La noche que no entrevisté a Michael Jackson
por Diego Manrique
Imagina: tienes la oportunidad de verte con el autor de Thriller cuando está en la cumbre. Muy en tu línea de llevar la contraria, eliges encontrarte con el hombre que le lanzó: Berry Gordy, Jr. Exacto, el muy legendario fundador del sello Motown.
Todo partió de Jesús Pozo, de RCA. Un tipo más veloz que las gacelas, que llevaba en España el catálogo Motown. A él se debe que Stevie Wonder se prestara al famoso spot de la DGT en 1985: “Si bebes, no conduzcas”. Tenía mano para los artistas negros, a pesar de lo chocante que les resultaba su nombre: en su cultura, llamarse “Jesús” suena blasfemo.
Hacia 1984, Jesús atendió a Rockwell en su visita a España. El chaval promocionaba Somebody’s watching you, una historia de paranoia que contaba en el estribillo con la participación vocal de un amigo de la infancia, un tal Michael Jackson. Habían crecido juntos: Rockwell era el apodo artístico de Kennedy William Gordy, hijo número seis de Berry Gordy, el constructor del Imperio Motown. Y no sé lo que haría Pozo pero Rockwell se quedó encantado: “Pídeme lo que quieras, Jesús. Aunque sea una entrevista con Michael, yo lo consigo”.
Ah, las lenguas desatadas por la euforia. Jesús le tomó la palabra. Y me llamó rápidamente. Andaba yo por California. Por entonces, los periodistas no cruzábamos el Atlántico así como así. Ibas a EE UU cuando habías enlazado cuatro, cinco entrevistas o reportajes. A veces, eso te obligaba a quedarte una o dos semanas, con días libres.
Perfecto: residía en Los Ángeles mi amigo, el dibujante Montxo Algora, que hacía de cicerone con su moto; yo le llevaba a conciertos a los que, seguramente, nunca hubiera acudido por voluntad propia:Etta James en un restaurante, el Neil Young más country ¡con Johnny Paycheck de telonero!
Cuando telefoneó Jesús, tardé pocos segundos en decidirme. Había leído (intentos de) entrevistas con Michael Jackson: no daba juego. Asustadizo, evasivo, enigmático… a los pobres plumillas hasta les costaba espigar un titular. Así que lancé un envite: “Dile a Rockwell que a quien REALMENTE quiero entrevistar es a su padre”.
Ahí estuvo a un pelo de producirse un cortocircuito. Jesús me trasladó la negativa: desde hacía años, Berry Gordy no daba entrevistas. “Y le requieren de los medios más importantes de EE UU”. Insiste, insiste. La siguiente en telefonear fue la secretaria de Gordy: “¿Sabe usted lo que está pidiendo?”. Sí, claro.
Me citó al día siguiente en las oficinas de Motown. Todo lucía nuevo e impecable. Solté mi sospecha: “Mr. Gordy no viene mucho por aquí, ¿verdad?”. Efectivamente, “es un hombre muy ocupado.” Su oferta: “Llamamos ahora a su casa y le grabamos la entrevista”. No vale, expliqué: “Para hacerlo por teléfono, no hubiera sido necesario que yo me desplazara a EE UU”. Coló finalmente.
Atardecía cuando la secretaria se presentó con un precioso Corvette y me recogía en el hotel. Íbamos hacía las colinas de Bel Air, distrito de los ricachones. Cuanto más alto, más caro, por lo que entendí: ella se deleitaba en señalar que Gordy vivía por encima de Liz Taylor o Julio Iglesias. Cuando llegamos a su mansión, aluciné. Con la primera obscuridad, parecía la fantasía alpina de un arquitecto que hubiera materializado –¡a lo grande!- la casita de chocolate de Hansel y Gretel.
Pasamos a un salón: esperaba allí un equipo de vídeo. “Como es tan raro que Mr. Gordy hable con la prensa, queremos conservar un testimonio de la entrevista”. Me fueron presentando a más gente: por si había problemas de idioma, convocaron a varios empleados latinos. Llegaron hijos, incluyendo al propio Rockwell. Cuando entró el dueño de la casa, me estrujó la mano y gruñó: “Le advierto que esto lo hago para que mi hijo no falte a su palabra”. El aludido se encogió, intentando hacerse invisible.
Fue una de las entrevistas más incómodas que recuerdo. Ya es bastante duro hacer tu trabajo de interrogador ante 15 personas. Y ni modo de preguntarle por las leyendas de sus años oscuros, cuando le sitúan como gánster y/o proxeneta en los bajos fondos de Detroit. Pero lo peor fue comprobar que Berry Gordy no estaba dispuesto a compartir sus secretos como genio del show business. Sus respuestas resultaron tan previsibles como anodinas. Lo más políticamente incorrecto fue explicitar su antipatía por el hip-hop: todavía no era consciente del manantial de dinero fácil que supondría, por los sampleos de grabaciones.
¿Y bien? Totalmente cierto: me equivoqué al elegir. Cuando Michael Jackson murió en 2009, me llamaron de las televisiones: pagaban por ir al estudio para hablar del difunto, cantidades respetables si encima le habías conocido. Respondí: “No le traté, pero sí entrevisté al hombre que le hizo famoso”. Se rieron, eso no interesaba. Ah, sí: la carrera pop de Rockwell no prosperó. Pero uno de sus hermanastros es hoy una estrella: se trata de Redfoo, el de la pelambrera leonina del dúo LMFAO. Berry Gordy tiene ahora 84 años y está como un roble.