglas básicas de buena educación que, claro, no son privativas del mundo del trabajo.
ESTIMADO LECTOR: ¿SABE QUÉ OCURRIRÁ SI ESCRIBE DE ESTA MANERA UN MENSAJE DE CORREO ELECTRÓNICO? Pues que, a poco que entienda de netiqueta quien lo reciba –y aún sin entender- pensará que le está usted gritando. Y es que, aparte de la incomodidad que añaden a la lectura, las mayúsculas son agresivas –no es lo mismo tranquilízate que TRANQUILÍZATE, ¿verdad?- y de un gusto pésimo.
El código de la cortesía en Internet, la netiqueta, es tan antiguo como la propia Red. Sin embargo, son minoría quienes lo respetan, por mucho que la mayor parte de sus normas sean de simple sentido común. Veamos: ¿qué es eso de enviar un documento adjunto al mensaje que ocupa un megabyte sin que su destinatario haya dado permiso para ello? A la pobre víctima puede salirle por un ojo de la cara la lenta descarga de ese archivo (y eso, si no le colapsa el buzón). ¿Y qué me dice de enviar un mensaje con copia a 20 personas de manera que desvele las direcciones electrónicas de cada una de ellas? Con lo fácil que es usar el campo CCO para evitarlo... Por no hablar de esa horripilante costumbre de pedir confirmación automática de recepción de mensaje. “¿Qué pasa, no te fías de mí?, piensa el ofendido receptor. O esa moda de no saludar al principio ni despedirse al final (¿pero es que resulta tan complicado decir hola y adiós?).
En el capítulo de omisiones ominosas también tenemos la modalidad “no pongo título en el subject”. Quien recibe el mensaje no tiene ni idea del tema hasta que no lo abre y lo lee y, si lo conserva, tendrá problemas para identificarlo en el futuro. El ranking de la vagancia lo encabezan, no obstante, quienes al contestar a un mensaje no se toman la molestia de borrar el grueso del texto al que están respondiendo. Resultado: mensajes cada vez más largos y antipáticos. Y la madre de todas las preguntas: ¿por qué tanta gente piensa que puede permitirse escribir mal, cuando, como mínimo, tiene a su disposición un corrector ortográfico? La impresión de descuido que transmite un mensaje mal redactado es de las que perduran. Cuidado también con las abreviaturas. X muy populares que sean, no todo el mundo tiene x qué conocerlas.
Al igual que usted no cree que la buena educación en la mesa sea sólo para las comidas de empresa, no caiga en la tentación de pensar que la netiqueta es privativa del mundo de los negocios. Si yo fuese amiga suya, me gustaría que los e-mails que me dirigiera fuesen fácilmente legibles y que me consultase antes de enviarme esa foto donde usted posa con un lucio de 20 kilos. Por cierto, que mi programa de correo electrónico –como el de muchas otras personas- no admite mensajes en formato html, así que no se empeñe en enviarme bonitos fondos de colores y floripondios animados, porque recibiré su mensaje lleno de fastidiosas líneas de código (si usa texto plano, no ocurrirá). Y nunca tenga miedo a pasarse de educado. Como dijo Miguel de Cervantes, “en las cortesías antes se ha de pecar por carta de más que de menos”.
Tenga en cuenta también que la netiqueta no se restringe al ámbito del correo electrónico. Los chats son los espacios donde probablemente más se pone a prueba este código. Compórtese en ellos como lo haría si llegase a un guateque donde no conoce a nadie. Salude al entrar, quédese callado en su rincón hasta que se entere de qué va la conversación, intervenga educadamente y no se dedique a hacer preguntas del tipo: “¿Alguien quiere hablar conmigo?”. Proponga un tema o únase a una conversación en marcha. Si algún maleducado le provoca (y hay muchos), no le siga la corriente. Como en cualquier otra ocasión de la vida, la indiferencia es el arma más destructiva (a la par de elegante) que puede aplicar sin hacerse daño a usted mismo. Salu2.
Artículo extraído del suplemento MAGAZINE editado el domingo 8 de diciembre de 2002 por el periódico El Mundo.
¿CONOCE LA “NETIQUET@”? APLÍQUELA
POR SILVIA NIETO
No se equivoque. Si se comunica a través del correo electrónico o el chat, debe conocer y practicar algunas reglas básicas de buena educación que, claro, no son privativas del mundo del trabajo.
ESTIMADO LECTOR: ¿SABE QUÉ OCURRIRÁ SI ESCRIBE DE ESTA MANERA UN MENSAJE DE CORREO ELECTRÓNICO? Pues que, a poco que entienda de netiqueta quien lo reciba –y aún sin entender- pensará que le está usted gritando. Y es que, aparte de la incomodidad que añaden a la lectura, las mayúsculas son agresivas –no es lo mismo tranquilízate que TRANQUILÍZATE, ¿verdad?- y de un gusto pésimo.
El código de la cortesía en Internet, la netiqueta, es tan antiguo como la propia Red. Sin embargo, son minoría quienes lo respetan, por mucho que la mayor parte de sus normas sean de simple sentido común. Veamos: ¿qué es eso de enviar un documento adjunto al mensaje que ocupa un megabyte sin que su destinatario haya dado permiso para ello? A la pobre víctima puede salirle por un ojo de la cara la lenta descarga de ese archivo (y eso, si no le colapsa el buzón). ¿Y qué me dice de enviar un mensaje con copia a 20 personas de manera que desvele las direcciones electrónicas de cada una de ellas? Con lo fácil que es usar el campo CCO para evitarlo... Por no hablar de esa horripilante costumbre de pedir confirmación automática de recepción de mensaje. “¿Qué pasa, no te fías de mí?, piensa el ofendido receptor. O esa moda de no saludar al principio ni despedirse al final (¿pero es que resulta tan complicado decir hola y adiós?).
En el capítulo de omisiones ominosas también tenemos la modalidad “no pongo título en el subject”. Quien recibe el mensaje no tiene ni idea del tema hasta que no lo abre y lo lee y, si lo conserva, tendrá problemas para identificarlo en el futuro. El ranking de la vagancia lo encabezan, no obstante, quienes al contestar a un mensaje no se toman la molestia de borrar el grueso del texto al que están respondiendo. Resultado: mensajes cada vez más largos y antipáticos. Y la madre de todas las preguntas: ¿por qué tanta gente piensa que puede permitirse escribir mal, cuando, como mínimo, tiene a su disposición un corrector ortográfico? La impresión de descuido que transmite un mensaje mal redactado es de las que perduran. Cuidado también con las abreviaturas. X muy populares que sean, no todo el mundo tiene x qué conocerlas.
Al igual que usted no cree que la buena educación en la mesa sea sólo para las comidas de empresa, no caiga en la tentación de pensar que la netiqueta es privativa del mundo de los negocios. Si yo fuese amiga suya, me gustaría que los e-mails que me dirigiera fuesen fácilmente legibles y que me consultase antes de enviarme esa foto donde usted posa con un lucio de 20 kilos. Por cierto, que mi programa de correo electrónico –como el de muchas otras personas- no admite mensajes en formato html, así que no se empeñe en enviarme bonitos fondos de colores y floripondios animados, porque recibiré su mensaje lleno de fastidiosas líneas de código (si usa texto plano, no ocurrirá). Y nunca tenga miedo a pasarse de educado. Como dijo Miguel de Cervantes, “en las cortesías antes se ha de pecar por carta de más que de menos”.
Tenga en cuenta también que la netiqueta no se restringe al ámbito del correo electrónico. Los chats son los espacios donde probablemente más se pone a prueba este código. Compórtese en ellos como lo haría si llegase a un guateque donde no conoce a nadie. Salude al entrar, quédese callado en su rincón hasta que se entere de qué va la conversación, intervenga educadamente y no se dedique a hacer preguntas del tipo: “¿Alguien quiere hablar conmigo?”. Proponga un tema o únase a una conversación en marcha. Si algún maleducado le provoca (y hay muchos), no le siga la corriente. Como en cualquier otra ocasión de la vida, la indiferencia es el arma más destructiva (a la par de elegante) que puede aplicar sin hacerse daño a usted mismo. Salu2.
Artículo extraído del suplemento MAGAZINE editado el domingo 8 de diciembre de 2002 por el periódico El Mundo.