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¿Qué es el Racismo? - Artículo -

¿Qué es el racismo?

La historia es siempre escandalosa. Cuando salen a la luz viejos papeles suelen derrumbarse de golpes honras y reputaciones. Aristóteles, al igual que todos los griegos, consideraba q los otros pueblos, los que no hablaban la lengua helena –los escitas, por ejemplo-, debían ser considerados como bárbaros, despreciables desde todo punto de vista. Así elaboró una inquietante teoría sobre lo q él llamaba “los pueblos esclavos”: pensaba q griegos y persas eran superiores a todos los demás y preconizaba, como Alejandro, una fusión entre ambos. “Los otros –decía- son pueblos-esclavos, dignos de ser tratados como animales y plantas.” Sin embargo, los antiguos griegos no franquearon nunca el breve, terrible abismo q separa el concepto de superioridad y racismo. Convencidos del valor más alto de su modo de vida, no veían en eso una prueba de una superioridad eterna, biológica y esencial. Y Heródoto, q no conocía a los negros del África central ni a los amarillos del Extremo Oriente, apenas si se permite usar algún término despectivo al nombrar a los etíopes y a los argipinos mongoloides q habitaban el sur de los Urales. A estos últimos los llama reiteradamente “los calvos”, haciendo referencia irónica a la costumbre q tenían de llevar afeitada la cabeza.

Mucho antes, los egipcios –de quienes los helenos habían heredado el desprecio por el extranjero- fueron muy celosos en mantener sin mezcla sus rasgos étnicos. Los poderosos faraones q gobernaron 30 siglos antes de Cristo prohibieron a los nobles q formaban su corte mezclarse con los nubios del sur y con los nómades del desierto. Los matrimonios mixtos estaban expresamente vedados en las castas superiores del Nilo. La turbulenta Roma, en cambio, fue cosmopolita. Conquistadora del mundo, la posteridad de los vencedores se confunde con la de los vencidos. Lanzada a una plena expansión demográfica y comercial no vaciló en conferir el título de ciudadano a todos los hombres libres. Sólo se irritaba cuando alguien se animaba a desafiar el poder de sus armas. Así ocurrió con las llamadas guerras judías. Por más crueles q éstas hayan sido, por más desconfianza q provocara el monoteísmo de este rebelde pueblo de Palestina en el vasto imperio un odio especial hacia el judío. Ninguna discriminación legal se ejerció contra ellos, excepto por un breve periodo luego de la sangrienta rebelión del año 135. Tampoco se les prohibió el ejercicio de una determinada profesión, como iba a ocurrir posteriormente en muchas partes del mundo.

Todo indica que, en su conjunto, el mundo antiguo en tiempos del paganismo no conoció el racismo en el sentido q se lo define modernamente. El extranjero, si bien nutría las legiones de esclavos, no era automáticamente condenado. En Roma no existía una “cuestión judía”. Al contrario: había allí una gran dificultad en distinguir a los cristianos de los judíos. El antisemitismo –q según algunos estudiosos es la primera manifestación abierta de racismo- iba a nacer más tarde, del antagonismo judeo-cristiano. Fue San Pablo el primero en liberar a sus prosélitos del cumplimiento de las leyes mosaicas y de la obligación de la circuncisión, lo cual contribuyó a q el cristianismo dejara de ser considerado una secta judía.

En el siglo III, en medio de una violenta crisis del imperio, fueron los cristianos y no los judíos quienes sufrieron toda clase de persecuciones oficiales. Hubo q esperar hasta Orígenes, el fogoso teólogo alejandrino, para q comenzara a asomar entre algunos un esbozo de antisemitismo. Este sabio doctor, a quien después se acusó de apóstata, articuló un claro discurso teórico contra los judíos, acusándolos de haber matado a Cristo, según se pude leer en su obra Contra Celeste. El estudioso León Poliakov cita una frase de San Juan Crisóstomo, q puede considerarse la primera en la cual se cuestiona no solo la fe de los judíos sino el conjunto de su comportamiento. “Viviendo para su vientre, la boca siempre abierta, los judíos no se conducen mejor q los puercos y los machos cabrios, en su lúbrica grosería y el exceso de glotonería, sólo saben hacer una cosa: engullir y hartarse”, dice. Estos brotes de odio antisemita –q se dieron sobre todo en las grandes ciudades orientales como Antioquia, Alejandría y Constantinopla (donde vivieron Orígenes y San Juan Crisóstomo)- no configura, sin embargo un comportamiento racista. Indican, a lo sumo, un antijudaísmo religioso. “El racista -afirma la ensayista francesa Madeleine Rebérioux- no sólo busca someter a la raza considerada inferior, sino q procura hacerla desaparecer por completo, como ocurrió en la Alemania de Adolfo Hitler durante la Segunda Guerra Mundial”. Fueron los dirigentes nazis, en efecto, quines inventaron la llamada “solución final”, q consistía en el exterminio físico de todos los judíos en las cámaras de gas. Seis millones murieron en los campos de concentración de Tercer Reich entre 1939 y 1945. Era la culminación de un genocidio racial q había empezado mucho antes, en los años previos a las primeras cruzadas.

A finales del siglo X apareció en Viena. Austria, el primer barrio exclusivamente judío. Pero era muy distinto a los futuros ghettos q florecieron después en todas las ciudades de Europa, ya q sólo agrupaba una pequeña parte de esa comunidad; el resto de ella seguía viviendo en otros lados, mezclada con los gentiles. En 1096 se registran los primeros progroms en Maguncia, Colonia, Metz y Ratisbona.

En los valles del Moseía, del Rin y del Danubio, multitudes enardecidas de odio atacaron a las minorías judías; incendiaron sus hogares, dieron muerte a la miles de ellos y los acusaron de ser la causa de todas sus penurias, q en ese entonces eran muchas.

El progrom sistemático –dice Rebérioux- no fue obra de los ejércitos organizados de los barones, ni de las masas populares q a Pedro el Ermitaño hacia Jerusalén; tampoco fue la Iglesia la q apeló a ese método. Los autores de las masacres fueron las bandas de nobles menores formadas por algunos señores franceses y alemanes, alentados por la escoria de la población y no por el conjunto de los habitantes de las ciudades.”
En el futuro, cada vez q se organice una cruzada será precedida de estos progroms, q muchas veces fueron apoyados por personajes muy importantes y encumbrados.

En 1146, el abad Pierre de Cluny, decía: “¿Para qué irse al final del mundo con gran pérdida de hombres y dinero para combatir a los sarracenos, cuando dejamos vivir entre nosotros a otros infieles q son mil veces más culpables hacia cristo q los mahometanos?”Por esa época, precisamente, se generalizó en toda Europa una costumbre nacida en Tolón, Francia: durante la Pascua, cada cristiano debía aplicar una sonora bofetada en la cara de algún judío. A esa práctica se la llamó “bofetada pascual”. En 1215, después del Concilio de Letrán, para evitar q los judíos se mezclaran con los gentiles, en Francia se les obligó, por ley, a lucir sobre la ropa una insignia amarilla bien visible. En Alemania era obligatorio q los hombres judíos llevasen sobre la cabeza un sombrero en forma de cónica. A pesar de q el papa Clemente VI emitió una bula diciendo q la peste negra era obra del demonio y no de los judíos, q tb padecían sus dolorosas consecuencias, lo mismo fueron acusados por la muchedumbre de propagar la enfermedad. Poco a poco se les fue expulsando de la mayor parte de los países de Europa y muchos se refugiaron en Polonia. El rey Luis IX, de Francia, dijo una vez q la mejor forma de discutir con ellos era clavarles una espada en el pecho. En Inglaterra, la Carta Magna incluyó cláusulas en su contra y en 1492 fueron arrojados de España.

La expresión popular del antisemitismo desapareció casi por completo en el siglo XVI, cuando comenzaron las persecuciones contra los protestantes. Luego reapareció esporádicamente en distintas épocas hasta desvanecerse en el siglo XVIII, cuando fueron abolidas la mayor parte de las leyes discriminatorias. Pero el siglo XX iba a da, todavía, las dos máximas expresiones racistas de la historia: las leyes raciales del Tercer Reich q posibilitaron los campos de concentración y el Apartheid de Sudáfrica, q separó a la mayoría negra de la minoría blanca dominante y q aún sigue vigente, aunq menguando en sus alcances.

El norteamericano Thomas Jefferson, un hombre admirable en muchas formas, en sus Notes on the State of Virginia (1785) escribió: “los negros, bien pq sean una raza originalmente distinta o bien pq se hayan hecho distintos con el tiempo y con las circunstancias, son inferiores a los blancos en las dotes corporales y espirituales”. Aunq más tarde Jefferson cambió de opinión, esa creencia de q todos los hombres habían sido creados desiguales iba a prevalecer durante los siglos XVIII y XIX hasta convertirse en una doctrina q se llamó “racismo científico”. Los antropólogos q estudiaban el tema, se dividieron –en ese tiempo- entre monogenistas y poligenistas. Los primeros afirmaban q el origen del hombre era uno solo, q todos proveníamos de un mismo tronco y q las diferencias se debían al medio ambiente; los segundos atribuían las distinciones raciales a actos de creación separada. Uno de estos, Isaac La Peyrere, afirmaba q Adán era sólo el progenitor de los judíos, en tanto q los caldeos, los egipcios, los chinos y los mejicanos tenían un padre anterior al Adán bíblico.

Para probar, en cambio, q los negros y los caucásicos tenían una procedencia común, el médico John Hunter indicaba q los niños negros, al nacer, eran completamente blancos.

Puesto q todos los morenos nacen blancos y lo son durante un tiempo, es evidente por esto q el sol y el aire son agentes necesarios para dar a la piel su color negro”, decía. El reverendo Samuel Stanhope Smith, séptimo presidente del Princeton Collage, iba más lejos. Para él, la pigmentación de los negros era nada más q una pecosidad desmesurada q les cubría todo el cuerpo. Debida a un exceso de bilis estimulado por las “emanaciones pútridas” de los climas en los cuales vivían. Para demostrar su teoría, citaba el caso de un esclavo llamado Henry Moss, q se exhibía por todo el Norte mostrando las grandes manchas blancas q le salían en el cuerpo y q terminaron, al cabo de tres años, por dejarle la piel completamente blanca. Para el médico Benjamin Rush, la negritud era una especie de lepra benigna, de la cual Moss había experimentado una curación espontánea.

Voltaire, el filósofo francés, sostenía q el grado de civilización de los negros africanos, atrasada con respecto a Europa era consecuencia directa de su inteligencia inferior. A su vez, el científico escocés David Hume, uno de los padres del empirismo escribió en uno de sus libros: “Jamás ha habido una nación civilizada de otro color q blanca, y lo mismo no ha habido ningún individuo eminente ni en la acción ni en la especulación. Ningún artesano ingenioso hay entre ellos, ni arte ni ciencias [...] Una diferencia uniforme y tan constante no podría darse en tantos países y en tantas edades si la naturaleza no hubiera hecho una distinción original entre estas razas de hombre”.

Francois Jacob, Premio Novel y descubridor del ADN, dijo no hace mucho: “El concepto mismo de raza a perdido ya su valor operatorio”. Es cierto. Todos los seres humanos tenemos la misma cantidad de neuronas y el mismo sistema nervioso central. No hay seres inferiores o superiores; lo q existe, en todo caso, son desigualdades culturales y distintos grados de desarrollo. Pero la diferencia no supone necesariamente una jerarquía. Algunos científicos del pasado, sin embrago, alimentaron con sus teorías un racismo q se resiste a desaparecer. Linneo, el gran naturalista sueco del Iluminismo, autor del sistema de clasificación de animales y plantas q aún se usa, escribió: “El hombre blanco es ingenioso, inventivo, gobernado por las leyes. Los rojos son irascibles, conformistas y amantes de la libertad, mientras q el africano es perezoso, negligente y lo gobierna la voluntad del amo”. Esto sería repetido por Arthur de Gobineau, un conde francés q en su Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas –en cuatro tomos- afirmaba q las diferencias exteriores, como el color de la piel o el ancho de la nariz van acompañadas de diferencias igualmente grandes respecto de la inteligencia y el temperamento. Estas diferencias, decía, se transmiten hereditariamente, van con la sangre. Para él, la unión de dos razas produce vástagos q presentan disminuidas las características de unas de otras. Ahora se ha comprobado q ningún grupo humano posee un patrimonio genético constante. De todas formas, este razonamiento determinó las más terribles matanzas de la historia reciente. Los boers (holandeses de Sudáfrica) masacraron en pocas décadas a la mayor parte de la pacífica población del Congo: de 40 millones, quedaron reducidos a 8. Durante la trata de negros del siglo XVIII, de los 15 millones de negros esclavizados y vendidos por los europeos, murieron en el viaje, a bordo de los barcos negreros, más de 2 millones de seres humanos. En abril de 1915, los turcos mataron a un millón de armenios q vivían en el imperio otomano; otro millón fue dispersado por el mundo y sus propiedades confiscadas. Eran considerados inferiores. Los españoles aniquilaron sin miramiento a miles y miles de incas y aztecas. Y hasta discutían si los indios tenían alma o no. El winchester, por su parte, hizo desaparecer del mapa a los orgullosos pieles rojas del norte americano. En enero de 1771, Oubacha, el khan de tártaros, lideró una fuga masiva de su pueblo esclavizado por los rusos. En su increíble marcha hacia China, fueron perseguidos por los ejércitos de cosacos de la zarina Catalina. En el camino perdieron todo: ropas, caballos y tb la vida. De los 640 mil que partieron en enero de ese año, llegaron a la Gran Muralla, a fines de marzo, sólo 40 mil. Ya los romanos pensaban q los tártaros eran un pueblo inferior, una raza de esclavos. Como decía Eistein: “Resulta más fácil desintegrar un átomo q un prejuicio”.

Edward Long, en un libro titulado History of Jamaica, publicado en 1774, afirmaba q los europeos y los negros pertenecían a especies diferentes, tesis q fue sostenida por muchos antropólogos de ese tiempo y por distinguidas personalidades de la ciencia norteamericana. Ese argumento sirvió para defender la esclavitud. A principios del siglo XIX, la llamada Escuela Americana de Antropología –de gran prestigio fundada por Samuel George Morton- sostuvo, por boca del profesor Charles White, q en la gran cadena de los seres el lugar q ocupan los negros estaba más próximo al de los monos q al de los blancos. Y afirmaba q los negros tenían el cerebro más pequeño, y los órganos sexuales más grandes, olían a mono y eran insensibles al dolor. Para una especie tan inferior, la esclavitud era la forma de vida más humana. Todas las leyes raciales y segregacionistas se basaron en estos argumentos “científicos”, q justificaban –de algún modo- el sojuzgamiento y a la aniquilación de millones de seres humanos. Con ellos, el racismo sacó patente de asesino.



Abel González

Informe: Rodolfo Pionera y Alejandro Waksman


 
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