Quisiera empezar diciendo que estos días he derramo algunas lágrimas de duelo, de impotencia, de esas que torturan la conciencia cuando se siente que ya no hay remedio ni tiempo para reparar lo irreparable. Pero cambiaré el tono por uno más neutral, a fin de platicar una reciente experiencia con el vitiligo:
Acabo de conocer a una señora joven de mi ciudad (Hermosillo, Sonora, México) con vitiligo universal ¡El mismo tono pálido de Michael en absolutamente todo su cuerpo! ¡Impresionante! En justifica a mi querido Rey, haré una síntesis de lo más breve posible :
El sábado 5 de septiembre llevé a mi hija a su nuevo curso biblíco. Por comodidad cambié a una capilla exactamente frente a la casa de una amiga. Me atendió la coordinadora, una bella mujer que no sobrepasa los 37 años, de trato por demás cálido y amable; de complexión robusta y con una palidez semejante a una hoja de papel blanco. Mi amiga y yo somos blancas, pero junto a ella nos veíamos bronceadísimas. Al tener sus manos cerca, volví a ver las manos de Michael, pensé en él y me estremecí. Sentí pena de que la mujer percibiera mi sobresalto. Mi amiga, por su parte, la saludó con una gran familiaridad, pues es su vecina de toda la vida y son casi de la misma edad.
Pósteriormente, mi amiga me explicó que su vecina desarrolló el vitiligo cuando tenía alrededor de 20 años, que era muy morena -casi como Michael- y que poco a poco terminó blanca como papel; también me contó que su gordura se debe a la gran cantidad de tratamientos que ha debido llevar, descompensándole la tiroides. Y que vivió la primera etapa de su enfermedad enclaustrada, tanto por los problemas de sol, como por la depresión; sin embargo, decidió salir, darle la cara al mundo y regalarle su mejor sonrisa; a cambio, como regalo de vida, su tono empezó a emparejar, ya no parecía dálmata, sino hoja de papel blanco, pero ella se acepta tal cual y desarma a cualquiera -como me desarmó a mí- con su sonrisa, su calidez, amabilidad, generosidad, vocación de servicio, tal como lo hiciera, guardada en otras proporciones, Michael, a quien por cierto admira.
Para esta mujer no fue fácil salir a la calle; sin embargo, ahora lo hace y se pasa las horas pico jugando con sus alumnos a pleno rayo del sol. Debo aclarar que vivimos en una ciudad desértica, la más caliente de todo México, aquí la mitad del año los térmometros registran temperaturas de 50º C (122º F) a la sombra; de hecho, es el punto en la Tierra -junto con el desierto del Sahara- donde los rayos solares caen más directos, comprobado científicamente. Esto significa que los hermosillenses hemos desarrollado gran capacidad de resistencia a los rayos ultravioleta y al calor, pese a que no somos de pigmentación tan bronceada como lo fue originalmente esta mujer o como el resto de mexicanos, de hecho el 60% de la población es blanca. Valga aclarar que ella llegó a la ciudad siendo niña, quizá un cambio tan drástico -geográfica, cultural y fisicamente- desencadenó el vitiligo.
Esta mujer no tiene ni la milésima parte del dinero de Michael Jackson, como para hacerse trasplantes de piel o tratamientos excéntricosl -como los que le inventaban a él-, pero para su fortuna espiritual, tampoco tiene tantos detractores como tuvo en vida y sigue teniendo pos mortem nuestro Rey. Eso le permite llevar una vida tranquila, de entrega al servicio comunitario y a Dios.
¿Por qué nos cuesta tanto entender que Michael Jackson padeció una enfermedad tan común como otros mortales? o mejor vale preguntar, ¿Por qué no le perdonamos tanta grandeza artística y humana? ¿Por qué tuvimos que inventarle y/o creer tanta estupidez creada en su contra, a fin de tumbarlo del trono en el que nosotros mismos como sociedad de consumo lo colocamos? Será, acaso, porque la envidia en la forma de admiración más enfermiza y destructiva que existe... ¡Qué enfermos estamos!