Entre finales del siglo XVII y la primera mitad del XIX varios investigadores italianos desarrollaron métodos para la conservación de los cuerpos como la petrificación, que confería a los tejidos la dureza de la piedra. Algunos de los procedimientos que usaron siguen siendo un misterio.
. Pero, gracias al pensamiento renacentista que había primado en siglos anteriores también hubo grandes avances científicos, tantos que este período es conocido como “la era científica”. Al racionalismo le surgió un firme competidor: la experimentación. Ello desencadenó el desarrollo del pensamiento moderno.
Grandes figuras como Copérnico, Galileo, Newton o Descartes enriquecieron esta época con su intelecto. Sin embargo, a pesar del progreso, el prestigio de los médicos estaba muy deteriorado.
Por eso, aunque en el entorno universitario se había impuesto la idea de que el aprendizaje de la anatomía humana estaba ligado a la prueba directa con cadáveres y a la conservación de los cuerpos, muchos anatomistas se vieron obligados a actuar fuera del ambiente académico oficial. Estos investigadores tuvieron que experimentar en secreto, lo que dio origen a macabras leyendas. Justamente en este marco surgieron los petrificadores de cadáveres, que sembraron la discordia a golpe de bisturí.
LA ENCARNACIÓN DE MEDUSA
El primer petrificador famoso fue Girolamo Segato (1792-1836), cartógrafo, químico, viajero, explorador incansable, naturista y uno de los espíritus más eclécticos de su época. Tras una larga estancia en Egipto, Segato se interesó por el proceso de momificación e intentó desarrollar una técnica propia que permitiera conservar los cuerpos intactos después de la muerte. Después de haberse ejercitado con insectos y pequeños animales, probó con tejidos humanos. Transformó fragmentos de cuerpos en piedra, como si estuviese poseído por la monstruosa Medusa de la mitología griega.
Su peculiar obra perdura en el Museo del Departamento de Anatomía y Medicina Legal de la Universidad de Florencia, pero se desconoce el método que utilizaba. Sobre su lápida se lee: “Aquí yace descompuesto Girolamo Segato de Belluno, que estaría petrificado si su arte no hubiera perecido con él”. Se cree que Segato fue continuador de los experimentos de Giovanni Battista Negroni, un singular conde que ocupó el castillo de Monte Rubiaglio entre finales del siglo XVI y la primera mitad del XVII.
La paz y la buena economía estaban aseguradas en este municipio de la región de Umbria, por lo que el conde Negroni pudo dar rienda suelta a su pasión por las ciencias ocultas. Magia, nigromancia, cábala, alquimia... Todas estas disciplinas, junto con otras, fueron dignas de contemplación en el laboratorio que el conde hizo construir en su castillo. De las numerosas obras que supuestamente brotaron de sus estudios no ha sobrevivido ninguna, aunque quedan algunas pistas que han permitido intuir el curso de sus disertaciones, y alguna señala precisamente la petrificación de cadáveres.
EMBALSAMADORES DECIMONÓNICOS
En un período decisivo para el futuro de Italia, caracterizado por un intenso fervor por los misterios de la vida, Paolo Gorini (1813-1881) desarrolló una generosa actividad de investigación y divulgación científica. Vivió consagrado al estudio de la descomposición de la materia orgánica y fue autor de petrificaciones ilustres como la del patriota y conspirador italiano Giuseppe Mazzini y la del escritor Giuseppe Rovani.
No en balde es considerado el máximo exponente de la ciencia de petrificar cadáveres.
Desde muy joven Gorini fue educado en el estudio constante de las más importantes ramas del saber. Pronto se descubrió como un joven curioso, muy inteligente y sumamente excéntrico, particularidad que se manifestó en todo su esplendor principalmente en su actividad científica. Un ejemplo de ello es que sostuvo ser capaz de reproducir el proceso de formación de las montañas a escala en un laboratorio. Estas extravagantes ideas le costaron el sobrenombre de “científico loco”, apelativo que se vio alimentado gracias a la leyenda negra que rodeaba las actividades que realizaba en su laboratorio. Trabajaba en un ambiente de constante penumbra, rodeado de crisoles que ponían en peligro su seguridad cuando explotaban sus experimentos, que liberaban pestilentes olores, sustancias de dudosa composición, ingredientes de su alquimia secreta y trozos de cadáveres.
Pronto corrió la voz de que quien llamara a la puerta de su laboratorio corría el riesgo de ser recibido por una de sus momias.:miedo::miedo: Aunque su notoriedad como personaje estrambótico no hacía más que aumentar día a día, llamó la atención de importantes exponentes de la nobleza lombarda, de la política, la ciencia y del arte de aquella época. No sucedió lo mismo con las autoridades eclesiásticas, que censuraban y denigraban todo su trabajo, lo cual no importaba demasiado a Gorini, ya que se declaraba profundamente escéptico y firmemente asentado en la posición más extrema del ateísmo.

Tampoco contribuyó a su popularidad entre los responsables religiosos el hecho de que se le adjudicaran frecuentes contactos con la masonería. Es cierto que no existen documentos que avalen esta relación, pero todo apunta a su veracidad, debido a que su propia tumba está adornada con símbolos masónicos.
El médico y naturista Efisio Marini (1835-1900) fue otro de los continuadores de la saga de los conservadores de cadáveres, pese a que no se le puede considerar un petrificador. Aunque su figura ha trascendido menos, su método resultó ser más depurado que el de todos sus antecesores.
Cuando maduró la idea de un proceso inverso que pudiera burlar la fatal degradación de las sustancias orgánicas, solo tardó cinco años en elaborar un método que, sin cortes ni inyecciones, permitía la perfecta conservación de los cuerpos inertes.
El resultado superaba con creces todos los conocidos hasta el momento, ya que los cadáveres mantenían por completo la elasticidad de los músculos y de los tejidos. Pese a su descubrimiento, nunca obtuvo su deseada cátedra universitaria, entre otras cosas porque se negó a revelar en qué consistía su técnica secreta.
LA CLAVE : SILICATO DE POTASIO
El último petrificador fue Francesco Spirito (1885–1962), rector de la Universidad de Siena. Spirito fue el único que dio conferencias y publicó varios artículos donde describía los métodos que había empleado. En 1951, durante un congreso científico celebrado en el Museo de Historia Natural de Siena, más conocido como Academia de los Fisiocráticos, desveló todos los detalles de su técnica, perfeccionada tras doce años de trabajo y experimentación. Sostuvo que la clave de la conservación era una solución de silicato de potasio gracias a la cual “la masa asume un aspecto y una consistencia lapídea que, con la evaporación, se convierte en una masa vidriosa transparente”.
Durante el proceso, el petrificador sujetaba la pieza con alambres estratégicamente situados, pero, cuando los restos eran de mayor tamaño, el éxito de la operación dependía de las inyecciones de silicato. Para ello, Spirito construyó “agujas de distintos calibres y longitudes” que introducía al cadáver a través la cintura. Así conseguía que las piezas petrificadas conservasen en el tiempo su forma y su volumen casi inalterados con una consistencia perfectamente lapídea.
