Buenos días,
Sí, indudablemente. Como práctica higiénica y saludable, recomiendo encarecidamente la aproximación a un repertorio múltiple, diverso y combinativo de géneros musicales, así como de etapas históricas, las cuales no tendrían porqué acomodarse a este siglo (o al pasado).
A título personal, yo, que no había tenido conocimiento, más allá de temas musicales obvios, de Michael Jackson hasta la fatídica hora culminante de su trágica muerte, había gozado del privilegio inmenso de haberme curtido durante años en el conservatorio, aparte de formar parte integral del coro de mi instituto, donde, compitiendo en certámenes de índole regional, solíamos copar las primeras posiciones, exhibiendo lo mejor de nosotros mismos, frente a grupetos tan idénticamente (o, si cabe, más) curtidos que nosotros. Llegué a desempeñar diversos roles: medidor de compás, en primer término; labores de flauta dulce, para, tras una audición, llegar a convertirme en uno de los solistas principales. Tal experiencia se truncó al mediar la pubertad y, por ende, agravárseme el timbre de voz.
Durante aquellos años de tan grato recuerdo para mí, flirteé con la música clásica, gracias a compositores como Mozart, Beethoven, Bach, Wagner, Tchaikovski, Haydn, Debussy (con su Preludio a la Siesta de un Fauno, una de mis piezas favoritas), el romántico Chopin, Dvorak, entre muchos otros.
Acto seguido, y ya embarcándome en el siglo XX, pude paladear la etapa sublime de las big-bands de New Orleáns, con exponentes tan significativos del jazz, como Joe King Oliver, Louis Armstrong (su discípulo, a quien evadió de la delincuencia en su etapa más imberbe), y decenios más tarde, con Dizzie Gillespie, todo un genio en su ámbito de influencia musical. En los últimos treinta años, Winston Marsalis y Quincy Jones.
En los 50, Billie Holliday, con su portentosa voz tan cautivadora, a la par que su tormentosa vida prematura cercenada por las adicciones y los sinsabores que fueron marchitándola. En los 60, la mejor tradición del incipiente movimiento contracultural, preludio del posmaterialismo de la teoría del cambio en la agenda cultural, y que tan hondo impacto social y cultural, al igual que en lo político y en lo ideológico, provocó en las generaciones subsiguientes: Janis Joplin, The Beatles, Beach Boys, Mamas & the Papas. En el soul, Aretha Franklin.
En el rock, figuras tan dispares como Bill Haley and His Comets (con su antonomásico Rock around the Clock), Chuck Berry, Elvis, Jimi Hendrix, y, más tarde, The Police, Queen, R.E.M., Scorpions, Gun's and Roses, etcétera. En el funk, obivamente, el gran James Brown. Y Prince en los 80. En el reggae, Bob Marley.
Entre los grupos de signo afroamericano, siempre me he decantado por la tradición del buen sonido de Motown: The Temptations, Smokey Robinson, The Jackson 5, Diana Ross... Barry White, Stevie Wonder (magistral e intachable su época de esplendor incontestable en los años 70 -Innervisions, Songs in the Key of Life, así lo prueban-). En la música disco, Earth, Wind and Fire (con el emblemático tema September) y Bee Gees disponen de toda mi consideración y estima.
Dire Straits, Elton John, Enya, Spandau Ballet, Cranberries, Depeche Mode, Pet Shop Boys, Duran Duran, The Human League, Phil Collins, Fleetwood Mac, Pink Floyd; ellos también ocupan un rincón singular en mi peculiar fonoteca musical.
Y, obviamente, Michael Jackson, al cual, tras presenciar su universo artístico, no cesarás, a poco que te resistas, de escucharle jamás.
Un cordial saludo a todos.
PD: Y sí, lo admito sin reservas: una de mis canciones predilectas -aparte de las interpretadas y/o compuestas por Michael- es Ghostbusters, de Ray Parker, Jr.