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Inventar nuevas enfermedades, un negocio para los laboratorios
La actual tendencia es crear nuevas patologías transformando etapas normales de la vida en procesos que necesitan un servicio
Los laboratorios farmacéuticos inventan enfermedades transformando procesos naturales o etapas de la vida normales, como el envejecimiento, el embarazo, el parto, la infelicidad o la muerte en algo que debe recibir medicamentos. O sea que no se limitan a hacer publicidad de sus fármacos, sino que además promocionan las enfermedades a las que se dirigen.
La promoción de las enfermedades tiene por objetivo convertir a la gente sana en pacientes, convertir un proceso normal en un problema médico, por ejemplo, la caída del pelo, desperdiciando recursos enormes y causando en muchas ocasiones un daño secundario.
Existen varias formas de crearlas como ampliar el espectro de las enfermedades. Por ejemplo, si se reducen las cifras anormales de presión arterial, de un día para otro, muchas personas que un día estaban sanas amanecen convertidas en hipertensas, por lo que deben tomar medicamentos.
Otra vía es convertir los síntomas en un problema de salud, como ocurre con el colesterol: nadie se enferma del colesterol, porque es un factor de riesgo, pero lo tratan como si fuera eso, una enfermedad.
Una tercera táctica es convencer a la gente de que condiciones normales, como la menopausia o el embarazo, son patologías que hay que medicar.
O sea que convertir problemas y situaciones comunes de la vida, como el envejecimiento, la timidez, la menopausia, la tristeza o la soledad, en enfermedades que pueden tratarse con fármacos es una de las argucias utilizadas por la industria farmacéutica para vender mejor sus productos. Las estrategias de mercado que se utilizan suponen un reto global a los agentes interesados en salud pública. Al final no son sólo los médicos, sino los ciudadanos y los gobiernos los que demandarán también una respuesta global.
Es decir, es un negocio. Para cada droga inventan un mal. La industria farmacéutica gasta miles de millones de euros en actividades de promoción para que los médicos prescriban, las farmacias vendan y los sujetos consuman los productos que fabrica.
La idea es difundir problemas personales y sociales como alteraciones de salud, por ejemplo, un desánimo pasajero como depresión. Elevar un riesgo a enfermedad: el obsesivo control del colesterol. Promover síntomas poco frecuentes como epidemias: la disfunción eréctil y la disfunción sexual femenina. Transformar síntomas leves en señal de enfermedad grave: síndrome del colon irritable.
Es un proceso complejo y bien planeado por las corporaciones farmacéuticas, con el apoyo de algunos y publicaciones de corte científico, que luego soportan grandes campañas de publicidad. El objetivo es el lucro a través de la venta de medicamentos.
Es decir que muchas de las campañas de salud patrocinadas por la industria farmacéutica están diseñadas generalmente para vender fármacos más que para informar o educar sobre la prevención de la enfermedad y la promoción de un estado de vida saludable. De esta manera, muchos signos y síntomas han sido elevados a la categoría de enfermedades importantes, como es el caso del síndrome del intestino irritable, el colesterol elevado o la osteoporosis; la calvicie, la timidez, la tristeza, la baja estatura, la pereza, la disfunción eréctil, la disfunción sexual femenina, el aumento de peso, la andropausia y la menopausia
Asi es que la publicidad consigue medicalizar casi toda la experiencia humana y alienta el consumo de medicamentos para condiciones físicas, molestias o circunstancias vitales que no los requieren o no se benefician consumiéndolos. El resultado final es lo que otros han denominado "construcción corporativa de la enfermedad" que difunde condiciones clínicas como subdiagnosticadas o no suficientemente reconocidas, alarmando a la población para que consulten a los médicos y les alienten a identificar o bien su malestar o bien el tratamiento farmacológico deseado.
Por eso, se puede decir que sin los médicos no hay enfermedad: unen síntomas, recogen datos, alimentan estadísticas y producen informes (casi siempre financiados por la industria), que luego se difunden en congresos patrocinados por esas mismas drogas.
La revista Nature divulgó los resultados de un estudio según el cual el 70 por ciento de los grupos médicos que elaboraron guías para tratar enfermedades, tenían conexiones financieras con laboratorios.
Distintos laboratorios dan viajes a congresos de psiquiatría, traslado y alojamiento en hoteles, desayunos. Los congresos de psiquiatría cuentan con el apoyo masivo de la industria farmacéutica, que desembolsa fuertes sumas de dinero en concepto de becas, armado de stands, de actividades “científicas”, fiestas para los médicos, cenas y en hoteles.
Por su parte, la Argentina es un país rentable para los laboratorios. Una reciente investigación muestra que el 15 por ciento de un total de 276 encuestados en la ciudad de Buenos Aires consume psicofármacos: tal prevalencia es una de las más altas a nivel mundial, superando el 3,5 por ciento del Reino Unido, el 5,5 por ciento de Estados Unidos, el 6,4 por ciento de Europa, el 7,2 por ciento de Canadá. El gasto de medicamentos en la Argentina significa entre el 25 y el 30 por ciento del gasto de salud, casi el doble de países como Estados Unidos, Alemania y Canadá.
La industria farmacéutica actúa estableciendo relaciones personales directas con cada uno de los médicos desde el día que ingresan al hospital a hacer su residencia. Ese día le piden la matrícula, se presentan y comienza el trabajo de adiestramiento. Así, la industria ha implementado una estrategia eficaz de venta y promoción de sus productos.
Esta industria es un negocio y toda beca o esponsoreo forman parte de una estrategia sostenida por conceptos teóricos de mercadotecnia dirigidos a promover generaciones de médicos psiquiatras que dependan de los laboratorios. Los viajes a los congresos de psiquiatría en el exterior o incluso a las jornadas nacionales son casos cotidianos donde los psiquiatras piden “ayuda” a los laboratorios.
Por otra parte, el cirujano Sherwin Nuland, ganador del American Book Award en 1994, habla de la tenacidad del cuerpo humano, capaz de servirnos por seis, siete y hasta ocho décadas porque es difícil enfermarse, y el 90% de las personas que van a un médico o no tienen nada serio o mejoran por sí solas. Hacia el final de la vida, nuestro cuerpo nos envía señales algunas veces claramente reconocibles de que el momento ha llegado: tener la valentía de reconocerlas nos proporciona alivio y consuelo, y hasta nos permite morir de la misma forma que lo hacían nuestros abuelos, en paz y rodeados del amor de sus cercanos.
Sin embargo, la psicofarmacología ha sido un gran avance de la medicina y su uso racional permite aliviar el padecimiento psíquico de muchos pacientes. Pero preocupa la incidencia de esa estrategia de venta en la práctica de los médicos psiquiatras.
Por ejemplo, actualmente desde los medios de comunicación advierten que los laboratorios envían a los colegios cartillas que generan el uso desmedido de los medicamentos. El aumento de los casos de niños en edad escolar que son derivados por el Síndrome de Déficit de Atención (ADD) en todo el país para un tratamiento farmacológico preocupa a pediatras, psicólogos, psicopedagogos y psiquiatras quienes piden mayor control por parte del Estado.
Existe un incremento de sobrediagnósticos de ADD en niños en edad escolar y preescolar por parte del personal docente y, como consecuencia de ese hecho, de la sobremedicación de metilfenidato -la droga empleada en esos casos- en los niños.
Este es un problema grave, del que son concientes la mayor parte de los profesionales de la psicología y muchos pediatras y neurólogos.
Desde el Ministerio de Salud de la Nación se debería alertar por los sobrediagnósticos de ADD y por los efectos secundarios de la medicación, así como las conductas adictivas que producen en los niños.
La sobreexigencia de padres sobre sus hijos y la presión escolar de alto rendimiento que se repite en colegios de todo el país es uno de los contextos donde germina esta tendencia.
Entonces podemos decir que los laboratorios mandan cartillas a los colegios para crear la demanda de psicofármacos. Y a razón de ello, muchos docentes y personal de gabinete de algunos colegios diagnostican sin estar facultados y los padres ven en esta opción de tratamiento la resolución de un aspecto sensible para ellos: “los miedos ante el éxito o fracaso de sus hijos y al riesgo de quedar excluidos del sistema.
Por esta razón, actualmente y en “diferentes institutos educativos nacionales de nivel preescolar y primario” a los alumnos que “no atienden en clase” se les hace un diagnóstico “carente de verdadero rigor científico” y se los medica “con drogas de uso legal" para cuadros complicados de salud.
Nosotros por nuestra parte, deberíamos dejar de confiar en la información patrocinada por empresas farmacéuticas sobre enfermedades que tratan de catalogar la mayor cantidad de personas saludables como enfermas. Para eso se necesitan médicos justos, una comunidad informada y encontrar rápido fuentes de información independiente.
El manejo irregular de síntomas y la excesiva medicación, con el supuesto de llevar a estados ideales de salud no probados, es por completo cuestionable. Los médicos deben mantener una independencia plena y apartarse de prácticas que promuevan el comercio injustificado
La actual tendencia es crear nuevas patologías transformando etapas normales de la vida en procesos que necesitan un servicio
Los laboratorios farmacéuticos inventan enfermedades transformando procesos naturales o etapas de la vida normales, como el envejecimiento, el embarazo, el parto, la infelicidad o la muerte en algo que debe recibir medicamentos. O sea que no se limitan a hacer publicidad de sus fármacos, sino que además promocionan las enfermedades a las que se dirigen.
La promoción de las enfermedades tiene por objetivo convertir a la gente sana en pacientes, convertir un proceso normal en un problema médico, por ejemplo, la caída del pelo, desperdiciando recursos enormes y causando en muchas ocasiones un daño secundario.
Existen varias formas de crearlas como ampliar el espectro de las enfermedades. Por ejemplo, si se reducen las cifras anormales de presión arterial, de un día para otro, muchas personas que un día estaban sanas amanecen convertidas en hipertensas, por lo que deben tomar medicamentos.
Otra vía es convertir los síntomas en un problema de salud, como ocurre con el colesterol: nadie se enferma del colesterol, porque es un factor de riesgo, pero lo tratan como si fuera eso, una enfermedad.
Una tercera táctica es convencer a la gente de que condiciones normales, como la menopausia o el embarazo, son patologías que hay que medicar.
O sea que convertir problemas y situaciones comunes de la vida, como el envejecimiento, la timidez, la menopausia, la tristeza o la soledad, en enfermedades que pueden tratarse con fármacos es una de las argucias utilizadas por la industria farmacéutica para vender mejor sus productos. Las estrategias de mercado que se utilizan suponen un reto global a los agentes interesados en salud pública. Al final no son sólo los médicos, sino los ciudadanos y los gobiernos los que demandarán también una respuesta global.
Es decir, es un negocio. Para cada droga inventan un mal. La industria farmacéutica gasta miles de millones de euros en actividades de promoción para que los médicos prescriban, las farmacias vendan y los sujetos consuman los productos que fabrica.
La idea es difundir problemas personales y sociales como alteraciones de salud, por ejemplo, un desánimo pasajero como depresión. Elevar un riesgo a enfermedad: el obsesivo control del colesterol. Promover síntomas poco frecuentes como epidemias: la disfunción eréctil y la disfunción sexual femenina. Transformar síntomas leves en señal de enfermedad grave: síndrome del colon irritable.
Es un proceso complejo y bien planeado por las corporaciones farmacéuticas, con el apoyo de algunos y publicaciones de corte científico, que luego soportan grandes campañas de publicidad. El objetivo es el lucro a través de la venta de medicamentos.
Es decir que muchas de las campañas de salud patrocinadas por la industria farmacéutica están diseñadas generalmente para vender fármacos más que para informar o educar sobre la prevención de la enfermedad y la promoción de un estado de vida saludable. De esta manera, muchos signos y síntomas han sido elevados a la categoría de enfermedades importantes, como es el caso del síndrome del intestino irritable, el colesterol elevado o la osteoporosis; la calvicie, la timidez, la tristeza, la baja estatura, la pereza, la disfunción eréctil, la disfunción sexual femenina, el aumento de peso, la andropausia y la menopausia
Asi es que la publicidad consigue medicalizar casi toda la experiencia humana y alienta el consumo de medicamentos para condiciones físicas, molestias o circunstancias vitales que no los requieren o no se benefician consumiéndolos. El resultado final es lo que otros han denominado "construcción corporativa de la enfermedad" que difunde condiciones clínicas como subdiagnosticadas o no suficientemente reconocidas, alarmando a la población para que consulten a los médicos y les alienten a identificar o bien su malestar o bien el tratamiento farmacológico deseado.
Por eso, se puede decir que sin los médicos no hay enfermedad: unen síntomas, recogen datos, alimentan estadísticas y producen informes (casi siempre financiados por la industria), que luego se difunden en congresos patrocinados por esas mismas drogas.
La revista Nature divulgó los resultados de un estudio según el cual el 70 por ciento de los grupos médicos que elaboraron guías para tratar enfermedades, tenían conexiones financieras con laboratorios.
Distintos laboratorios dan viajes a congresos de psiquiatría, traslado y alojamiento en hoteles, desayunos. Los congresos de psiquiatría cuentan con el apoyo masivo de la industria farmacéutica, que desembolsa fuertes sumas de dinero en concepto de becas, armado de stands, de actividades “científicas”, fiestas para los médicos, cenas y en hoteles.
Por su parte, la Argentina es un país rentable para los laboratorios. Una reciente investigación muestra que el 15 por ciento de un total de 276 encuestados en la ciudad de Buenos Aires consume psicofármacos: tal prevalencia es una de las más altas a nivel mundial, superando el 3,5 por ciento del Reino Unido, el 5,5 por ciento de Estados Unidos, el 6,4 por ciento de Europa, el 7,2 por ciento de Canadá. El gasto de medicamentos en la Argentina significa entre el 25 y el 30 por ciento del gasto de salud, casi el doble de países como Estados Unidos, Alemania y Canadá.
La industria farmacéutica actúa estableciendo relaciones personales directas con cada uno de los médicos desde el día que ingresan al hospital a hacer su residencia. Ese día le piden la matrícula, se presentan y comienza el trabajo de adiestramiento. Así, la industria ha implementado una estrategia eficaz de venta y promoción de sus productos.
Esta industria es un negocio y toda beca o esponsoreo forman parte de una estrategia sostenida por conceptos teóricos de mercadotecnia dirigidos a promover generaciones de médicos psiquiatras que dependan de los laboratorios. Los viajes a los congresos de psiquiatría en el exterior o incluso a las jornadas nacionales son casos cotidianos donde los psiquiatras piden “ayuda” a los laboratorios.
Por otra parte, el cirujano Sherwin Nuland, ganador del American Book Award en 1994, habla de la tenacidad del cuerpo humano, capaz de servirnos por seis, siete y hasta ocho décadas porque es difícil enfermarse, y el 90% de las personas que van a un médico o no tienen nada serio o mejoran por sí solas. Hacia el final de la vida, nuestro cuerpo nos envía señales algunas veces claramente reconocibles de que el momento ha llegado: tener la valentía de reconocerlas nos proporciona alivio y consuelo, y hasta nos permite morir de la misma forma que lo hacían nuestros abuelos, en paz y rodeados del amor de sus cercanos.
Sin embargo, la psicofarmacología ha sido un gran avance de la medicina y su uso racional permite aliviar el padecimiento psíquico de muchos pacientes. Pero preocupa la incidencia de esa estrategia de venta en la práctica de los médicos psiquiatras.
Por ejemplo, actualmente desde los medios de comunicación advierten que los laboratorios envían a los colegios cartillas que generan el uso desmedido de los medicamentos. El aumento de los casos de niños en edad escolar que son derivados por el Síndrome de Déficit de Atención (ADD) en todo el país para un tratamiento farmacológico preocupa a pediatras, psicólogos, psicopedagogos y psiquiatras quienes piden mayor control por parte del Estado.
Existe un incremento de sobrediagnósticos de ADD en niños en edad escolar y preescolar por parte del personal docente y, como consecuencia de ese hecho, de la sobremedicación de metilfenidato -la droga empleada en esos casos- en los niños.
Este es un problema grave, del que son concientes la mayor parte de los profesionales de la psicología y muchos pediatras y neurólogos.
Desde el Ministerio de Salud de la Nación se debería alertar por los sobrediagnósticos de ADD y por los efectos secundarios de la medicación, así como las conductas adictivas que producen en los niños.
La sobreexigencia de padres sobre sus hijos y la presión escolar de alto rendimiento que se repite en colegios de todo el país es uno de los contextos donde germina esta tendencia.
Entonces podemos decir que los laboratorios mandan cartillas a los colegios para crear la demanda de psicofármacos. Y a razón de ello, muchos docentes y personal de gabinete de algunos colegios diagnostican sin estar facultados y los padres ven en esta opción de tratamiento la resolución de un aspecto sensible para ellos: “los miedos ante el éxito o fracaso de sus hijos y al riesgo de quedar excluidos del sistema.
Por esta razón, actualmente y en “diferentes institutos educativos nacionales de nivel preescolar y primario” a los alumnos que “no atienden en clase” se les hace un diagnóstico “carente de verdadero rigor científico” y se los medica “con drogas de uso legal" para cuadros complicados de salud.
Nosotros por nuestra parte, deberíamos dejar de confiar en la información patrocinada por empresas farmacéuticas sobre enfermedades que tratan de catalogar la mayor cantidad de personas saludables como enfermas. Para eso se necesitan médicos justos, una comunidad informada y encontrar rápido fuentes de información independiente.
El manejo irregular de síntomas y la excesiva medicación, con el supuesto de llevar a estados ideales de salud no probados, es por completo cuestionable. Los médicos deben mantener una independencia plena y apartarse de prácticas que promuevan el comercio injustificado
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