
La inocencia de Michael Jackson
Antes se acostumbraba a colgar de la plaza pública a los delincuentes, o se les quemaba en la hoguera ante el regocijo del respetable. Ahora, en pleno siglo XXI, se les condena al fuego mediático, desde donde se les despoja de su honra, hasta que se hunden en el más negro de los pozos sin que el acusado pueda hacer otra cosa que llorar y esperar a que sean los tribunales los que, de una vez por todas, le declaren inocente o culpable. Un trabajo difícil para quienes tienen que impartir justicia, porque con tanta algarabía, tantos gritos, tantos seudopredicadores echando leña al fuego, es difícil distinguir la paja del heno. No sé si la sentencia dictada el lunes por un jurado popular declarando a Michael Jackson inocente de todos los cargos que se le imputaban, servirá para paliar el sufrimiento que ha padecido desde que una madre desaprensiva le acusó de haber abusado de su hijo. No sé tampoco si Jackson será capaz de desandar el calvario que ha vivido desde que comenzó el juicio, si volverá a creer en la buena fe de los humanos, especialmente de los menores que iban a su rancho a jugar con él, porque, pese a tener 46 años, sigue siendo un niño grande, al que su padre maltrató duramente en su infancia y al que entre todos han ido despojando de lo más preciado que tenía, su inocencia.
Se podrá decir ahora que era una sentencia cantada, que en realidad nunca pensó nadie que Jackson abusara de esos menores. ¡Mentira cochina! Nadie confió en él salvo un puñado de buenos amigos y su madre. El resto del personal, de una manera o de otra, se apuntaron a esa ceremonia de la confusión a la que tan aficionados somos en las sociedades modernas.
Creo honestamente que el caso de Michael Jackson debería hacernos meditar en qué mundo vivimos, por qué estamos tan necesitados de emociones fuertes, sean las que sean y afecten a quien afecten. Hoy da igual que se utilice el nombre de menores en falso, o el de una mujer maltratada, porque lo que impera es la política del todo vale con tal de obtener unos míseros euros o un minuto de gloria en un programa de televisión de los de máxima audiencia. Nadie ha explicado todavía qué pasará con quienes acusaron al cantante, qué condena le puede caer a esa madre que no duda en sacrificar a su hijo con tal de sacar una buena tajada económica al asunto. No estaría mal que le cayera una condena ejemplarizante que impidiera que otras como ella pusieran en práctica esa política perversa de acusar sabiendo que es mentira cuanto dicen.
[ROSA VILLACASTIN]