Hago mías las palabras de mi hermano en el post recientemente publicado en su blog:
http://www.5impulsos.blogspot.com/
Soy catalán, ni más ni menos.
Dedicado a Portarosa, mucho más que un compañero o amigo: un hermano de almas y sensibilidades. Espero no decepcionarte.
Queridos amigos: como muchos sabéis, yo, Rythmduel, soy catalán. Esta afirmación, que en otro momento y en diferentes circunstancias tendría un valor neutro e informativo, cobra en estos tiempos un significado polémico, mordaz, sospechoso, despectivo, reivindicativo, triunfal, irónico o infamante. Todo es posible y todo vale en este mejunje político-informativo de despropósitos en el que estamos inmersos. Las desmesuras de éstos y aquéllos, las medias verdades, la historia reescrita, el fascismo recalcitrante, el nacionalismo de barretina y butifarra, la burricie mesetaria y la continua guerra sucia en los medios nos han traído la confusión, el enfrentamiento, el insulto y, sobre todo, la ignorancia más supina.
Desde este modesto lugar quisiera reivindicar el ejercicio de aquello que tradicionalmente nos ha distinguido a los catalanes: me refiero al seny, a esa particular profesión del sentido común compuesta de moderación, visión práctica, inteligencia vital e ironía frente a los absolutismos. Ese mismo seny que permitió la defensa y conservación de nuestra cultura e identidad sin recurrir a la sangre generalizada, al acoso personal y familiar o a la persecución del disidente. Este seny que ahora parece naufragar en un mar revuelto, turbio, enfermo de contaminación.
Nací en Barcelona el año 1964 en el seno de una familia de clase media que se afianzó y creció a base de amor, sacrificio y letras de cambio. Una familia como tantas otras, que fue descubriendo y conquistando una realidad muy diferente a la oficial. Las primeras palabras que escucharon mis oídos se pronunciaron en catalán, y así fue durante largo tiempo. Mis padres y el resto de mi familia, mis vecinos y mis primeros amigos hablaban catalán. En lo que a mi pequeño círculo respecta, nadie nos persiguió, nunca, por hacerlo en nuestra vida diaria. Nadie nos hizo callar, ni nos apartó, ni nos pegó por ello. La lucha de los catalanes fue, en aquellos tiempos, la misma lucha que emprendió el resto de españoles: la búsqueda de la democracia, de la libertad y, con ello, la recuperación de la verdad y memoria históricas. También de la justicia social. Nuestra cultura subsistió pese a la represión y las restricciones. Leíamos y amábamos en la intimidad a Espriu, a Verdaguer, a Salvat-Papasseit, a Brossa, de la misma forma que leíamos y amábamos a Cevantes, a Machado, a Cela, a Juan Ramón Jiménez... Pasábamos de la lengua catalana a la española con naturalidad y orgullo, porque aquello significaba riqueza y apertura. Cierto es que la "cultura oficial catalana" no podía salir del reducto familiar o clandestino, pero también lo es que hablábamos nuestra lengua en la calle, en la escuela, en los comercios y en el transporte público sin más límite que el de la cortesía y el de la -buena- educación.
Durante aquellos años fueron llegando a Cataluña cientos de miles de inmigrantes. No eran sudamericanos ni marroquíes ni procedían de países del Este como ahora. Provenían del resto de España, hermanos nuestros menos afortunados en busca del pan y la sal, que labraron su futuro en Cataluña con coraje y sacrificio, que hicieron suya esta tierra y se la entregaron a sus hijos, tan catalanes ellos como yo, tan charnegos en mi casa como yo en la suya. Murcianos, andaluces, extremeños, gallegos, asturianos... todos crecimos juntos: fuimos compañeros de pupitre, de juerga y de aficiones. Fuimos también amigos y nos enamoramos. ¿Éramos españoles? Sí. ¿Éramos catalanes? Sí. Pero estábamos por muy encima de todo eso. No usábamos nuestros orígenes como arma arrojadiza. Pretendíamos, ante todo, ser libres y afirmar nuestra libertad en voz alta, proclamar nuestras ideas sin violencia y respetar a los que discrepaban. Queríamos, como todo ser humano, crecer y perdurar: estudiar, trabajar dignamente, formar una familia o desarrollar una vocación.
Conseguimos nuestra libertad. Y fuimos todavía más: no sólo catalanes, no sólo españoles. Europeos. Ciudadanos del mundo. El todo y las partes. Diferentes en la corteza y muy similares en el núcleo. Porque lo esencial no radica en pertenecer a tal vecindario, pueblo, ciudad, comunidad, nacionalidad o nación. Lo verdaderamente importante reside en nuestra capacidad de construir juntos una realidad que supere nuestras limitaciones personales y sociales; una realidad fabricada, eso sí, con lenguas, ropajes y costumbres dispares pero complementarias, con culturas que enriquezcan y no dividan, con sueños que discurran paralelos, con vidas que puedan tejer el hermoso entramado de nuestro país.
Sin embargo, poco a poco, ese proyecto común nacido de la Constitución, preñado de esperanzas y solidaridades, se ha ido diluyendo en un pozo de egoísmos y comportamientos absurdos, cuando no catetos. Se trata de excluir al otro, a toda costa, para afirmarse uno mismo. Así, se equivoca quien se empeña en negar que España se compone de pueblos distintos con sus propias tradiciones, lenguas y culturas. Quien desprecia ese sentimiento diferencial en aras de un pretendido pensamiento único, de una verdad absoluta, irrefutable y monocorde, de una preeminencia del todo sobre las partes. Pero también yerra de forma estrepitosa el que defiende que su terruño es su única patria verdadera, el que considera extranjero a su vecino de puerta, el que niega su origen indudablemente mestizo y cree en la pureza de la raza; el que, en fin, renuncia a compartir su destino con aquellos que antaño contribuyeron a su actual fortuna.
Unos y otros, ¡han olvidado tantas cosas!. Unos y otros, obcecados en reinventar su historia, construyen realidades aberrantes y reivindican barbaridades. Y la convivencia se degrada al tiempo que el seny va difuminándose en la nada. ¿Dónde está mi Cataluña, dónde mi España, mis patrias soñadas y vividas, mis patrias manoseadas y traicionadas, ambas indisolublemente unidas en mi piel y en mi alma?
Salu2
http://www.5impulsos.blogspot.com/
Soy catalán, ni más ni menos.
Dedicado a Portarosa, mucho más que un compañero o amigo: un hermano de almas y sensibilidades. Espero no decepcionarte.
Queridos amigos: como muchos sabéis, yo, Rythmduel, soy catalán. Esta afirmación, que en otro momento y en diferentes circunstancias tendría un valor neutro e informativo, cobra en estos tiempos un significado polémico, mordaz, sospechoso, despectivo, reivindicativo, triunfal, irónico o infamante. Todo es posible y todo vale en este mejunje político-informativo de despropósitos en el que estamos inmersos. Las desmesuras de éstos y aquéllos, las medias verdades, la historia reescrita, el fascismo recalcitrante, el nacionalismo de barretina y butifarra, la burricie mesetaria y la continua guerra sucia en los medios nos han traído la confusión, el enfrentamiento, el insulto y, sobre todo, la ignorancia más supina.
Desde este modesto lugar quisiera reivindicar el ejercicio de aquello que tradicionalmente nos ha distinguido a los catalanes: me refiero al seny, a esa particular profesión del sentido común compuesta de moderación, visión práctica, inteligencia vital e ironía frente a los absolutismos. Ese mismo seny que permitió la defensa y conservación de nuestra cultura e identidad sin recurrir a la sangre generalizada, al acoso personal y familiar o a la persecución del disidente. Este seny que ahora parece naufragar en un mar revuelto, turbio, enfermo de contaminación.
Nací en Barcelona el año 1964 en el seno de una familia de clase media que se afianzó y creció a base de amor, sacrificio y letras de cambio. Una familia como tantas otras, que fue descubriendo y conquistando una realidad muy diferente a la oficial. Las primeras palabras que escucharon mis oídos se pronunciaron en catalán, y así fue durante largo tiempo. Mis padres y el resto de mi familia, mis vecinos y mis primeros amigos hablaban catalán. En lo que a mi pequeño círculo respecta, nadie nos persiguió, nunca, por hacerlo en nuestra vida diaria. Nadie nos hizo callar, ni nos apartó, ni nos pegó por ello. La lucha de los catalanes fue, en aquellos tiempos, la misma lucha que emprendió el resto de españoles: la búsqueda de la democracia, de la libertad y, con ello, la recuperación de la verdad y memoria históricas. También de la justicia social. Nuestra cultura subsistió pese a la represión y las restricciones. Leíamos y amábamos en la intimidad a Espriu, a Verdaguer, a Salvat-Papasseit, a Brossa, de la misma forma que leíamos y amábamos a Cevantes, a Machado, a Cela, a Juan Ramón Jiménez... Pasábamos de la lengua catalana a la española con naturalidad y orgullo, porque aquello significaba riqueza y apertura. Cierto es que la "cultura oficial catalana" no podía salir del reducto familiar o clandestino, pero también lo es que hablábamos nuestra lengua en la calle, en la escuela, en los comercios y en el transporte público sin más límite que el de la cortesía y el de la -buena- educación.
Durante aquellos años fueron llegando a Cataluña cientos de miles de inmigrantes. No eran sudamericanos ni marroquíes ni procedían de países del Este como ahora. Provenían del resto de España, hermanos nuestros menos afortunados en busca del pan y la sal, que labraron su futuro en Cataluña con coraje y sacrificio, que hicieron suya esta tierra y se la entregaron a sus hijos, tan catalanes ellos como yo, tan charnegos en mi casa como yo en la suya. Murcianos, andaluces, extremeños, gallegos, asturianos... todos crecimos juntos: fuimos compañeros de pupitre, de juerga y de aficiones. Fuimos también amigos y nos enamoramos. ¿Éramos españoles? Sí. ¿Éramos catalanes? Sí. Pero estábamos por muy encima de todo eso. No usábamos nuestros orígenes como arma arrojadiza. Pretendíamos, ante todo, ser libres y afirmar nuestra libertad en voz alta, proclamar nuestras ideas sin violencia y respetar a los que discrepaban. Queríamos, como todo ser humano, crecer y perdurar: estudiar, trabajar dignamente, formar una familia o desarrollar una vocación.
Conseguimos nuestra libertad. Y fuimos todavía más: no sólo catalanes, no sólo españoles. Europeos. Ciudadanos del mundo. El todo y las partes. Diferentes en la corteza y muy similares en el núcleo. Porque lo esencial no radica en pertenecer a tal vecindario, pueblo, ciudad, comunidad, nacionalidad o nación. Lo verdaderamente importante reside en nuestra capacidad de construir juntos una realidad que supere nuestras limitaciones personales y sociales; una realidad fabricada, eso sí, con lenguas, ropajes y costumbres dispares pero complementarias, con culturas que enriquezcan y no dividan, con sueños que discurran paralelos, con vidas que puedan tejer el hermoso entramado de nuestro país.
Sin embargo, poco a poco, ese proyecto común nacido de la Constitución, preñado de esperanzas y solidaridades, se ha ido diluyendo en un pozo de egoísmos y comportamientos absurdos, cuando no catetos. Se trata de excluir al otro, a toda costa, para afirmarse uno mismo. Así, se equivoca quien se empeña en negar que España se compone de pueblos distintos con sus propias tradiciones, lenguas y culturas. Quien desprecia ese sentimiento diferencial en aras de un pretendido pensamiento único, de una verdad absoluta, irrefutable y monocorde, de una preeminencia del todo sobre las partes. Pero también yerra de forma estrepitosa el que defiende que su terruño es su única patria verdadera, el que considera extranjero a su vecino de puerta, el que niega su origen indudablemente mestizo y cree en la pureza de la raza; el que, en fin, renuncia a compartir su destino con aquellos que antaño contribuyeron a su actual fortuna.
Unos y otros, ¡han olvidado tantas cosas!. Unos y otros, obcecados en reinventar su historia, construyen realidades aberrantes y reivindican barbaridades. Y la convivencia se degrada al tiempo que el seny va difuminándose en la nada. ¿Dónde está mi Cataluña, dónde mi España, mis patrias soñadas y vividas, mis patrias manoseadas y traicionadas, ambas indisolublemente unidas en mi piel y en mi alma?
Salu2