Más que Música de luz, vida de sombras, lo habría titulado, más atinadamente -sin los tintes escabrosos dispuestos por los responsables de este volumen sobre el que voy a verter mi comentario-, Música de luz, vida trágica, por la infelicidad y sinsabores que como compañeros de destino le acompañaron, a pesar del éxito incontestable que, sobre los escenarios, definió el conjunto de su existencia.
Coincido, en gran medida, con la opinión personal expresada por Xtarlight en su intervención inicial.
Una pieza que se habría tornado interesante, aun no para un coleccionista o seguidor del artista que nos ocupa (para ese target, se antojaría más adecuado y conveniente un tomo como All the Songs, sobre el que ya me pronuncié tiempo atrás), sino para el usuario iniciático, primerizo en el conocimiento de su discografía, u otros hitos asociados a su trayectoria musical. Más bien para cortar de raíz cualquier tipo de vínculo más estrecho que pueda forjarse con él en el futuro. O, lo que es lo mismo: le ocasiona un daño menor (la base social predominante permanece intacta a su lado), pero nada desdeñable a Michael (en el sentido de que podría enajenarle nuevas cohortes generacionales sensibles a los ecos de su música, indispensables en un solista que, querámoslo o no admitir, conlleva diez años alejado (por cuestiones lógicamente deducibles) del foco más visible de las tendencias mediáticas del momento -por elementos estrictamente profesionales-.
Así, la principal impresión que me ha merecido la supervisión del mismo, mientras frecuentaba en la jornada de ayer el muestrario de una librería (soy un asiduo lector de todo tipo de géneros; fundamentalmente, del ensayo politológico, o de carácter histórico), ha sido la de asimilar este artefacto que se nos presenta ante nuestros ojos con la de un referente prototípico y clásico de la literatura universal: evocad, supongamos, cualquier novela del período romántico y/o realista (siglo XIX), en que el autor, con avezada minuciosidad, relata, con detalle escrupuloso, las estrofas redactadas en papel perfumado por el amante, el cual, despechado, ha conocido las mieles del rechazo, o la decepción personificada en la figura de su otro yo, presuntamente amado, a quien se le vilipendia del modo más ruin imaginable en un duelo de pasiones conjugadas como el descrito: con una galería de enunciados trufados de odio, rabia e ira acumuladas, cual daga asestada, sorpresivamente para el lector de la misiva, en el mismísimo corazón de la víctima de las expectativas mal digeridas.
Los autores del libro aseguran haber compartido vivencias imborrables de la mano de su estela, durante años, pareciendo, en esta ocasión, responder del modo en que os he trasladado en el párrafo precedente, más por afán de desahogo personal, que por cuestiones meramente fundamentadas para ello. Y no existe una sensación, creedme, más desagradable que la de recibir machetazos en la conciencia a través del empleo de palabras hirientes, oliendo el envoltorio que lo recubre y envuelve en flor de lis.
Pero no me resulta extraño: el contenido del tomo podrá ser objeto de análisis, en cualquier dirección. Pero refleja de manera muy nítida el discurso social y comúnmente aceptado por una mayoría de la opinión pública acerca de Jackson (aunque, evidentemente, ello nunca pueda testarse, estadísticamente hablando), tras años -décadas, diría yo- de coaching negativo sobre su imagen y reputación. Y, por ende, ésta es la versión que, de él, ha terminado prevaleciendo como predominante, por la intervención determinante de una serie de factores, y la omisión de otros. Es, en resumidas cuentas, a lo que yo suelo denominar, en la teoría de la agenda-setting, el encuadre.
Y esa batalla la perdió Michael mucho tiempo ha, para pesar de todos.
Un cordial saludo.