Buenos días,
Danyjackson, aunque en múltiples ocasiones discrepe parcial, o acusadamente, con tus posicionamientos expresados, siempre, eso sí, desde el prisma del respeto y la tolerancia hacia la disidencia en materia de opinión, no tengo más que elogiar la coincidencia de criterio contigo en relación con las últimas intervenciones protagonizadas por ti al hilo de este post.
Les sugeriría la lectura de un libro, editado por ESIC -en 2012- y cuya autoría corresponde a Ramón Rufín y Cayetano Medina, titulado Márketing Público, en cuyo capítulo relativo a la teoría de la Agenda Setting, describen a la perfección el poder omnipresente de los mass-media en la articulación y moldeamiento de la opinión publicada (sí, no pública, como debiera entreverse, en el sentido de que el conjunto de la población, no necesariamente informada al detalle acerca de cuestiones ajenas a su área de influencia, adquieren como propios juicios de valor emitidos por los denominados líderes de opinión, sin, lamentablemente, disponer del tiempo, medios, capacidad o afán de reflexionar con detenimiento por ellos mismos, y no dejarse condicionar por las ideas-fuerza diseminadas por los creadores de opinión, afines a la sabiduría convencional, próxima a los círculos de poder y pensamiento).
La prensa (bien, en su vertiente digital, como en la convencional -radio, televisión, modalidad escrita) reproduce, por definición, dos tipos de líneas de actuación:
a) La teoría de la agenda de primer nivel: los medios de comunicación no instan al espectador a que piensen como ellos, es decir, de modo afín a la línea editorial impuesta por ese canal de comunicación, en lo concerniente a los asuntos de actualidad objeto de escrutinio en sus espacios de deliberación y debate al público, sino, como regla esencial, QUE PIENSEN EN TORNO A UNA SERIE DE CUESTIONES, Y NO DE OTRAS, para así desviar el foco de atención sobre lo trascendente para el ciudadano, o aquéllo que pudiera eventualmente comprometer a los grupos financiadores de ese medio de comunicación referido.
b) Y, por último, la teoría de la agenda de segundo nivel: difiere en relación al anterior, en que, en determinadas ocasiones, existe alguna persona, colectivo, idea, o fenómeno sociológicamente predominante en el conjunto de la sociedad que inquieta, perturba, molesa y provoca cierta angustia y desazón entre los grupos de interés más poderosos -quienes suelen, en virtud de su superioridad de recursos, a marcar tendencia en los criterios a primar en lo político, en lo económico, en lo cultural-. ¿Cómo actúan? Muy sencillo: promueven mecanismos -frames, así se llaman tales- de asociación de sesgo negativo entre el público, siempre vinculado al objeto a estigmatizar, para así, al cabo del tiempo, a base de su repetición sostenida, ser incorporadas al subconsciente de la audiencia, sumiendo al damnificado por tal estratagema en una merma considerable de su reputación, prestigio y/o imagen ante la opinión pública. Así que, con el empleo y uso de esta técnica, los mass-media sí invitan al espectador a que oriente su volición efectiva en lo tocante a una persona, idea, colectivo o fenómeno social importante, en caracteres de signo favorable, o perjuidicial para el afectado.
Uno de los primeros exponentes en padecer tal síndrome inherente a la era interconectada y mundializada de la globalización, en plena boga de las tecnologías de la información y de la comunicación (las conocidas como TICs) fue, desgraciadamente, Michael Jackson. Y, de acuerdo con mi estimación, el principal error en su carrera estribó en considerar que tácticas de permanencia en los medios, a base de difundir su organización rumores disparatados acerca de su persona en los tabloides, a partir de mediados de los años ochenta, le preservarían en el candelero, en los compases de espera entre álbumes de estudio publicados en solitario. Una cierta idea romántica de misticismo, que podría contribuir a que no seguidores declarados del artista se interesaran por su obra, en virtud del aura de ambiguedad calculada que irradiaba a su alrededor. Y sí, obró su propósito (con creces), pero a cambio de ir minando inexorablemente su crédito personal ante los demás al cabo de los años, conforme la aparición de la carroñera prensa amarillista (en Estados Unidos fue alumbrada por primera vez, en plena era reaganomics, para ser exportada su fórmula a los restantes rincones del planeta en los años subsiguientes) comenzó a cebarse en torno a su figura, en el momento en que él decidió cerrar las puertas a la invasión de su intimidad. Demasiado tarde.
En fin, nunca he concebido la motivación de aquellas iniciativas, quizá producto de un inadecuado enfoque de análisis de asesoramiento por parte de sus publicistas de imagen. ¿Para qué incrementar su presencia en los media, en cuestiones y menesteres privados, si había demostrado, sobradamente y con holgura, con The Jackson 5, The Jacksons, y finalmente en solitario, con Off the Wall y Thriller, que el elemento esencial de su ascensión fulgurante a un estrellato más que consabidamente merecido había residido en (y simple y llanamente) el poder cautivador e irresistible de su música? Siempre consideraré que a Michael le faltó algo tan determinante y crucial como una columna vertebral en la que depositar su confianza sin reservas, capaz de redimirlo y ampararlo en situaciones adversas, así como de estimularlo creativa y personalmente, a fin de que la flor que él personificaba no se marchitara tan prematuramente, para desgracia de todos. Se halló demasiado solo en los últimos años, y un tanto desguarnecido de respaldo, con la única salvedad de sus hijos y sus seguidores.
Yo creo, en resumidas cuentas, que, en ese supuesto, la familia habría debido ejercer un rol quintaesencial en su vida, pero, como todos sabemos, o podemos intuir, ni remotamente supieron cumplir con la responsabilidad histórica a asumir por ellos. No estuvieron a la altura de las exigencias. Una lástima.
Al menos, siempre nos quedarán su música y su ejemplo de superación personal.
Un cordial saludo.