He omitido algunos comentarios de poco gusto del relato, pero creo que el resto es una lectura merece la pena.

Nancy Bass Wyden
Co-propietaria de la librería The Strand
El día que conocí a Michael Jackson
Lo que pasó por mi cabeza fue: "¿No había muerto... hace mucho?" Fue un pensamiento extraño, porque yo había conocido a Michael Jackson, aunque fuese brevemente, en persona. Le ví cantando para si mismo. Le vi siendo padre. Jugué con sus hijos y le hice gracias a su recién nacido. Eso fue hace 7 años, el viernes 30 de abril de 2002.
(...)
Todo comenzó misteriosasmente.
Recibí una llamada telefónica por la tarde. Una voz susurrante dijo, "Represento a un VIP que quiere ir a The Strand." (The Strand es una librería fundada por mi abuelo hace 82 años y que llevamos mi padre y yo). La voz continuó, "Trabajo para Michael Jackson. Él quiere visitar la tienda sin clientes." Me pidió que no avisara a nadie de que Michael iba a aparecer. Había un teléfono de contacto en el New York Palace hotel, y recibí novedades de su representante a lo largo del día. Se decidió que vendría a las 10:30pm, tras el cierre de la tienda. Mantuve la visita en secreto, excepto hacia algunos encargados a los que pedí que se quedaran conmigo a esa hora a cambio de su voto de secretismo.
Por la noche el aire estaba cargado de una excitación eléctrica. Apilé copias de Moon Walk, las memorias de Michael (editadas por Jackie Onassis) en la tienda para que las viera. Recuerdo haber pensado la amabilidad que desprendía como autor cuando lo leí.
Y ahí estaba Michael caminando (no hacia atrás) por la puerta de nuestra tercera planta del departamento de libros raros. Su piel estaba aclarada, los labios rojos anaranjados y el pelo liso. Pero seguía siendo Michael. Le vi crecer.
Lo primero que dijo cuando entró en la sala fue, "¿Hay cámaras?" Le dije que no. Supe que eso descartaba hacerme una foto con él, me había llevado la cámara por si acaso. Noté su paranoia. Podía escuchar a la gente gritando en la calle "Te queremos, Michael!" Me pidió bajar todas las persianas de los enormes ventanales. Más tarde me dijeron que algunos de los fans habían intentado trepar por ellas.
A pesar de mi esfuerzo concienzudo por guardar el secreto a Michael, de alguna forma se había corrido la voz. ¿Cómo lo descubrieron? Quizá porque Michael y su gente viajan en una caravana de coches que incluía una enorme limusina blanca, una enorme Lincoln y una Suburban negra. Me dijeron que venían desde Times Square. Los curiosos debieron haberles seguido y se corrió la voz.
Su grupo: dos guardias de seguridad, tres cuidadoras vestidas con uniformes blancos, y cuatro niños de distintas edades, algunos hispanos, otros afroamericanos. Había una gran dulzura en Michael y la forma en que interactuaban con ellos. Parecían niños buenos, educados y que sabían apreciar las cosas; me pregunto si los acogió bajo su manto prque habían tenido una vida dura.
También estaban sus preciosos hijos; parecían como personajes mágicos de Disney. Parecían muñecos así como sus nombres: Paris y Prince Michael I. Ambos vestidos con terciopelo azul marino. Paris, que tenía 4 años, llevaba una tiara con diamantes, como una princesa de verdad. Prince Michael, de 5 años, tenía el pelo rubio y liso cortado a estilo Beatle; Paris tenía pelo marrón y grandes ojos azules. (...) El efecto era adorable: quería quedármelos, llevármelos a casa.
Sabía que les cubría con velos cuando había cámaras y así lo hizo cuando continuó su visita por el piso inferior. (...) Los chicos parecían muy correctos. Les dimos un muñeco de trapo de un perro con un traje y un lazo rojo y jugaron con él en el suelo de madera. Prince Michael apareció con un libro enorme de juguetes de colección, a penas podía sujetarlo. Dijo con la vocecita más linda; "Papá, ¿puedo quedármelo?" Michael sonrió adorablemente y le preguntó si se lo iba a leer. Respondió, "Si."
Una de las asistentas llevaba a un niño recien nacido con pelo negro. No sabía que Michael tenía tres hijos ni era público todavía. (...) Meses más tarde descubrí que era Prince Michael II.
Michael eligió a un joven empleado hispano para que le ayudara. Llevaba escrito su nombre Jesus, en su chapa de empleado. Pensé que sería lo más emocionante de su vida. Michael le daba los libros que quería comprar a Jesus, quién a su vez nos los daba en una cesta que enviábamos a la caja registradora para que los sumaran y empaquetaran. Ocasionalmente, Michael tenía sus peticiones. Quería libros sobre música folk negra, libros de Roald Dahl (incluyendo James y el Melocotón Gigante), y algo sobre Versalles. Yo enviaba a mis tropas a buscar los libros y a llevárselos a Jesus. En una visita previa, le atendió mi padre, y eligió libros sobre Howard Hughes, diccionarios y libros infantiles de primera edición.
Por supuesto, disfruto con todo aquel que comparte mi amor por los libros, y me impresionó la selección de Michael. Iba cantando para sí mismo en bajito y se centró durante un rato en libros de fotografía y de arte, subiendo en la escalera para bajarlos de las estanterías cuando era necesario. Dicho esto, se gastó 6.000 dólares en libros y dejó que todos sus acompañantes eligieran libros también. Aunque la gente de su entorno eligió algunos, no parecían muy interesados por la compra de libros.
Michael tenía las manos libres cuando llegó la hora de pagar. Le pedí a uno de sus guardias de seguridad que fuera pagando cuando estaban cerca de terminar. Me acercó un teléfono móvil y me dieron un número de tarjeta de crédito a nombre de otra persona. Luego llegó un coche negro a recoger las compras de Michael, todo iba metido en bolsas dobles.
Michael y su gente las metieron en el coche y, a pesar de su deseo de secretismo, y su naturaleza paranoica, se podría decir que adoraba que sus fans le saludaran y gritaran, y les decía que él también los quería. Le gustaba recibir amor como al resto de nosotros, o quizá más.
Fue después de la media noche. Habían estado 2 horas en The Strand. Los guardias de seguridad de Michael me dijeron que su siguiente parada era la juguetería FAO Schwartz, que, igual que The Strand había abierto sólo para ellos. Me sentía como saltando de excitación, y pensaba para mi misma, quiero ir con ellos. Quiero ser una niña de nuevo. No quiero estar en una librería preocupandome por el personal, el inventario, las quejas de los clientes. Quiero pasarlo bien. Quiero comprar juguetes y bailar en el piano gigante como hizo Tom Hanks en Big. Quiero viajar en una limusina blanca enorme con Michael y sus hijos moviendo la cabeza al ritmo de la música alta. Quiero seguir a Campanilla, que me caiga polvo de hada, abrir la venta y volar por el cielo de noche.
Pero 7 años después, ahora tengo hijos y les leo cuentos de hadas. Y como todos sabemos, los cuentos de hadas también tienen un lado oscuro. Incluso Peter Pan dijo "Morir sería una gran aventura".
*Traducido por Xtarlight y Mpenziwe para www.MJHideOut.com
Por favor, no utilices esta traducción en otra web, en su lugar, pon un link directo a este post. Gracias!

Nancy Bass Wyden
Co-propietaria de la librería The Strand
El día que conocí a Michael Jackson
Estaba sentada con una amiga cuando miró su BlackBerry, "Michael Jackson ha fallecido," leyó. Luego añadió, "Debe ser una broma de un amigo." Pero unos segundos espués su abuela le envió otro mensaje. "Debe ser cierto," concluyó.
(...)
Todo comenzó misteriosasmente.
Recibí una llamada telefónica por la tarde. Una voz susurrante dijo, "Represento a un VIP que quiere ir a The Strand." (The Strand es una librería fundada por mi abuelo hace 82 años y que llevamos mi padre y yo). La voz continuó, "Trabajo para Michael Jackson. Él quiere visitar la tienda sin clientes." Me pidió que no avisara a nadie de que Michael iba a aparecer. Había un teléfono de contacto en el New York Palace hotel, y recibí novedades de su representante a lo largo del día. Se decidió que vendría a las 10:30pm, tras el cierre de la tienda. Mantuve la visita en secreto, excepto hacia algunos encargados a los que pedí que se quedaran conmigo a esa hora a cambio de su voto de secretismo.
Por la noche el aire estaba cargado de una excitación eléctrica. Apilé copias de Moon Walk, las memorias de Michael (editadas por Jackie Onassis) en la tienda para que las viera. Recuerdo haber pensado la amabilidad que desprendía como autor cuando lo leí.
Y ahí estaba Michael caminando (no hacia atrás) por la puerta de nuestra tercera planta del departamento de libros raros. Su piel estaba aclarada, los labios rojos anaranjados y el pelo liso. Pero seguía siendo Michael. Le vi crecer.
Lo primero que dijo cuando entró en la sala fue, "¿Hay cámaras?" Le dije que no. Supe que eso descartaba hacerme una foto con él, me había llevado la cámara por si acaso. Noté su paranoia. Podía escuchar a la gente gritando en la calle "Te queremos, Michael!" Me pidió bajar todas las persianas de los enormes ventanales. Más tarde me dijeron que algunos de los fans habían intentado trepar por ellas.
A pesar de mi esfuerzo concienzudo por guardar el secreto a Michael, de alguna forma se había corrido la voz. ¿Cómo lo descubrieron? Quizá porque Michael y su gente viajan en una caravana de coches que incluía una enorme limusina blanca, una enorme Lincoln y una Suburban negra. Me dijeron que venían desde Times Square. Los curiosos debieron haberles seguido y se corrió la voz.
Su grupo: dos guardias de seguridad, tres cuidadoras vestidas con uniformes blancos, y cuatro niños de distintas edades, algunos hispanos, otros afroamericanos. Había una gran dulzura en Michael y la forma en que interactuaban con ellos. Parecían niños buenos, educados y que sabían apreciar las cosas; me pregunto si los acogió bajo su manto prque habían tenido una vida dura.
También estaban sus preciosos hijos; parecían como personajes mágicos de Disney. Parecían muñecos así como sus nombres: Paris y Prince Michael I. Ambos vestidos con terciopelo azul marino. Paris, que tenía 4 años, llevaba una tiara con diamantes, como una princesa de verdad. Prince Michael, de 5 años, tenía el pelo rubio y liso cortado a estilo Beatle; Paris tenía pelo marrón y grandes ojos azules. (...) El efecto era adorable: quería quedármelos, llevármelos a casa.
Sabía que les cubría con velos cuando había cámaras y así lo hizo cuando continuó su visita por el piso inferior. (...) Los chicos parecían muy correctos. Les dimos un muñeco de trapo de un perro con un traje y un lazo rojo y jugaron con él en el suelo de madera. Prince Michael apareció con un libro enorme de juguetes de colección, a penas podía sujetarlo. Dijo con la vocecita más linda; "Papá, ¿puedo quedármelo?" Michael sonrió adorablemente y le preguntó si se lo iba a leer. Respondió, "Si."
Una de las asistentas llevaba a un niño recien nacido con pelo negro. No sabía que Michael tenía tres hijos ni era público todavía. (...) Meses más tarde descubrí que era Prince Michael II.
Michael eligió a un joven empleado hispano para que le ayudara. Llevaba escrito su nombre Jesus, en su chapa de empleado. Pensé que sería lo más emocionante de su vida. Michael le daba los libros que quería comprar a Jesus, quién a su vez nos los daba en una cesta que enviábamos a la caja registradora para que los sumaran y empaquetaran. Ocasionalmente, Michael tenía sus peticiones. Quería libros sobre música folk negra, libros de Roald Dahl (incluyendo James y el Melocotón Gigante), y algo sobre Versalles. Yo enviaba a mis tropas a buscar los libros y a llevárselos a Jesus. En una visita previa, le atendió mi padre, y eligió libros sobre Howard Hughes, diccionarios y libros infantiles de primera edición.
Por supuesto, disfruto con todo aquel que comparte mi amor por los libros, y me impresionó la selección de Michael. Iba cantando para sí mismo en bajito y se centró durante un rato en libros de fotografía y de arte, subiendo en la escalera para bajarlos de las estanterías cuando era necesario. Dicho esto, se gastó 6.000 dólares en libros y dejó que todos sus acompañantes eligieran libros también. Aunque la gente de su entorno eligió algunos, no parecían muy interesados por la compra de libros.
Michael tenía las manos libres cuando llegó la hora de pagar. Le pedí a uno de sus guardias de seguridad que fuera pagando cuando estaban cerca de terminar. Me acercó un teléfono móvil y me dieron un número de tarjeta de crédito a nombre de otra persona. Luego llegó un coche negro a recoger las compras de Michael, todo iba metido en bolsas dobles.
Michael y su gente las metieron en el coche y, a pesar de su deseo de secretismo, y su naturaleza paranoica, se podría decir que adoraba que sus fans le saludaran y gritaran, y les decía que él también los quería. Le gustaba recibir amor como al resto de nosotros, o quizá más.
Fue después de la media noche. Habían estado 2 horas en The Strand. Los guardias de seguridad de Michael me dijeron que su siguiente parada era la juguetería FAO Schwartz, que, igual que The Strand había abierto sólo para ellos. Me sentía como saltando de excitación, y pensaba para mi misma, quiero ir con ellos. Quiero ser una niña de nuevo. No quiero estar en una librería preocupandome por el personal, el inventario, las quejas de los clientes. Quiero pasarlo bien. Quiero comprar juguetes y bailar en el piano gigante como hizo Tom Hanks en Big. Quiero viajar en una limusina blanca enorme con Michael y sus hijos moviendo la cabeza al ritmo de la música alta. Quiero seguir a Campanilla, que me caiga polvo de hada, abrir la venta y volar por el cielo de noche.
Pero 7 años después, ahora tengo hijos y les leo cuentos de hadas. Y como todos sabemos, los cuentos de hadas también tienen un lado oscuro. Incluso Peter Pan dijo "Morir sería una gran aventura".
*Traducido por Xtarlight y Mpenziwe para www.MJHideOut.com
Por favor, no utilices esta traducción en otra web, en su lugar, pon un link directo a este post. Gracias!