El álbum
Dangerous implicó para Michael Jackson una serie de retos: la confirmación de que, emancipándose de la tutela de Quincy Jones, podía aspirar a continuar en la cima con la que había clausurado triunfalmente la década de los ochenta; así como, musicalmente hablando, abrir con paso firme la senda rumbo a la siguiente, los inciertos noventa, en que los géneros New Jack Swing, el hip hop, el rap, y, a partir de 1992, el rock alternativo o el grunge, compartían escena con el pop cuyo patrón rítmico había pautado nuestro protagonista, emulándolo -o inspirándose en él, con mayor o menor fortuna- quienes siguieron su estela a partir de entonces.
Es sobremanera conocido el hecho de que, con la perspectiva que hoy la historia nos brinda, cumplió con creces su objetivo múltiple, aunque, en honor a la verdad, coincido con quienes apuntan a
Bad como el trabajo en solitario en que nos legó su mayor impronta y dedicación personal. No en vano, casi el noventa por ciento del proyecto -en composición- corrió en exclusiva de su cuenta.
Dangerous, por así decirlo, nos aportó de igual modo su visión y buen hacer, aunque ya sazonado con la aportación, en cuanto a producción y estilo, de otros pareceres (¿con el propósito consciente de que, de la mano de exponentes de la industria en boga en aquella época, vería allanado su propósito, esto es, preservarse en el candelero de la cima? ¿Como indicio de que, en el fondo, se sentía más cómodo con la música que se estilaba en los ochenta, temiendo que no cuajara un hipotético concepto personal suyo, sin delegación, en el nuevo ciclo que se inauguraba por aquellas fechas?), como el de su nuevo coequipier, Teddy Riley, a quien reclutó como nuevo productor para este disco, tras hacer lo propio previamente con Bryan Loren, grabando una serie de temas que terminarían viéndose relegados al ostracismo, salvo, unos años más tarde,
Superfly Sister, en
Blood on the Dance Floor: HIStory in the Mix.
Siendo ciertas las ventas sobresalientes de
Dangerous en su cómputo global -prácticamente situadas en un escenario de empate técnico con las de su predecesor-, estimo que su impacto sobre el público de su tiempo histórico se reveló menor que durante la etapa de
Bad, quizá por verse eclipsado, en ciertas fases de la temporada del 92, por la emergencia del rock alternativo, orillando los sencillos publicados a un segundo plano en las listas de mayor éxito; o por la penalización que supuso para su despegue definitivo la no escenificación de gira de concierto alguno en Estados Unidos mientras se promocionó -principal mercado en el sector-, por las razones personales sobradamente conocidas de antemano.
Pero, a pesar de dicho apunte, considero que a Jackson le posibilitó afianzar su estatus de mito musical viviente con visos de carácter definitivo, preservándolo en tal pedestal de manera inalterable hasta nuestros días, polémicas extramusicales aparte.
En lo que respecta a la obra en cuestión, cabríamos distinguir a
Dangerous en dos submitades: de la primera a la sexta canción (y, con ciertos matices, la última de ellas), de marcado trazo (en proporción y abundancia variable) Rileyiano, de signo más experimental y rompedor en sonido con respecto a cuanto nos había ofrecido Michael en el pasado -no así en lo que al género del New Jack Swing se refiere, de vigencia plena en el panorama internacional desde fines de los ochenta; la discografía del propio Riley así nos lo atestigua-; y, por último, de la séptima a la penúltima, de corte más continuista, clásico y michaeliano, en que nos vemos más reconocidos en su repertorio. Para mí, el álbum fluye de menos a más, siendo la vertiente Jackson predominante en la segunda parte la que termina catapultando al mismo a la categoría de memorable, como los tres previos que cronológicamente le antecedieron en el tiempo (el tridente mágico conformado por
Off the Wall,
Thriller y
Bad, respectivamente).
Mientras que en los setenta y ochenta se primó la melodía por encima de cualesquiera otras consideraciones, en
Dangerous prevaleció el ritmo, hasta el punto de que ciertos arreglos, en algunas pistas, llegan a opacar su voz, algo más lejana y difusa que en otros trabajos pretéritos. ¿Elección consciente del solista, o imputable a errores de producción de Riley? Que cada cual emita su apreciación como mejor le convenga o sienta expresarlo.
En
Dangerous, la portada con la que se representó visualmente la carátula, obra de Mark Ryden, elevó las pretensiones artísticas de la misma hasta niveles inimaginables en las anteriores, denotando un empeño de continuo afán de superación hasta rebasar los límites supuestos en un cantante pop. Por contra, la serigrafía en rojo de la inscripción
Bad, tan distintiva y carismática, careció de una continuación parangonable en la de
Dangerous, al menos en lo que a la galleta del LP hago referencia.
Por su parte, en lo tocante a la factura de los cortometrajes, aun reconociendo la dificultad de la empresa, creo que fueron objeto de mayor viralidad mediática los de
Bad, sin por ello desmerecer los rodados durante los años 1991, 1992 y 1993, algunos de ellos, dotados de una impronta cinematográfica bastante notable, como los de
Remember the Time y
Who Is It, sin obviar el de
Black or White, previsiblemente una de las últimas manifestaciones de la Jacksonmanía previas a su caída en desgracia (si descontamos el número de la Superbowl), al retransmitirse simultáneamente, en primicia, en más de una cincuentena de países de todo el globo, con controversia incluida en forma de ritual dancístico panteril, cómo no, en su haber.
En resumidas cuentas, un disco a reseñar, por el que no han transcurrido los años desde su estreno, haciendo honor a la máxima de que, como los vinos de buena añada, siempre descubrimos en ellos facultades que nos pasaron desapercibidas con motivo de nuestros primeros visionados, aprendiendo algo nuevo tras cada escucha.
Que lo disfruten.