JAPMJ
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¿Alguno sabe quien es?
Creo que debemos de explicarle algo, despues de leer lo que publica:
Pedro Narváez
Algunas radios alemanas ¬ y no sé si de otros países¬ han anunciado que hasta que no se sepa qué dicta la justicia sobre las acusaciones de abusos a menores no pondrán más discos de Michael Jackson, uno de los más grandes genios de la historia del pop, ese bistec poco hecho en el plato de «El almuerzo desnudo». La música ya no es de Jackson, que puede que sea un pervertido que jugaba a los médicos cuando él era el peor paciente. La música es un punto en un cuadro cotidiano, un kit kat de tres minutos en una realidad de ruido que lo mismo sale Rafael Farina que los Beatles, que un neón parpadeante en la ventana de un hotel. Las radios obvian que «Thriller» ya no es de Michael Jackson, como «Lili Marleen» no es sólo la Dietrich, y que al oír a Wagner, como en el chiste de Woody Allen, no le entran a uno ganas de invadir Polonia. Dice el cantaor Enrique Morente que una de las cosas que más le asombran de la música es su capacidad para hincarle un puñal cuando menos se lo espera, de repente suena una canción y le ha rajado en una esquina hasta que el ánimo se desangra. Los flamencos saben mucho de Michael Jackson, tan falso, ves, y tan auténtico que en las canciones no se le ven las costuras.
Su música tiene un final feliz. No tendrá tanta suerte la vida del cantante, tal vez un lobo que se come a los niños con caperuza, porque en su sombra se refleja ya la soga del ahorcado, no la del pueblo que saca a pasear al vampiro de Düsseldorf, sino la suya propia, la que se veía en el trasluz de Marilyn, de Kurt Cobain, de Elvis Presley. A ciertas estrellas les pasa lo que al anuncio de las patatas, que cuando hacen pop ya no hay stop. Con o sin dientes, más allá de la baba que el mundo imagina resbalando ante la cara de un niño, a punto del zarpazo, el ogro, o el dibu, está acabado, y cuando se dé cuenta ¬ese instante helado en el que todos ven lo que hay en la punta de sus tenedores, que escribió Burroughs¬ tomará la justicia por su mano y se arrojará, como tantos ídolos caídos, esta vez para siempre, a los brazos del país de nunca jamás donde, ahora sí, todo es negro.
Creo que debemos de explicarle algo, despues de leer lo que publica:
Pedro Narváez
Algunas radios alemanas ¬ y no sé si de otros países¬ han anunciado que hasta que no se sepa qué dicta la justicia sobre las acusaciones de abusos a menores no pondrán más discos de Michael Jackson, uno de los más grandes genios de la historia del pop, ese bistec poco hecho en el plato de «El almuerzo desnudo». La música ya no es de Jackson, que puede que sea un pervertido que jugaba a los médicos cuando él era el peor paciente. La música es un punto en un cuadro cotidiano, un kit kat de tres minutos en una realidad de ruido que lo mismo sale Rafael Farina que los Beatles, que un neón parpadeante en la ventana de un hotel. Las radios obvian que «Thriller» ya no es de Michael Jackson, como «Lili Marleen» no es sólo la Dietrich, y que al oír a Wagner, como en el chiste de Woody Allen, no le entran a uno ganas de invadir Polonia. Dice el cantaor Enrique Morente que una de las cosas que más le asombran de la música es su capacidad para hincarle un puñal cuando menos se lo espera, de repente suena una canción y le ha rajado en una esquina hasta que el ánimo se desangra. Los flamencos saben mucho de Michael Jackson, tan falso, ves, y tan auténtico que en las canciones no se le ven las costuras.
Su música tiene un final feliz. No tendrá tanta suerte la vida del cantante, tal vez un lobo que se come a los niños con caperuza, porque en su sombra se refleja ya la soga del ahorcado, no la del pueblo que saca a pasear al vampiro de Düsseldorf, sino la suya propia, la que se veía en el trasluz de Marilyn, de Kurt Cobain, de Elvis Presley. A ciertas estrellas les pasa lo que al anuncio de las patatas, que cuando hacen pop ya no hay stop. Con o sin dientes, más allá de la baba que el mundo imagina resbalando ante la cara de un niño, a punto del zarpazo, el ogro, o el dibu, está acabado, y cuando se dé cuenta ¬ese instante helado en el que todos ven lo que hay en la punta de sus tenedores, que escribió Burroughs¬ tomará la justicia por su mano y se arrojará, como tantos ídolos caídos, esta vez para siempre, a los brazos del país de nunca jamás donde, ahora sí, todo es negro.