Ambas teorías (socialismo y anarquismo) no son tan simples como las pintamos. El problema es que se tiende a simplificarlas y se las convierte en algo verdaderamente absurdo y “utópico”.
Tenemos tan interiorizado este sistema que nos pensamos que es el único posible, que el capitalismo es “el estado natural de la historia”. Probablemente, durante el tiempo que duró el sistema social feudal, los señores feudales también pensaban que ese era el estado natural de la historia. Pero la sociedad capitalista es una sociedad más como lo fue la depredadora, la esclavista o la feudal.
El capitalismo se basa en la búsqueda del máximo beneficio individual por parte de cada capitalista y en la propiedad privada de los medios de producción. Es decir, que la riqueza que se crea con el trabajo de la mayoría de la población y los medios necesarios para crearla (máquinas, instalaciones...) no pertenecen a toda la sociedad (decidiendo ésta democráticamente cómo emplearlas en función de las necesidades que haya), sino que es propiedad de un reducido grupo de individuos que sólo la ponen en marcha si les proporciona una ganancia superior al capital previamente invertido.
Las políticas que están aplicando los capitalistas en todo el mundo se resumen en lo siguiente: el aumento de la explotación de los trabajadores, la sustitución de mano de obra más cara por nueva tecnología o mano de obra mucho más barata, la expoliación salvaje de los países del llamado Tercer Mundo y los ataques constantes a los gastos sociales y la privatización de empresas y servicios públicos.
El enorme avance que han supuesto la revolución informática, los robots industriales, los móviles e Internet (por poner sólo algunos de los ejemplos más llamativos) podría elevar el nivel de vida de toda la humanidad y erradicar lacras como el hambre, la miseria y el trabajo penoso o peligroso. Pero en lugar de ser utilizados para erradicar la pobreza, mejorar las condiciones de toda la humanidad, reducir la jornada laboral y repartir el trabajo existente entre todos (creando así más empleo y mejorando las condiciones de éste) están siendo empleados para todo lo contrario.
Si la introducción de maquinaria en una empresa, al igual que las fusiones entre empresas, es sinónimo de mayor productividad y más beneficios para el empresario, para los trabajadores sólo significa despidos y recorte de plantilla.
Otros de los rasgos distintivos del funcionamiento del capitalismo actual son el libre movimiento de los capitales de unos países a otros (de forma que si un capitalista ve la posibilidad de aumentar sus beneficios en la otra punta del planeta puede trasladar sus inversiones allí mucho más rápida y fácilmente que en cualquier otro momento), la intensificación del comercio mundial entre las distintas economías y la organización de este comercio al servicio de las grandes multinacionales y controlado ferreamente por ellas.
Toda la economía mundial se halla bajo el dominio de un puñado de multinacionales cuyos presupuestos y beneficios superan en muchos casos a los de países enteros. Estas multinacionales dictan las leyes que rigen el comercio y la división del trabajo en todo el mundo con el objetivo de aumentar cada vez más su poder y riqueza.
Bajo este sistema, a los países atrasados se les adjudica la función de proveer de materias primas y mano de obra barata a las multinacionales. A cambio de sus recursos naturales y riquezas estas naciones reciben los productos elaborados que fabrican las multinacionales. Es un intercambio absolutamente desigual ya que están cambiando productos con más horas de trabajo por otros con menos. Por si fuera poco, las multinacionales –al controlar el mercado mundial- fuerzan los precios de las materias primas aún más a la baja y multiplican así todavía más sus beneficios. El resultado es el empobrecimiento y endeudamiento constante del llamado Tercer Mundo y el sometimiento de toda la población mundial a la voluntad de unos pocos.
En el sistema capitalista la capacidad de producir (y más aún con las nuevas tecnologías) es ilimitada, así como las necesidades sociales que existen también lo son. Con la tecnología actualmente existente sería posible – según un informe de la FAO (organismo de la ONU)– producir alimentos para abastecer a 10.000 millones de personas.
Sin embargo, con una población mundial de 6.000 millones de habitantes, el hambre y la miseria asolan regiones enteras del planeta y crecen incluso en los países más desarrollados. En una sociedad en la que se produjese en función de las necesidades sociales existentes esto sería impensable, pero bajo el capitalismo, al producir únicamente con el objetivo de vender y sacar un beneficio privado, no basta con que haya gente que necesite un producto o servicio, debe tener el dinero necesario para pagarlo.
El único obstáculo a que toda la enorme riqueza que genera el trabajo y la creatividad de los seres humanos se destine a la satisfacción de las necesidades humanas es que, mientras que la producción es social y colectiva, la propiedad de los medios de producción sigue siendo privada e individual. El beneficio y la avaricia de unos pocos impide el bienestar y el progreso de la mayoría. Bastaría con expropiar las palancas necesarias para poner en marcha la economía y producir riqueza (los grandes bancos y empresas financieras, los grandes monopolios y los latifundios) para empezar a solucionar los problemas de la humanidad.
Con la riqueza en manos de toda la sociedad, la forma de emplear esta riqueza se decidiría democráticamente, se planificaría su utilización en función de las necesidades sociales, medioambientales, culturales, y no de los intereses de unos pocos, garantizando un desarrollo justo y solidario de todos los pueblos y de todos los seres humanos. En esto consiste el socialismo y no en la dictadura burocrática en que acabó convirtiéndose la Rusia estalinista (al quedar aislada la revolución en un solo país).
Es muy cómodo y muy sencillo hablar de que este es el “mejor de los sistemas posibles” (que lo demás son utopías inalcanzables), sobre todo cuando uno no está entre los 2.800 millones de personas que sobrevive con menos de 400 pesetas al día.