"Lo recuerdo espectacular. ¿Cómo puede cantar tan bien moviéndose así? te preguntabas".
Con ésta y algunas otras frases parecidas, La Vanguardia, en la sección "El concierto de mi vida" (pág. 45), recoge hoy una crónica sobre el concierto del 9 de agosto de 1988 en el Camp Nou, Barcelona, del que recientemente se han cumplido 25 años.
El relato del concierto lo hace Jordi Fusté, un músico que asistió al evento.
Han comentido algunos errores poco importantes. Por ejemplo, a pie de la foto del concierto, se lee "MJ probablemente interpretando Dirty Diana...", cuando ni siquiera lleva la camisa blanca, pero como sale Jennifer Batten por ahí...
Otro fallo es que publican que interpretó Shake your body (down to the ground), cosa que no sucedió (que yo estaba allí, oigan!).
Pero en general dejan el concierto MUY bien.
Los que tengáis la posibilidad... a comprar el diario!!!
[Edit: Añadido artículo completo]
Nos faltó una buena pista de baile
Michael Jackson probablemente intepretando Dirty Diana con la guitarrista Jennifer Batten en el llamado Nou Camp
Veinticinco años se cumplen de este concierto. Y, todo hay que decirlo, la vida moderna no nos ha permitido cultivar una gran memoria. No porque tomáramos demasiadas sustancias, qué va. La gente que fuimos juntos al primer concierto en Barcelona de aquel astro del pop y la música negra que era Michael Jackson éramos ante todo amantes de la música, del ritmo, del baile. De parirlos, quiero decir. Actuábamos como esponjas, con los cinco sentidos, así es que de sustancias, pocas. De hecho, de aquella gente había ya unos cuantos que iban profesionalizándose en la música y otros que llevábamos camino de acercarnos por otros canales. ¿Qué haces cuando sabes que ni en la danza ni en el canto llegarás a ser brillante y no puedes permitirte eternizarte en el intento porque no vives de renta? Debe de ser por eso que dicen que el periodismo cultural es una guarida de frustrados, ¿verdad?
Jordi Fusté, guitarrista y músico sensible, y ahora también productor y técnico de sonido, conocido también por su papel de mudo en el grupo ebrense de música folk Quico el Célio, el Noi i el Mut de Ferreries (con Artur Gaya y Quique Pedret, entre otros), fue uno de los que vinieron a aquel sonado concierto de Michael Jackson. Era la primera vez que el negro que decían que quería ser blanco se acercaba por aquí. El Bad Tour lo traía en agosto de 1988 al Nou Camp (como se le llamaba entonces) ante 60.000 espectadores, entre los que había incluso vips de la clase política y social. Nadie se lo quería perder.
“En aquel momento vivíamos en Barna. Yo estaba en la orquesta La Murga y habíamos montado el grupo Lontainers...”, explica Jordi Fusté respondiendo al móvil desde Tortosa. “Teníamos que ir a verlo. Era un concierto mediático. Había que ir como ahora hay que ir al Sónar, porque es una forma espectacular de ver música que sólo sucede en momentos puntuales y, por lo tanto, mágicos”. ¿Cómo lo recuerdas?, le pregunto. “Espectacular, con Jackson moviéndose y cantando todo el rato. Pensabas... ¿cómo puede cantar tan bien moviéndose así? Y recuerdo que había cuerpo de baile, no aquello de un par de chicas cantando, sino algo de verdad”.
Jackson despertaba pasiones pero también suspicacias entre la profesión musical. Siempre había quien tomaba partido por Prince ante el pequeño de los Jackson. “Prince era compositor, y Jackson era un monstruo dotado por la naturaleza –dice Fusté-. Siempre comentábamos quién nos parecía menos fantasma”.
Realmente, la maquinaria publicitaria de lo que luego se denominó producto mainstream ofendía un poco en el caso de Jackson. Además, después de aquel irrepetible Thriller que habíamos bailado con fruición mientras lavábamos platos en la cocina de mamá, Bad parecía cargado de impostura. ¡Pero qué bueno!
“En la Bad Tour todo era bad... Jackson jugaba a que era malo, vendía esta imagen y adoptaba la posición de no hablar prácticamente. Creo que dijo ‘Good evening’ en toda la noche. Aquello entrañable de los Jackson Five se había acaba- do en el 88, su imagen tenía un halo de tío raro”, recuerda el músico tortosino. “Al pasar a ser una estrella mediática se dibujó a sí mismo como un personaje famoso que queda en la lejanía. Era toda una estrella americana, pero la antítesis de un Bruce Springsteen, que representaba la proximidad”.
Jackson era un showman. Y en esta primera gira por Marbella, Madrid y Barcelona llevaba el espectáculo más sofisticado de los que se habían visto por aquí. “Milimétricamente perfecto”, de- cía Esteban Linés en su billete de La Vanguardia del 10 de agosto, el día después. Pero también cargado de medidas de seguridad “demenciales” y una distribución del público quizás un poco provinciana. La organización de Chupa Chups (con Pepsi Cola i Margaret Astor como patrocinadores... todo muy ochentero) involucró a Caixa Catalunya en la venta de entradas, lo cual acabó con los clientes de la entidad ocupando las filas preferentes: 6.800 asientos numerados. Al final quizás hubo demasiada gente en primera fila a la que, según decía Linés, eso del pop le resbalaba como el aceite de oliva. Se pagaron de 7.500 a 3.000 pesetas para pasar “una noche gélida en pleno mes de agosto”.
Ciertamente, la crónica de Félix Flores de aquella noche habla también de cómo el gran despliegue chocaba en determinados momentos contra una pared fría: “Falta el calor de la multitud a pie de escenario”, escribía en este diario.
Sobre todo, para quienes sin saber muy bien por qué fuimos a parar al quinto pino. Visto desde la grada más lejana, el Nou Camp era un lugar inalcanzable.
“Sí, no sé por qué fuimos a parar arriba del todo, viéndolo como una pulga y siguiendo el concierto a través de las pantallas”, lamenta Jordi Fusté.
Sea como fuere, la vida privada de la estrella añadió morbo al asunto y atrajo muchas miradas. Durante los meses previos al concierto, la prensa iba plagada de sus episodios de transformación física, del supuesto blanqueo de piel y de la cirugía para parecerse a Diana Ross. Cualquier parida tenía un titular. Aun así, si habías sido inoculada por la fantasía de su pop negro, por este funk ligero o poderoso y siempre apoteósico, toda la tontería de la imagen o incluso de las escenografías quedaba en anécdota.
El show, ahora lo recuerdo, arrancó con I wanna be startin’ something, el tema con más empuje de Thriller y donde se demostró lo difícil que es cantar en directo con la maquinaria física en marcha. Jackson salió con media docena de macarras siguiéndolo bien que mal en la coreografía. ¿Qué hacíamos en la grada? ¡Si lo que necesitábamos era una magnífica pista de baile!
Jackson llevaba pantalones de cuero negro y toda aquella ristra de clavos y hebillas sobre la cazadora ajustada. Lo de bailar poniéndose la mano en la bragueta había ido a más –qué escándalo–, pero en el fondo no hacía más que delinear con sus grandes manos el dibujo repentino que trazaba con las caderas, acentuando la sensación rítmica del movimiento cortante y pulido. Genial.-
Recuerdo también que tocó Another part of me, ahora ya de Bad, un disco de los todavía producidos por Quincy Jones y donde esbozaba una lección magistral de street dance. Después de temas de su época con sus hermanos o justo después de separarse ( Rock with you o Shake your body) tocó otros de la nueva etapa más rockera, como Dirty Diana, donde la espectacular guitarrista Jennifer Batten tomaba el escenario.
“Entonces no había tantas mujeres guitarristas salvo la famosa Emily Remler –comenta Fusté para acabar este viaje de un cuarto de siglo atrás–. Y la Batten era espectacular. La recuerdo haciendo tapping, golpeando las cuerdas con las dos manos, y vestida de cuero con aquella melenaza. ¡Había conseguido tocar con Michael Jackson! Tenía que ser un monstruo”.
Un monstruo como es quien habla, Jordi Fusté, de una gran humanidad. Un abrazo.
Con ésta y algunas otras frases parecidas, La Vanguardia, en la sección "El concierto de mi vida" (pág. 45), recoge hoy una crónica sobre el concierto del 9 de agosto de 1988 en el Camp Nou, Barcelona, del que recientemente se han cumplido 25 años.
El relato del concierto lo hace Jordi Fusté, un músico que asistió al evento.
Han comentido algunos errores poco importantes. Por ejemplo, a pie de la foto del concierto, se lee "MJ probablemente interpretando Dirty Diana...", cuando ni siquiera lleva la camisa blanca, pero como sale Jennifer Batten por ahí...
Otro fallo es que publican que interpretó Shake your body (down to the ground), cosa que no sucedió (que yo estaba allí, oigan!).
Pero en general dejan el concierto MUY bien.
Los que tengáis la posibilidad... a comprar el diario!!!
[Edit: Añadido artículo completo]
Nos faltó una buena pista de baile
Michael Jackson probablemente intepretando Dirty Diana con la guitarrista Jennifer Batten en el llamado Nou Camp
Veinticinco años se cumplen de este concierto. Y, todo hay que decirlo, la vida moderna no nos ha permitido cultivar una gran memoria. No porque tomáramos demasiadas sustancias, qué va. La gente que fuimos juntos al primer concierto en Barcelona de aquel astro del pop y la música negra que era Michael Jackson éramos ante todo amantes de la música, del ritmo, del baile. De parirlos, quiero decir. Actuábamos como esponjas, con los cinco sentidos, así es que de sustancias, pocas. De hecho, de aquella gente había ya unos cuantos que iban profesionalizándose en la música y otros que llevábamos camino de acercarnos por otros canales. ¿Qué haces cuando sabes que ni en la danza ni en el canto llegarás a ser brillante y no puedes permitirte eternizarte en el intento porque no vives de renta? Debe de ser por eso que dicen que el periodismo cultural es una guarida de frustrados, ¿verdad?
Jordi Fusté, guitarrista y músico sensible, y ahora también productor y técnico de sonido, conocido también por su papel de mudo en el grupo ebrense de música folk Quico el Célio, el Noi i el Mut de Ferreries (con Artur Gaya y Quique Pedret, entre otros), fue uno de los que vinieron a aquel sonado concierto de Michael Jackson. Era la primera vez que el negro que decían que quería ser blanco se acercaba por aquí. El Bad Tour lo traía en agosto de 1988 al Nou Camp (como se le llamaba entonces) ante 60.000 espectadores, entre los que había incluso vips de la clase política y social. Nadie se lo quería perder.
“En aquel momento vivíamos en Barna. Yo estaba en la orquesta La Murga y habíamos montado el grupo Lontainers...”, explica Jordi Fusté respondiendo al móvil desde Tortosa. “Teníamos que ir a verlo. Era un concierto mediático. Había que ir como ahora hay que ir al Sónar, porque es una forma espectacular de ver música que sólo sucede en momentos puntuales y, por lo tanto, mágicos”. ¿Cómo lo recuerdas?, le pregunto. “Espectacular, con Jackson moviéndose y cantando todo el rato. Pensabas... ¿cómo puede cantar tan bien moviéndose así? Y recuerdo que había cuerpo de baile, no aquello de un par de chicas cantando, sino algo de verdad”.
Jackson despertaba pasiones pero también suspicacias entre la profesión musical. Siempre había quien tomaba partido por Prince ante el pequeño de los Jackson. “Prince era compositor, y Jackson era un monstruo dotado por la naturaleza –dice Fusté-. Siempre comentábamos quién nos parecía menos fantasma”.
Realmente, la maquinaria publicitaria de lo que luego se denominó producto mainstream ofendía un poco en el caso de Jackson. Además, después de aquel irrepetible Thriller que habíamos bailado con fruición mientras lavábamos platos en la cocina de mamá, Bad parecía cargado de impostura. ¡Pero qué bueno!
“En la Bad Tour todo era bad... Jackson jugaba a que era malo, vendía esta imagen y adoptaba la posición de no hablar prácticamente. Creo que dijo ‘Good evening’ en toda la noche. Aquello entrañable de los Jackson Five se había acaba- do en el 88, su imagen tenía un halo de tío raro”, recuerda el músico tortosino. “Al pasar a ser una estrella mediática se dibujó a sí mismo como un personaje famoso que queda en la lejanía. Era toda una estrella americana, pero la antítesis de un Bruce Springsteen, que representaba la proximidad”.
Jackson era un showman. Y en esta primera gira por Marbella, Madrid y Barcelona llevaba el espectáculo más sofisticado de los que se habían visto por aquí. “Milimétricamente perfecto”, de- cía Esteban Linés en su billete de La Vanguardia del 10 de agosto, el día después. Pero también cargado de medidas de seguridad “demenciales” y una distribución del público quizás un poco provinciana. La organización de Chupa Chups (con Pepsi Cola i Margaret Astor como patrocinadores... todo muy ochentero) involucró a Caixa Catalunya en la venta de entradas, lo cual acabó con los clientes de la entidad ocupando las filas preferentes: 6.800 asientos numerados. Al final quizás hubo demasiada gente en primera fila a la que, según decía Linés, eso del pop le resbalaba como el aceite de oliva. Se pagaron de 7.500 a 3.000 pesetas para pasar “una noche gélida en pleno mes de agosto”.
Ciertamente, la crónica de Félix Flores de aquella noche habla también de cómo el gran despliegue chocaba en determinados momentos contra una pared fría: “Falta el calor de la multitud a pie de escenario”, escribía en este diario.
Sobre todo, para quienes sin saber muy bien por qué fuimos a parar al quinto pino. Visto desde la grada más lejana, el Nou Camp era un lugar inalcanzable.
“Sí, no sé por qué fuimos a parar arriba del todo, viéndolo como una pulga y siguiendo el concierto a través de las pantallas”, lamenta Jordi Fusté.
Sea como fuere, la vida privada de la estrella añadió morbo al asunto y atrajo muchas miradas. Durante los meses previos al concierto, la prensa iba plagada de sus episodios de transformación física, del supuesto blanqueo de piel y de la cirugía para parecerse a Diana Ross. Cualquier parida tenía un titular. Aun así, si habías sido inoculada por la fantasía de su pop negro, por este funk ligero o poderoso y siempre apoteósico, toda la tontería de la imagen o incluso de las escenografías quedaba en anécdota.
El show, ahora lo recuerdo, arrancó con I wanna be startin’ something, el tema con más empuje de Thriller y donde se demostró lo difícil que es cantar en directo con la maquinaria física en marcha. Jackson salió con media docena de macarras siguiéndolo bien que mal en la coreografía. ¿Qué hacíamos en la grada? ¡Si lo que necesitábamos era una magnífica pista de baile!
Jackson llevaba pantalones de cuero negro y toda aquella ristra de clavos y hebillas sobre la cazadora ajustada. Lo de bailar poniéndose la mano en la bragueta había ido a más –qué escándalo–, pero en el fondo no hacía más que delinear con sus grandes manos el dibujo repentino que trazaba con las caderas, acentuando la sensación rítmica del movimiento cortante y pulido. Genial.-
Recuerdo también que tocó Another part of me, ahora ya de Bad, un disco de los todavía producidos por Quincy Jones y donde esbozaba una lección magistral de street dance. Después de temas de su época con sus hermanos o justo después de separarse ( Rock with you o Shake your body) tocó otros de la nueva etapa más rockera, como Dirty Diana, donde la espectacular guitarrista Jennifer Batten tomaba el escenario.
“Entonces no había tantas mujeres guitarristas salvo la famosa Emily Remler –comenta Fusté para acabar este viaje de un cuarto de siglo atrás–. Y la Batten era espectacular. La recuerdo haciendo tapping, golpeando las cuerdas con las dos manos, y vestida de cuero con aquella melenaza. ¡Había conseguido tocar con Michael Jackson! Tenía que ser un monstruo”.
Un monstruo como es quien habla, Jordi Fusté, de una gran humanidad. Un abrazo.
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