M
Morten
Guest
Es de noche. La lluvia se desliza al otro lado del cristal. El sonido de las gotas golpea incesantemente mi espíritu, mientras la ciudad camina inexorablemente hacia el letargo. Oigo pasos lejanos y un escalofrío invade mi ser. Estoy solo, triste y abatido. La Luna se alza en lo alto tiñendo de escarcha el húmedo y sombrío asfalto. Quiero llorar y no puedo. Alzo la vista y le contemplo. Su mirada, limpia y penetrante. Su porte, desafiante y majestuoso. Su talento, simplemente indescriptible. Cierro los ojos. A mí mente acuden presurosos los primeros compases de su legendario himno. Le veo sobre el escenario, danzando sobre la blanca luz y desafiando a toda lógica del movimiento. Las notas se desgranan paulatinamente, mientras su tersa voz hechiza a los presentes. Un sentimiento de divinidad y perfección me sobrecoge. Abro los ojos. Tengo las mejillas cubiertas de lágrimas. La lluvia ha cesado. Soy feliz.
Para Michael, con todo mi agradecimiento y admiración, en mi mensaje nº 400.
Para Michael, con todo mi agradecimiento y admiración, en mi mensaje nº 400.