Sinuhé
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(Texto extraído de: http://www.haciaelcrucedelumbral.blogspot.com/)
No es preciso ir muy lejos para cambiar el mundo. ¿Cuántas veces estamos enfrentados con nuestros propios padres o hijos? ¿cuántos hermanos no se tratan como amigos o ni siquiera se hablan? A veces situamos los problemas en lejanas fronteras, o en ámbitos de la realidad mundial que nos quedan grandes, para evadir nuestra responsabilidad y así continuar sin hacer nada. "La sociedad", "La televisión", "Los gobiernos", "Las empresas"... la culpa siempre es "de otros", y es más cómodo si esos "otros" son entidades abstractas, difusas e impersonales, a quienes sabemos que nunca podremos ver cara a cara para exigirles una explicación.
Pero lo cierto es que el mundo lo hacemos las personas. Y si queremos cambiar algo, solo podemos comenzar por nuestro núcleo familiar, compartiendo más tiempo, conversaciones y vivencias con los nuestros. No dando por sentada su presencia en nuestras vidas, creyendo que al tratarse de nuestra familia, tienen el deber de soportarnos todo, incluyendo nuestros gritos, nuestros caprichos o lo peor de todo: nuestra indiferencia.
Lo mismo sucede con nuestra pareja y amigos, con nuestros propios vecinos, nuestros compañeros de clase o de trabajo, con cada persona que nos atiende en un comercio o se cruza con nosotros en la calle.
No importa la actitud que tengan todos ellos hacia nosotros, sino la que nosotros decidamos adoptar hacia ellos, convirtiéndola en nuestro estilo de vida. De poco sirve albergar en nuestro corazón profundos ideales de un mundo mejor, si al terminar de leer esta misma frase seguimos ignorando a quien convive con nosotros, o gritando llenos de ira a quien cruza su auto por delante del nuestro, al niño que nos molesta con sus juegos o a la operadora que nos atiende por teléfono.
Amar y ser amados es lo único que puede salvarnos de toda esta locura.
No es preciso ir muy lejos para cambiar el mundo. ¿Cuántas veces estamos enfrentados con nuestros propios padres o hijos? ¿cuántos hermanos no se tratan como amigos o ni siquiera se hablan? A veces situamos los problemas en lejanas fronteras, o en ámbitos de la realidad mundial que nos quedan grandes, para evadir nuestra responsabilidad y así continuar sin hacer nada. "La sociedad", "La televisión", "Los gobiernos", "Las empresas"... la culpa siempre es "de otros", y es más cómodo si esos "otros" son entidades abstractas, difusas e impersonales, a quienes sabemos que nunca podremos ver cara a cara para exigirles una explicación.
Pero lo cierto es que el mundo lo hacemos las personas. Y si queremos cambiar algo, solo podemos comenzar por nuestro núcleo familiar, compartiendo más tiempo, conversaciones y vivencias con los nuestros. No dando por sentada su presencia en nuestras vidas, creyendo que al tratarse de nuestra familia, tienen el deber de soportarnos todo, incluyendo nuestros gritos, nuestros caprichos o lo peor de todo: nuestra indiferencia.
Lo mismo sucede con nuestra pareja y amigos, con nuestros propios vecinos, nuestros compañeros de clase o de trabajo, con cada persona que nos atiende en un comercio o se cruza con nosotros en la calle.
No importa la actitud que tengan todos ellos hacia nosotros, sino la que nosotros decidamos adoptar hacia ellos, convirtiéndola en nuestro estilo de vida. De poco sirve albergar en nuestro corazón profundos ideales de un mundo mejor, si al terminar de leer esta misma frase seguimos ignorando a quien convive con nosotros, o gritando llenos de ira a quien cruza su auto por delante del nuestro, al niño que nos molesta con sus juegos o a la operadora que nos atiende por teléfono.
Amar y ser amados es lo único que puede salvarnos de toda esta locura.
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