Mi única aportación al tema: aquí os dejo un documento para el que no tenga nada que hacer...
Fuente:AIN
Estamos dispuestos a prescindir de cualquier cosa, incluso la vida, menos la dignidad y la soberanía de nuestro país
Discurso pronunciado por el Presidente de la República de Cuba Fidel Castro
Ruz, en la sesión extraordinaria de la Asamblea Nacional del Poder Popular.
Palacio de las Convenciones, 26 de junio del 2002.
Compañeras y compañeros:
Todo está dicho y mucho mejor de lo que pueda yo decirlo. Un resumen y la
consideración de algunos aspectos es lo más que puedo hacer. En los días en
que tomó posesión, no deseábamos intercambios retóricos con el nuevo Presidente de Estados Unidos. Aunque no albergábamos la menor duda sobre su política hacia Cuba, no veíamos la utilidad de lanzar la primera piedra. Seríamos pacientes.
Un grupo de extrema derecha había tomado el poder en Estados Unidos, y
sabíamos
de sus acuerdos y compromisos contraídos desde antes de las elecciones con los
grupos mafiosos de Miami para liquidar la Revolución Cubana, que no
excluían mi
propia eliminación física. El azar añadió la peculiar circunstancia de que
aquellos decidieron, mediante fraude electoral, la elección presidencial de
Bush. En la primera etapa tuvieron lugar las habituales maniobras anticubanas
de Ginebra. Nada nuevo, sólo que los métodos de presión contra las
delegaciones
ante la Comisión de Derechos Humanos fueron más brutales que de costumbre.
Casi un primer año había transcurrido sin especial novedad: los tradicionales
ataques retóricos contra Cuba, la reunión del ALCA en Québec y la desacertada
referencia por parte de Bush en ese evento al pensamiento de Martí, que
originó
una lluvia de cartas de los niños y adolescentes cubanos explicándole al
Presidente de Estados Unidos, con la mayor cortesía posible, quién era y cómo
pensaba nuestro Apóstol y Héroe Nacional, fueron los hechos de más relevancia
en las relaciones bilaterales.
En la esfera internacional, la decisión de construir un escudo nuclear
antimisiles, el desprecio a los compromisos contraídos en Kyoto y el
anuncio de
grandes gastos militares en el desarrollo de nuevas y sofisticadas armas
cuando
ya ni siquiera existía la guerra fría, dieron temprana señal al mundo del
pensamiento, el estilo y los métodos de la nueva Administración de la
superpotencia hegemónica. La economía internacional comenzaba a mostrar
síntomas preocupantes por doquier: todos los índices y pronósticos se tornaron
pesimistas. El mundo entraba en una incierta y desconcertante recesión. Los
productos básicos, de los que vive la inmensa mayoría de las naciones del
Tercer Mundo, estaban por el suelo, mientras la globalización neoliberal, la
privatización forzosa, la deuda externa y los precios del petróleo alcanzaban
su cenit.
Tienen lugar en medio de tales circunstancias los hechos trágicos, absurdos e
injustificables del 11 de septiembre. El mundo prestó apoyo unánime y
solidaridad al pueblo de Estados Unidos. Cualesquiera que fuesen los errores y
las incongruencias de la política exterior de las Administraciones de ese
país,
nadie dejó de conmoverse ante la atroz matanza de miles de norteamericanos
inocentes, nacidos allí o procedentes de los más variados países. Era la hora
del examen de conciencia y no de atizar, multiplicar y capitalizar los odios
absurdos acumulados durante décadas enteras. La nación superpoderosa debía ser
ecuánime; el resto del mundo estaba en el deber de ser valiente. Lo primero
dependía de sus líderes; lo segundo, de un elemental sentido común y dignidad.
Tales virtudes no abundan. No ocurrió ni lo uno ni lo otro. El más poderoso
decretó un golpe de estado mundial el 20 de septiembre, 9 días después del
repudiable acto terrorista, al declarar en son de guerra que todos los países
debían escoger entre ser sus aliados o ser sus enemigos. Las Naciones Unidas
perdieron la poca autoridad que les otorgaba una Carta viciada por el más
antidemocrático de los procedimientos: el veto. Los demás estados,
alrededor de
184, que suelen entretenerse votando acuerdos casi siempre nobles, pero que
jamás se aplican, esta vez perdieron incluso su derecho a la voz. Desde
entonces se escucha sólo el ruido estridente de la irracionalidad, las
amenazas y las armas.
Las crisis económicas, con su secuela de pobreza y hambre, se multiplican; el
egoísmo crece, la solidaridad se debilita; las enfermedades, peores a veces
que
las propias guerras, amenazan con exterminar regiones enteras. Las ciencias
económicas se encuentran ante problemas que ni siquiera habían imaginado
nunca,
atadas a conceptos y categorías que, como pesado lastre, las hunden en un mar
de incertidumbre e impotencia. Es lo que han aprendido en las grandes y
prestigiosas universidades de un sistema económico y social devenido hoy
anacrónico imperio mundial. La política ha dejado de ser la ilusión de arte
noble y útil con el que siempre soñó justificarse, para convertirse en
entretenimiento banal y desprestigiado. Es una tragedia grande, pero no
insoluble. La propia insostenibilidad del sistema conducirá a la especie
humana
a la búsqueda de soluciones.
Volviendo a poner los pies sobre la tierra, en el limitado espacio del planeta
donde se encuentra nuestro país, los cubanos tenemos derecho a disfrutar el
modesto privilegio del deber cumplido. Somos fruto de grandes
acontecimientos y
corrientes históricas que han tenido lugar a lo largo de muchos siglos.
Sociedad colonial y esclavista, con fuertes sentimientos anexionistas y
antindependentistas en las capas criollas más ricas hasta hace poco más de un
siglo; lucha titánica del creciente sector patriótico durante 30 años, próxima
ya al logro de sus objetivos; intervenida por tropas de Estados Unidos la
nación forjada con la tenacidad y el heroísmo de sus mejores hijos,
traicionada
y vendida, llevada y traída por fuerzas infinitamente superiores, nos vemos
hoy, país pequeño, independiente y absolutamente libre, erguido ante la
potencia imperial más poderosa que ha existido, nada proclive a la paz y al
respeto del derecho de los pueblos. Tan singular caso no estaba escrito en
ningún libro. Del profundo abismo del pasado habían surgido las ideas, los
sentimientos y las fuerzas que nos llevaron, nos mantienen y nos mantendrán
aquí. Después de la bochornosa maniobra de Ginebra, en que el gobierno de
Estados Unidos tras brutales presiones logra por mínimo margen una pírrica
victoria, surgen en mayo pasado peligrosos hechos: el día 6 el gobierno de
Estados Unidos nos acusa de realizar investigaciones sobre armas
biológicas; el
20, los discursos de Bush en Washington y Miami; el 21, se reitera la
inclusión
de Cuba en su lista de países que propician el terrorismo; el día 1ro. de
junio, los insólitos pronunciamientos de Bush en West Point.
El 20 de mayo el Presidente de Estados Unidos dedicó todo un día a Cuba y la
Revolución. ¡Qué gran honor! ¡Nos recuerda, luego existimos!
Ignoro cuándo el Presidente de Estados Unidos escribe sus discursos, cuándo
encomienda esa labor a uno de sus íntimos asesores, o son un híbrido de ambas
cosas. En cualesquiera de las circunstancias, la arrogancia, la demagogia,
y la
mentira suelen ser compañeras inseparables de tales discursos. Ese día
pronunció dos: uno en la Casa Blanca y otro en Miami. Se mostró despectivo,
insultante y poco respetuoso hacia el adversario. Lo más importante no fueron
ofensas e insultos. Quienes carecen de argumentos no tienen otras armas que la
mentira y los adjetivos. Lo que debe considerarse como esencial son sus
macabras intenciones, sus planes insensatos y sus ilusiones. Un ejemplo de
inconcebible falsedad y falta de respeto a la opinión pública internacional
tiene lugar cuando, en el discurso de la Casa Blanca, el señor Bush afirmó
tranquilamente que Estados Unidos, sus aliados y amigos lograron la
libertad en
países como Sudáfrica. El mundo entero conoce, y las nuevas generaciones deben
conocer, que fue en Cuito Cuanavale y al sureste de Angola donde se decidió el
fin del apartheid, con la participación de más de 40 mil combatientes cubanos
en ese frente junto a soldados angolanos y namibios. Las administraciones de
Estados Unidos armaron a Savimbi, que sembró millones de minas y mató a
cientos
de miles de civiles. Guardaron silencio cómplice sobre la posesión de siete
armas nucleares por parte de Sudáfrica, con la idea de que fuesen usadas
contra las tropas cubanas.
Bush confunde sus deseos con las más extrañas fantasías. "Hace 100 años,"
-dijo
en Miami- "el pueblo orgulloso de Cuba declaró su independencia y situó a Cuba
en el camino de la democracia. Estamos aquí hoy para celebrar este importante
aniversario." Para él no existió en absoluto la Enmienda Platt, el engaño, la
traición, el derecho de intervenir, el ultraje a la soberanía de Cuba que esta
constituyó. No existió siquiera la historia. Habla de un "peter pan", hoy
ministro suyo. Y no dijo que en aquella monstruosa operación que llevó tal
nombre, organizada por las autoridades de Estados Unidos sobre la base de una
cínica y repugnante mentira, fueron sustraídos clandestinamente del país 14
mil
niños cubanos.
Acto seguido acude a la melodramática historieta de un niño cubano que llegó a
Estados Unidos en 1995 cuando tenía diez años de edad, que dentro de unas
semanas se graduaría en una Escuela Senior High School de Miami y sería el
primer graduado de ese plantel que ingresaría en la Universidad de Harvard. No
tuvo ni podía tener siquiera la mínima honestidad requerida para reconocer que
sólo un niño procedente de Cuba -único país del hemisferio donde desde el
preescolar están matriculados todos y el ciento por ciento se gradúa de sexto
grado con el doble de conocimientos promedio en lenguaje y matemática, según
testimonia la UNESCO- puede entrar en Harvard con unos pocos años de estudio
posteriores; no se trataba de un inmigrante del resto de América Latina,
educado en una escuela pública, ni de un niño indio o negro norteamericano. De
inmediato añade que nada se ha proporcionado en Cuba a nadie, "nada a los
trabajadores, los campesinos y las familias cubanas; sólo miseria y
aislamiento."
No intenta siquiera explicar por qué entonces cuatro décadas de agresiones,
terrorismo, bloqueo y guerra económica por parte de Estados Unidos, que para
enfrentarlos se requería de una gran dosis de conciencia política, cultura,
heroísmo y apoyo popular, no han podido sin embargo destruir o debilitar
absolutamente nada a una Revolución que nada haya hecho por el pueblo. El
señor
Bush añade, entre otras superficialidades, que cuando todas las naciones del
hemisferio han escogido el camino de la democracia, yo escogí "la cárcel, la
tortura y el exilio para los cubanos que dicen lo que piensan". Esta
calumniosa
referencia al empleo de la tortura en nuestro país la hace precisamente el
jefe
del Estado que formó en escuelas especiales a decenas de miles de
latinoamericanos que en casi todos los países de nuestro hemisferio fueron
responsables de cientos de miles de torturados, desaparecidos y muertos.
Nuestro personal de seguridad nunca recibió lecciones de tan experimentados
maestros. Si el señor Bush fuera capaz de demostrar un solo caso de tortura en
Cuba a lo largo de más de cuatro décadas de Revolución, estaríamos
dispuestos a
erigir una estatua de oro, aunque sea fundiendo la colección de nuestro museo
numismático, para honrar su memoria, como el menos mentiroso de todos los
mentirosos del mundo.
Los que conocen a fondo nuestra Patria y su larga y azarosa historia saben que
los principios éticos de la Revolución, algo que explica su extraordinaria
fuerza y capacidad de resistencia, no son en absoluto los principios del
señor Bush.
En los incongruentes discursos que pronunció el 20 de mayo anunció: "Mi
Administración también trabajará en busca de vías para la modernización de
radio y televisión 'Martí'". Como puede apreciarse, mientras Cuba dedica un
mayor número de horas cada día en la televisión a los programas escolares y de
Universidad para Todos e invierte recursos en la ampliación a todo el país de
un Canal Educativo que cuenta con creciente prestigio y apoyo en el pueblo, el
gobierno de Estados Unidos, aparte de la ofensa de utilizar el nombre de
nuestra más sagrada figura histórica, promete invertir más dinero en la
modernización de emisoras radiales y televisivas para agredir nuestra
cultura y
sembrar desinformación, mentiras, veneno y subversión en nuestro país. En un
rapto que pareciera delirante, se confiesa atónito por haber leído -sin que
nadie sepa dónde lo leyó- que en esta era moderna el régimen cubano prohíbe la
venta de computadoras al público. Nos trata como si fuésemos un país
desarrollado y rico. A nadie se le ha ocurrido decirle que, sin embargo, Cuba
es en este momento el único país de este hemisferio, incluido posiblemente
Estados Unidos, en que el ciento por ciento de las escuelas y centros de
enseñanza, desde preescolar hasta el último curso universitario, cuentan con
laboratorios y profesores de computación, a pesar del férreo y cruel bloqueo
económico y tecnológico impuesto a nuestro pueblo para impedirle cualquier
tipo
de avance en cualquier terreno. El señor Bush podría quedar justificadamente
atónito si fuese capaz de creer que nuestro país es hoy posiblemente el único
del planeta que lucha por una cultura general integral, donde quien posea sólo
los conocimientos de una carrera universitaria será considerado dentro de
breves años analfabeto funcional. Entonces podremos competir con los
ciudadanos
de Estados Unidos y otros países desarrollados no sólo en posibilidades de
comunicarse por Internet en varios idiomas, sino también en niveles de
educación y cultura. Más le valdría preparar a los niños y jóvenes de su país
para ese futuro no lejano, y sobre todo protegerlos del efecto destructor y
enajenante de la publicidad comercial y consumista. Algo más vergonzoso e
inadmisible: el señor Bush afirmó que "si Cuba comienza a adoptar reformas
básicas importantes orientadas al mercado", es decir, al capitalismo,
"entonces
y sólo entonces trabajaría con el Congreso de Estados Unidos para flexibilizar
las restricciones a los viajes y al comercio entre nuestros dos
países." "Seguiremos prohibiendo el financiamiento norteamericano a las
compras
cubanas de productos agrícolas norteamericanos porque eso no sería más que un
programa de ayuda extranjera disfrazada, que beneficiaría sólo al régimen
actual."
"Si el señor Castro rechaza nuestro ofrecimiento, estará protegiendo a sus
secuaces a expensas de su pueblo y al final pese a todos esos instrumentos de
opresión, tendrá que responder ante su pueblo." Eso es precisamente lo que
estoy haciendo, señor Bush: respondiendo ante el pueblo, dándole cuenta de mi
vida y mi conducta revolucionaria, para elaborar junto a él la respuesta que
debemos dar a las exigencias y amenazas que usted no debió ni tiene derecho a
plantear a un pueblo con la dignidad y el decoro del pueblo cubano. Con
ingenua
o insolente osadía, el presidente Bush declara que "ofrecerá becas en ese país
a estudiantes y profesionales cubanos que intentan crear instituciones civiles
independientes dentro de Cuba, y a los familiares de los presos políticos".
En Cuba nuestros adolescentes y jóvenes disfrutan de casi medio millón de
becas
para todas las enseñanzas. Esas becas se otorgan por rendimiento académico o
por necesidades de nuestros estudiantes, de acuerdo a las instituciones de que
se trate. Ninguno de los niños y jóvenes es discriminado. La idea de que tal
cosa pueda hacerse por razones de carácter político es insultante e
inadmisible. El señor Bush ofrece becas que el país no necesita en absoluto, y
lo hace con otros fines. No debe imaginarse que vamos a cooperar con un plan
tendiente a crear algo parecido a un tipo de Escuela de las Américas para
formar agentes subversivos y desestabilizadores al servicio de sus planes
injerencistas e imperiales. En Cuba, adicionalmente, se otorgan cada año miles
de becas a jóvenes extranjeros y no discriminamos a nadie por razones
étnicas o
ideológicas. Sería preferible que el señor Bush concediera esas becas a
jóvenes
negros, indios o de origen latinoamericano en Estados Unidos que no pueden
estudiar.
Comete igualmente un error el Gobierno de Estados Unidos si cuenta de antemano
con la impunidad de ciudadanos que trabajen a sueldo de una potencia
extranjera
un delito que es castigado severamente por las leyes norteamericanas, o cree
que recibirán facilidades los que visiten Cuba disfrazados de cualquier forma
para transportar fondos y conspirar abiertamente contra la Revolución, o que
los funcionarios de su Oficina de Intereses tengan derecho a recorrer el
país a
su antojo organizando redes y conspiraciones, violando normas que rigen la
conducta de los diplomáticos, con el pretexto de verificar la situación de los
emigrantes ilegales que son devueltos a Cuba. No estamos dispuestos a permitir
violaciones de nuestra soberanía, ni humillantes desacatos a las normas que
rigen las conductas de los diplomáticos. Tampoco es admisible el
contrabando de
mercancías a través de las valijas diplomáticas. Será responsabilidad del
Gobierno de Estados Unidos si la insistencia en tales prácticas conduce a la
anulación del acuerdo migratorio, e incluso la retirada de la Oficina de
Intereses en La Habana. Es algo que no deseamos, ya que significaría un
lamentable retroceso en las pocas cosas en que se han logrado avances en las
relaciones entre ambos países. Pero estamos dispuestos a prescindir de
cualquier cosa, incluso la vida, menos la dignidad y la soberanía de nuestro
país. No somos nosotros los que agredimos, hostilizamos o bloqueamos a Estados
Unidos. No exigimos que su constitución y su sistema económico y político sean
cambiados. Respetamos rigurosamente los derechos de los demás países. Los
nuestros deben ser también respetados. Hemos dado sobradas pruebas de un
sincero espíritu de cooperación en cuestiones de interés común. De nuestra
parte surgieron tres proyectos de acuerdos bilaterales para la lucha contra el
tráfico de drogas, el tráfico de personas y el terrorismo. Otro ejemplo:
frente
a la ilegal utilización de la Base Naval de Guantánamo para convertirla en
campamento de prisioneros extranjeros, adoptamos las medidas pertinentes y
ofrecimos facilidades en aquel terreno irregular y montañoso para evitar
accidentes que afectaran tanto al personal militar norteamericano como a los
prisioneros.
En su discurso el señor Bush habla de presos políticos en Cuba, pero no
menciona para nada a los héroes cubanos prisioneros del imperio condenados
injustamente en Estados Unidos a decenas de años de cárcel y varias cadenas
perpetuas. De este modo, ellos hablan de espías allá y de presos políticos
aquí; nosotros hablamos de presos políticos allá y de presos
contrarrevolucionarios y espías aquí. Finalmente, un punto que no podemos
omitir: el insulto y la ofensa cuando afirmó en Miami que "el comercio con
Cuba
no haría otra cosa que llenar los bolsillos de Fidel Castro y sus secuaces".
Señor Bush, yo no me parezco absolutamente en nada a los corruptos personajes
que usted honra con su amistad en el mundo, o a aquellos que, siguiendo
recetas
capitalistas y neoliberales, confiscaron al Estado y trasladaron al exterior
cientos de miles de millones de dólares, lavados gran parte de ellos por
prestigiosos e influyentes bancos norteamericanos. Usted, tan apegado a las
grandes fortunas como millonario e hijo de millonario, tal vez no pueda
comprender jamás que existan personas insobornables e indiferentes al dinero.
No nací totalmente pobre. Mi padre poseía miles de hectáreas de tierra. Al
triunfo de la Revolución, esas tierras fueron entregadas a obreros y
campesinos. Tengo el honor de poder decir que no poseo ni cuento en mi haber
con un solo dólar. Toda mi fortuna, señor Bush, cabe en el bolsillo de su
camisa. Si algún día lo necesitara para guardarla en un lugar bien
protegido de
ataques preventivos y sorpresivos, le rogaría que me lo prestase, y si es
mucha
se la dono de antemano como pago de alquiler.
Es curioso observar que en el ambidiestro discurso del Presidente Bush el
20 de
mayo, pronunciado dos veces el mismo día, hay una sutil diferencia. El de la
Casa Blanca no menciona la palabra tortura ni la frase grosera sobre los
bolsillos de Castro y sus secuaces. Estas las incluyó en el del Centro "James
L. Knight" para el pleno disfrute de sus amiguitos de Miami, los mismos
que, al
regreso de Elián a su hogar y su familia, pisotearon con furia e incendiaron
banderas norteamericanas, algo que jamás ha ocurrido en Cuba desde el triunfo
de la Revolución.
De su discurso en West Point ya hablé en Santiago de Cuba. Hoy no son pocos en
el mundo, e incluso en su propio país, los que comparten la preocupación
por la
filosofía que usted expresó allí. No añadiré más en esta ocasión. Sólo me
complace informarle que en este oscuro rincón del mundo nadie teme a sus
amenazas de ataque repentino y sorpresivo.
Todo hombre vive una cuenta regresiva. Hace mucho tiempo que hemos entregado a
nuestra causa cada minuto de vida que nos reste. Usted, por su parte, pierde
autoridad. En teoría posee el poder de ordenar la muerte de una gran parte del
mundo, pero no puede hacerlo solo. Para matar al resto del mundo, necesita
mucha gente que lo ayude. Entre los jefes militares y civiles que manejan las
estructuras de poder en su país, hay muchas personas capacitadas y cultas. No
basta una orden. Necesitan ser persuadidas y lo estarán cada vez menos en la
medida en que asesores políticos suyos sin capacidad y experiencia militar, y
ni siquiera política, cometan errores tras errores. No bastan mentiras
truculentas o inventos de ocasión para lanzar ataques preventivos y
sorpresivos
contra cualquiera entre 60 o más países, o contra varios de ellos, o contra
todos.
En su país hay igualmente millones de científicos, intelectuales,
profesionales
de las más variadas disciplinas que saben distinguir entre el bien y el mal,
conocen de historia y de las terribles realidades del mundo actual, tienen
opiniones y forman opiniones. Existe también el resto del mundo que no olvida
fácilmente las tragedias a que pueden conducir las ideas y los conceptos que
usted está sosteniendo.
Se lo dice, sin agravio personal ni propósito de ofenderlo, quien sólo
posee el
modesto poder de meditar fríamente y ha perdido hace mucho rato, junto a todo
un pueblo valiente y heroico, la noción del miedo.
¡Viva el Socialismo!
Fuente:AIN
Estamos dispuestos a prescindir de cualquier cosa, incluso la vida, menos la dignidad y la soberanía de nuestro país
Discurso pronunciado por el Presidente de la República de Cuba Fidel Castro
Ruz, en la sesión extraordinaria de la Asamblea Nacional del Poder Popular.
Palacio de las Convenciones, 26 de junio del 2002.
Compañeras y compañeros:
Todo está dicho y mucho mejor de lo que pueda yo decirlo. Un resumen y la
consideración de algunos aspectos es lo más que puedo hacer. En los días en
que tomó posesión, no deseábamos intercambios retóricos con el nuevo Presidente de Estados Unidos. Aunque no albergábamos la menor duda sobre su política hacia Cuba, no veíamos la utilidad de lanzar la primera piedra. Seríamos pacientes.
Un grupo de extrema derecha había tomado el poder en Estados Unidos, y
sabíamos
de sus acuerdos y compromisos contraídos desde antes de las elecciones con los
grupos mafiosos de Miami para liquidar la Revolución Cubana, que no
excluían mi
propia eliminación física. El azar añadió la peculiar circunstancia de que
aquellos decidieron, mediante fraude electoral, la elección presidencial de
Bush. En la primera etapa tuvieron lugar las habituales maniobras anticubanas
de Ginebra. Nada nuevo, sólo que los métodos de presión contra las
delegaciones
ante la Comisión de Derechos Humanos fueron más brutales que de costumbre.
Casi un primer año había transcurrido sin especial novedad: los tradicionales
ataques retóricos contra Cuba, la reunión del ALCA en Québec y la desacertada
referencia por parte de Bush en ese evento al pensamiento de Martí, que
originó
una lluvia de cartas de los niños y adolescentes cubanos explicándole al
Presidente de Estados Unidos, con la mayor cortesía posible, quién era y cómo
pensaba nuestro Apóstol y Héroe Nacional, fueron los hechos de más relevancia
en las relaciones bilaterales.
En la esfera internacional, la decisión de construir un escudo nuclear
antimisiles, el desprecio a los compromisos contraídos en Kyoto y el
anuncio de
grandes gastos militares en el desarrollo de nuevas y sofisticadas armas
cuando
ya ni siquiera existía la guerra fría, dieron temprana señal al mundo del
pensamiento, el estilo y los métodos de la nueva Administración de la
superpotencia hegemónica. La economía internacional comenzaba a mostrar
síntomas preocupantes por doquier: todos los índices y pronósticos se tornaron
pesimistas. El mundo entraba en una incierta y desconcertante recesión. Los
productos básicos, de los que vive la inmensa mayoría de las naciones del
Tercer Mundo, estaban por el suelo, mientras la globalización neoliberal, la
privatización forzosa, la deuda externa y los precios del petróleo alcanzaban
su cenit.
Tienen lugar en medio de tales circunstancias los hechos trágicos, absurdos e
injustificables del 11 de septiembre. El mundo prestó apoyo unánime y
solidaridad al pueblo de Estados Unidos. Cualesquiera que fuesen los errores y
las incongruencias de la política exterior de las Administraciones de ese
país,
nadie dejó de conmoverse ante la atroz matanza de miles de norteamericanos
inocentes, nacidos allí o procedentes de los más variados países. Era la hora
del examen de conciencia y no de atizar, multiplicar y capitalizar los odios
absurdos acumulados durante décadas enteras. La nación superpoderosa debía ser
ecuánime; el resto del mundo estaba en el deber de ser valiente. Lo primero
dependía de sus líderes; lo segundo, de un elemental sentido común y dignidad.
Tales virtudes no abundan. No ocurrió ni lo uno ni lo otro. El más poderoso
decretó un golpe de estado mundial el 20 de septiembre, 9 días después del
repudiable acto terrorista, al declarar en son de guerra que todos los países
debían escoger entre ser sus aliados o ser sus enemigos. Las Naciones Unidas
perdieron la poca autoridad que les otorgaba una Carta viciada por el más
antidemocrático de los procedimientos: el veto. Los demás estados,
alrededor de
184, que suelen entretenerse votando acuerdos casi siempre nobles, pero que
jamás se aplican, esta vez perdieron incluso su derecho a la voz. Desde
entonces se escucha sólo el ruido estridente de la irracionalidad, las
amenazas y las armas.
Las crisis económicas, con su secuela de pobreza y hambre, se multiplican; el
egoísmo crece, la solidaridad se debilita; las enfermedades, peores a veces
que
las propias guerras, amenazan con exterminar regiones enteras. Las ciencias
económicas se encuentran ante problemas que ni siquiera habían imaginado
nunca,
atadas a conceptos y categorías que, como pesado lastre, las hunden en un mar
de incertidumbre e impotencia. Es lo que han aprendido en las grandes y
prestigiosas universidades de un sistema económico y social devenido hoy
anacrónico imperio mundial. La política ha dejado de ser la ilusión de arte
noble y útil con el que siempre soñó justificarse, para convertirse en
entretenimiento banal y desprestigiado. Es una tragedia grande, pero no
insoluble. La propia insostenibilidad del sistema conducirá a la especie
humana
a la búsqueda de soluciones.
Volviendo a poner los pies sobre la tierra, en el limitado espacio del planeta
donde se encuentra nuestro país, los cubanos tenemos derecho a disfrutar el
modesto privilegio del deber cumplido. Somos fruto de grandes
acontecimientos y
corrientes históricas que han tenido lugar a lo largo de muchos siglos.
Sociedad colonial y esclavista, con fuertes sentimientos anexionistas y
antindependentistas en las capas criollas más ricas hasta hace poco más de un
siglo; lucha titánica del creciente sector patriótico durante 30 años, próxima
ya al logro de sus objetivos; intervenida por tropas de Estados Unidos la
nación forjada con la tenacidad y el heroísmo de sus mejores hijos,
traicionada
y vendida, llevada y traída por fuerzas infinitamente superiores, nos vemos
hoy, país pequeño, independiente y absolutamente libre, erguido ante la
potencia imperial más poderosa que ha existido, nada proclive a la paz y al
respeto del derecho de los pueblos. Tan singular caso no estaba escrito en
ningún libro. Del profundo abismo del pasado habían surgido las ideas, los
sentimientos y las fuerzas que nos llevaron, nos mantienen y nos mantendrán
aquí. Después de la bochornosa maniobra de Ginebra, en que el gobierno de
Estados Unidos tras brutales presiones logra por mínimo margen una pírrica
victoria, surgen en mayo pasado peligrosos hechos: el día 6 el gobierno de
Estados Unidos nos acusa de realizar investigaciones sobre armas
biológicas; el
20, los discursos de Bush en Washington y Miami; el 21, se reitera la
inclusión
de Cuba en su lista de países que propician el terrorismo; el día 1ro. de
junio, los insólitos pronunciamientos de Bush en West Point.
El 20 de mayo el Presidente de Estados Unidos dedicó todo un día a Cuba y la
Revolución. ¡Qué gran honor! ¡Nos recuerda, luego existimos!
Ignoro cuándo el Presidente de Estados Unidos escribe sus discursos, cuándo
encomienda esa labor a uno de sus íntimos asesores, o son un híbrido de ambas
cosas. En cualesquiera de las circunstancias, la arrogancia, la demagogia,
y la
mentira suelen ser compañeras inseparables de tales discursos. Ese día
pronunció dos: uno en la Casa Blanca y otro en Miami. Se mostró despectivo,
insultante y poco respetuoso hacia el adversario. Lo más importante no fueron
ofensas e insultos. Quienes carecen de argumentos no tienen otras armas que la
mentira y los adjetivos. Lo que debe considerarse como esencial son sus
macabras intenciones, sus planes insensatos y sus ilusiones. Un ejemplo de
inconcebible falsedad y falta de respeto a la opinión pública internacional
tiene lugar cuando, en el discurso de la Casa Blanca, el señor Bush afirmó
tranquilamente que Estados Unidos, sus aliados y amigos lograron la
libertad en
países como Sudáfrica. El mundo entero conoce, y las nuevas generaciones deben
conocer, que fue en Cuito Cuanavale y al sureste de Angola donde se decidió el
fin del apartheid, con la participación de más de 40 mil combatientes cubanos
en ese frente junto a soldados angolanos y namibios. Las administraciones de
Estados Unidos armaron a Savimbi, que sembró millones de minas y mató a
cientos
de miles de civiles. Guardaron silencio cómplice sobre la posesión de siete
armas nucleares por parte de Sudáfrica, con la idea de que fuesen usadas
contra las tropas cubanas.
Bush confunde sus deseos con las más extrañas fantasías. "Hace 100 años,"
-dijo
en Miami- "el pueblo orgulloso de Cuba declaró su independencia y situó a Cuba
en el camino de la democracia. Estamos aquí hoy para celebrar este importante
aniversario." Para él no existió en absoluto la Enmienda Platt, el engaño, la
traición, el derecho de intervenir, el ultraje a la soberanía de Cuba que esta
constituyó. No existió siquiera la historia. Habla de un "peter pan", hoy
ministro suyo. Y no dijo que en aquella monstruosa operación que llevó tal
nombre, organizada por las autoridades de Estados Unidos sobre la base de una
cínica y repugnante mentira, fueron sustraídos clandestinamente del país 14
mil
niños cubanos.
Acto seguido acude a la melodramática historieta de un niño cubano que llegó a
Estados Unidos en 1995 cuando tenía diez años de edad, que dentro de unas
semanas se graduaría en una Escuela Senior High School de Miami y sería el
primer graduado de ese plantel que ingresaría en la Universidad de Harvard. No
tuvo ni podía tener siquiera la mínima honestidad requerida para reconocer que
sólo un niño procedente de Cuba -único país del hemisferio donde desde el
preescolar están matriculados todos y el ciento por ciento se gradúa de sexto
grado con el doble de conocimientos promedio en lenguaje y matemática, según
testimonia la UNESCO- puede entrar en Harvard con unos pocos años de estudio
posteriores; no se trataba de un inmigrante del resto de América Latina,
educado en una escuela pública, ni de un niño indio o negro norteamericano. De
inmediato añade que nada se ha proporcionado en Cuba a nadie, "nada a los
trabajadores, los campesinos y las familias cubanas; sólo miseria y
aislamiento."
No intenta siquiera explicar por qué entonces cuatro décadas de agresiones,
terrorismo, bloqueo y guerra económica por parte de Estados Unidos, que para
enfrentarlos se requería de una gran dosis de conciencia política, cultura,
heroísmo y apoyo popular, no han podido sin embargo destruir o debilitar
absolutamente nada a una Revolución que nada haya hecho por el pueblo. El
señor
Bush añade, entre otras superficialidades, que cuando todas las naciones del
hemisferio han escogido el camino de la democracia, yo escogí "la cárcel, la
tortura y el exilio para los cubanos que dicen lo que piensan". Esta
calumniosa
referencia al empleo de la tortura en nuestro país la hace precisamente el
jefe
del Estado que formó en escuelas especiales a decenas de miles de
latinoamericanos que en casi todos los países de nuestro hemisferio fueron
responsables de cientos de miles de torturados, desaparecidos y muertos.
Nuestro personal de seguridad nunca recibió lecciones de tan experimentados
maestros. Si el señor Bush fuera capaz de demostrar un solo caso de tortura en
Cuba a lo largo de más de cuatro décadas de Revolución, estaríamos
dispuestos a
erigir una estatua de oro, aunque sea fundiendo la colección de nuestro museo
numismático, para honrar su memoria, como el menos mentiroso de todos los
mentirosos del mundo.
Los que conocen a fondo nuestra Patria y su larga y azarosa historia saben que
los principios éticos de la Revolución, algo que explica su extraordinaria
fuerza y capacidad de resistencia, no son en absoluto los principios del
señor Bush.
En los incongruentes discursos que pronunció el 20 de mayo anunció: "Mi
Administración también trabajará en busca de vías para la modernización de
radio y televisión 'Martí'". Como puede apreciarse, mientras Cuba dedica un
mayor número de horas cada día en la televisión a los programas escolares y de
Universidad para Todos e invierte recursos en la ampliación a todo el país de
un Canal Educativo que cuenta con creciente prestigio y apoyo en el pueblo, el
gobierno de Estados Unidos, aparte de la ofensa de utilizar el nombre de
nuestra más sagrada figura histórica, promete invertir más dinero en la
modernización de emisoras radiales y televisivas para agredir nuestra
cultura y
sembrar desinformación, mentiras, veneno y subversión en nuestro país. En un
rapto que pareciera delirante, se confiesa atónito por haber leído -sin que
nadie sepa dónde lo leyó- que en esta era moderna el régimen cubano prohíbe la
venta de computadoras al público. Nos trata como si fuésemos un país
desarrollado y rico. A nadie se le ha ocurrido decirle que, sin embargo, Cuba
es en este momento el único país de este hemisferio, incluido posiblemente
Estados Unidos, en que el ciento por ciento de las escuelas y centros de
enseñanza, desde preescolar hasta el último curso universitario, cuentan con
laboratorios y profesores de computación, a pesar del férreo y cruel bloqueo
económico y tecnológico impuesto a nuestro pueblo para impedirle cualquier
tipo
de avance en cualquier terreno. El señor Bush podría quedar justificadamente
atónito si fuese capaz de creer que nuestro país es hoy posiblemente el único
del planeta que lucha por una cultura general integral, donde quien posea sólo
los conocimientos de una carrera universitaria será considerado dentro de
breves años analfabeto funcional. Entonces podremos competir con los
ciudadanos
de Estados Unidos y otros países desarrollados no sólo en posibilidades de
comunicarse por Internet en varios idiomas, sino también en niveles de
educación y cultura. Más le valdría preparar a los niños y jóvenes de su país
para ese futuro no lejano, y sobre todo protegerlos del efecto destructor y
enajenante de la publicidad comercial y consumista. Algo más vergonzoso e
inadmisible: el señor Bush afirmó que "si Cuba comienza a adoptar reformas
básicas importantes orientadas al mercado", es decir, al capitalismo,
"entonces
y sólo entonces trabajaría con el Congreso de Estados Unidos para flexibilizar
las restricciones a los viajes y al comercio entre nuestros dos
países." "Seguiremos prohibiendo el financiamiento norteamericano a las
compras
cubanas de productos agrícolas norteamericanos porque eso no sería más que un
programa de ayuda extranjera disfrazada, que beneficiaría sólo al régimen
actual."
"Si el señor Castro rechaza nuestro ofrecimiento, estará protegiendo a sus
secuaces a expensas de su pueblo y al final pese a todos esos instrumentos de
opresión, tendrá que responder ante su pueblo." Eso es precisamente lo que
estoy haciendo, señor Bush: respondiendo ante el pueblo, dándole cuenta de mi
vida y mi conducta revolucionaria, para elaborar junto a él la respuesta que
debemos dar a las exigencias y amenazas que usted no debió ni tiene derecho a
plantear a un pueblo con la dignidad y el decoro del pueblo cubano. Con
ingenua
o insolente osadía, el presidente Bush declara que "ofrecerá becas en ese país
a estudiantes y profesionales cubanos que intentan crear instituciones civiles
independientes dentro de Cuba, y a los familiares de los presos políticos".
En Cuba nuestros adolescentes y jóvenes disfrutan de casi medio millón de
becas
para todas las enseñanzas. Esas becas se otorgan por rendimiento académico o
por necesidades de nuestros estudiantes, de acuerdo a las instituciones de que
se trate. Ninguno de los niños y jóvenes es discriminado. La idea de que tal
cosa pueda hacerse por razones de carácter político es insultante e
inadmisible. El señor Bush ofrece becas que el país no necesita en absoluto, y
lo hace con otros fines. No debe imaginarse que vamos a cooperar con un plan
tendiente a crear algo parecido a un tipo de Escuela de las Américas para
formar agentes subversivos y desestabilizadores al servicio de sus planes
injerencistas e imperiales. En Cuba, adicionalmente, se otorgan cada año miles
de becas a jóvenes extranjeros y no discriminamos a nadie por razones
étnicas o
ideológicas. Sería preferible que el señor Bush concediera esas becas a
jóvenes
negros, indios o de origen latinoamericano en Estados Unidos que no pueden
estudiar.
Comete igualmente un error el Gobierno de Estados Unidos si cuenta de antemano
con la impunidad de ciudadanos que trabajen a sueldo de una potencia
extranjera
un delito que es castigado severamente por las leyes norteamericanas, o cree
que recibirán facilidades los que visiten Cuba disfrazados de cualquier forma
para transportar fondos y conspirar abiertamente contra la Revolución, o que
los funcionarios de su Oficina de Intereses tengan derecho a recorrer el
país a
su antojo organizando redes y conspiraciones, violando normas que rigen la
conducta de los diplomáticos, con el pretexto de verificar la situación de los
emigrantes ilegales que son devueltos a Cuba. No estamos dispuestos a permitir
violaciones de nuestra soberanía, ni humillantes desacatos a las normas que
rigen las conductas de los diplomáticos. Tampoco es admisible el
contrabando de
mercancías a través de las valijas diplomáticas. Será responsabilidad del
Gobierno de Estados Unidos si la insistencia en tales prácticas conduce a la
anulación del acuerdo migratorio, e incluso la retirada de la Oficina de
Intereses en La Habana. Es algo que no deseamos, ya que significaría un
lamentable retroceso en las pocas cosas en que se han logrado avances en las
relaciones entre ambos países. Pero estamos dispuestos a prescindir de
cualquier cosa, incluso la vida, menos la dignidad y la soberanía de nuestro
país. No somos nosotros los que agredimos, hostilizamos o bloqueamos a Estados
Unidos. No exigimos que su constitución y su sistema económico y político sean
cambiados. Respetamos rigurosamente los derechos de los demás países. Los
nuestros deben ser también respetados. Hemos dado sobradas pruebas de un
sincero espíritu de cooperación en cuestiones de interés común. De nuestra
parte surgieron tres proyectos de acuerdos bilaterales para la lucha contra el
tráfico de drogas, el tráfico de personas y el terrorismo. Otro ejemplo:
frente
a la ilegal utilización de la Base Naval de Guantánamo para convertirla en
campamento de prisioneros extranjeros, adoptamos las medidas pertinentes y
ofrecimos facilidades en aquel terreno irregular y montañoso para evitar
accidentes que afectaran tanto al personal militar norteamericano como a los
prisioneros.
En su discurso el señor Bush habla de presos políticos en Cuba, pero no
menciona para nada a los héroes cubanos prisioneros del imperio condenados
injustamente en Estados Unidos a decenas de años de cárcel y varias cadenas
perpetuas. De este modo, ellos hablan de espías allá y de presos políticos
aquí; nosotros hablamos de presos políticos allá y de presos
contrarrevolucionarios y espías aquí. Finalmente, un punto que no podemos
omitir: el insulto y la ofensa cuando afirmó en Miami que "el comercio con
Cuba
no haría otra cosa que llenar los bolsillos de Fidel Castro y sus secuaces".
Señor Bush, yo no me parezco absolutamente en nada a los corruptos personajes
que usted honra con su amistad en el mundo, o a aquellos que, siguiendo
recetas
capitalistas y neoliberales, confiscaron al Estado y trasladaron al exterior
cientos de miles de millones de dólares, lavados gran parte de ellos por
prestigiosos e influyentes bancos norteamericanos. Usted, tan apegado a las
grandes fortunas como millonario e hijo de millonario, tal vez no pueda
comprender jamás que existan personas insobornables e indiferentes al dinero.
No nací totalmente pobre. Mi padre poseía miles de hectáreas de tierra. Al
triunfo de la Revolución, esas tierras fueron entregadas a obreros y
campesinos. Tengo el honor de poder decir que no poseo ni cuento en mi haber
con un solo dólar. Toda mi fortuna, señor Bush, cabe en el bolsillo de su
camisa. Si algún día lo necesitara para guardarla en un lugar bien
protegido de
ataques preventivos y sorpresivos, le rogaría que me lo prestase, y si es
mucha
se la dono de antemano como pago de alquiler.
Es curioso observar que en el ambidiestro discurso del Presidente Bush el
20 de
mayo, pronunciado dos veces el mismo día, hay una sutil diferencia. El de la
Casa Blanca no menciona la palabra tortura ni la frase grosera sobre los
bolsillos de Castro y sus secuaces. Estas las incluyó en el del Centro "James
L. Knight" para el pleno disfrute de sus amiguitos de Miami, los mismos
que, al
regreso de Elián a su hogar y su familia, pisotearon con furia e incendiaron
banderas norteamericanas, algo que jamás ha ocurrido en Cuba desde el triunfo
de la Revolución.
De su discurso en West Point ya hablé en Santiago de Cuba. Hoy no son pocos en
el mundo, e incluso en su propio país, los que comparten la preocupación
por la
filosofía que usted expresó allí. No añadiré más en esta ocasión. Sólo me
complace informarle que en este oscuro rincón del mundo nadie teme a sus
amenazas de ataque repentino y sorpresivo.
Todo hombre vive una cuenta regresiva. Hace mucho tiempo que hemos entregado a
nuestra causa cada minuto de vida que nos reste. Usted, por su parte, pierde
autoridad. En teoría posee el poder de ordenar la muerte de una gran parte del
mundo, pero no puede hacerlo solo. Para matar al resto del mundo, necesita
mucha gente que lo ayude. Entre los jefes militares y civiles que manejan las
estructuras de poder en su país, hay muchas personas capacitadas y cultas. No
basta una orden. Necesitan ser persuadidas y lo estarán cada vez menos en la
medida en que asesores políticos suyos sin capacidad y experiencia militar, y
ni siquiera política, cometan errores tras errores. No bastan mentiras
truculentas o inventos de ocasión para lanzar ataques preventivos y
sorpresivos
contra cualquiera entre 60 o más países, o contra varios de ellos, o contra
todos.
En su país hay igualmente millones de científicos, intelectuales,
profesionales
de las más variadas disciplinas que saben distinguir entre el bien y el mal,
conocen de historia y de las terribles realidades del mundo actual, tienen
opiniones y forman opiniones. Existe también el resto del mundo que no olvida
fácilmente las tragedias a que pueden conducir las ideas y los conceptos que
usted está sosteniendo.
Se lo dice, sin agravio personal ni propósito de ofenderlo, quien sólo
posee el
modesto poder de meditar fríamente y ha perdido hace mucho rato, junto a todo
un pueblo valiente y heroico, la noción del miedo.
¡Viva el Socialismo!