Ortega y Gasset: Sobre la vocación en la vida.
Justo porque la persona tiene que responder por
lo que llega a ser, y lo que quiere ser lo tiene que in-
ventar –quizás lo tenga que descubrir en su interior–,
es preciso que se haga y apropie de ciertas convic-
ciones, ya que a partir de ellas toma decisiones y
emprende el movimiento de su existencia. Se trata
de convicciones personales a las que Ortega llama
“creencias”; el yo personal tiene que convencerse a
sí mismo sobre ellas, porque en esa medida podrá
orientarse en el mundo y “luchar con las cosas”. El
estrato más profundo de nuestro ser está constituido
por creencias.
La circunstancia aparece como resistencia, con
facilidades y dificultades con las que la persona tiene
que luchar para realizar su ser más íntimo, lo que
Ortega llama “nuestra verdad” y ese personaje ideal
que debemos realizar, es nuestra verdad, nuestro
ser verdadero y auténtico. Lo que debemos explorar
ahora son las relaciones que tiene este personaje
ideal con nuestra vocación. Diremos que se trata
de una relación esencial en la que el ser auténtico
y verdadero de la persona humana, y por ende el
sentido de su existencia, están en juego. Este ser
verdadero y auténtico de la persona es su vocación:
[...] esa tensión hacia lo que no es todavía, pero
que queremos que sea, es nuestro yo, que Orte-
ga define formalmente como vocación (Lasaga,
1997: 40 ).
Cabe decir que la vocación personal no es ni
coincide del todo, cuando logra coincidir, con la
profesión. La vocación responde a un programa
vital, al ser que cada yo quiere llegar a ser, pero que
no lo es aún. Ortega lo llama “figura imaginaria”, un
[...] ente que quiera o no siente que tiene que ser,
que hay que realizarlo, que hacerlo, no un factum
sino un faciendum, gerundivo, que significa es-
trictamente lo que hay quehacer (Ortega, VI: 449).
Ahora, lo que hay que hacer no es cualquier cosa
sino algo particular, individualísimo y personal. Por
esta razón nuestra vida es nuestra vocación, pero
entendiendo la vida como vida auténtica y verdade-
ra, no como cualquier vida, no vivida de cualquer
forma, sino asumiendo el imperativo pindárico de
llegar a ser el que se tiene que ser. En efecto, “Este
personaje ideal que cada uno de nosotros es, se
llama «vocación»” ( VI : 637 ).
La vocación, dice Ortega, es un llamado, una
voz interior que “nos susurra el mandamiento de
Píndaro: γένοι ̓ οἷος ἐσσὶ «Llega a ser el que eres»”
(IX : 445). Pero es una llamada “hacia nuestro más
auténtico destino” y, por esta razón: “El yo auténti-
co de cada hombre es su vocación”. La vocación,
en consecuencia, por tratarse de un asunto perso-
nal, responde también al modo de ser individual de
la persona, se convierte en su destino propio, úni-
co y exclusivo: “La vocación no es nada genérico
sino singularísimo, ultraconcreto, como la perso-
na” (IX : 726 ). Así, el imperativo de la expresión de
Píndaro se convierte para la persona en un impe-
rativo de autenticidad y este lleva consigo el “im-
perativo de invención” (Lasaga, 2019: 31).
Sin embargo, este imperativo de autenticidad se
le impone a la persona, o sea al yo, en un mundo y
una circunstancia que no elige. La persona tiene que
llegar a ser sí misma “en un paisaje que puede re-
sultarle favorable o enemigo; de ahí el carácter dra-
mático de la vida” (Lasaga, 1997: 40). Así, el hombre
se encuentra en un mundo en el que tiene que
realizar su ser en una circunstancia propia que no
es igual a la de nadie más; por tanto, esa circuns-
tancia concreta exige un actuar concreto donde la
persona asume cierto comportamiento y renuncia a
otros posibles comportamientos. El actuar es esen-
cial para la persona, a pesar de que la realidad no
le garantiza que pueda realizar su personaje ideal.
El modo de vivir no es nunca la auténtica vida para
quien es capaz de una vida auténtica, para quien
posee una vocación. La vocación es últimamente
personalísima, es un cierto vivir singular, distinto
del de los demás. Es un “modo de vivir” íntimo
y, por ello, inconfesable. De aquí que necesite
cumplir sin hacer lo que se tiene que hacer, es decir,
sin hacer aquello que produce verdadera ilusión y
entusiasmo y evitar el hacer cualquier cosa. Hay ocu-
paciones felices, en las que nos sentimos dichosos
y hay trabajos que hacemos porque no nos queda
de otra más que hacerlos para sobrevivir, para salvar
la circunstancia. La vocación implica o supone es-
fuerzo, disciplina, constancia. “La vida es su propia
finalidad, su premio o su fracaso”, dice Lasaga.
La bondad o maldad son ejecuciones que tras-
parecen en el propio acto de vivir junto con su
sanción, una vida felicitaria o en forma; o una
vida falsificada, irreal (Lasaga, 2006: 200 ).
En su artículo de 1932 “Pidiendo un Goethe desde
dentro” Ortega se pregunta por qué Goethe esta-
ba siempre de mal humor. Y allí relaciona al mal
humor con el hecho de no estar cumpliendo con
la vocación.
El hombre no reconoce su yo, su vocación sin-
gularísima, sino por el gusto o el disgusto que en
cada situación siente. La infelicidad le va avisan-
do... cuándo su vida efectiva realiza su programa
vital, su entelequia, y cuándo se desvía de ella.
La persona humana tiene que hacerse a sí
misma, pero...
¿Quién es ese “sí mismo” que sólo se aclara a
posteriori, en el choque con lo que le va pasando?
Evidentemente, es nuestra vida-proyecto, que, en
el caso del sufrimiento, no coincide con nuestra
vida efectiva: el hombre se dilacera, se escinde en
dos – el que tenía que ser y el que resulta siendo.
La dislocación se manifiesta en forma de dolor,
de angustia, de enojo, de mal humor, de vacío;
la coincidencia, en cambio, produce el prodigio-
so fenómeno de la felicidad (Ortega, V: 130 y s).
En consecuencia: nuestro yo-proyecto puede
coincidir con nuestra vida o puede no coincidir con
ella. Si ambos coindicen, el resultado es el cum-
plimiento de la vocación y la felicidad. Pero si no
coincide, tendremos una escisión del hombre que
se movería entre la persona real que es y la perso-
na ideal que quería ser. La persona, en este caso,
vivirá su vida en forma de dolor, enojo, mal humor
y angustia. Vivirá fuera de sí, como otro, una vida
que no es propiamente suya. Los sentimientos o
estados de ánimo vendrían a ser la respuesta a la
pregunta: ¿estamos cumpliendo con nuestra voca-
ción? “El afán de realizar nuestra vocación, de con-
seguir ser el que somos es lo que nutre nuestras
energías y las mantiene tersas” (Ortega, VI: 640 ).