Ya lo he encontrado:
Fama o Dios:
Cuando llegué al rancho me llevaron a la biblioteca donde Michael me esperaba siempre. Cuando nos sentamos, Michael tenía su habitual libro sobre las rodillas y mientras me hablaba hojeaba las páginas. Había un gran álbum de fotos en piel sobre la mesita y sonreí al ver las fotos de Michael con el presidente Ronald Reagan, la princesa Diana, Elizabeth Taylor y otras celebridades. También se veía a Michael marchando a la cabeza de algunos desfiles militares. Me impactó que esa fuera en realidad la única cosa dentro de la casa que indicara quién era o el nivel de su fama.
El elegante mobiliario o el terreno tan bien cuidado solo apuntaban a un hombre muy rico. Nunca vi ni recortes de periódicos, trofeos, discos de oro u otros premios que esperarías ver en algún lugar de la casa. Le pregunté sobre eso y me dijo sonriendo: “Todo eso lo tengo en una casa al otro lado de la propiedad”. Le pregunté: “¿Por qué no pones algo aquí donde todos puedan verlo?”
“Bueno, no me gustan los presumidos y no quiero ser uno de ellos. Si mantengo todas esas cosas a mi alrededor donde todo el mundo pueda verlas acabarán siendo el tema de conversación y hay muchas cosas mucho más interesantes de las que hablar. No quiero que me recuerden quien soy y lo que he hecho y acabar pensando más en mí mismo de lo que sería bueno”, respondió.
Pensé en eso durante un minuto y le dije: “Te das cuenta, Michael, que tienes más derecho a ser presumido, egoísta e imposible que ninguna otra persona en el mundo, aunque nadie tenga derecho en realidad a serlo y tú no eres de esos. Siempre oigo hablar de lo imposibles de tratar que son algunos actores o gente famosa o de trabajar con ellos o lo exigentes que son. Oyes hablar sobre lo crueles que pueden ser pidiendo ayuda. Mi hermana Jewel, que es azafata en Delta, me habló una vez sobre una señora que volaba en primera clase y no hablaba con las azafatas cuando le preguntaban si necesitaba algo. Una de ellas le preguntó a su marido: ‘Perdone señor, ¿Su esposa es sorda?’ ‘No, es que no habla con las azafatas’, respondió. A eso me refiero. Pareces haber salido de eso completamente ileso. ¿Cómo lo has conseguido?”
Michael me miró y dijo simplemente: “Porque no soy yo”.
“¿Qué quieres decir?”, pregunté
“Quiero decir que es un don lo que tengo. Es un regalo de Dios. Él me dio todo esto y no es realmente mío. Decidí hace mucho tiempo que sería mejor concederle a Él el crédito que debería concederme a mí mismo. De ese modo no estaré tentado a hacerlo, casi cada cosa que tengo que me recuerda a mí mismo la quito de mi vista en esta casa”, respondió. Recuerdo pensar qué respuesta más perfecta.
Sonriendo le dije: “¿Michael, me llevarás uno de estos días a enseñarme esa casa?” Me miró sonriendo y dijo: “Uno de estos días”.
La casa de los recuerdos:
Cuando terminó la película me dijo Michael: “Barney, vamos a ver la casa de los recuerdos. Te dije una vez que te llevaría. No he estado allí desde hace más de un año y ahora es probablemente un buen momento”. Así que nos dirigimos hacia la casa frenando y acelerando, pasamos la estación de tren y subimos una colina al oeste de la propiedad donde nos detuvimos en una casa pequeña rodeada de robles.
El salón estaba lleno de pilas de grandes libros encuadernados en piel atados y del tamaño de un periódico. Trofeos y carteles adornaban las paredes. Michael cogió un gran libro y yo cogí otro y empezamos a verlos. Eran artículos sobre los Jackson 5, Michael, Janet y su familia. De vez en cuando Michael encontraba algo que le hacía reír o decía: “Barney, mira esto”. Y me leía un artículo.