Otra de las variantes del humor que me entusiasman, de estilo de ello, es la de la ambigüedad (sintáctica) del lenguaje que da pie a confusiones en verdad hilarantes, se ilustra perfectamente en este chiste genial de Groucho:
Maté un elefante en pijama, lo que no sé es cómo llegó a obtener el paquidermo tal prenda de noche si no se trabajan tales tallas, jajaja!:jajaja::jajaja::jajaja:
nota: no son las palabras exactas pero lo que cuenta: la esencia está.
Tienes razón. En ese sentido, Groucho Marx se caracterizó por dejarnos huellas de su inconfudible sarcasmo lapidario, muchas de las cuales aún prosiguen perfectamente vigentes, pudiendo ser proferidas con pleno conocimiento de causa en cuanto a su atemporalidad, en cualesquiera ámbitos de la vida cotidiana, en los planos de lo institucional e informal.
Como muestra, algunos ejemplos de simpar excepcionalidad:
1.
"Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros" (acerba crítica de la honestidad como especie en vías de extinción en múltiples facetas de nuestro propio ser, en los ámbitos de lo político y social).
2.
"Encuentro la televisión muy educativa. Cada vez que alguien la enciende, me retiro a otra habitación y leo un libro". Retrato muy fiel de la situación por la que discurre, de un tiempo a esta parte, el medio televisivo, con espacios generadores de una cuota de pantalla masiva centrados en el sensacionalismo (inclusive en los dedicados a la información, en teoría, rigurosa y sobria), la bajeza en cuanto a contenidos pedagógicos, las limitaciones intrínsecas a la pluralidad informativa, y a valores universales como el respeto y tolerancia profesados a formas y modos de vida en comunidad diferentes a los del pensamiento predominante. Lástima que, salvo excepciones muy reducidas, en lugar de un tomo se apueste, generalmente, por un aprendizaje cívico tan instructivo y de interés general en medios tales como... Tinder, o Instagram. En fin, nunca aprenderemos. La filosofía de la Nueva Gestión Pública que las fuerzas del mercado cosieron a cal y canto, exportándola a los confines de toda actividad: "más, por menos". La divisa del mínimo esfuerzo, en todo su apogeo.
y, por último, de entre muchos otros aforismos marxianos rescataría los tres siguientes, de factura impagable:
3.
"Hay tantas cosas en la vida más importantes que el dinero... ¡pero cuestan tanto!".
Y... ¡quién no ha llegado a declarar en alguna que otra recurrente ocasión, al asistir a alguna noticia con la que ha terminado perdiendo, muy a su pesar, la esperanza en la redención del ser humano!,
"¡Parad el mundo, que me bajo!".
Y el imperdible
"La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados".
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Y en relación con el relato anterior, aplaudir el formato empleado, a modo de símil con el de un proyecto de investigación antropológica en clave documental, por el que los seres humanos (o una estirpe muy precisa de ellos), por una vez, son expuestos en tiempo real como entes deformados en fase avanzada de zombificación por años de extravío y vida disoluta, quienes, como particularidad, son avistados de cuando en cuando por el común de los mortales, al coincidir, necesariamente, con nosotros, en entornos sociales parejos. Por definición, presentan algunos atributos distintivos que les distinguen: los carices cincelados a base de cera, lánguidos y sin expresividad alguna, auténticos muertos vivientes cuya atonía desaparece, súbitamente y de improviso, al mediar algún ritmo machacón, estridente y pasto para la huida para todos los demás: el bakalao, ayer; el reguetón, en nuestros insignes días. Pero, como nosotros, aparte de las funciones elementales en la jerarquía de nuestras necesidades (esto es, respiran, comen, defecan, se reproducen en proporcionalidad directa a su estulticia), igualmente pueden condicionar el destino de sus pueblos y alterar su sino, pues... ¡oh, Dios mío! ¡Pueden votar! Estamos perdidos. Pero tranquilos: siempre abundaron. Sólo que, ahora, parecen más -en número- por la sacrosanta acción difusora de la tecnología.
Se les reconoce, también, por otra característica: su mayor aspiración vital reside en... aparecer por televisión. Para ser más exactos, detrás de un reportero, cámara en mano, en directo. En todo laya de situaciones, cómicas o trágicas, rayándose, con ello, lo tragicómico. Para él/ella, lo importante es salir en el medio, y que todos sus conocidos lo sepan al instante. Las redes son sus aliadas, y el refuerzo de su ego, su mayor recompensa.
En fin... ¡Cuántas plegarias habrían vertido los Baroja, Azorín, Maeztu, Unamuno y restantes prebostes de la Generación del 98, con tal de reencontrarse, persiguiendo nuevas fuentes de inspiración con las que recrearse en la contemplación vaporosa del día a día, como ellos hicieran durante aquellos ilustres días, con nuevos especímenes de la ya sempiterna España negra, pintada con tanto arrojo y desparpajo por Regoyos!
Pero tened presente, amigos míos, que este fenómeno no conoce de fronteras, ni de nacionalidades y banderas, ni de credos. Ni de clases sociales. Ni tan siquiera de géneros. Como afirmara el bueno de Baudelaire, entre el cubo de la basura y un embriagador perfume con aroma afrutado, no hay cabida: nos acogemos al primero. La explicación a todo ello, y que define a la perfección una relativa aproximación al entendimiento del significado y sentido de la vida, reside en que, por definición, no tenemos remedio, el instinto nos aboca a determinados impulsos incontrolables, aun convenciones mediante. ¿O quizá sí?
En ello todavía permanece cavilando el hombre, desde que es hombre -¿y dónde queda aquí la mujer?-. ¿Cuándo despertará de su letargo? No se sabe. ¿Lo conseguirá alguna vez? Psss..., habrá que comprobarlo. ¿Cómo podré ultimar con una mínima coherencia de sentido este relato que estoy transmitiendo y que se está demorando demasiado? Ahora mismo, es aquéllo en lo que conllevo meditando. Pero, como nos encontramos en agosto y las grandes disertaciones metafísicas ya brillan por su ausencia en todo género de estaciones del año, máxime en los tiempos que corren, ceñidos a 140 caracteres y eslóganes vacíos -aunque idénticamente efectistas-, voy a honrar a Julio Cortázar, creador del
gíglico en su destacada novela
Rayuela, y a otorgarle una muerte indolora y limpia al salto del tiburón que, sin duda, he protagonizado con motivo de esta intervención tan grouchiana:
"En síntesis, el verdadero sentido de la vida descansa en el asortis, que se extrayacta en el Aurépago, cima en la que nos emulsionaremos unos -otros no-, con agopausa y sin freno atrás, en virtud de nuestros buenos pérlinos, que nos harán sentir márulos, en contraposición a las carinias crueles que padecerán los segundos en el Hurgalio, sufriendo lo indecible en lo más profundo de sus gunfias. Por voluntad del Orfelunio que, por otra parte, podría -no siendo, o sí- ser..."
Y, en ese momento, Cortázar regresó a la vida y, cual Unamuno en
Niebla, me hizo callar para siempre (en lo que respecta a este post), por mostrarme indigno de su estirpe y obra.
Un cordial saludo.