Hola
Hay muchas cosas que me apasionan, y la verdad es que de esas muchas, también muchas son cosas pequeñas, no ya de tamaño, que también, sino cosas que igual por lo grandes o evidentes, mucha gente no les presta atención. Y es un entusiasmo auténtico; no estoy de acuerdo con la acumulación de conocimientos porque sí, sino porque esos conocimientos sean prácticos y realmente puedan aportar algo bueno. No valoro tanto los conocimientos como la sabiduría.
No puedo decir con palabras hasta qué punto tengo un amor inmenso por todo el mundo sin excepción -o me esfuerzo en tenerlo, y me regaño a mí mismo cuando no lo tengo- y ahora después de despertarme de una siesta maravillosa, he puesto la tele y me he encontrado con una de esas causas que hubo en mi infancia para despertar ese amor y esa compasión y cuya consecuencia ahora es que sea inmensamente feliz por poder hacer cualquier cosilla medianamente útil por quien lo necesite, aunque sea sacarle una sonrisa. Cuanto más grandiosamente valioso puede llegar a ser aportar algo más que sacar sonrisas o no apagar las que ya están ahí. Una sonrisa puede surgir fácilmente pero acaba desapareciendo, igual que desaparecen todas las cosas que no son auténtica felicidad, ya sea dentro de un rato, o cuando nos morimos.
El amor y la compasión por los demás me acerca a zancadas enormes a la felicidad auténtica, que depende sin excusas de hacer todo lo posible por la felicidad de los demás. Si me compro un coche alucinante, vivo en un palacio, me rodeo de gente de buena fama o tengo a mano siempre todo lo que más me gusta, eso es maravilloso, pero acaba desapareciendo, todo se pierde... ¿Pero os habéis fijado en lo que pasa cuando ayudáis a alguien que lo está pasando mal? Un amigo que está pasando un mal rato, o una persona a punto de morir de pobreza, da igual: Entonces no necesitas nada; eres feliz, maravillosamente feliz sabiendo que esa persona está mejor. Eso es lo importante, y en ese momento no importa el hecho de que "he sido yo" quien le ha ayudado. Todos habéis vivido algún momento así alguna vez, estoy seguro, así que muchas veces me sorprende que sigamos buscando sólo esas pequeñas felicidades temporales en lugar de alegrarnos por una felicidad auténtica, definitiva, automática y además más barata!
Por eso me intereso tanto en conocer a los demás, incluido el ser humano en general intentándolo ver de manera más o menos imparcial, más o menos objetiva, considerando a la Humanidad algo grandioso pero acompañado de muchas otras cosas grandiosas. Uno de mis grandes maestros en ese sentido fue -y a esto me refiero cuando hablo de esa causa, esa semilla en mi infancia- el científico Carl Sagan, y sobre todo su serie de documentales, Cosmos, de 1980, y que hace poco salió como edición especial en DVD. Creo que también se ha reeditado el libro hace no mucho.
De niño teníamos el libro, que todavía sigue por allí en casa de mis padres, y el documental me enseñó a valorar inmensamente a la humanidad a través de los ojos de la ciencia de Carl Sagan, la exobiología, también llamada xenobiología o astrobiología: El estudio de la vida en el cosmos en general, y la historia de la humanidad vista desde un punto de vista neutro, como una forma de vida más en el universo. Creo que fue en parte gracias a él mi afición, casi necesidad, de simplemente salir a la calle a pasear y cruzarme con la gente, mirar a los demás, gustarme si me da el sol, gustarme si me llueve, valorar tanto una gran ciudad como un pueblecito, cruzarme con la gente, mirar los perros, los pájaros, el viento, las cosas que van y vienen por el mundo y lo hacen ser como es, o como no es...
Me dió mucha pena cuando Carl Sagan murió en 1996 por una enfermedad rara en los huesos, pero para mí, ver Cosmos sigue siendo casi 30 años después un motivo de alegría, de agradecimiento, y por qué no decirlo, de amor por ese hombre de mirada cariñosa, con su flequillo y su chaqueta de pana marrón.
Gracias, señor Sagan. Voy a dar un paseo
Hay muchas cosas que me apasionan, y la verdad es que de esas muchas, también muchas son cosas pequeñas, no ya de tamaño, que también, sino cosas que igual por lo grandes o evidentes, mucha gente no les presta atención. Y es un entusiasmo auténtico; no estoy de acuerdo con la acumulación de conocimientos porque sí, sino porque esos conocimientos sean prácticos y realmente puedan aportar algo bueno. No valoro tanto los conocimientos como la sabiduría.
No puedo decir con palabras hasta qué punto tengo un amor inmenso por todo el mundo sin excepción -o me esfuerzo en tenerlo, y me regaño a mí mismo cuando no lo tengo- y ahora después de despertarme de una siesta maravillosa, he puesto la tele y me he encontrado con una de esas causas que hubo en mi infancia para despertar ese amor y esa compasión y cuya consecuencia ahora es que sea inmensamente feliz por poder hacer cualquier cosilla medianamente útil por quien lo necesite, aunque sea sacarle una sonrisa. Cuanto más grandiosamente valioso puede llegar a ser aportar algo más que sacar sonrisas o no apagar las que ya están ahí. Una sonrisa puede surgir fácilmente pero acaba desapareciendo, igual que desaparecen todas las cosas que no son auténtica felicidad, ya sea dentro de un rato, o cuando nos morimos.
El amor y la compasión por los demás me acerca a zancadas enormes a la felicidad auténtica, que depende sin excusas de hacer todo lo posible por la felicidad de los demás. Si me compro un coche alucinante, vivo en un palacio, me rodeo de gente de buena fama o tengo a mano siempre todo lo que más me gusta, eso es maravilloso, pero acaba desapareciendo, todo se pierde... ¿Pero os habéis fijado en lo que pasa cuando ayudáis a alguien que lo está pasando mal? Un amigo que está pasando un mal rato, o una persona a punto de morir de pobreza, da igual: Entonces no necesitas nada; eres feliz, maravillosamente feliz sabiendo que esa persona está mejor. Eso es lo importante, y en ese momento no importa el hecho de que "he sido yo" quien le ha ayudado. Todos habéis vivido algún momento así alguna vez, estoy seguro, así que muchas veces me sorprende que sigamos buscando sólo esas pequeñas felicidades temporales en lugar de alegrarnos por una felicidad auténtica, definitiva, automática y además más barata!
Por eso me intereso tanto en conocer a los demás, incluido el ser humano en general intentándolo ver de manera más o menos imparcial, más o menos objetiva, considerando a la Humanidad algo grandioso pero acompañado de muchas otras cosas grandiosas. Uno de mis grandes maestros en ese sentido fue -y a esto me refiero cuando hablo de esa causa, esa semilla en mi infancia- el científico Carl Sagan, y sobre todo su serie de documentales, Cosmos, de 1980, y que hace poco salió como edición especial en DVD. Creo que también se ha reeditado el libro hace no mucho.
De niño teníamos el libro, que todavía sigue por allí en casa de mis padres, y el documental me enseñó a valorar inmensamente a la humanidad a través de los ojos de la ciencia de Carl Sagan, la exobiología, también llamada xenobiología o astrobiología: El estudio de la vida en el cosmos en general, y la historia de la humanidad vista desde un punto de vista neutro, como una forma de vida más en el universo. Creo que fue en parte gracias a él mi afición, casi necesidad, de simplemente salir a la calle a pasear y cruzarme con la gente, mirar a los demás, gustarme si me da el sol, gustarme si me llueve, valorar tanto una gran ciudad como un pueblecito, cruzarme con la gente, mirar los perros, los pájaros, el viento, las cosas que van y vienen por el mundo y lo hacen ser como es, o como no es...
Me dió mucha pena cuando Carl Sagan murió en 1996 por una enfermedad rara en los huesos, pero para mí, ver Cosmos sigue siendo casi 30 años después un motivo de alegría, de agradecimiento, y por qué no decirlo, de amor por ese hombre de mirada cariñosa, con su flequillo y su chaqueta de pana marrón.
Gracias, señor Sagan. Voy a dar un paseo
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