El encuentro de Mi Generación y The Bee Gees.
Algunas celebridades de la categoría de Richard Burton y Elizabeth Taylor, Úrsula Andress, Carlos Santana, etc., pasaban aquí largas temporadas de vacaciones y a veces hasta nos honraban con su presencia en el club. Otras como los inseparables Robert Fripp yPeter Sinfield, buscaban aquí la inspiración. Me gustaría contar una significativa anécdota al respecto.
Una de tantas noches en el Nito’s estábamos comenzando una balada de los Bee Gees llamada “Lamplight”, perteneciente al maravilloso álbum “Odessa”, que manteníamos en el repertorio desde los heroicos tiempos de las giras vespertinas de Barcelona, en busca de la cena por Los Caracoles y el Frankfurt. Creí estar alucinando cuando me pareció ver entrar en la sala a Maurice y Robin Gibb. Justamente Robin Gibb era el Bee Gee cuya peculiar voz nasal yo parodiaba en aquel preciso momento.
No puede ser -pensé-, no obstante traté de hacer de aquella mi mejor interpretación, por si acaso. Los perdí de vista y a aquella canción le siguieron una o dos más de sus baladas, recuerdo claramente “My World”, en la que aún nos ensañábamos más parodiando sus vibratos.
Terminado el pase, nos retiramos como siempre al camerino y los golpes que siempre traían alguna sorpresa volvieron a sonar en la puerta. Nuevamente era el director, que esta vez venía acompañado.
-¡Hola chicos!. Os quiero presentar a los Bee Gees.
No había sido una alucinación mía. Vicente cedió educadamente el paso a las personas que le seguían y, de repente, aparecieron por aquella puerta los mismísimos Robin y Maurice Gibb que venían a saludarnos.
– You can play our songs better than us!. -“Sabéis tocar nuestras canciones mejor que nosotros” fue lo primero que dijo uno de ellos mientras nos estrechaba la mano uno a uno-.
Aquel halago era el mejor que nos podían haber dedicado. Poco después comprobaríamos que tenían razón. Eran gente normal y encantadora, sin los aires de superioridad que ostentaban “estrellas” de bastante menos enjundia que habíamos tenido el gusto de conocer anteriomente. Luego Robin se dirigió a mí.
– Me ha gustado mucho como cantas “Lamplight”.
– Muchas gracias. ¡Cielos, justamente esa! -pensé-.
– Pero, ¿sabes que la letra del principio no es correcta?.
– Sí. –Contesté bastante avergonzado porque había sido descubierto-. Como no entendía ni jota de esa parte, cantaba -eso sí, con mucho sentimiento- una sucesión de palabras sin sentido que sonaban de modo parecido.
-Es que he sacado la letra oyendo el disco y, por más que lo escucho, no tengo ni idea de lo que cantas ahí. Lo siento. -Añadí justificándome-.
-Es comprensible, no te preocupes, es Francés. Son unos versos que saqué de un libro de poemas rusos.
Casi me caigo de culo. Pobre de mí, había pasado horas devanándome los sesos tratando de descifrar aquel extraño Inglés. Supongo que su pronunciación de la lengua de Molière también contribuía a tan serio despiste.
-Have you got pen and paper?. Muy amable se ofreció a escribir para mí aquellos misteriosos versos. Busqué papel pero no teníamos, y al final lo hizo sobre una servilleta que tomé del puesto de hamburguesas.
“Alons, viens encore, cherie.
J’attendrai patiemment sous la lampe dans la vieille avenue.”
Luego tomamos algo juntos y nos explicaron que tenían una casa en el Club San Rafael y habían venido a descansar durante el verano junto con Barry -el Bee Gee guapo que sólo cantaba y andaba por libre, de bar en bar por el West End con su Ford Mustang blanco tapizado en rojo- y Andy, el hermano pequeño de sólo catorce años para quien, por cierto, nos solicitaron clases de guitarra. Nos felicitaron de nuevo al despedirnos para volver al escenario y a partir de esa noche, se convirtieron en asiduos entre nuestro público.
A los pocos días Andy se presentó en el apartamento con un sofisticado estuche de guitarra de color beige dispuesto a convertirse en discípulo de Xavier, que había acordado con sus hermanos darle las clases. La situación era pintoresca tirando a surrealista: aquellos músicos magistrales nos encomendaban a su hermanito para enseñarle a tocar la guitarra en vez de hacerlo ellos personalmente.
Cuando abrió el galáctico estuche nos quedamos patidifusos. Nunca habíamos visto una guitarra como aquella: mixta de acústica y eléctrica, con una estrafalaria pala que recordaba un poco a la de la Burns y con la caja de resonancia compuesta por una tapa de madera, primorosamente ornamentada con incrustaciones de marquetería y una no menos extraña concha de fibra de poliuretano -o algo así- de forma convexa, adosada a ella en la parte de atrás. Era la primera vez que veíamos una Ovation.
Sin salir del asombro, alguno de nosotros osó agarrarla y hacer lo primero que hace un guitarrista con una guitarra nueva: tocar un acorde de Mi mayor. Esa fue la segunda sorpresa. Aquello sonó a rayos. Al comprobar la afinación oímos una reiterativa sucesión de dos notas en diferentes octavas que no correspondía a la afinación normal.
-It’s okay. Dijo Andy al ver nuestras caras de extrañeza. Cogió la guitarra y se acompañó con innegable estilo de familia una conocida canción de sus hermanos, pero con la peculiaridad de que hacía los acordes con un solo dedo extendido que trasladaba a lo largo del mástil en busca del tono deseado, obteniendo una armonía pobre, pero aceptable.
Le explicamos que, para empezar, la guitarra no se afina así y nos contestó que aquella era la única manera en que sus hermanos sabían tocar, lo que por fin respondía a nuestra pregunta de por qué nos lo enviaban.
Andy fue un buen alumno y sus hermanos Maurice y Robin unos buenos colegas con los que incluso llegamos a tocar juntos en algúnbeach party durante aquel verano. Luego desaparecieron de nuestras vidas y no volvimos a saber de ellos hasta cinco años después.
https://ppzappa.wordpress.com/2010/03/15/historia-de-mi-generacion-19/