La historia de Milarepa se puede comparar a la de otro de mis admirados, Malcolm X, pero de forma mucho más extrema. Mientras que Malcolm fue un delincuente que después de pasar por la cárcel se renovó convirtiéndose en alguien lleno de dignidad y orgullo, Milarepa pasó de ser un espantoso asesino lleno de odio a uno de los seres humanos más perfectos en cuanto a la búsqueda -y hallazgo- de la paz mental, la compasión y la sabiduría más plenas. Aunque su vida esté llena de datos que desde nuestra perspectiva occidental actual pueden aparecer como pura ficción y exageraciones, lo cierto es que estos hechos ocurrieron más o menos como se han ido transmitiendo desde hace mil años.
Por increíble que parezca, incluso para los que ya tenemos cierta familiaridad con según qué prácticas y hemos visto experiencias que se nos escapan a la razón a manos de yoguis, lamas y demás personas más santas que mundanas, hay más de dos y tres anécdotas de las que sus protagonistas nuncan hablan, pero que sus testigos no pueden evitar comentar aquí y allá, siempre con mucha discreción, primero por respeto a los maestros y segundo por temor a que aun hablando de personas tan respetables, la gente no crean lo que dicen. Tantas y tantas veces se dice que utilizamos muy poco el verdadero potencial de nuestra mente y quién mejor para dejarnos pasmados con las cosas increíbles que podemos conseguir, que aquellos que dedican su existencia a analizar, cuestionar y experimentar con cada último y oscuro rincón de nuestras capacidades.
Y así es como Milarepa vivió, mató y murió, haciendo suya las palabras del Buda: "Tu peor enemigo no puede hacerte tanto daño como tu propia mente incontrolada". Milarepa pasó de vivir una vida de enemistad a tomar el control total de su mente.
Nació en el Tíbet, muy cerca de la frontera con Nepal, aunque no queda claro si fue en 1052 -lo que parece más probable-, 1038 o 1025. Su padre, Mila (Mila significa "oh hombre" y Repa "ropa de algodón"), un hombre maravilloso, trabajador, bueno, compasivo, paciente y cariñoso, al conocer la noticia estando de viaje de negocios mandó de vuelta al mensajero anunciando que su nombre sería Thopaga, "Delicioso al oído". Nombre más que adecuado, porque durante toda su vida le gustó componer poemas y cantar. Tanto es así, que una vez convertido en maestro espiritual, casi siempre ofrecía sus enseñanzas trascendentales en versos y canciones.
Como pasa con todas las cosas que pasan, por el karma de sus actos en vidas anteriores resultó que la familia de Milarepa no tenía demasiadas buenas intenciones. Tenía siete años cuando, en su lecho de muerte, su padre pidió a su hermano y su cuñada que cuidasen de sus sobrinos cuando él se fuese, con la promesa de que al ser el pequeño Thopaga mayor de edad, le devolviesen todos los bienes en herencia, sin excepción. Sin embargo, en cuanto Milarepa padre murió, su hermano y su cuñada empezaron a sacar todo lo que había en la casa de la pobre familia desamparada. Mientras el tío se dedicaba a beber y jugar a los dados haciendo que sus parientes arasen sus campos como esclavos, la tía no hacía más que insultarles, paseándose con las mejores ropas, perlas y turquesas que había dejado su difunto cuñado. La madre del pequeño Milarepa no podía soportar tanto resentimiento y tanta amargura por la manera en que estaban siendo tratados. Al cumplir 18 años, celebraron una fiesta. Llamaron a su casa, vacía y humilde, a todos los vecinos del pequeño poblado y también a sus tíos, invitándoles a todos a té, tsampa y otras comidas típicas que modestamente pudieron reunir. Llenos de humildad y paciencia ante quienes tan mal les habían tratado durante más de diez años, rogaron que por favor, se cumpliera la última voluntad de Mila y el joven recuperase los bienes de su padre. La respuesta no pudo ser más desconcertante y más dolorosa: El hermano del difunto negó tener nada que les perteneciera, asegurando que todo era fruto de su duro trabajo y no del holgazán de su hermano. Que no se merecían nada más que la miseria. La fiesta acabó convirtiéndose en una pelea -algo extremadamente raro en la cultura tibetana-, resultó que apenas nadie se puso de parte de los desgraciados, y la madre del desheredado ya no aguantó más cuando poco después, Milarepa, que tenía 17 años, volvió borracho a casa. Arrepentido por su comportamiento irresponsable, prometió a su madre hacer lo que ella le pidiese. Y la petición no podía ser más clara: Viajaría para encontrar un sabio -de los que podía encontrarse en aquellos años en la región- que le enseñase todas las artes de magia negra para acabar con todos los traidores que los habían hecho tan desgraciados. En aquellos tiempos, a pesar de que el budismo y su mensaje de compasión e iluminación ya estaban bien afianzados en Tíbet, no faltaban -al igual que en Europa- aquellos que practicaban rituales y se servían de sabidurías propias del conocimiento budista, como el movimiento de según qué energías, para fines no precisamente compasivos.
Así es como Milarepa viajó hasta encontrar al lama Yungtun Trogyal, un conocido maestro de artes secretas al que llamaban "maestro del mal" por ser experto en generar nubes de granizo para arruinar cosechas o ingeniárselas para provocar la muerte de personas a larga distancia. Tras aprender de él, Milarepa volvió a su poblado. Mientras se celebraba la boda de unos primos, se sirvió de sus conocimientos para derrumbar la casa, matando a treinta y cinco personas, dejando vivos a sus tíos para que sufrieran la desgracia. Sin embargo, su madre no estaba satisfecha: También quería acabar con sus cosechas. Sin el grano que cultivaban, estarían perdidos y se arruinarían. Poco después cayó la peor tormenta de granizo, lluvia y viento que se recordaba en mucho tiempo.
Aunque su madre estaba tan resentida que se alegraba por todas esas desgracias y Milarepa hacía caso de lo que ella pidiese, en el fondo estaba arrepentido: Había visto a hombres, mujeres, ancianos y niños sepultados bajo los escombros, había escuchado sus lamentos y cada vez eran más frecuentes las pesadillas y el remordimiento por todo lo que estaba haciendo. Por si fuera poca la confusión, era precisamente durante esa época que estaba ganándose un buen nombre como hechicero. Pero aquello había sido demasiado; además, los parientes que seguían vivos estaban siempre buscándole, y a fín de cuentas ni él ni su madre estaban consiguiendo recuperar la herencia. Nada más que recibían odio y venganza, precisamente lo que ellos habían querido para los demás... y ahora estaba dándose cuenta del gran error que había cometido queriendo hacer daño. Después de conocer a un viejo monje solitario que le ocultó en su casa cuando unos parientes le buscaban para matarle, ya con 38 años, decidió acabar de una vez por todas con aquella espiral de violencia y odio sin sentido. Le hablaron de Marpa, un famoso lama de gran prestigio perteneciente a la tradición Kagyu, que cuenta con prácticas extremadamente intensas para alcanzar el Nirvana en una sola vida y da especial importancia al desarrollo de siddhis, esto es, capacidades psíquicas extraordinarias.
Y así es como Milarepa el asesino escuchó por primera vez el Dharma, las enseñanzas de Buda. Por eso se le representa casi siempre así, colocando su mano en la oreja, escuchando con atención:
Por supuesto, el karma -las consecuencias de los actos- seguía su curso, y en el caso de Milarepa lo hizo de forma inmediata: De forma inexplicable para él, durante seis años sufrió toda clase de aparentes abusos por parte del gran lama Marpa. Es bien conocida la historia de cómo le suplicaba recibir sus enseñanzas, a lo que Marpa respondía que si edificaba con sus manos una casa, se lo pensaría. Cuando la casa estuvo completada, el lama -que tenía un carácter más fuerte de lo que Milarepa hubiera deseado- le ordenaba derribarla, pidiéndole otra casa de dos plantas. Así pasó Milarepa haciendo caso de todas y cada una de las órdenes que le daba su nuevo y extraño maestro, hasta que después de construir a regañadientes una casa de cuatro plantas y amenazar al lama y a su esposa con irse por enésima vez, el gran Marpa le anunció que ya era hora de empezar con sus prácticas. En realidad, Marpa sabía que la mente inmadura de su estudiante debía limpiar definitivamente cualquier rastro de sus crímenes. Solo así estaría preparado para recibir unas instrucciones que, de no ser recibidas y practicadas por él, se perderían para siempre.
Por cierto, la experta tibetanóloga Alexandra David-Neel confirmó a principios del siglo XX haber encontrado aquella casa de cuatro plantas. En la foto, Lama Tashi (que enseña en un centro canadiense) en 1994 junto a la última casa que construyó Milarepa, restaurada después de los esfuerzos de la exploradora por salvar muchos tesoros del saqueo musulmán al norte de la India:
Con 44 años, Milarepa tuvo un sueño: Vió que su antigua casa estaba en ruinas y a su madre muerta. Fue a su aldea y comprobó que lo que había soñado era verdad. Su madre había muerto hacía años y dió con sus restos. Como parte de una práctica tántrica, apiló los huesos, los metió en un saco y los utilizó como almohada. A partir de ese momento, prometió que viviría en retiro permanente, dedicándose a la meditación y convirtiéndose en un bodisatva: Un buda que renuncia a entrar en el Nirvana hasta que no lo hayan conseguido todos los demás seres antes.
Se tomó grandes molestias en buscar una cueva tan alejada que nadie pudiera encontrarla por casualidad, evitando ser interrumpido en sus meditaciones. Sin embargo, recibió la visita de Rechung Dorge Tagpa, quien se convertiría en su principal discípulo, y Dze-se, la joven con la que había estado prometido en su pueblo, pero con la que nunca llegó a casarse. Adelgazó mucho, acostumbrándose a comer solamente lo que pudiera encontrar cerca de su cueva: Ortigas, con las que hacía sopa, y se dice que sus condiciones de vida y alimentación hicieron que su piel y su pelo se volvieran verdes. No tenía apenas más ropa que un manto de algodón, y practicaba tummo -una meditación muy conocida entre los lamas tibetanos que consiste en hacer generar calor interno- para soportar el frío. Se dice que pasado un tiempo en este estado, Milarepa llegó a pasar sin comer mucho más tiempo del que a cualquier otro hombre le hubiera costado la vida. Algunos aseguraron haberle visto levitando en el aire a gran altura y visto en otros sitios mientras no salía de su refugio, en una tierra, época y cultura en las que la exageración y las invenciones no eran costumbre. De hecho, se acercaron algunos que querían aprender estos poderes para fines menos santos que él, por lo que decidió dejar su cueva y mudarse a la zona conocida como Lapchi, cerca del Everest. Allí, igual que el propio Buda fue tentado por jóvenes atractivas para distraerle, un lama envidioso de sus poderes envió a una joven para que le ofreciera yogur envenenado. Milarepa ya tenía la suficiente realización mental como para ser clarividente, pero aun así agradeció el ofrecimiento y comió. La joven se sorprendió cuando el anciano -ya tenía 84 años- le dijo que el veneno no podía hacerle daño, pero que de todas formas ya había llegado el momento de abandonar esta vida.
Hizo llamar a todos sus estudiantes y les dió enseñanzas durante muchos días, hablándoles sobre la realidad de todos los fenómenos y de cómo funciona el karma en detalle, mientras cantaba y recitaba poemas. Finalmente, entró en samadhi, el estado mental inmediatamente previo al Nirvana. Mientras era incinerado en la pira funeraria, siguió cantando por última vez. Todos los testigos siguieron contando el resto de sus vidas cómo se vieron cosas inexplicables durante aquel momento, como sonidos y luces que venían de ninguna parte, estrellas fugaces y colores en el cielo como los que muchos hemos podido ver en persona cada vez que aparece algún gran maestro iluminado.
Sin embargo, sus discípulos se sintieron tristes cuando el fuego dejó de arder. Es costumbre que, cuando un lama muere y es incinerado, voluntariamente forman durante la cremación pequeñas reliquias, normalmente bolitas de composición desconocida, que los monjes corren a recuperar para guardarlas. Se cree que los maestros hacen esto para que sus seguidores puedan seguir manteniendo un contacto físico con ellos, aunque sea indirectamente. Pero los discípulos de Milarepa no encontraron nada. Al parecer las reliquias fueron a parar a otros mundos y las dakinis (budas femeninas) se manifestaron en forma de visión meditativa para todos los presentes, haciéndoles ver al gran maestro por última vez.
Actualmente, Milarepa es considerado el héroe nacional de todos los tibetanos y sus canciones y poemas espirituales se siguen recitando y estudiando hoy día.