BAILONGO
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Hola, despues de leer el siguiente artículo, yo ya no veo que sean tan beneficioso el turísmo, vosotr@s, que opinais?
Ya somos 700 millones
Setecientos millones de turistas recorrerán el planeta este año. Una cifra espectacular que alimenta la economía global a la vez que pone en peligro el patrimonio cultural y natural.
Texto Manuel Díaz Prieto - 17/08/2003
En 1950, se contabilizaron 25 millones de turistas en el mundo. Este año rondarán por todo el planteta unos 700 millones. ¿Cuál es el impacto social, medioambiental y económico de esta gigantesca marea humana de viajeros? Si comenzamos mirando la cartera, resulta fácil apreciar que nos encontramos frente a un sector clave en la economía mundial. Una industria en la que España, por una vez, es una auténtica potencia. El turismo aporta el 12% del PIB y da empleo a más de millón y medio de personas. El año pasado, Catalunya ingresó 10.148 millones de euros gracias al turismo, una cantidad que supone un incremento del 12% respecto al 2001.
Las cifras son abrumadoras. Pero mientras los indicadores económicos son positivos, los medioambientales son cada vez más negativos. La alarma ya sonó durante la cumbre mundial de turismo celebrada el pasado febrero en Ginebra, donde se discutió sobre las formas de limitar esos daños y desarrollar un turismo que hiciese compatible el progreso económico y el ambiental.
Porque aunque la desaparición de diferentes especies de mariscos del Caribe debido a la demanda turística pueda parecer una anécdota frente los beneficios constatados por los investigadores durante las últimas décadas –incremento de los ingresos, más puestos de trabajo, mejora de las infraestructuras, conservación de espacios naturales–, 700 millones de personas en movimiento hacen aumentar inevitablemente en los destinos turísticos los problemas de tráfico, de ruido, de hacinamiento, la urbanización descontrolada, la falta de agua, el aumento de la prostitución o la pérdida de la identidad cultural. Sin olvidar las actitudes étnicas negativas hacia los turistas cuando el número de éstos se hace excesivo.
El caso balear
Las islas Baleares, que cada año reciben el 6% del turismo mundial, son un buen ejemplo. En Mallorca tocan a diez turistas por residente, mientras que en Formentera la proporción es de 50 a uno. Los efectos que esta masiva y pacífica invasión en el paisaje y la cultura autóctonos saltan a la vista. Francesc Antich, ex presidente del Gobierno balear, lo tenía así de claro: “El paisaje maravilloso de Mallorca es nuestra industria, ¡por eso vienen turistas! Si nos lo ‘cargamos’, nos ‘cargamos’ nuestra industria. ¿Cómo se conserva? No construyendo más urbanizaciones, autopistas y hoteles”.
A Francesc Antich no le fue muy bien con este discurso en la últimas autonómicas. Perdió las elecciones. Y el nuevo presidente, Jaume Matas, anunció días atrás la intención del Gobierno balear de levantar la prohibición de construir en territorios protegidos y de interés natural de las islas de Eivissa y Formentera, cumpliendo con las demandas del sector de la construcción. El mismo día del anuncio, Greenpeace calificó la situación del litoral español de desastrosa en la presentación de su informe “Destrucción a toda costa, 2003”. La organización ecologista identifica 777 puntos negros en materia ambiental: playas contaminadas con chapapote, vertidos tóxicos, mala calidad de aguas..., y alerta sobre la repercusión que todo ello puede tener sobre el turismo.
La situación empeora cuando las zonas de atracción turísticas están situadas en países pobres. La organización Survival enumera algunos ejemplos de los efectos nocivos del turismo en el medio ambiente y en las comunidades indígenas de Asia y África: la erosión costera alrededor de los complejos turísticos es un grave problema en Kenia, Goa y las Filipinas; la corrupción de las culturas anfitrionas que supone la industria sexual en Tailandia; la destrucción de las economías locales y el desplazamiento de los habitantes de sus tierras, como ha ocurrido tras la creación de parques de caza en Kenia y Tanzania, áreas de pastos vitales para los masais, pero de las que han sido excluidos; las comunidades pesqueras que vivían en la costa de Penang, Malasia, han sido desplazadas por los hoteles...
¿Qué impele a estos 700 millones de personas a ponerse en movimiento? El antropólogo urbano Marc Augé lo explica así: “El viaje turístico es un viaje entre dos imágenes: la de la foto de la agencia de viajes y la imagen de la foto que tú te traes. Vivimos en una sociedad de consumo y consumimos espacios, sol, paisajes y personas. Eso es el turismo. ¿Usted cree que el turista conoce de verdad el lugar al que va? ¿Cómo va a conocerlo si se pone a hacer fotos y no habla con la gente”. Augé constata que el turismo actual impone las relaciones-simulacro en las que tú “haces de turista”, mientras el otro “hace de masai”.
¿Cuándo comenzó esta pulsión compulsiva por visitar otros lugares? Los romanos pudientes ya se desplazaban a sus villas en la costa durante el verano. Sin embargo, la pasión por lo exótico, en su vertiente más domesticada, que es hoy un ingrediente fundamental en las ofertas de las agencias de viajes, no comenzó hasta los viajes de Cristóbal Colón. El antropólogo francés David Le Breton nos recuerda que aquellos primeros viajes transoceánicos eclipsaron muy rápido los logros de los caballeros andantes, cuyas aventuras transcurrían en el bosque próximo. Y que, desde entonces, la búsqueda del edén tropical, de los territorios vírgenes, impregna las rutas turísticas y el espíritu vacacional.
Las fotos que cada año envían centenares de lectores del “Magazine” para participar en el concurso de la mejor imagen de sus vacaciones muestran que el lugar más cercano al que parecen viajar son las caribeñas islas Aruba. Familias cruzando la Patagonia, a caballo por Mongolia o en un safari fotográfico por la sabana africana son moneda corriente.
Aunque los historiadores de este fenómeno afirman que los viajes de placer tuvieron sus inicios a caballo de los siglos XVIII y XIX, los viajeros románticos son los verdaderos pioneros de la corriente que, a partir de ese momento, va a comenzar a dar forma al turismo moderno. Un turismo esencialmente de elite, al que progresivamente irán incorporándose capas menos favorecidas de la sociedad, que invadirán los balnearios y los primeros núcleos al lado de la costa.
Desplazamientos masivos
Y así hemos llegado hasta hoy. La dirección general de Tráfico calcula que durante el periodo vacacional de julio y agosto se producen unos 67 millones de movimientos de vehículos que se desplazan, principalmente, por las rutas que llevan hacia el Estrecho, Portugal, las costas del Mediterráneo y el sur de la Península. El número de españoles que ya han regresado, están fuera o aún piensan salir de vacaciones ha subido hasta el 80%, según un estudio de Europ Assistance. De estos desplazamientos, ocho de cada diez se realizan dentro de nuestras fronteras, el índice más alto de Europa respecto a los ciudadanos que se quedan en su propio país durante las vacaciones de verano.
¿Mar o montaña?, ¿cómo decidimos adónde ir? El criterio determinante a la hora de elegir el destino es la adecuación al presupuesto para un 30% de los españoles, más que para ningún europeo. Los españoles son también los más fieles a la hora de repetir destino, ya que lo hace uno de cada tres. Las perspectivas para la presente temporada son optimistas. Aunque a medio y largo plazo el panorama no se presenta tan claro. El Banco de España ya ha avisado de que el modelo turístico español debe cambiar.
La alarma la ha disparado la comprobación de que los ingresos por turismo y el gasto medio por turista cayeron un 2,9% y un 7%, respectivamente, en el 2002. Y advierte de que estos datos, además de la incertidumbre económica, podrían estar reflejando la necesidad de mejorar el modelo turístico español basado en una oferta de sol y playa.
Está además, el impacto de la globalización. Hoy, se puede viajar por todo el mundo como si no salieses de casa, es posible visitar los países más exóticos sin abandonar el manto protector y clónico de la cultura global. Todo empieza a parecerse un poco, pero ello no impide que año tras año se incremente el número de humanos que en pantalón corto y con billete de vuelta anegan el mundo a golpes de “flash”. Albricias para las cajas registradoras de la industria turística, aunque da la sensación de que si la Tierra fuese una cacharrería, los 700 millones de turistas no podemos sustraernos a comportarnos como un elefante, bienintencionados, pero implacables con la fragilidad de lugar.
"Los beneficios del turismo tienen un precio: urbanización descontrolada, falta de agua, prostitución, pérdida identitaria... "
Pues si que pintan negro el panorama, no?
Un salu2
Ya somos 700 millones
Setecientos millones de turistas recorrerán el planeta este año. Una cifra espectacular que alimenta la economía global a la vez que pone en peligro el patrimonio cultural y natural.
Texto Manuel Díaz Prieto - 17/08/2003
En 1950, se contabilizaron 25 millones de turistas en el mundo. Este año rondarán por todo el planteta unos 700 millones. ¿Cuál es el impacto social, medioambiental y económico de esta gigantesca marea humana de viajeros? Si comenzamos mirando la cartera, resulta fácil apreciar que nos encontramos frente a un sector clave en la economía mundial. Una industria en la que España, por una vez, es una auténtica potencia. El turismo aporta el 12% del PIB y da empleo a más de millón y medio de personas. El año pasado, Catalunya ingresó 10.148 millones de euros gracias al turismo, una cantidad que supone un incremento del 12% respecto al 2001.
Las cifras son abrumadoras. Pero mientras los indicadores económicos son positivos, los medioambientales son cada vez más negativos. La alarma ya sonó durante la cumbre mundial de turismo celebrada el pasado febrero en Ginebra, donde se discutió sobre las formas de limitar esos daños y desarrollar un turismo que hiciese compatible el progreso económico y el ambiental.
Porque aunque la desaparición de diferentes especies de mariscos del Caribe debido a la demanda turística pueda parecer una anécdota frente los beneficios constatados por los investigadores durante las últimas décadas –incremento de los ingresos, más puestos de trabajo, mejora de las infraestructuras, conservación de espacios naturales–, 700 millones de personas en movimiento hacen aumentar inevitablemente en los destinos turísticos los problemas de tráfico, de ruido, de hacinamiento, la urbanización descontrolada, la falta de agua, el aumento de la prostitución o la pérdida de la identidad cultural. Sin olvidar las actitudes étnicas negativas hacia los turistas cuando el número de éstos se hace excesivo.
El caso balear
Las islas Baleares, que cada año reciben el 6% del turismo mundial, son un buen ejemplo. En Mallorca tocan a diez turistas por residente, mientras que en Formentera la proporción es de 50 a uno. Los efectos que esta masiva y pacífica invasión en el paisaje y la cultura autóctonos saltan a la vista. Francesc Antich, ex presidente del Gobierno balear, lo tenía así de claro: “El paisaje maravilloso de Mallorca es nuestra industria, ¡por eso vienen turistas! Si nos lo ‘cargamos’, nos ‘cargamos’ nuestra industria. ¿Cómo se conserva? No construyendo más urbanizaciones, autopistas y hoteles”.
A Francesc Antich no le fue muy bien con este discurso en la últimas autonómicas. Perdió las elecciones. Y el nuevo presidente, Jaume Matas, anunció días atrás la intención del Gobierno balear de levantar la prohibición de construir en territorios protegidos y de interés natural de las islas de Eivissa y Formentera, cumpliendo con las demandas del sector de la construcción. El mismo día del anuncio, Greenpeace calificó la situación del litoral español de desastrosa en la presentación de su informe “Destrucción a toda costa, 2003”. La organización ecologista identifica 777 puntos negros en materia ambiental: playas contaminadas con chapapote, vertidos tóxicos, mala calidad de aguas..., y alerta sobre la repercusión que todo ello puede tener sobre el turismo.
La situación empeora cuando las zonas de atracción turísticas están situadas en países pobres. La organización Survival enumera algunos ejemplos de los efectos nocivos del turismo en el medio ambiente y en las comunidades indígenas de Asia y África: la erosión costera alrededor de los complejos turísticos es un grave problema en Kenia, Goa y las Filipinas; la corrupción de las culturas anfitrionas que supone la industria sexual en Tailandia; la destrucción de las economías locales y el desplazamiento de los habitantes de sus tierras, como ha ocurrido tras la creación de parques de caza en Kenia y Tanzania, áreas de pastos vitales para los masais, pero de las que han sido excluidos; las comunidades pesqueras que vivían en la costa de Penang, Malasia, han sido desplazadas por los hoteles...
¿Qué impele a estos 700 millones de personas a ponerse en movimiento? El antropólogo urbano Marc Augé lo explica así: “El viaje turístico es un viaje entre dos imágenes: la de la foto de la agencia de viajes y la imagen de la foto que tú te traes. Vivimos en una sociedad de consumo y consumimos espacios, sol, paisajes y personas. Eso es el turismo. ¿Usted cree que el turista conoce de verdad el lugar al que va? ¿Cómo va a conocerlo si se pone a hacer fotos y no habla con la gente”. Augé constata que el turismo actual impone las relaciones-simulacro en las que tú “haces de turista”, mientras el otro “hace de masai”.
¿Cuándo comenzó esta pulsión compulsiva por visitar otros lugares? Los romanos pudientes ya se desplazaban a sus villas en la costa durante el verano. Sin embargo, la pasión por lo exótico, en su vertiente más domesticada, que es hoy un ingrediente fundamental en las ofertas de las agencias de viajes, no comenzó hasta los viajes de Cristóbal Colón. El antropólogo francés David Le Breton nos recuerda que aquellos primeros viajes transoceánicos eclipsaron muy rápido los logros de los caballeros andantes, cuyas aventuras transcurrían en el bosque próximo. Y que, desde entonces, la búsqueda del edén tropical, de los territorios vírgenes, impregna las rutas turísticas y el espíritu vacacional.
Las fotos que cada año envían centenares de lectores del “Magazine” para participar en el concurso de la mejor imagen de sus vacaciones muestran que el lugar más cercano al que parecen viajar son las caribeñas islas Aruba. Familias cruzando la Patagonia, a caballo por Mongolia o en un safari fotográfico por la sabana africana son moneda corriente.
Aunque los historiadores de este fenómeno afirman que los viajes de placer tuvieron sus inicios a caballo de los siglos XVIII y XIX, los viajeros románticos son los verdaderos pioneros de la corriente que, a partir de ese momento, va a comenzar a dar forma al turismo moderno. Un turismo esencialmente de elite, al que progresivamente irán incorporándose capas menos favorecidas de la sociedad, que invadirán los balnearios y los primeros núcleos al lado de la costa.
Desplazamientos masivos
Y así hemos llegado hasta hoy. La dirección general de Tráfico calcula que durante el periodo vacacional de julio y agosto se producen unos 67 millones de movimientos de vehículos que se desplazan, principalmente, por las rutas que llevan hacia el Estrecho, Portugal, las costas del Mediterráneo y el sur de la Península. El número de españoles que ya han regresado, están fuera o aún piensan salir de vacaciones ha subido hasta el 80%, según un estudio de Europ Assistance. De estos desplazamientos, ocho de cada diez se realizan dentro de nuestras fronteras, el índice más alto de Europa respecto a los ciudadanos que se quedan en su propio país durante las vacaciones de verano.
¿Mar o montaña?, ¿cómo decidimos adónde ir? El criterio determinante a la hora de elegir el destino es la adecuación al presupuesto para un 30% de los españoles, más que para ningún europeo. Los españoles son también los más fieles a la hora de repetir destino, ya que lo hace uno de cada tres. Las perspectivas para la presente temporada son optimistas. Aunque a medio y largo plazo el panorama no se presenta tan claro. El Banco de España ya ha avisado de que el modelo turístico español debe cambiar.
La alarma la ha disparado la comprobación de que los ingresos por turismo y el gasto medio por turista cayeron un 2,9% y un 7%, respectivamente, en el 2002. Y advierte de que estos datos, además de la incertidumbre económica, podrían estar reflejando la necesidad de mejorar el modelo turístico español basado en una oferta de sol y playa.
Está además, el impacto de la globalización. Hoy, se puede viajar por todo el mundo como si no salieses de casa, es posible visitar los países más exóticos sin abandonar el manto protector y clónico de la cultura global. Todo empieza a parecerse un poco, pero ello no impide que año tras año se incremente el número de humanos que en pantalón corto y con billete de vuelta anegan el mundo a golpes de “flash”. Albricias para las cajas registradoras de la industria turística, aunque da la sensación de que si la Tierra fuese una cacharrería, los 700 millones de turistas no podemos sustraernos a comportarnos como un elefante, bienintencionados, pero implacables con la fragilidad de lugar.
"Los beneficios del turismo tienen un precio: urbanización descontrolada, falta de agua, prostitución, pérdida identitaria... "
Pues si que pintan negro el panorama, no?
Un salu2