Hace unas semanas, revelé que, por cuestiones de agenda, personalmente me hallaba privado de tiempo para emitir una opinión razonada y reflexiva acerca de la cuestión sobre la que inicié este post. Creo llegado el momento de hacer honor a mi palabra, y cumplir con la promesa vertida a todos vosotros.
Así, establecería una serie de líneas divisorias en la trayectoria musical de Michael Jackson, englobando en la misma su andadura como integrante del grupo musical del que provino en origen, pues siempre he asimilado dicha etapa con la protagonizada en solitario, inicialmente de manera simultánea y, acto seguido, en exclusiva y a tiempo completo, al haber supuesto, no en vano, sino la voz solista principal y, por ende, conferir la pátina más influyente -amén de la composición: de terceros, en Motown y primeros álbumes con el sello Epic; propia, en los subsiguientes proyectos- en cada pieza musical facturada junto a sus hermanos correligionarios de experiencia discográfica, hasta zarpar sin el concurso de ellos, como estrella consagrada, que ya era sobremanera, en los primeros ochenta.
La primera (refiriéndonos, estrictamente, en el campo del profesionalismo), abarcaría los años 1969-1972. De la mano de Motown -tras salir de Steeltown, como grupo amateur-, encadena sus primeros éxitos en las listas: nada menos que los cuatro sencillos lanzados de forma oficial se vieron aupados al número 1 en Billboard, y, además, consecutivos: I Want You Back, ABC, The Love You Save y, finalmente, I'll Be There (éste, presumiblemente, el tema más exitoso, comercialmente hablando, de The Jackson 5). La buena recepción del clan familiar por parte del público y, a título particular, del pequeño exponente, tributador de la energía electrizante de un James Brown en versión diminuta y un timbre de voz al alcance de los elegidos hicieron que probara fortuna, otorgándosele la licencia de estrenarse, estrenando su casillero con un disco, Got to Be There (1972), el cual le permitió a la compañía testar si, en efecto, la acogida de la audiencia a Michael continuaba sumida en la luna de miel que, por aquel entonces, entablaba con la familia surgida en Gary (Indiana), o, como en muchas ocasiones, el elixir de la atención capturada se diluía en medio de la indiferencia y el sopor del respetable. Superó la criba con solvencia, y demostró que, hallándose debidamente enfocado, había florecido una joya que, razonablemente bien pulida y curtida, conferiría un enorme -y lucrativo- rendimiento a una industria, siempre ávida de nuevos ídolos con los que amenizar las existencias vitales de cada nueva hornada generacional. Una nueva canción de cabecera, Ben, prorrogaría brevemente este ciclo, al verse nominada al Óscar en su categoría -un galardón del que, mereciéndolo, fue de los pocos que se le resistieron en su dilatado palmarés-, siendo finalmente derrotada por The Morning After, de Maureen McGovern.
La segunda, comprendería el período 1972-1976. El círculo virtuoso, consistente en que a cada publicación de un single le correspondía, automáticamente y por definición, su encuadre en el número uno de los charts, queda interrumpido, y, aun imperceptiblemente -en su tramo inicial- y, con posteriodidad, con visos de mayor certeza, el grupo comienza a alejarse de las posiciones de privilegio, despachados en sociedad sus proyectos de continuación: las desavenencias entre Motown y los Jackson empiezan a ventilarse, por cuestiones de calado artístico y de control de la propia producción -en los setenta, otros artistas pertenecientes a la entidad presidida por Berry Gordy, Jr., como Marvin Gaye, Diana Ross o Stevie Wonder presentaron sus repertorios más renombrados-, a partir del álbum Looking Through the Windows (1972). En él, así como en algunos otros venideros, la tónica se mantendrá inalterable: el afán, quizá desmedido, de la compañía, en conservar la imagen aniñada, muy enfocada al género bubblegumpop que tantos réditos les había reportado en los años precedentes, a fin de minimizar riesgos, y desencantar al público ya fidelizado, al mostrar los síntomas inequívocamente irremediables del desarrollo biológico, hormonal y evolutivo de los hermanos: ley de vida. Y, junto a lo anterior, la frustración de unos chicos al constatar cómo las facetas de estudio seguían recayendo en el mismo equipo, patrimonializado por The Corporation, o en referentes portadores de su máxima confianza y credibilidad. Tras tocar fondo, en mi opinión, con Skywriter (1973), las partes asintieron en que resultaba perentorio un leve cambio de rumbo, redefiniendo el patrón sónico hacia otros derroteros más diversos, proveyendo, por consiguiente, de una variabilidad antaño sólo centrada en el soul y el pop adolescente: el funk. Y eso se demuestra con el salto hacia adelante que supusieron, entre otros, Get It Together (1973), Dancing Machine (1974) y, por último, Moving Violation (1975). De hecho, tras conllevar algún tiempo exentos de presencia en cualquier top que se preciara dado, reconquistaron el mismo con el tema Dancing Machine. En solitario, Music and Me (1973), y Forever, Michael (1975) trascendieron más inadvertidos que los dos primeros de Michael Jackson en Motown, pero sirvieron para foguearle en canciones de inspiración broadwayana -en el primer supuesto- y de índole funk -en el segundo-. Reseñar que, para mí, la mitad de éste último se vio enormemente minusvalorado (el producido por el excelente consorcio conformado por Holand-Dozier-Holland), a resultas de la invisibilidad de la que fue objeto, pues entrañó un salto cualitativo, en cuanto a rango de voz -visiblemente ya más masculina y en trance adulto- y prestaciones musicales de algunos de los temas -We're Almost There, Take Me Back, One Day in Your Life, Cinderella Stay Awhile, Just a Little Bit of You, Dapper Dan-. De no haberse hallado lastrado por fenómenos tales como el diseño manifiestamente desprovisto de intención artística de la carátula (algo connatural al sello Motown) -o del título del propio disco-, podría haber constituido una mejora, a medio camino entre la andadura recorrida hasta entonces, y Off the Wall, inicio de su epítome como cantante de estatus legendario a tener en cuenta. En aquellos años, The Jackson 5 frecuentó la pequeña pantalla, ejerciendo sus integrantes como teloneros en espacios, tales como The Jackson Variety Show, lo cual amenazó con convertirles en poco más que un popular artefacto, producto del mundo del espectáculo, que de un sobrio y respetable grupo musical. Hicieron bien en decretar el carpetazo a dicha etapa, y, por extensión, a la que hasta ahora nos ha ocupado.
La tercera, se tornó efímera y breve, aunque no por ello menos dotada de interés: 1976-1978. El grupo (ahora rebautizado como The Jacksons) queda transferido a Epic Records, bajo la expectativa de forjar su propia identidad creativa. Ello no tiene lugar con carácter inmediato (salvo un par de canciones), pues, en el bienio 76-77 publicarán los dos primeros álbumes de la nueva etapa (The Jacksons y Goin' Places), bajo Philadelphia Records, con el único distingo de haber prescindido del capital humano de Motown, por el de dos productores, Gumble & Huff. La buena noticia residió en que ambos eran considerados como dos de los mejores del circuito, auténticos Reyes Midas en plena era disco/boogie, y de ellos Michael, como sagaz observador, extrajo múltiples lecciones de las que aprendería en sumo grado de cara al futuro. Aunque no les acompañó la vitola de ser trabajos rompepistas, en ambos discos se acusó una progresión ascendente con respecto a los anteriores de Motown: las canciones se antojaban menos forzadas, los arreglos más sofisticados y elegantes y, en definitiva, ello le propició a Michael bregarse en una gama, cada vez más amplia, de matices. A partir de este punto de inflexión, su voz, definitivamente asentada en la franja adulta, experimentó una evolución indudablemente positiva, muy decisiva en su imparable despegue posterior. Un timbre sensible, capaz de articular entonaciones de muy diverso signo y exigencia, teñida bajo un cierto poso de tristeza, muy cautivadora a todos los niveles. Muestras de ello los ejemplifican temas como Show You the Way to Go, Blues Away -su primera composición publicada como tal, con carácter oficial- Good Times, Find Me a Girl, Man of War, o Even Though You're Gone. De esta fase supo, ante todo, continuar en la senda de su aprendizaje integral como artista consumado y completo -que haría traslucir años más tarde- y sufrir ante las adversidades en su campo de juego profesional.
Hasta aquí por hoy. En otra ocasión, me posicionaré acerca de la senda emprendida, a partir de 1978 en adelante.