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El camión que transportaba a esta vaca fué descargado en el matadero de Walton Stockyards, Kentucky, un septiembre por la mañana temprano. Después de que los demás animales salieran del trailer, esta vaca se quedó quieta al fondo, sin poder moverse. Los trabajadores usaron de forma rutinaria las pistolas de descargas eléctricas en sus orejas, para intentar que saliera. Como no se podía mover, empezaron a golpearla y darle patadas en la cara, las costillas y la espalda, pero ni aun así se movía.
Entonces le pusieron una cuerda alrededor del cuello, atando el extremo contrario a un poste que había fijado al suelo, y aceleraron el camión, arrastrando la vaca por el cuello hasta que cayó al asfalto, rompiéndose las dos piernas y la cadera. La dejaron allí hasta las 7:30 de la tarde.
Las tres primeras horas las pasó llorando tirada en el suelo bajo un sol de justicia. Cada vez que tenía que orinar o defecar, se arrastraba como podía con las patas delanteras buscando algo de asfalto que estuviera limpio, y también intentó moverse hacia la sombra, pero no lo conseguía. Se arrastró así a lo largo de 10 o 12 dolorosos metros, en total a lo largo del día.
Los empleados del matadero no dejaron ni que bebiera agua; la única que bebió es la que llevó Jessie Pierce, una activista local por los derechos de los animales que fué avisada por una mujer que vió lo que estaba pasando. Jessie llegó a mediodía. Después de que los trabajadores del matadero se negaran a ayudar, llamó a la policía del condado de Kenton. Llegó un agente, pero sus superiores le dieron orden de no hacer nada en absoluto, así que se fué a la 1.
El encargado del matadero le dijo a Jessie que la agencia de seguros le había dado permiso para matar matar la vaca, pero que no lo haría hasta que ella se fuera. Aunque no se fiaba de su palabra, Jessie se fué a las 3 de la tarde. Cuando volvió a las 4:30, en el matadero ya no había nadie, y tres perros estaban atacando a la vaca, que seguía viva. Tenía muchas heridas de mordiscos, y le habían quitado el agua que ella le puso para que bebiera.
Jessie llamó a la policía del estado, y una hora después llegaron cuatro agentes. La agente Jan Wuchner quería pegarle un tiro a la vaca pero le dijeron que era mejor que lo hiciera un veterinario. Los dos veterinarios que había en los almacenes de carne dijeron que ellos no lo harían, porque si la mataban se perdería la calidad de la carne. Llegó un carnicero a las 7 y media y le pegó un tiro. Su cuerpo fué vendido por algo más de 300 dólares, unas 50 mil pesetas.
Cuando el periódico The Kentucky Post hizo una entrevista al encargado del matadero, dijo "Nosotros no le hicimos una mierda", y cuando se le habló del maltrato que había recibido la vaca por parte de los operarios, dijo que "eso son mierdas". Estuvo toda la entrevista riéndose, diciendo que no había nada malo en el trato que se había dado a aquella vaca.
Este no es un caso aislado; de hecho, es tan común que a los animales en esta condición se les conoce en la industria cárnica como animales "venidos abajo", y el ministerio de agricultura no hace nada en absoluto para que tengan un trato más digno. Para los mataderos es rutina encontrarse animales "venidos abajo", engancharlos a la parte trasera de las camionetas y llevarlos a rastras hasta un area donde los apilan unos encima de otros, hasta que empiecen a descuartizarlos, todavía vivos.
Este trato es una muestra de que la industria de la carne no sabe controlarse a sí misma. Es una responsabilidad del público dejar de colaborar con los productos de esta industria tan miserable.