El éxito del World Pride de Roma no consistió en reunir a 250.000 personas en una manifestación festiva y sin incidentes: la gran baza de esta fiesta multitudinaria fue la de desenmascarar los latentes odios homófobos de la iglesia romana y la extrema derecha. La visibilidad de gays y lesbianas ha servido para que los sectores más reaccionarios de la sociedad muestren su verdadero rostro, su concepción retrógrada de la moral y su incapacidad para adaptarse a los cambios sociales.
Tras meses de presiones políticas, de amenazas de boicot, de trabas administrativas, el Papa Wojtyla zanjó un asunto que se había vuelto inevitable para la curia lamentando la "afrenta" que suponía el World Pride para el año jubilar. Y lo hizo repitiendo las tesis más rancias sostenidas por el apostolado romano: que los actos homosexuales eran contrarios "a la ley natural". Wojtyla parecía, con su voz rota y su aspecto cansado, el representante de una iglesia caduca. ¿A qué ley natural hacía referencia?: a la que la iglesia, desde una superestructura de poder moral y material, había instaurado siglos atrás en una época de oscurantismo de la que, desgraciadamente, se han resistido a salir. Desde su atalaya, Wojtyla no sólo recitó viejos eslógans, hizo algo más peligroso y dañino: oficializó la homofobia del pensamiento católico oficial.
Porque no es tan sólo un problema moral, por mucho que el Papado quiera hacérnoslo creer: estamos hablando también aquí de derechos civiles, e incluso de derechos humanos. Asesinatos en el Salvador, detenciones en China, una lista interminable de agresiones homófobas que la iglesia no se ha preocupado en condenar, ni la extrema derecha en ocultar, siempre amparados por estructuras de poder. Gays y lesbianas no están dispuest@s a ocultarse por más tiempo. No aceptan ser perseguid@s. La marcha de Roma ha desenmascarado a los enemigos del verdadero "orden natural": son aquellos que no creen en la convivencia pacífica, en el respeto a la diferencia, en la igualdad de derechos. Pero su ira ha sido reveladora, y ha ayudado a que los medios de comunicación prestaran atención al World Pride.
Tras meses de presiones políticas, de amenazas de boicot, de trabas administrativas, el Papa Wojtyla zanjó un asunto que se había vuelto inevitable para la curia lamentando la "afrenta" que suponía el World Pride para el año jubilar. Y lo hizo repitiendo las tesis más rancias sostenidas por el apostolado romano: que los actos homosexuales eran contrarios "a la ley natural". Wojtyla parecía, con su voz rota y su aspecto cansado, el representante de una iglesia caduca. ¿A qué ley natural hacía referencia?: a la que la iglesia, desde una superestructura de poder moral y material, había instaurado siglos atrás en una época de oscurantismo de la que, desgraciadamente, se han resistido a salir. Desde su atalaya, Wojtyla no sólo recitó viejos eslógans, hizo algo más peligroso y dañino: oficializó la homofobia del pensamiento católico oficial.
Porque no es tan sólo un problema moral, por mucho que el Papado quiera hacérnoslo creer: estamos hablando también aquí de derechos civiles, e incluso de derechos humanos. Asesinatos en el Salvador, detenciones en China, una lista interminable de agresiones homófobas que la iglesia no se ha preocupado en condenar, ni la extrema derecha en ocultar, siempre amparados por estructuras de poder. Gays y lesbianas no están dispuest@s a ocultarse por más tiempo. No aceptan ser perseguid@s. La marcha de Roma ha desenmascarado a los enemigos del verdadero "orden natural": son aquellos que no creen en la convivencia pacífica, en el respeto a la diferencia, en la igualdad de derechos. Pero su ira ha sido reveladora, y ha ayudado a que los medios de comunicación prestaran atención al World Pride.
Última edición: