La considero, simplemente, como la enésima oportunidad (en los últimos años) de rentabilización comercial del nombre de Michael Jackson por parte de un tercero, por encima de cuestiones de estándar musical y/o de una mínima cualitatividad musical que acompañe a la canción.
Lo netamente importante para Drake (y cualesquiera otros en su tesitura) se torna en hacerse notar, y anotarse, si acaso, algún buen tanto de visibilidad mediática. Y lo conseguirá. No es para menos. La huella de Michael, todo cuanto toca lo convierte en llamativo. Y este caso no supone la excepción.
Será objeto de cobertura mundial durante un suspiro, el suficiente como para obtener el saldo positivo en el balance que ansían los promotores de la iniciativa, y de ahí al olvido. Como viene suponiendo todo fenómeno sociocultural de masas en la era en la que nos encontramos: el pasado, no existe; el presente, se conlleva milimétricamente al día; y el futuro, se contempla sumamente incierto y sombrío. A río revuelto, ganancia de pescadores. A ello se atiene Drake, y vaya si lo hace bien. Mayor tiempo de exposición mediática, más flashes con los que engolar su manido ego, y unos meses con los que poder proseguir estirando el chicle de una carrera conllevada al albur de la intemperie. Con lo que hay, estimo que puede darse por satisfecho. Otros, con una dosis de talento más elocuente aunque desprovistos del halo favorable de los focos, ya quisieran para sí semejante dechado de prodigio... para preservarse en el candelero, en todo tipo de contextos y procelosas situaciones.
Y es que, como bien declarara el ex-vicepresidente del Gobierno español Alfonso Guerra (1982-1991), como piedra filosofal de nuestro tiempo, "quien se mueve, no aparece en la foto". ¿Verdad, Drake? Bien por él (sic).